La semana
pasada estuvimos hablando de la pandemiaque nos asola y de las normas que hay que cumplir para aplanar la curva de contagios, reduciendo el contacto social al mínimo. Hoy os voy a dar
algunos detalles sobre mi experiencia personal confinado solo en casa.He de confersar que esta situación temporal no me está afectando demasiado
porque soy bastante casero y llevo una vida sencilla, sin lujos y sin una
agenda frenética o una vida social de infarto. La verdad es que al menos
durante los primeros cuatro o cinco días no se diferenciaban mucho mis rutinas
diarias del confinamiento de las de las vacaciones o de un fin de semana de
puente.
Después de una semana de estado de alarma sí se perciben algunos cambios… Por
ejemplo empecé a realizar diariamente una sencilla tabla de estiramientos
porque comenzaba a notar una ligera contractura en la espalda, por estar todo
el rato inactivo, sentado frente a mi portátil. Y días después, en cuanto se
hizo público que el confinamiento se prolongaría una quincena más, me
confeccioné una tablita semanal con los menús de comidas y cenas de cada día
para no tener que pensar mucho, intentando que fuese una dieta equilibrada,
repartiendo bien los hidratos de carbono y las proteínas, e incluyendo todos
los días algo de fibra… Otra cosa de la que te das cuenta al cabo de unos días
es que no es saludable llevar el pijama puesto de seguido, aunque sea más
cómodo; hay que echarlo a lavar o al menos cambiarse y dejar que se airee de
vez en cuando.
Muchas familias, parejas o pisos compartidos están poniendo a prueba estos
días la fortaleza de su relación; no debe ser fácil tener que convivir juntos
las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana… En ese sentido me
alegro de pasar estas semanas a mi aire, sin tener que rendir cuentas a nadie…
Lo que no quiere decir que no esté teniendo algún pequeño roce, en este caso
con mis vecinos. El edificio al que me mudé hará cosa de tres años está
bastante bien, pero las paredes parecen de papel, se escucha todo… No me quejo
de la familia de al lado: el único rato en que la tele se oye un poco más
fuerte es durante la tarde, mientras la abuela de la casa se pone Amar es para
Siempre y El Secreto de Puente Viejo. Los de abajo tampoco son demasiado
molestos: son un matrimonio muy mayor y a menudo la señora hace bastante ruido
con el andador para ir al lavabo en mitad de la noche, pero se puede aguantar.
Los que me están jorobando un poco son los vecinos de arriba,
recién mudados justo antes de comenzar la epidemia. Son una pareja joven que
por el acento parecen cubanos, con un niño pequeño y un bebé de pocas semanas.
Los lloros del bebé en mitad de la noche son comprensibles, por supuesto. Las carreras
arriba y abajo del niño, que tendrá unos cinco años, también son tolerables,
teniendo en cuenta que el pobre no puede bajar a la calle a jugar… pero ya no
tanto cuando se oyen a la una de la noche. Que la pareja vea películas en su
portátil para pasar el aburrimiento: Ok… pero en su dormitorio (justo encima
del mío) y algunos días hasta las dos y pico de la madrugada es otra cosa bien
distinta. Y por supuesto el reguetón
puesto durante mis vídeo-reuniones del teletrabajo que no falte, pero lo de
patear el suelo al ritmo de la música ya sobra. A veces también ellos hacen una
vídeo-llamada a familiares de América para contarles cómo está la cosa aquí,
cosa totalmente razonable… pero es que hablan a grito pelado, como si no
supieran que para que lleguen las frases a Cuba ya está la fibra de Internet.
En resumen, que sintiéndolo mucho a mis nuevos vecinos ya les han caído en un
par de ocasiones algunos golpes en la pared
para que bajaran el volumen… el volumen de todo, en general. No es algo
continuo, afortunadamente, pero no pasa un día sin que me den un rato o dos de
suplicio…
Mi patio interior de manzana afortunadamente es muy tranquilo; no como los
que salen en las noticias de la tele, que están llenos de hijos de puta que se
montan una fiesta balconera con la música a tope sin encomendarse a Dios ni al
Diablo, molestando a todo el mundo solo porque se aburren (hablaremos más de
esto la semana que viene). Los primeros días de confinamiento sí se oyó de vez
en cuando música de temática fallera un poco más fuerte desde algún balcón,
pero nunca a altas horas de la noche: los pobres falleros necesitaban quitarse
el mono después de quedarse sin su fiesta, es comprensible… Menos mal que las
Fallas se han aplazado; las pérdidas económicas son lo de menos
comparadas con el enorme riesgo de contagio que hubiese supuesto su celebración
ahora.
Parece ser que muchos monumentos se han guardado provisionalmente en la
Feria de Muestras, y los que no podían desmontarse o trasladarse por su tamaño,
como el de la Plaza del Ayuntamiento, se han destruido en Cremás a puerta
cerrada y sin previo aviso, quedando solo para el recuerdo (y para las noticias
del día siguiente) unas surrealistas imágenes grabadas de las llamas
consumiendo los ninots con solo tres o cuatro personas de público…
Y para sensación extraña la que tendremos en julio, fecha a la que se ha
pospuesto la celebración (si el Covid-19 lo permite); este año sí que vamos a
notar el caloret faller, el caloret del verano…
Creo que aún es pronto para que a alguna gente se le vaya claramente la
olla (tiempo al tiempo), pero yo ya he oído un par de gritos sueltos dejados
caer en medio del silencio, del estilo de ¡Me aburrooo!
Dos grupos de vecinas veinteañeras, desde dos balcones distintos, se pusieron
otro día a jugar al Veo-Veo durante un rato… Y más a lo lejos se oyó de vez en
cuando durante los primeros días a una mujer con acento italiano que
recriminaba educadamente con un megáfono desde su ventana a los paseantes que
salieran a la calle; no sé si dejó de hacerlo porque empezó a haber más policía para encargarse de ello,
porque se aburrió o porque alguien la insultó desde abajo. Aparte de esto, ha
habido bastante tranquilidad en el vecindario, cosa que agradezco (Os aseguro
que a mí no me está dando tiempo de aburrirme nada en absoluto; sigo, como
siempre, con el petardo en el culo, que se suele decir).
Sí me parece bonita y pertinente la experiencia de salir a aplaudir a las ocho para agradecer su labor a
los trabajadores de la sanidad pública, y de paso para darnos ánimos unos a
otros… Durante estos últimos días, desde el cambio al horario de verano, ha
sido también agradable salir aún con la luz del día y poner caras a lo que
antes no eran más que siluetas recortadas contra la luz que salía de las
ventanas. Este pasado sábado, justo tras el último aplauso en la oscuridad y poco
antes de decretarse el cese de las actividades no esenciales,
una vecina hizo una breve proclama a favor de Amancio Ortega y animando a una cacerolada
para media hora después contra el Gobierno por su falta de previsión: la pobre se
quedó sola, y después de veinte segundos aporreando una olla paró por pura vergüenza…
Qué fácil es quejarse, me gustaría a mí verla a ella en el Gobierno ahora mismo…
Y hablando de caceroladas: ¿os acordáis de aquella otra que hubo por lo de Juan
Carlos I? Felipe VI ha hecho gala con la fecha de su anuncio
de un timing perfecto: increíble sicronización del Coronavirus y el virus de la
Corona.
Desde el domingo 15 he roto mi aislamiento
solo dos veces para hacer la compra de la semana, pero quiero relataros también
brevemente mi visita al supermercado del viernes 13, cuando ya la histeria
colectiva se había apoderado de la sociedad española. Yo siempre suelo ir a
comprar los viernes por la tarde y os aseguro que ese día había en el Mercadona
unas cinco veces más gente de lo normal,
una aglomeración que no hacía sino favorecer los posibles contagios;
en resumen, una panda de paranoicos de los que hacen más caso a los bulos sin
contrastar que reciben en su WhatsApp que a lo que dicta el sentido común, y
que creían que en lugar de una cuarentena organizada se nos venía encima la
Tercera Guerra Mundial o un apocalipsis zombie.
Ya en la larga cola para las cajas, intentando (sin éxito) mantener la
distancia de seguridad, notaba claramente la ansiedad de algunas personas,
hasta el punto de que decidí hacerle a una señora que estaba a mi lado un par de
comentarios jocosos sobre que la cola más rápida es siempre la que no escoges,
para relajar un poco el ambiente.
Las otras dos veces que he ido al súper son las únicas que he tenido oportunidad
de comprobar lo vacías que estaban las calles
(recordad que mis ventanas dan hacia un patio interior, amplio pero interior al
fin y al cabo), y la verdad es que no noté tanta diferencia,
porque tengo el Mercadona a una manzana y las aceras que recorro para llegar
están llenas de pequeñas tiendas de alimentación cuyos dueños, de distintas
nacionalidades, estaban sentados en los bancos o apoyados en la puerta,
charlando entre ellos como de costumbre. En la primera de mis dos visitas tuve
que hacer una cola de unos diez minutos (esta vez ya con distancia de
seguridad) en la entrada del supermercado, y una vez dentro la cantidad de
gente era razonable, aunque igual que el día 13 hubo algunos productos (leche,
magdalenas…) que normalmente están en mi lista y que no pude encontrar… ¿El fin del mundo? No; nada que no se pueda arreglar comprando otra marca veinte
céntimos más cara. En mi segunda y última incursión por ahora ya no tuve que
hacer cola, a la entrada se había instalado un expendedor de gel desinfectante
y una caja de guantes de los que se usan para la fruta, y pude encontrar todo
lo que compro habitualmente. Me di cuenta de que ahora la gente saluda más
efusivamente a las dependientas de las cajas, que se han convertido en
auténticas heroínas… La verdad es que yo siempre lo hago.
Una de las estupideces a las que se dedicó la gente durante unos días fue
la compra compulsiva de papel higiénico
en los supermercados… Bueno, mejor el papel de water que hacer una cola de cinco horas para agenciarse armas, como en los USA (otro tipo de
estupidez bastante más peligroso). A mí no me ha hecho falta comprar rollos y
además no voy a tener ningún problema al respecto… Tal vez algún día os
explique mi técnica, refinada durante años, para limpiarme el trasero de forma
eficiente y totalmente higiénica (valga la redundancia) para mis dedos
utilizando tan solo (salvo casos de emergencia) tres rectángulos de papel
(de doble capa, eso sí). No todo el mundo podría conseguirlo, lo sé, pero yo
estoy bien entrenado… Se trata de un proceso en unos diez pasos, equiparable al
del origami más exquisito, para
aprovechar la mayor cantidad de superficie de forma segura… Es difícil de
explicar con palabras, tendría que hacerlo con unos diagramas o con un
videotutorial; quizás en otra ocasión. El caso es que con el rollo ya empezado
y otros cuatro de reserva que tengo en casa calculo que me da perfectamente para subsistir dos o tres años… Lo que inicialmente se hace
para no malgastar papel y cuidar del medio ambiente te puede ser muy útil luego
en una “emergencia nacional” como esta… De saber vivir con pocos recursos os seguiré
hablando la semana que viene.
Y hablando de reciclar… Desde las pasadas vacaciones (que no Fallas) yo y
mis compañeros de faena nos estuvimos reciclando para el teletrabajo que se
avecinaba (así que tampoco fueron muy vacaciones). Después de dos semanas
encerrado en casa tengo los ojos hechos polvo de tanto mirar a mis cuatro
pantallas (Portátil del trabajo, portátil personal, televisión y móvil)… Un
consejo para todo el mundo: de vez en cuando hay que asomarse por la ventana y
fijarse en algún detalle pequeño que esté lejos, para relajar la vista; esto es
especialmente importante en niños de menos de seis años, que todavía tienen el
sistema visual bastante maleable y se pueden hacer más miopes (a ellos sí que
les conviene jugar al Veo-Veo por la ventana). Otro consejo optométrico: para
evitar la sequedad de ojos por el menor ritmo de parpadeo asociado al uso de
pantallas conviene de vez en cuando parpadear activamente, abrir y cerrar los
ojos con rapidez para segregar más lágrima.
A lo largo de estas dos semanas he chateado por WhatsApp, aparte de con mi
familia, con muchos de mis amigos y amigas; resulta bastante agradable saber
que ellos también se encuentran bien y compartir unos minutos de buena
conversación… Y luego están los presentadores y colaboradores de los programas de entretenimiento que suelo ver, que por el cambio de
formato forzado por el confinamiento se han convertido como en otro grupo de
amigos cuya charla escuchas de forma casual mientras comes o cenas… Apoyándose
en el uso de vídeo-conferencias,
algunos programas como Late Motiv
han sabido reinventarse con éxito. Otros espacios de formato más radiofónico,
como Todopoderosos o La Vida Moderna, han cambiado menos, y
simplemente se siguen haciendo desde casa
y sin público (últimamente, por cierto, estamos teniendo la oportunidad de ver el
mobiliario de todo el mundo que trabaja en medios de comunicación).
…Y La Resistencia, que
trabajaba con pocos recursos, ha conseguido sobrevivir tan divertida como
siempre o más, mientras que El Hormiguero ha tenido que cerrar unos días para
recalibrar la situación… Ya solo el equipo de los diez cámaras que se
apelotonan en torno a la mesa de Pablo Motos podría haberse considerado como
reunión no autorizada incluso antes del día 15, y en La Resistencia sin embargo
se están apañando para hacerlo todo entre cinco o seis personas. En estos
tiempos de precariedad prima el fondo sobre la forma, el contenido sobre la
apariencia, la sencillez y espontaneidad sobre el espectáculo… De todos modos el virus es el
tema que lo inunda todo, pongas lo que pongas las referencias son continuas; pero
al menos en estos canales de YouTube se trata desde un enfoque más ligero y
desenfadado, lo cual se agradece… En estos días extraños el entretenimiento se
hace más necesario que nunca para que algunos no pierdan la cabeza. Parece ser
que hay también bastante efervescencia creativa en Instagram o Twitter,
pero esos campos yo no los domino, así que no entraré en detalles.
¿Y qué pasa con La Belleza y el Tiempo? ¿He notado un aumento de visitas al
blog durante el confinamiento? Pues no de manera significativa… Sin embargo sí
ha habido más comentarios (Corrijo: Sí ha habido comentarios, punto): dos en la
entrada sobre las experiencias de mi abuela en la Guerra Civil y tres en la de
la semana pasada, sobre los aspectos sanitarios de esta epidemia. ¿Casualidad? Creo
que no, supongo que hay gente que ahora tiene un poco más de tiempo libre para
visitar estas páginas… Por cierto, lectores y lectoras con menos faena en estos
días: si queréis que os envíe una selección de recomendaciones de entradas
sobre algún tema en concreto que os interese no tenéis más que pedirmelas,
estaré encantado de ayudaros.
Lo dejamos por hoy… La próxima semana me permitiréis que haga un poco de
crítica de esta sociedad occidental nuestra, llena de individuos egoistas y
mimados, y veremos cómo a muchos, incluso sin sufrir directamente la enfermedad
en su familia o círculo de amigos o los paros en su empleo, el confinamiento
les ha pillado con la guardia baja y les ha caído como un jarro de agua fría,
dándose cuenta de que esta sensación que teníamos en las últimas décadas de ser
los reyes del Mundo y estar por encima de todo era un poco de mírame y no me toques, que no era más que una ilusión
pasajera… Y también veremos cómo algunos de esos zoquetes, lejos de aceptar
esta cura de humildad por parte de la Naturaleza, han emprendido una huida
hacia delante y en vez de replantearse el sentido de su Vida han seguido con
sus chorradas con ímpetu redoblado… Digamos que si tuviera que resumir de forma
sintética cada entrega de esta trilogía sobre el Covid-19, los títulos serían
claramente Enfermedad, Aislamiento y Estupidez.
En lo referente a este tema, no se ha hablado de otra cosa en semanas; la
cantidad de información es abrumadora, y los enfoques pueden ser tan diversos… Así
que ¿por dónde empezar? Después de darle algunas vueltas he decidido que haré una
primera entrega acerca de las posibles consecuencias sanitarias del virus SARS-CoV-2 (con consejos útiles que pueden ser
más urgentes) y más adelante hablaré de mi propia experiencia personal y de las
observaciones que he hecho a nivel sociológico (aquí me permitiréis que
despotrique un poco acerca de lo cazurra que es a veces la gente)… Os aviso de
que no soy un especialista en virus ni en pandemias, pero tengo amigos que
saben bastante y me han ido pasando información y fuentes fiables para poder
hacerme una composición de lugar. La enfermedad del Coronavirus, o Covid-19, es
una afección respiratoria que puede cursar con fiebre, tos y dificultad para
respirar, desembocando en los casos más graves en una neumonía (Aquí os dejo un link a un
resumen de la información que tenemos a día de hoy, con subtítulos en español).
Se trata de una enfermedad nueva para los humanos, un virus zoonótico
que nos ha llegado mutando desde los murciélagos, muy posiblemente a través de
otra especie intermedia (pangolín, creo); esta es una razón de peso por la que
no hay que comer carne de caza
que no esté debidamente controlada y regulada, ni en China, ni en África, ni
aquí… Como especie nos iremos acostumbrando a la enfermedad con el paso del
tiempo, generando resistencia y anticuerpos, pero el problema radica en los
primeros meses. Hay personas que tienen el virus y son asintomáticas, y en caso
de aparecer síntomas ocurre
tras unos diez días. Esto hace que, siendo menos agresivo que otros virus como
el Ébola,
se contagie sin embargo más fácilmente, ya que da tiempo a los portadores a que
tengan contacto con otros muchos individuos, incluso de otras ciudades y países,
en un Planeta tan conectado como el de hoy día. La gente más vulnerable a sus
efectos son los ancianos o las personas con problemas previos de tipo
respiratorio, cardiaco o inmunitario.
Como decía antes, al no estar todavía preparados nuestros organismos, el
problema ha sido el crecimiento exponencial del número de casos simultáneos y
la saturación de los sistemas sanitarios de los países afectados, que obliga a
los médicos a hacer triaje,
es decir, a decidir quién recibe atención y quién se abandona a su suerte… Se
hace por tanto necesario un aislamiento social y la toma de precauciones para
evitar nuevos contagios, con la finalidad de “aplanar la curva”
y ralentizar la expansión del virus todo lo posible… Ya hace casi tres años
publiqué una entrada doble acerca de virus y bacterias en la que daba consejos
sobre cómo no pillar un constipado o una gripe común, consejos que se pueden
extender perfectamente al Covid-19. Os copio aquí íntegro el párrafo más
interesante:
“¿Qué consejos
hay que seguir para evitar contagios y mantenerse lo más sano posible? En
primer lugar, evitar toquetear demasiado objetos de uso comunitario tales como
pomos de puertas, pasamanos de escaleras, asideros de autobuses o metros,
teclados en salas de ordenadores… Y en caso de haberlo hecho, intentar no
tocarse mucho la boca o la nariz después, ya que en las mucosas la temperatura
es más apropiada para que los microbios campen a sus anchas y empiecen a
multiplicarse. Recuerdo que alguna vez hemos hablado ya de aprender a estornudar bien,
colocando delante de la boca el antebrazo o el puño de la camisa en lugar de la
palma de la mano, ya que en la manga los gérmenes se mueren al cabo de un
tiempo mientras que en la mano aumenta la posibilidad de tocar los objetos
antes mencionados y contagiar a otras personas.
Por supuesto, es muy aconsejable lavarse las manos con cierta frecuencia: el
frotárselas separa los microbios de nuestra piel y la presencia de moléculas de
jabón ayuda a que se unan más fácilmente al agua, que se los lleva desagüe
abajo… Yo sigo estos consejos a rajatabla y casi nunca me pongo enfermo; ya os
dije una vez que no he faltado ni un solo día al trabajo desde que me
contrataron en el 2009.”
Como podréis suponer, sigo cumpliendo estas sencillas normas y sigo sin
haber perdido un día de trabajo en toda una década. Los consejos básicos
se reducen por tanto a estornudarse y toserse en el codo, lavarse las manos a
menudo con jabón, tocarse poco la
cara, no ir a zonas o celebraciones con mucha gente
y no viajar, pero dejadme que añada algunos trucos y consejos extra, y que os revele
mis secretos para evitar contagios… Una cosa que suelo hacer en épocas de gripe
es coger los pomos de las puertas muy utilizadas o el asa de los carritos del
supermercado por donde no se suelen agarrar; resulta un poco más incómodo pero
vale la pena. Para entrar o salir del metro, justo antes de adoptarse las
medidas de contención, esperé a que alguien pulsara primero la apertura de puertas. Y también hago un
“reparto de tareas” entre las distintas partes de mi mano, usando los nudillos
para pulsar el botón del ascensor y la punta de los dedos para rascarme la
nariz o frotarme el ojo si no tengo más remedio; cuesta un poco pero al final
te acostumbras a no mezclar (Esto me recuerda a esa sabia costumbre tradicional musulmana y de muchas sociedades actuales en vías de desarrollo
de comer con la mano derecha para poder limpiarse el trasero con la izquierda… Pero
de papel higiénico ya hablaremos más adelante).
Hay que tener presente que el virus puede llegar a nuestra boca, nariz u
ojos desde otra persona de varias posibles formas: transmisión boca-boca (por
eso está mal dar besos en la mejilla o toser o estornudar sin taparse), boca-mano-mano-boca
(de ahí que esté mal toser en la mano y estrecharla) o boca-mano-objeto-mano-boca
(lo que desaconseja toserse en la mano y después tocar cosas con ella).
Y por supuesto, totalmente prohibido sacarse los mocos con el dedo, ahora más
que nunca… Es increíblemente difícil evitar el contagio
al 100%, y además la gente comete errores de diversos tipos: por ejemplo, ¿es
recomendable saludarse con los codos si luego todo el mundo va a acercarse su
propio codo al toser? ¿Y por qué hay tanta gente que se pone guantes pero luego
no sabe usarlos? Todo objeto que
se coja con el guante puesto no debería tocarse luego sin él. ¿Y por qué no
entendemos que las mascarillas son sobre todo para los enfermos? El otro día en
el metro había una chica con una mascarilla increíblemente aparatosa que sin
embargo iba tocando todas las barras con la mano desnuda… Los últimos días
antes del confinamiento había gente que le enseñaba a los amigos noticias
alarmantes sobre el virus pasando un móvil de mano en mano,
algo totalmente contraindicado en estos casos… Y a no ser que acostumbres a
besar a menudo la suela de tus zapatos, no debes temer un contagio por esa vía,
no hace falta que los dejes fuera de casa.
En un caso como este, con billones de enemigos microscópicos e invisibles a
nuestro alrededor, la probabilidad de contagio nunca es cero pero hay que intentar
reducirla al máximo… Una manera de afrontar el problema es haciendo uso de la
Teoría de Redes
y considerar a la población mundial como un conjunto de agrupamientos que nunca
son estancos, que se comunican entre sí mediante una serie de nodos
en los que radica la clave del asunto. Hasta la declaración del estado de
alarma en España, el sábado 14 de marzo por la noche, los criterios más
razonables a tener en cuenta eran estos: cuanto menos frecuente sea para ti una
actividad, más lejos tengas que desplazarte para realizarla y más gente se
congregue en ese sitio, menos recomendable es hacerla a efectos de contagio
(tuyo o de los demás). También había otras consideraciones de carácter no
sanitario a tener en cuenta, como ¿Se trata de una actividad importante para
mí, es lo que me da de comer? o incluso ¿Aguantaré bien psicológicamente a
largo plazo sin realizarla? A partir del sábado 14, que un determinado trayecto
forme o no parte de tu rutina semanal queda supeditado, por encima de todo lo
anterior, a las nuevas ordenanzas establecidas por el Gobierno.
Si todo el Mundo (los 7.700 millones) siguiera a rajatabla los consejos contra
el contagio durante unos quince días, la enfermedad simplemente desaparecería.
El problema, como ya os he dicho, es que eso es imposible: siempre hay alguien
que por casualidad, despiste o negligencia se acaba contagiando, con lo que el
virus va saltando de unos a otros y no nos lo acabamos de quitar de encima.
No es la primera vez que una enfermedad pasa al Homo Sapiens desde otra
especie, ya en otras ocasiones ha habido epidemias y pandemias de gripe aviar o
de gripe porcina. Hacia 1920 el retrovirus del VIH se transmitió de chimpancés
a hombres en la República Democrática del Congo, tal vez por contacto de la
sangre de los animales con heridas de los cazadores, y no se expandió por todo
el globo hasta la década de los 80; entre la transmisión de este virus y la
aparición de la enfermedad (el Sida) pueden pasar años (Por cierto, hoy en día
tenemos ya medicamentos que lo mantienen bajo control, y continuamente se están
realizando nuevos avances).
También está la mal llamada gripe española de 1918,
que apareció inicialmente en los USA y mutó después a una variedad letal, matando
en todo el Planeta a más gente que las dos Guerras Mundiales juntas.
Si no nos restringimos a los virus, es famosa la epidemia de peste negra
que asoló Asia y después Europa a mediados del S.XIV, llegando vía Italia a
través de la Ruta de la Seda (curiosamente, un camino muy similar al que ha
hecho el Covid-19, solo que este ha utilizado aviones en lugar de barcos). La
bacteria de la peste es trasportada por las pulgas de las ratas, y fue la
responsable por aquella época de la muerte de un tercio de la población europea…
La historia se ha repetido una y otra vez durante los últimos 10.000 años, desde
que empezamos a ser ganaderos, debido a la cercanía con los animales domésticos.
Los avances médicos y científicos nos han ido ayudando a resolver estos
problemas: sin ir más lejos, a lo largo del S.XIX conseguimos vencer a muchos tipos de bacterias
nocivas con algo tan sencillo como la higiene, el lavarnos las manos de vez en
cuando. También fue muy importante el descubrimiento de los antibióticos, aunque
hoy en día algunas bacterias se están convirtiendo en superresistentes porque
la gente los usa sin control… Contra los virus, además de los propios
anticuerpos que cada uno genera, tenemos las vacunas, cuya eficacia varía
porque (al menos en el caso de la gripe) se hacen a partir de la cepa del año
pasado y los virus van mutando cuando se replican. En el caso de la viruela,
el acuerdo a finales de los años 50 sobre una campaña coordinada de vacunación
a nivel mundial permitió dar por erradicado oficialmente el virus en 1980.
Los expertos ya sabían que tarde o temprano aparecería una pandemia de este
tipo, que solo era cuestión de tiempo,
pero aun así no se tomaron suficientes precauciones. Ya desde mediados de enero, en
cuanto las noticias de Wuhan empezaron a ser alarmantes, los investigadores españoles se pusieron a trabajar en la
obtención de una vacuna (yo mismo recibí a través de la lista de correo de la
Universitat de València un par de convocatorias). Se han facilitado en todo el
Mundo dinero y medios suficientes para acelerar el proceso, así que si todo va
bien la vacuna estará lista y testada hacia abril de 2021,
con lo que tendremos el problema resuelto…
dejándonos lamentablemente a algunos de los más débiles por el camino.
Por cierto, queridos amigos antivacunas:
así es como se comporta una enfermedad cuando no existe remedio… o cuando se
rechaza este remedio por pura ignorancia y estupidez.
Una de las principales conclusiones que deberíamos sacar de todo este asunto es
que no hay que hacer caso a los científicos solo cuando ya es demasiado tarde;
hay que darles fondos para investigar y reducirles las trabas burocráticas
antes de verle las orejas al lobo… y sobre todo hay que usar el sentido común,
que a veces brilla por su ausencia. El Conocimiento es Poder,
y los problemas aparecen siempre cuando la gente decide ignorar voluntariamente
ese Conocimiento… Lo dejamos aquí por ahora; la semana que viene os cuento qué
tal me está yendo encerrado solo en casa.
La semana pasada os hice una breve crónica de los bombardeos sufridos por
Valencia durante la Guerra Civil Española y una descripción de los refugios
antiaéreos que se pueden visitar en la actualidad. Además de la nuestra también
sufrieron bombardeos y episodios terribles otras ciudades de la región como Alicante,
Sagunto, Castellón, Carcaixent o Xátiva…
El objetivo de hoy es el de relataros las vivencias de mi abuela materna Ana
Luisa Rodríguez, su madre, sus hermanos y su primo Hostilio en las calles de
Valencia durante la guerra, un relato que ella misma me trasladó para que lo
pusiera por escrito y que os dejé pendiente hace ya unos años en el blog.
Diversas circunstancias de la vida llevaron a mi abuela, siendo
aún niña, de Canarias a la península (en concreto Madrid y después Bilbao) con
su madre Micaela y su padrastro Isidoro, que falleció en 1929. Tras estallar la guerra Micaela y ella pasaron una
corta temporada con familiares en Inglaterra, aunque luego volvieron a España.
En un breve relato autobiográfico que escribió sobre aquella época y que
todavía conservo, titulado Las Joyas Perdidas, mi abuela hablaba, refiriéndose
a la situación en Bilbao (y supongo que después la cosa sería parecida en algún
momento en Valencia), de la escasez de víveres, las colas interminables para
comprar comida, los registros, los tiroteos en las calles, las explosiones en
la distancia… Ana Luisa adelgazó mucho en Bilbao y aparece demacrada y ojerosa en las pocas fotos suyas que
conservamos de aquella época. Sus hermanos Lorenzo,
Miguel y Emilio fueron saltando de ciudad en ciudad por las vicisitudes de la
guerra. Al mayor, Lorenzo, oficial de correos y afiliado al partido socialista,
lo habían hecho capitán; Emilio, el más
joven de los cuatro, murió de tuberculosis en La Habana en 1938.
En su día ya os hablé de mi tío bisabuelo Luis Rodríguez Figueroa, personaje
ilustre de Tenerife, y de algunos de sus hijos, entre los cuales estaba
Hostilio, segundo protagonista principal de esta historia, republicano y masón
como su padre. Hostilio estudió Derecho en la
Universidad de La Laguna y se especializó en Derecho Internacional en Londres,
alojándose con su primo Tomás Bartlett (el familiar del que os hablaba antes), siendo
militarizado durante la guerra y convirtiéndose en fiscal de la República,
llegando a estar en algún momento en combate en el frente de Viver y Teruel
como comandante del Batallón Canarias. Llegó a Valencia desde Madrid con el
traslado del Gobierno de la República. Cuando Ana Luisa regresó con su madre desde
Inglaterra a Valencia en octubre de 1937, Hostilio vivía en la segunda planta
de la calle Guillem de Castro nº48, entre las calles Guillem Sorolla y En Bany,
no muy lejos de las Torres de Quart. En un principio el piso estaba alquilado a
unos partidarios del bando nacional que se habían ido a Barcelona por miedo, y
el Gobierno de la República lo incautó y se lo cedió a Hostilio; esto lo solían
hacer a menudo para realojar a los republicanos que vinieron de Madrid. A la
llegada de mi abuela Hostilio compartía el piso con su hermano Elio y con un
amigo llamado Raúl Montesdeoca, maestro, que más tarde se marchó a Argentina.
Elio también se marchó poco después.
El edificio
tenía dos puertas por planta, sin ascensor. El piso tenía un comedor y un
dormitorio con salida a los balcones de la calle, y otros dos dormitorios
interiores, una cocina pequeña y una galería que daba al patio de luces dentro
de la manzana. La galería tenía en un rincón un sencillo retrete de madera,
pero no había nada que pudiera llamarse cuarto de baño. Micaela compró una
bañera de madera forrada de zinc que se colocó en un pequeño cuartito cercano a
la cocina; para usarla se iba calentando agua del grifo en cacerolas y se
llenaba poco a poco. La cocina funcionaba con carbón, que se compraba en la
carbonería en caso de que hubiera existencias. Micaela y Ana Luisa también
hervían agua de vez en cuando para rociar con una cafetera los somieres
metálicos de las camas, con un cubo debajo, y matar así a las chinches,
que por la noche producían unos molestos picotazos. Mi abuela recordaba con
claridad cuando me lo contaba que las chinches trepaban por la pared en fila
india, y que Hostilio, Elio y Raúl las iban achicharrando una a una con una
vela, dejando las paredes llenas de manchas de humo.
Hostilio, Ana
Luisa y Micaela convivieron en la calle Guillem de Castro entre octubre del 37
y agosto del 38. Ana Luisa encontró un trabajo como secretaria en una empresa
de barnices y esmaltes en la calle Cirilo Amorós, y por la tarde iba a un par
de academias, de mecanografía y de idiomas, pero normalmente comía y cenaba con
su madre en el piso. Hostilio iba allí a dormir, pero por lo general pasaba
todo el día fuera. Ana y sus amigas, así como su futuro marido Ricardo y los
suyos, frecuentaban una cafetería de la calle Paz esquina con la calle Comedias
llamada Ideal Room
en la que se respiraba un ambiente intelectual de izquierdas, con escritores,
periodistas, gente del Gobierno… Hostilio también pasaba por allí de vez en
cuando.
Como ya hemos
dicho, los aviones italianos y alemanes sobrevolaban a menudo la ciudad y
bombardeaban los puntos clave; las explosiones más cercanas que vivió Ana Luisa
en Valencia fueron las de la Estación del Norte. Frecuentemente sonaban las
sirenas y la gente acudía al refugio, que estaba a la vuelta de la esquina, muy
cercano al piso. Micaela bajaba siempre, pero al cabo de un tiempo Ana Luisa ya
no lo hacía tan a menudo (había gente que incluso subía a las azoteas, a ver el “espectáculo”). A medida que se
fueron sucediendo las semanas las noticias en prensa sobre los bombardeos iban
siendo más escuetas, por haberse convertido en costumbre y también para que no
cundiese el desánimo entre la población.
Cuando los
aviones sobrevolaban la zona de noche
todo el mundo tenía que apagar las luces para no proporcionar a los pilotos
pistas sobre la posición exacta de los objetivos, pero algunos
quintacolumnistas partidarios de Franco dejaban las luces encendidas a
propósito. Unos vecinos de un piso superior, al otro lado del patio de luces,
hacían esto a menudo, y Hostilio se asomaba furioso a la ventana de la galería
gritando con su característico acento canario: “¡Fascistas! ¡Apagad ahora mismo
las luces o subo y os pego un tiro!”. Mientras, su tía Micaela le agarraba de
la camisa por detrás intentando que se calmara y les evitara un disgusto.
Algunas noches los vecinos acababan apagando las luces y otras no.
Mi tío abuelo Lorenzo regresó del frente de Teruel y llegó a Valencia al piso de Hostilio, donde estuvo
un breve periodo de tiempo conviviendo con su primo, hermana y madre. En
aquella época Ana Luisa conoció a mi abuelo Ricardo y poco tiempo después este pidió
su mano a Micaela, no sin antes coger el trenet a Tavernes Blanques y comprar
dos kilos de carne para regalárselos a su futura suegra
y así congraciarse con ella. Hostilio pudo asistir a la boda civil, el 8 de
agosto de 1938, pero poco tiempo después tuvo que marcharse de la ciudad porque las tropas de Franco habían cortado la carretera
Valencia-Barcelona. Lorenzo no había tenido más remedio que irse también la víspera de la boda de su hermana. Con el paso de los meses tanto Lorenzo como Hostilio acabaron exiliándose a Francia; Hostilio le comunicó a su primo sus
planes de navegar a América, pero Lorenzo no quería tomar ese camino. Micaela
también acabó marchándose a Francia, pero Ana Luisa se quedó en Valencia por
Ricardo.
Hostilio les
cedió el piso de la calle Guillem de Castro a los recién casados, y en 1939 estos
lo intercambiaron con el propietario por otro piso en la calle Buenos Aires en
el que todavía estaba alquilada mi abuela cuando falleció, siendo por entonces la
propietaria del edificio la nieta del propietario original. Poco antes de
mudarse al piso de Russafa había tenido lugar un suceso escalofriante en el
edificio de al lado: una bomba cayó por el hueco de la escalera, destrozando a
su paso los retretes de todas las plantas, pero afortunadamente no llegó a explotar. Valencia
cayó en manos de los franquistas el 29 de marzo de 1939. La última semana
la situación fue dramática, con miles de personas huyendo, saqueos, venganzas
de última hora… Hasta el mismo día 25 se sufrieron bombardeos, ya sin
necesidad, meramente a modo de represalia. El 31 de
marzo marchaban las tropas de Franco por las calles de Valencia y el 1 de abril
terminaba oficialmente la guerra.
Después de
escapar de un campo de concentración en Burdeos, Hostilio se reencontró con sus
hermanos Manlio, Elio y Layo, este último capitán mercante. Un canario rico les
consiguió un barco para ir a América, y finalmente acabaron en Colombia,
después de pasar por Venezuela. Los hechos de esta travesía marítima se relatan
en el libro La Odisea del Capitán Miranda,
de Félix Santos, aunque en opinión del propio Hostilio esta narración contenía bastantes
imprecisiones. Una vez en Sudamérica Hostilio y sus hermanos siguieron viviendo
aventuras más propias de una película
que de la vida real, pero de esas tengo ya menos detalles.
A pesar de las
conexiones familiares de mi abuela, mi abuelo Ricardo había mantenido un perfil
más bajo durante la guerra y por eso no necesitaron huir de Valencia, pero sí
tuvieron por ejemplo que deshacerse de muchos libros comprometedores, entre
ellos los de García Lorca, para
no tener problemas con los franquistas. Por sus ideas de izquierdas, a mi abuelo lo bajaron cuarenta puestos en el
escalafón del Banco Hispano Americano donde trabajaba y le ofrecieron sin
alternativa posible un traslado a Alcoi, ante lo cual él mismo decidió prejubilarse
a los 36 años aduciendo motivos de salud, por sus problemas cardiacos, para
montar su propio negocio: un almacén de suministros de material industrial para
astilleros, tranvías, trenes y hornos, en la propia calle Buenos Aires, que
funcionó bastante bien, proporcionando estabilidad económica a su familia. Tal
vez recordaréis que yo mismo viví en el piso de la calle Buenos Aires unos años tras fallecer mi
abuela, y que ahora se ha convertido en un apartamento para turistas en el barrio de moda.
En cuanto al nº48 de la calle Guillem de Castro, en la actualidad es un solar; creo que en algún momento se utilizó como
aparcamiento para coches.
Tras la muerte de Franco y la transición a un
régimen democrático, Hostilio, ya con mujer e hijos en América, pudo viajar de
vuelta a España de vez en cuando y visitar a su prima y a otros familiares y
amigos. De hecho algunas de sus aventuras me las contó él directamente, ya mayor,
durante sus estancias en Valencia. Murió en 2007 con 98 años de edad: se quedó
dormido plácidamente en un vuelo intercontinental, creo recordar que desde
Barcelona a Bogotá, y no se volvió a despertar. La mayor parte de los detalles referentes
a él que he dado en esta entrada me los contó mi abuela hace más de una década,
cuando me empecé a interesar por mi árbol genealógico
y por la historia de mi familia. El archivo que me ha servido como punto de
partida para escribir estas líneas está fechado en junio de 2009, tan solo un mes antes de fallecer Ana Luisa
a los 94 años. Por aquel entonces ya llevaba unos meses delicada de salud, y
estos momentos en los que la entrevistaba y la animaba a recordar detalles eran
para ella muy agradables, no solo por pasar el rato charlando con su nieto sino
también por la tranquilidad de saber que las historias del pasado quedarían en
negro sobre blanco y no se perderían para las futuras generaciones de la
familia.
Es curioso ver
cómo las personas de esta generación, a medida que se van acercando al final de
su vida, tienden a retrotraerse cada vez más a menudo a sus recuerdos de
juventud, incluso aunque estos pertenezcan a una época tan oscura
como aquella… Debe ser sencillamente porque a esa edad se vive todo de forma más
intensa, y no tuvieron más remedio que adaptarse al caos y al horror que les
rodeaba, no permitieron que las penurias les impidieran experimentar emociones como
el amor que trajo a mi madre a este Mundo… Cada vez van quedando menos
supervivientes de aquella época, supervivientes cuyos testimonios son especialmente
valiosos porque su visión de los acontecimientos se ha reposado con el paso de
las décadas y la perspectiva que da la experiencia vital. Hay que conservar
estos relatos a toda costa, mantener la memoria histórica para no repetir los mismos errores
y también para ser bien conscientes de la suerte que tenemos de vivir en tiempos de Paz, incluso en estos días de
incertidumbre sanitaria y reclusión forzosa… La próxima semana, muy probablemente,
compartiré con vosotros mis impresiones sobre el comportamiento de los
valencianos del siglo XXI durante la presente epidemia de Covid-19.