lunes, 24 de junio de 2013

Remember Sammy Jankis (III)

En septiembre de 1999, durante el rodaje de Memento en el calor sofocante del Valle de San Fernando, en California, el reparto y el equipo técnico de la película quedaron asombrados por el hecho de que Christopher Nolan llevara la chaqueta puesta en todo momento. Un día la productora Jennifer Todd no pudo reprimirse más y le preguntó por qué no se la quitaba nunca, a lo que él respondió que lo hacía por respeto al resto del equipo. Tiempo después, al formulársele de nuevo la misma pregunta, Nolan admitió que cuando iba al colegio tenía que llevar uniforme, y que fue entonces cuando se acostumbró a utilizar todos los bolsillos de la chaqueta, de modo que a partir de aquel momento se sentía más cómodo con ella puesta. ¿Os recuerda a alguien el detalle de los bolsillos? Se suele decir que escribimos acerca de lo que conocemos, así que no me extrañaría nada que Nolan hubiera utilizado alguna otra vivencia personal, llevándola al extremo, para crear el personaje de Leonard Shelby. En otras ocasiones el director, productor y guionista ha declarado que no le gusta perder tiempo pensando qué prendas tiene que ponerse, así que casi siempre lleva la misma ropa; y que nunca le ha interesado mucho la tecnología, con lo que prescinde de cosas tan indispensables para la mayoría como un teléfono móvil y una dirección de e-mail… Todo esto junto con el descubrimiento de que es zurdo me ha llevado a pensar que Nolan y yo tenemos más cosas en común de lo que creía; será por eso que me gustan tanto sus películas.
 
 
Los años y la experiencia me han confirmado eso que se suele decir de que, en lo que respecta al cerebro, a la personalidad, a la forma de ser, nadie es del todo normal; que en mayor o menor grado todos venimos con un defecto de fabricación o dos; que no hay blancos ni negros sino múltiples tonos de gris a medio camino entre la cordura y la locura, entre la perfección y la patología… y yo, por supuesto, no soy una excepción. Aunque la semana que viene seguiremos desentrañando los misterios de Memento, hoy haré un paréntesis para hablaros de mi caso (¿clínico?) particular en lo que se refiere a la memoria. Aunque me costó bastante llegar a ser capaz de verbalizarlo, ya hace tiempo que soy consciente de mis pros y mis contras en este aspecto. Sé que en el terreno de lo sensorial, y en particular de lo espacial, visual y simbólico, mi memoria es bastante buena: tengo facilidad para recordar olores concretos y a veces puedo reconocer una canción con sólo oírla durante una fracción de segundo; poseo un buen sentido de la orientación y una muy buena memoria para las caras, pudiendo reconocer a una persona mirando una foto suya de niño, o incluso viéndola sólo de espaldas (vamos, que yo no necesitaría una Polaroid 690, como Leonard Shelby). Sin embargo, en el terreno de lo verbal, de lo conceptual, de lo abstracto, para algunas cosas mi memoria es buena y para otras un auténtico desastre (Esto sin duda tiene que ver con el hecho de que soy zurdo y por tanto mi hemisferio cerebral dominante es el derecho, pero ya nos centraremos en ese tema otro día).
Por ejemplo, a pesar de que soy bueno para reconocer caras, me cuesta mucho recordar los nombres de las personas con las que aún no he establecido un mínimo vínculo social o afectivo. Y retengo en la memoria una gran cantidad de datos de cultura general, pero sin embargo no sabría deciros qué comí hace tres días. Otra cosa que se me da fatal recordar es todo lo referente a gestiones administrativas, burocracia y papeleos. Aunque en el Colegio podía memorizar listas, datos o largas parrafadas “al estilo papagayo” sin ningún problema, noté que a medida que avanzaba en la Universidad era cada vez menos capaz de hacerlo; sin embargo, mi carrera no se basaba tanto en memorizar como en entender los conceptos y relacionarlos entre sí, poniéndolos en su contexto, así que no tuve ningún problema para sacar buenas notas. Me pasa algo muy curioso con las asignaturas de la Universidad: a pesar de que sigo reteniendo las nociones básicas de cada una de ellas, y de que recuerdo las caras de todos mis profesores y profesoras, me cuesta mucho a estas alturas asociar a cada profesor con la asignatura que me impartió. En general, podría decirse que recuerdo los conceptos, pero no dónde aprendí cada cosa. Y si descubro que alguna información de mi cabeza resulta ser incorrecta, la reemplazo por la correcta y la olvido inmediatamente: así no malgasto espacio de memoria. Hasta hace un par de semanas yo racionalizaba todo esto pensando que tengo buena memoria para lo que me interesa y mala para lo que me aburre, pero documentándome para la redacción de estas entradas me he dado cuenta (¡incluso a estas alturas, nunca deja uno de aprender cosas nuevas!) de que tengo una buena memoria semántica, pero mi memoria episódica es terrible. He sabido por fin ponerle un nombre a mi problema, lo cual es estupendo, porque, como ya hemos comentado otras veces, ser capaz de asignar una etiqueta a algo te permite conocerlo mejor y por tanto manejarlo mejor. Sienta muy bien, esto de aumentar un poco tu nivel de autoconocimiento.
 
 
De todas formas, en este Mundo hay que bregar de vez en cuando con tareas que nos aburren soberanamente, hay datos que necesitamos recordar aunque no entendamos del todo cómo encajan en su contexto. Yo he aprendido poco a poco una serie de trucos para compensar mi mala memoria episódica: el equivalente a los seis bolsillos, las fotos y los tatuajes de Leonard Shelby. Como decía Leonard, todo es cuestión de disciplina y organización, hay que utilizar los hábitos y la rutina para no olvidar nada importante: mis problemas de memoria son con toda seguridad una de las razones por las que soy una persona muy ordenada y meticulosa. Se dice que dos buenos métodos para acordarnos de si tenemos pendientes o no, y cuándo, las tareas que repetimos con cierta periodicidad (diaria, semanal, trimestralmente, etc.) son dejar objetos en un lugar determinado y usar listas; yo hago uso de ambos. El cambiar objetos de sitio, tanto en el trabajo como en casa, me resulta muy útil para acordarme de los recados, porque soy una persona muy visual y por tanto la asociación de ideas me viene a la cabeza muy rápidamente.
Puedo daros muchos ejemplos de cómo uso en mi piso este sistema visual de recordatorios: tengo una mesita reservada para las cosas que he de coger cuando voy a ver a mis padres, y un sillón en el que dejo los trastos para la próxima vez que baje a la calle (¿Que parece que va a llover? Dejo el paraguas. ¿Que hace un poco de fresco? Algo de manga larga. Y así sucesivamente…) Cuando tengo que cambiar la hora del despertador lo dejo sobre la almohada, y cuando me toca afeitarme pongo la maquinilla junto al grifo del lavabo. Donde más utilizo este método es en la mesa del comedor, que como ya os dije uso a modo de despacho: tengo en ella una zona dedicada a las tareas en curso o pendientes de realizar, en la que coloco la lista de la compra, la cámara de fotos, los distintos cargadores o cualquier otro objeto que me sirva de recordatorio; incluso en los meses de frío coloco un pequeño termómetro de pared, pero no para mirar la temperatura, sino para acordarme de apagar la calefacción antes de irme a la calle o a dormir: cuando la enciendo lo dejo torcido y cuando la apago lo pongo recto de nuevo. Teniendo en cuenta que mi mesa del comedor y la cómoda de al lado son como una prolongación de mi cerebro, de mi memoria, una especie de cuadro de mandos, podréis entender que cuando mi ex pareja me sugirió que quitara todos los trastos de en medio para mí fue como plantearme una pequeña operación de lobotomía… Antes de salir de una habitación, para asegurarme de que no se me olvida nada, doy un repaso con la vista, empezando desde el marco derecho de la puerta y en la dirección de las agujas del reloj hasta llegar al marco izquierdo… Sí, sí, vosotros reíos, pero a mí el sistema me funciona.
En cuanto a las listas de tareas, las hago tanto en mi agenda como en papelitos sueltos… pero no adelantemos acontecimientos, hablemos primero de la agenda. Es del tipo tradicional, no electrónica, y de tamaño manejable pero no lo suficientemente pequeña como para caber en un bolsillo. Le doy simultáneamente varios usos distintos; de hecho, es una mezcla entre agenda, diario y lista de tareas. Aparte de las festividades, los cumpleaños o las fechas de los eventos culturales, también anoto en ella de forma telegráfica los acontecimientos destacables del día a día: con qué amigos quedo, a dónde acabo yendo cada día o qué películas veo en el cine o en la tele (si resultan ser malas, a veces las tacho o no las apunto, para olvidarlas). A todo esto se añade un montón de anotaciones con los quehaceres diarios, las tareas de la casa y otras actividades, menos placenteras pero necesarias, que voy tachando conforme las hago. La verdad es que soy una persona con una agenda apretada, tanto metafóricamente como literalmente: tengo que utilizar una letra pequeña para que me quepan todas las notas, y la parte de los días que ya han pasado se va quedando tan caótica y llena de tachones que parece el diario de Kevin Spacey en Seven o un informe censurado de la CIA. Me pasa una cosa curiosa: cuando leo las anotaciones que hice unos meses antes, ya no recuerdo haberlas hecho, así que es como recibir una nota de otra persona que escribe con tu misma letra (“Para cuando leas esto, ya me habré marchado…”). Leo las notas de mi Yo Pasado y a la vez dejo notas para mi Yo Futuro, como hacía Leonard en la película, aunque este desdoblamiento entre el que escribe y el que lee queda aún más patente en el personaje de Earl, el equivalente de Leonard en el relato corto de Jonathan Nolan.
 
 
En cuanto a los papelitos sueltos para anotar recados, aproximadamente del tamaño de un post-it pequeño, los llevo en mi cartera o en la solapa de la agenda, y junto con otras listas escritas en la propia agenda a intervalos de uno o dos meses me sirven para ayudarme a recordar tareas sin un plazo definido, es decir, todo lo que no es urgente. En los papelitos de la cartera anoto ideas para el blog, fotos pendientes de hacer, direcciones de las casas de mis amigos, direcciones de e-mail, números de teléfono, recados que se me ocurren por la calle y que debo apuntar después en la agenda… Cómo no, dentro de la misma cartera llevo siempre un Boli Bic pequeño para anotar; no salgo de casa sin él. En las listas de la agenda incluyo películas para ver, reparaciones o tareas de la casa, compras pendientes, revisiones médicas que se van posponiendo, proyectos para el futuro… Antes me hacía montones de notitas como éstas, con listas de tareas que iba arrastrando durante años y que repasaba a menudo, pero igual que le pasaba a Sammy Jankis (o sea, igual que le pasaba a Leonard antes de recurrir a los tatuajes), este sistema no me funcionaba y sólo me hacía perder el tiempo. Cada vez las uso menos, y muchas de ellas las he guardado en una cajita en casa para que no me abulten en la cartera. Además, aunque sigo haciendo muchas anotaciones en mi agenda, son menos que antes, y ya no me preocupo tanto por los olvidos: estoy empezando a entender cómo funciona esto.
A la hora de decidir si vale o no la pena recordar algo, hay que plantearse si es o no urgente y si es o no importante. Las tareas urgentes, con fecha fija o un plazo determinado, suelen tener que ver con otras personas: tus compañeros y tus jefes del trabajo, tus amigos, los responsables de las actividades artísticas y culturales a las que asistes… Si tienes la suerte de encontrar un trabajo que te guste, si sabes rodearte de amigos que valgan la pena y si sabes elegir sabiamente las actividades de tu tiempo de ocio, podrás conseguir que la mayoría de esas tareas urgentes sean además importantes… y eso es bueno, porque aunque tengas que apuntarlas de todos modos, te resultará más fácil recordarlas. En cuanto a lo que no es urgente, recordemos una vez más que es imposible saberlo Todo acerca de Todo: en caso de tener que elegir, hay que recordar lo importante olvidando lo accesorio, hay que dar preferencia a lo semántico por encima de lo episódico, y eso es precisamente lo que ha hecho mi cerebro a la hora de distribuir los recursos disponibles. Estoy empezando a darme cuenta de que aunque mi memoria no es perfecta, el problema no es tan grave como pensaba; lo que ocurre es que antes trataba de memorizar cosas que a la larga he visto que no eran realmente tan imprescindibles como para recordarlas. Recuerdo lo que me interesa y olvido lo que me aburre, sí, pero por suerte tengo la impresión de que lo que me interesa es lo que importa y lo que me aburre no lo es… Por tanto, no hace falta que siga escribiendo listas de tareas: debo confiar en que las cosas que sean realmente importantes las recordaré por mí mismo sin necesidad de repasar las listas una y otra vez… Me parece que empiezo a comprender cuáles son esas cosas importantes; son como palabras que he ido tatuando poco a poco en mi mente: palabras como Libertad, Verdad, Conocimiento, Coherencia, Sencillez o Justicia.

lunes, 17 de junio de 2013

Remember Sammy Jankis (II)

Después de haber hablado sobre la memoria en general y sobre los distintos tipos de amnesia y cómo se han tratado en el cine, nos ponemos hoy manos a la obra con Memento, la estupenda cinta de Christopher Nolan. Ésta es la segunda de las ocho películas que Nolan ha dirigido hasta el momento, y aunque tengo pendiente todavía ver Following (no por mucho tiempo, ya está encima de mi mesa), puedo decir que todas las demás me han encantado.
Aunque Memento no se estrenó en salas en España hasta enero de 2001, yo la vi en la XXI Mostra de València, en la sala A de los Cines Martí, a las 18:00 del viernes 20 de octubre de 2000 (mes y medio después de su estreno absoluto en el Festival de Venecia, el 5 de septiembre). No es que me acuerde de memoria de todo esto (de hecho, hasta mis recuerdos acerca del año exacto estaban un poco borrosos); sencillamente he consultado mis notas y he hecho un poco de investigación. Cuando hojeo la programación de un festival de cine, con montones de películas de directores desconocidos de las que no tengo ninguna referencia, a la hora de elegir me suelo guiar por la sinopsis del argumento. En el caso de la cinta de Nolan, que por aquel entonces también era un desconocido, el breve resumen incluido en los folletos logró sin duda captar mi atención por encima de las demás opciones:
“Leonard Shelby viste caras ropas de diseño y conduce un viejo Jaguar, pero vive en moteles baratos que paga en metálico. A pesar de tener el aspecto de un exitoso hombre de negocios, su única meta es la venganza, el castigo del hombre que violó y mató a su mujer. Esto es especialmente dificultoso dado que padece una extraña e incurable forma de amnesia: recuerda todo lo que pasó en su vida antes del trágico suceso, pero no lo que le ha sucedido quince minutos antes, a dónde se dirige o por qué.”
El planteamiento argumental de la película me pareció irresistible, y después de verla su planteamiento formal me resultó apasionante también. Es una cinta difícil, que invita a múltiples visionados para tratar de atar todos los cabos sueltos de la historia; sin duda aún más visionados de los que hacen falta con películas de la misma época como El Sexto Sentido o Los Otros. De hecho, en los Estados Unidos se estrenó más tarde que en España, en marzo del 2001, porque costó mucho encontrar una distribuidora; había bastante miedo a que la gente no entendiese la historia y no la recomendasen a sus amigos. Sin embargo, poco después quedó demostrado que estos temores eran infundados: Memento recuperó de sobra la inversión realizada y con el paso del tiempo se ha convertido en una película de culto, inspirando muchos otros filmes, a veces de manera sutil y en ocasiones de forma evidente.
 
 
En los casi trece años que han transcurrido desde que la vi por primera vez, mi admiración, casi rayana en la obsesión, por esta caleidoscópica película no ha hecho sino crecer. La debo haber visto unas quince veces, tanto en versión original como doblada, y tanto en cine como en DVD. He leído críticas y análisis pormenorizados en Internet. He mantenido largas conversaciones hasta altas horas de la noche con mis amigos cinéfilos acerca de las distintas capas de la narración. He leído el relato corto Memento Mori, de Jonathan Nolan, en el que se basa el guión de su hermano Christopher para la película. He recorrido todos los posibles caminos de la web oficial en busca de información adicional sobre lo que realmente pasó, teniendo que hacer a veces incluso tareas de OCR para poder disponer de dicha información. He quemado el botón de la pausa apuntando los minutajes de las distintas escenas y escribiendo un breve resumen de cada una, para después ordenarlas conforme van ocurriendo; y en el momento en que estuvo disponible, he visto el montaje en orden cronológico que Nolan hizo para los extras de la edición especial en DVD. Últimamente, por supuesto, he vuelto a repasar todas estas fuentes, tomando nuevas notas, y me he documentado mejor sobre la memoria y la amnesia para preparar la presentación de la película y las entradas del blog. Intentaré que la entrega de hoy, anterior a la proyección del Aula de Cinema (buscad un boli: este miércoles a las seis en Filología), esté en la medida de lo posible libre de spoilers. En las próximas entregas, dando ya por sentado que la habéis visto, intentaremos dar respuesta a los enigmas que nos plantea Nolan en la cinta.
Desde el punto de vista médico, Memento es una buena aproximación a la amnesia anterógrada (se alude a ella varias veces como “pérdida de la memoria reciente” o “incapacidad para crear nuevos recuerdos”), salvo tal vez por un detalle: el lapso de atención de Leonard es de unos quince minutos, menos aún si está bajo condiciones de stress, pero aun así es bien consciente de su problema y consigue tomar medidas para sobrellevarlo y tener cierto grado de independencia, lo que sería impensable en un caso real. Una posible explicación a esto sería que la muerte de su mujer le proporciona una motivación extra, desde otras zonas de su cerebro menos relacionadas con la memoria pero más con lo afectivo, para mantener la disciplina y organización necesarias para no dispersarse demasiado; como Leonard mismo lo llama, “una razón para vivir”.
Para no perderse entre un mar de instantes aislados se necesita un sistema realmente eficiente: es útil tomar notas o sacar fotos, pero esto por sí solo no basta. Hace falta recurrir a claves de tipo espacial, como por ejemplo guardar los objetos importantes siempre en el mismo sitio (para eso se necesitan seis bolsillos diferentes), y prevenir posibles manipulaciones por parte de otras personas confiando sólo en tu propia letra (me gusta mucho la escena en la que Leonard escribe con otro tipo de caligrafía una nota que Teddy le dicta, para acordarse después de que tiene que tacharla). En cuanto a la información realmente importante, hay que encontrar una manera de apuntarla de forma permanente para que no pueda perderse: aquí entran en juego los tatuajes. El más importante le recorre a Leonard el espacio bajo las clavículas y es el único que está invertido, para que pueda leerlo correctamente cada mañana, al levantarse y mirarse al espejo: “John G. violó y asesinó a mi mujer” (Un pequeño inciso: en el relato corto original los tatuajes son distintos, están todos invertidos e incluyen un retrato robot del asesino). También en el pecho y en letras bien grandes aparece tatuada la frase “Encuéntrale y mátale”. Más abajo, en el abdomen, y boca abajo para poder verlas correctamente al agachar la cabeza, las palabras “Fotografiar: Casa, Coche, Amigo, Enemigo”. Repartidos por otras zonas de su piel hay una serie de mantras adicionales, así como los distintos Hechos que va descubriendo acerca del asesino de su mujer.
 
 
Este sistema de notas, fotos y tatuajes es difícil de asimilar, y se supone que Leonard lo va haciendo por repetición, a base de rutina… Los famosos condicionantes, que tantas veces se nombran en la película, están relacionados con la memoria procedimental de la que hablábamos la semana pasada, y parece que al final Leonard aprende a usar el sistema de forma instintiva, inconsciente. Tal vez el condicionante más poderoso en este caso sea un tatuaje del que todavía no hemos hablado, el único que está a la vista cuando Leonard va vestido: está en el dorso de la mano izquierda, como si fuera un recordatorio escrito con boli, y dice “Recuerda a Sammy Jankis”. Leonard lo ve cada vez que se lava las manos, o cuando agarra el volante para conducir, o también (como se puede comprobar en una escena clave de la película) cada vez que coge el mando de la tele. A Sammy le gustaban los anuncios, eran historias cortas, de veinte segundos, en las que podía seguir el hilo de principio a fin… pero la tele le convertía en un vegetal, le impedía progresar en una determinada dirección.
A lo largo de toda la película Leonard nos va narrando la historia de Samuel R. Jankis: un accidente con el coche le produjo una lesión en el hipocampo y a partir de ese momento ya no podía mantener los recuerdos durante más de dos minutos. Leonard trabajaba para su compañía de seguros y fue el encargado de investigar si Sammy y su mujer debían o no cobrar la indemnización. Al parecerle ver un atisbo de reconocimiento en los ojos de Sammy cada vez que se encontraban, Leonard decidió comprobar si era capaz de aprender por repetición, cosa posible si realmente se trataba de una amnesia de tipo orgánico. Se utilizó una serie de figuras geométricas algunas de las cuales (siempre las mismas) producían pequeñas descargas eléctricas, pero Sammy no respondió a estos condicionantes, con lo que se dictaminó que su enfermedad era psicológica, y no física, y que no les correspondía cobrar la indemnización… Este dictamen tendría terribles consecuencias para Sammy y su mujer. Según Leonard, no es que fingiera conscientemente, es que su cerebro no quería recordar aunque pudiera hacerlo, y esto anulaba también la memoria procedimental. Usando la terminología de la entrega anterior, la amnesia de Sammy era disociativa, por el shock, y no orgánica por el golpe.
Es muy interesante, este tema de la memoria procedimental… Seguro que tiene relación con eso que se suele decir acerca de que montar en bici o hacer el amor son cosas que no se olvidan nunca, por mucho tiempo que haya pasado desde la última vez. O también con esto: hay ciertas actividades de tipo físico en las que pensar conscientemente en la secuencia de acciones que estás llevando a cabo es precisamente lo que te desconcentra y te hace cometer errores, mientras que si no piensas en ello todo fluye de manera instintiva. Otro ejemplo: a mí me pasa que a veces no recuerdo con qué mano debo coger el tenedor y con cuál el cuchillo hasta que no pruebo las dos posibilidades; cuando los estoy sosteniendo es mi cuerpo, y no mi memoria explícita, el que me dice que ésa es la opción correcta. Un último detalle gracioso, ya que hemos estado hablando de los recordatorios y del mando de la tele: un día decidí colocar mis pesas bien visibles en el suelo a un lado del aparato de televisión para recordarme a mí mismo, cada vez que me sentara a ver una peli, que tengo que sacar un poco más de masa muscular de cintura para arriba (como decía Lester Burnham, “para tener un buen desnudo”)… Pues bien, está claro que en mi caso no funcionan los condicionantes: las pesas llevan algo así como un año en el mismo sitio, cogiendo polvo.
Hemos hablado bastante de la historia que se cuenta en Memento, pero aún no hemos dicho nada acerca de cómo está contada; Nolan utiliza la amnesia de Leonard no sólo como argumento de la trama, sino como base de la estructura narrativa y estética del film. El montaje de la película es algo jamás visto antes, realmente hace sentir al espectador como si fuera el que tiene amnesia anterógrada. A lo largo de todo el metraje se van alternando escenas en color con otras en blanco y negro, y aunque al principio pueda parecer que todo es bastante caótico, si prestáis atención no tardaréis mucho en descubrir el patrón que siguen tanto unas como las otras, y cómo pueden ordenarse después cronológicamente… no os voy a explicar mucho más para que podáis experimentar ese vértigo inicial, esa sensación de no recordar nada, si es que todavía no habéis visto la peli.
 
 
Para concluir la entrega de hoy, un par de comentarios rápidos acerca de Memento Mori, el relato corto en el que se basa la película. Aunque ambas obras comparten muchos elementos, en el relato se tocan algunos puntos muy interesantes que no aparecen en el largometraje, así que os recomiendo su lectura como un complemento más de la experiencia Memento”. Recuerdo por ejemplo una parte que me gustó mucho: “Seguro que no podrías conseguir un empleo normal. No hay muchas profesiones en las que se valore ser olvidadizo. La prostitución, tal vez. Y la política, por supuesto.” Pero lo que realmente me pareció interesante fueron las consideraciones que Jonathan Nolan hace al final a propósito del Tiempo. Earl (así es como se llama Leonard en el relato) habla consigo mismo acerca de la angustia que supone no percibir el paso del Tiempo, vivir siempre en el presente: “No es tanto que tú hayas perdido tu fe en el Tiempo como que el Tiempo ha perdido su fe en ti”. Después trata de animarse, aduciendo que el Tiempo ya no tiene capacidad para afectarle… Me encantan sobre todo las últimas frases del relato: “El Tiempo es algo absurdo, una abstracción. Lo único que importa es este momento. Este momento repetido un millón de veces. Confía en mí. Si este momento se repite lo suficiente, si lo sigues intentando –y tienes que seguir intentándolo– tarde o temprano conseguirás pasar al siguiente punto de tu lista.”
La próxima semana hablaremos de mi memoria, que da para llenar una entrada entera… por lo menos.

lunes, 10 de junio de 2013

Remember Sammy Jankis (I)

La semana pasada, mientras os contaba que hago fotos para preservar en el Tiempo instantes de Belleza, me vino varias veces a la memoria la imagen de Leonard Shelby haciendo fotos con su cámara Polaroid para recordar cuál era su coche, en qué motel se alojaba o en qué personas podía confiar. ¿Y por qué me rondaba Leonard la cabeza?, os preguntaréis… Resulta que el Aula de Cine de la Universitat de València organiza todos los meses ciclos de películas que se proyectan en el Salón de Actos de la Facultad de Filología, los miércoles a las 18:00. El ciclo de junio lleva por título “Puzzle Noir. Desmontando el Cine Negro”, e incluye la película Memento, de Christopher Nolan, que copresento el día 19. Pensé que, aprovechando que tengo que preparar la presentación y el coloquio posterior, era el momento perfecto para escribir también una serie de entradas sobre la película y sobre la memoria en general. Además, aunque ya hemos hablado en el blog de las neuronas del córtex auditivo y del aumento de volumen craneal propiciado por la Evolución, todavía no he publicado ninguna entrada en la que el cerebro sea el protagonista… Y ya iba siendo hora, porque es el órgano que nos permite ordenar y comprender el Universo que nos rodea, y además con la gracia añadida de que esto ocurre de manera diferente para cada individuo. Ya sabéis que a mí me gusta comprender el Universo que me rodea, así que el estudio del cerebro es uno de los campos que más me apasionan.
En esta entrada múltiple nos centraremos en la memoria humana, y hoy empezaremos hablando de los distintos tipos de memoria y de lo que pasa cuando son dañadas las áreas del cerebro en las que radican. Aunque en los últimos años los investigadores tienen cada vez más claro que los procesos mentales no se circunscriben a una zona bien delimitada, sino que involucran de forma más difusa a varias áreas del cerebro, sí sabemos que el hipocampo, en el lóbulo temporal medio, es imprescindible en el proceso de la memoria. Pertenece al cerebro emocional, o sistema límbico, y consiste en dos estructuras, una en cada hemisferio cerebral, con forma de caballito de mar (de ahí su nombre). Tiene una gran densidad de células nerviosas y es el encargado de fijar los recuerdos para poder recuperarlos a largo plazo. Cuando rememoramos un momento determinado de nuestra vida, lo que hacemos es generar un patrón de actividad eléctrica de nuestras neuronas similar (pero desde luego no igual) al que tuvo lugar cuando experimentamos realmente aquellas sensaciones: esta zona se encarga de recuperar el olor de las rosas, aquélla de reproducir la música que sonaba a lo lejos, la de más allá de recordar el roce de una caricia… Me encanta la etimología de la palabra recordar: “Hacer pasar de nuevo por el corazón”… aunque sería más correcto decir “por el cerebro”.
 
 
En cuanto a los tipos de memoria, se puede hacer una primera clasificación entre memoria a corto plazo u operativa (que no va más allá de los 20 segundos), a medio plazo (que llega hasta unas pocas horas o días) y a largo plazo. La memoria a largo plazo puede ser explícita (que a su vez se divide en episódica y semántica) e implícita (o procedimental). Estos distintos tipos llevan asociadas distintas partes, o combinaciones de partes, del cerebro (algo parecido ocurre con las Inteligencias Múltiples, un tema también apasionante del que hablaremos en otra ocasión). La memoria episódica se encarga del almacenamiento y recuperación de hechos y acontecimientos concretos, y la memoria semántica del recuerdo de conocimientos generales acerca de cómo funciona el mundo. La memoria procedimental es responsable del recuerdo de destrezas motoras y perceptivas; no radica en el hipocampo y depende del entrenamiento y la práctica, es decir, funciona por condicionamiento.
Decía Don Santiago Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna, que el cerebro es como un músculo: si no se ejercita, se atrofia. A algunos pensar se les hace un poco cuesta arriba al principio, pero cuanto más lo haces, más fácil te resulta y mejor te lo pasas; es lo mismo que cuando haces footing (por cierto, leí el otro día no sé dónde que pensar quema tantas calorías como correr). Algo parecido puede decirse de la memoria: cuanto más practicas con ella, mejor está. En cualquier caso, es imposible llegar a tener una memoria perfecta: el sistema está estructurado para que los recuerdos puedan recuperarse de manera rápida, antes que de manera exacta; esta rapidez era necesaria para nuestros ancestros de la sabana, que tenían que recordar experiencias pasadas a tiempo para escapar de los depredadores, así que desde el punto de vista evolutivo esto tiene bastante sentido. Está comprobado que el 80% de las condenas a inocentes se deben a inexactitudes en los recuerdos de los testigos, y varios estudios han demostrado que es relativamente fácil sugestionar a una persona para que crea recordar algo que en realidad no pasó. Como decía Leonard Shelby: los hechos son fiables, la memoria no lo es.
En el último escalón antes de llegar a lo patológico están las personas que, aun siendo normales, tienen una memoria todavía menos fiable que el promedio: lo que llamaríamos memoria de pez… Aunque parece ser que investigaciones recientes han demostrado que los peces no tienen un lapso de atención tan reducido como se pensaba; esto me recuerda la escena de Buscando a Nemo en la que Dory le dice a Marlín que la siga y al cabo de unos segundos se olvida completamente y cree que él la está persiguiendo… Esto a su vez me recuerda otra escena, bastante similar, de Memento… pero me estoy yendo por las ramas.
 
 
Pasemos a hablar de los distintos criterios de clasificación de la amnesia. Por un lado, la psicopatología divide la amnesia en dos grandes grupos: orgánica, cuando hay una causa de tipo físico (traumatismo craneoencefálico, trombosis, tumor, anoxia, embolia, infarto…), y disociativa, cuando no existe tal causa física, sino que la pérdida de los recuerdos viene dada por un choque emocional o la vivencia de una experiencia psicológicamente traumática. Por otro lado, hay una segunda clasificación entre amnesia retrógrada, o hacia atrás, y amnesia anterógrada, o hacia delante. La amnesia retrógrada consiste en que se borran recuerdos anteriores al golpe físico o trauma psicológico en cuestión; es más probable que se borren los hechos más recientes, llegando la amnesia hasta un cierto punto en el pasado que será tanto más lejano cuanto más grave sea el caso. Muy raramente el olvido es total, incluyendo la pérdida de la propia identidad; éste es un error que se ha repetido mucho en las películas desde la época del cine mudo (otro falso mito es que la memoria vuelva por arte de magia con otro porrazo en la cabeza, así que no lo intentéis en casa, niños). Un ejemplo que me viene a la mente de amnesia retrógrada total (y por lo tanto no muy realista) por causa orgánica (un par de balazos) es el de Jason Bourne, aunque en este caso podríamos disculpar a los guionistas diciendo que había otros factores añadidos que favorecían la pérdida de la identidad, como el “lavado de cerebro” que se le hizo a Bourne durante su entrenamiento o sus múltiples identidades como agente secreto. En cuanto a la amnesia disociativa, lógicamente sólo puede ser retrógada, porque no puedes querer olvidar algo que no te ha pasado todavía; tenemos un ejemplo de amnesia (o fuga) disociativa en el personaje de Leonardo DiCaprio en Shutter Island.
La amnesia anterógrada se caracteriza por quedar dañados los centros encargados de crear nuevos recuerdos, y por tanto no se pueden añadir datos nuevos a la memoria a largo plazo a partir del momento del accidente. Esto puede ocurrir de forma instantánea, si se recibe un golpe en la cabeza, o también de forma gradual, como ocurre con el Síndrome de Korsakoff, que se da en casos de alcoholismo, o con la enfermedad de Alzheimer, en la que el deterioro del sistema nervioso se debe a la edad avanzada. Hay ejemplos de personajes públicos que han sufrido amnesia anterógrada, como Clive Wearing, el pianista con siete segundos de memoria, pero nos centraremos en otros dos ejemplos un poco más anónimos, al menos en su momento.
 
 
Henry Gustav Molaison (conocido hasta su muerte a los 82 años por sus iniciales, H.M.) padecía de joven ataques epilépticos y se le extirpó el hipocampo de ambos hemisferios, provocándosele una amnesia anterógrada. Es el paciente de este tipo más estudiado de la historia: su memoria a corto plazo estaba intacta, pero su memoria a largo plazo para hechos posteriores a la intervención quedó dañada, incluyendo tanto la memoria episódica como la semántica. Sin embargo, tenía intacta la memoria procedimental y podía aprender, por medio de entrenamiento, tareas como cortar el césped o dibujar una estrella reflejada en un espejo. Después de cincuenta años internado y bajo estudio, la doctora seguía teniendo que presentarse cada vez como si fuera la primera, porque no la recordaba. Cuando se veía en el espejo se asustaba mucho porque no había tenido conciencia del paso del Tiempo: se recordaba de joven y por tanto no reconocía la cara que veía reflejada. Tras su muerte en 2008 la estructura anatómica de su cerebro ha sido estudiada en profundidad para intentar relacionarla con las observaciones realizadas en vida, y así poder comprender mejor cómo funciona el cerebro y ayudar a otros pacientes.
Un caso similar al anterior se nos narra en uno de los capítulos del libro “El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, de Oliver Sacks, cuya lectura recomiendo encarecidamente. El capítulo se titula “El Marinero Perdido” y nos narra la historia de Jimmie G., que entró en contacto con el Doctor Sacks en 1975. Un Síndrome de Korsakoff ocasionado por su alcoholismo durante los años 60 y 70 le había producido, entre otros problemas, una amnesia anterógrada y cierto grado de amnesia retrógada, de modo que se había borrado su disco duro entre los 19 y los 49 años: mentalmente había vuelto a ser un jovencito que llevaba dos años trabajando en la Marina. Como en el caso de H.M., también sentía miedo al mirarse en el espejo (aunque no por la amnesia anterógrada, sino por la retrógrada) y se presentaba a los doctores una y otra vez como si fuera la primera. Cuando le preguntaban, a veces decía que se sentía como si ya estuviera muerto, sin alma; debe ser un auténtico infierno el no ser capaz de organizar tus vivencias con el hilo conductor del Tiempo, el vivir en un zapping continuo de momentos desordenados y fuera de contexto… Afortunadamente, como explica el Doctor Sacks al final del capítulo, el Individuo no es sólo Memoria; es también Sentimiento, Voluntad, Sensibilidad, Moral… A pesar de pasar por fases de confusión, frustración e impotencia, Jimmie G. consiguió echar mano de otras áreas del cerebro para tener también ciertos momentos de paz: cuando rezaba en la capilla, cuando oía música o cuando practicaba la jardinería.
Investigando acerca de la película, me hizo gracia descubrir que, como homenaje a este fragmento del libro de Sacks, Christopher Nolan llamó Jimmy G. a uno de los personajes de Memento, el traficante de droga novio de Natalie. También me he dado cuenta (aunque esto seguramente no es más que una casualidad) de que el paciente protagonista de la película Despertares, basada en otro famoso libro del Doctor, se llama Leonard Lowe. La próxima semana hablaremos en detalle de un caso más, esta vez ficticio pero realmente apasionante, de amnesia anterógrada: Leonard Shelby.

lunes, 3 de junio de 2013

Grietas en la Pared

Hace un tiempo os comenté que de vez en cuando me doy un paseo por Valencia con mi cámara de fotos en busca de los retazos de Belleza que se esconden detrás de cada esquina. Uso una cámara sencilla, de ésas que caben en el bolsillo, y nunca me he preocupado demasiado por los aspectos técnicos de la fotografía ni he comprado equipo especializado; para mí esta afición es más un medio que un fin en sí mismo… A pesar de ello, gente que realmente controla del tema me ha comentado que tengo facilidad para encontrar detalles interesantes y para elegir el encuadre más apropiado; siempre he sido una persona muy intuitiva en éste y en otros aspectos relacionados con lo visual, pero ya hablaremos de eso más adelante.
Otra de las maneras que tengo de expresarme en este campo es (aparte de dar la brasa a todo dios con mis fotos de las vacaciones) participar en el Maratón Fotográfico de la FNAC. Este sábado se celebró la edición de 2013, con el tema: “¿Cómo ha cambiado tu ciudad en los últimos veinte años?”. Esto me sirvió como punto de partida para la entrada de hoy, aunque yo he manejado intervalos de tiempo algo mayores… La pregunta que me he hecho a mí mismo es: “¿Qué cambios han sufrido y qué aspecto tienen ahora algunas de las casas que se construyeron aquí hace doscientos años?”. Basándome en este criterio de búsqueda he buceado en mis archivos fotográficos y he seleccionado las diez imágenes que más me han gustado.
Son muy diversas las razones que te llevan a sacar una foto de algo: puede ser la Belleza de las formas lo que te llama la atención, o una determinada textura, o el efecto de la luz cayendo sobre los objetos. Otras veces lo que te incita a pulsar el botón es la idea que te transmite una determinada imagen, o la historia que te sugiere, o las asociaciones mentales a las que te lleva de forma caprichosa… Creo que de todo esto hay ejemplos en la selección que he hecho. También se aprecia en todas estas fotos una cierta unidad en lo referente a la paleta de colores, en la que abundan los ocres, sienas, marrones y grises. Espero que os gusten, aunque puede que al mirar alguna de ellas no veáis lo mismo que veo yo: recuerdo perfectamente el comentario que hizo una viejecita, en voz alta y clara, al pasar con su cuidadora sudamericana por mi lado mientras sacaba una de estas fotografías: “Vete a saber qué estará fotografiando ése…”. En los pies de foto he añadido enlaces a la localización exacta de los lugares en que se sacaron, pero no esperéis disfrutar in situ de la extraña y centenaria Belleza de todos estos rincones, porque de alguno de ellos ya no quedan ni las ruinas: el paso del Tiempo ha acabado por engullirlas completamente.