lunes, 27 de enero de 2014

La Letra y el Espíritu (III)

Desde que empecé a escribir en La Belleza y el Tiempo he insistido varias veces en que las cosas no funcionan como deberían en nuestro Mundo porque la mayoría de la gente se empeña en complicar lo que realmente es sencillo y en simplificar en exceso lo que es complicado. Ejemplos de esto último ya los hemos visto con respecto a la edad de las personas y los objetos y con respecto al dinero que ganan o que cuestan… Podríamos hacer un razonamiento similar en el caso de la Música y decir que su Belleza es también multidimensional, que no basta con una sola secuencia melódica para describir satisfactoriamente una canción. Estas dos últimas semanas hemos demostrado que aunque los acordes resaltan menos a primera vista y están como en un segundo plano por detrás de la melodía principal, es la combinación de ambas cosas lo que le da sentido a la Música. Es más: la melodía puede alterarse un poco haciendo adornos y variaciones, improvisando, y el significado de la canción es el mismo; pero los acordes son imprescindibles para entenderla, y si los cambiamos tenemos una canción distinta. La nota que marca el bajo, la tónica, nos da en cada momento la referencia que nos permite interpretar correctamente todos los elementos.
 
 
Me he pasado casi la mitad de mi vida oyendo a aficionados a la música (en el peor sentido de la palabra “aficionado”) cantar melodías sin saber decirme cuáles eran los acordes apropiados para ellas. Del mismo modo, también durante la última mitad de mi vida he sido consciente de que la mayoría de la gente vive de acuerdo con una serie de leyes, normas y convenciones sociales sin saber explicar razonadamente cuáles son los principios en los que se basan, sin haberse planteado nunca si son o no justas o correctas; las obedecen simplemente porque es lo que hay, o lo que han aprendido desde niños. Si le enseñas a alguien que toque la guitarra una melodía sin los acordes, puede que tarde o temprano acabe interpretándola en alguna otra parte con unos acordes equivocados, distintos de los originales. De igual forma, si no hacemos un esfuerzo consciente y constante por recordar el auténtico significado de las leyes y costumbres que rigen nuestras vidas, podríamos pasar lentamente de dar dicho significado por sentado a olvidarlo por completo, y acabaríamos retorciendo y desvirtuando estas mismas leyes y costumbres, aplicándolas a fines distintos de los que las inspiraron, fines casi siempre menos nobles y justos que los originales. Por poner un par de ejemplos, parece que algunos han olvidado que la Constitución Española defiende el derecho de todos los hombres y mujeres a tener una vivienda digna, una buena educación y acceso a la sanidad; o que inicialmente la Navidad no estaba hecha para comprar como posesos y comer como cerdos mientras hay gente que pasa hambre en la calle…
Recordar una melodía es relativamente fácil, pero recordar también los acordes que la acompañan y poder improvisar sobre ellos ya es otra cosa; hace falta cierto oído, unas mínimas nociones de teoría musical y un poco de entrenamiento. Algo parecido ocurre a nivel general en esta época de confusión, de prisas y de sobreinformación, en la que la gente tira casi siempre hacia lo fácil, aunque no sea lo correcto… Desde luego, ceñirse al texto literal de las leyes es más sencillo que esforzarse por interpretar correctamente el sentido que subyace a la letra impresa, pero esto da lugar muchas veces a situaciones de injusticia: por una parte, están los que desde arriba, mediante legalismos, artimañas y falta de escrúpulos, cometen a sabiendas abusos intolerables sin quebrantar explícitamente la ley; y por otro lado están los que desde abajo, y por obediencia ciega al texto de la ley, consienten dichos abusos agachando la cabeza o mirando hacia otro lado.
Darse cuenta de que cualquier ley es imperfecta y no puede cubrir todos los casos, e intentar ajustarse no tanto a lo escrito como a la intención con la que fue creada, es más difícil pero también más sabio y más justo. Hay un término específico para esto: epiqueya, el acto o hábito de hacer excepciones al cumplimiento estricto de una ley para poder ser fiel a su espíritu original. No basta, pues, con quedarse en lo superficial: hay que poner en práctica el pensamiento crítico, leer entre líneas, cuestionárselo todo y pararse a decidir lo que es correcto, aunque nos cueste un mayor esfuerzo. Recordemos el verdadero significado de las cosas e intentemos que prime lo ético por encima de lo legal; no nos centremos sólo en la letra de la ley olvidándonos de su espíritu.
 
 
Si le pides a cualquiera que te cante la canción del verano, sin duda lo que harán todos será tararear la melodía principal, pasando por alto los acordes, pero ¿qué es lo que ocurre cuando en la tranquilidad de la noche escuchas esta misma canción mientras suena en una verbena, a una gran distancia de donde estás? Los bajos, que de otra manera nos pasarían desapercibidos, son casi lo único que se oye; los agudos de la melodía se los lleva el viento y los graves de los acordes y la percusión son lo único que queda. De igual forma, las modas pasan, lo accesorio se olvida, lo incoherente y lo mediocre desaparece con los años… pero lo realmente importante resiste el paso del Tiempo. Por eso yo, que siempre he intentado pensar a largo plazo, intento analizar el Mundo que me rodea bajo una perspectiva lo más amplia posible, no sólo rascando la superficie sino en profundidad, intentando llegar hasta las causas últimas de las cosas. Y no es tarea fácil: las notas tónicas de la melodía del Cosmos son, como ya dijimos en otra ocasión, difíciles de distinguir, porque los acordes que rigen nuestras vidas son extraños y a veces las palabras no bastan para explicarlos y comprenderlos. Aun así, a mí nunca me ha gustado desafinar, de modo que sigo intentando resolver el enigma; sigo prestando atención a esos acordes para poder cantar en armonía con ellos, para poder contribuir a la Música del Tiempo con mi propio pentagrama en la partitura, con mi propia y humilde melodía.

lunes, 20 de enero de 2014

La Letra y el Espíritu (II)

Seguimos hablando de buena música y de cómo algunos compositores alteran la relación habitual entre la melodía principal y los acordes de un determinado fragmento, jugando con las expectativas del oyente y haciendo que la sorpresa inicial se transforme luego en un mayor disfrute de la canción; en definitiva, creando algo original y nunca antes oído y aportando así nueva Belleza a este Mundo. Os daréis cuenta, al ver la selección de ejemplos para esta semana, de que varios de los artistas y grupos ya aparecían en la primera parte con otras canciones: tal vez sea por pura casualidad y por falta de tiempo para pensar en otros ejemplos, o tal vez porque no son muchos los grupos (al menos los grupos que yo conozco) que hacen experimentos realmente interesantes de este tipo. Otra de las ideas que me vienen a la cabeza es la de que hay algunos bajistas famosos que son además compositores, como Sting (del que ya hemos hablado), Paul McCartney o Roger Waters, y que casualmente suelen jugar bastante con las armonías de base y su combinación con la melodía principal, sea o no cantada; tal vez el estar familiarizados con el bajo les permite reconocer el potencial de este instrumento para dar juego a nivel creativo.
Otra posible opción para aportar variedad y originalidad es la de cambiar el tono de todo (melodía y acordes) a mitad de canción, siendo el recurso más utilizado el de subir la tonalidad hacia el final, por ejemplo al repetir el último estribillo, como para darle más empaque emocional y recalcar bien el mensaje, a modo de clímax… Pero se puede cambiar de tono varias veces a lo largo de una canción, y no sólo hacia arriba sino también hacia los graves, aunque sea menos frecuente; veremos algunos ejemplos de esto en los temas seleccionados para la entrada de hoy. Cada vez que hablo de cambios de tono no puedo evitar sonreír al recordar esa escena de Top Secret en la que Nick Rivers sube al escenario de forma improvisada y reparte partituras a todos los músicos mientras les dice: “Atentos al cambio en el segundo estribillo”… Pero bueno, dejémonos de prolegómenos y vayamos al turrón.
 
 
Goodnight Saigon – Billy Joel: No es que éste sea uno de mis artistas favoritos, pero algunas de sus canciones me gustan bastante, y ésta en particular tiene un detalle muy bonito. En varias ocasiones aparece una secuencia ascendente de cuatro notas en los agudos del piano, de manera que las identificamos con la melodía, aunque a veces suenen junto a otras notas formando acordes sencillos. Esta secuencia se repite siempre cuatro veces, acompañada cada una de ellas de una nota tónica distinta en los graves del piano (de modo que la identificamos con el bajo), y por tanto con cuatro significados diferentes. Queda bien claro que, aunque aparentemente se oiga por el fondo y se haga notar menos, es el bajo el que determina el significado final del conjunto, el que define las sensaciones que nos transmite la Música.
Might As Well Be On Mars – Alice Cooper: Aunque en esta canción hay un par de detalles de producción sin pulir, con transiciones un poco bruscas entre los distintos bloques, quiero centrarme en la parte que va desde 5:16 hasta 6:28, en la que encontramos nada menos que siete cambios de tonalidad encadenados. Cada uno de los ocho fragmentos separados por esos cambios presenta diez tiempos, con una estructura rítmica de 4 por 4, 2 por 4 y 4 por 4 (cuando la canción hasta ese momento venía todo el rato en 4 por 4). La palabra “Mars” suena cada vez en el último 4 por 4, empezando en una nota alta en los primeros dos tiempos y bajando en el tercero a otra nota que se prolonga un rato, adentrándose en el siguiente fragmento sin cambiar durante la transición a la nueva tonalidad; es esta nota la que se utiliza como enlace, como bisagra, para modular el tono: al principio es acompañada por el acorde anterior y al final pasa a estar acompañada por el nuevo acorde, percibiéndola el córtex auditivo de manera distinta en la nueva tonalidad sin haber cambiado ella misma. El efecto final es fantástico, incluso aunque no sepas expresar con palabras lo que estás oyendo… que es lo normal, porque a mí me está resultando muy difícil.
Tras un análisis minucioso, he llegado a la conclusión de que en realidad hay sólo tres tonos diferentes (llamémoslos A, B y C) que se van sucediendo y siguen una secuencia A-B-C-A-B-C-A-B, empezando el segundo fragmento en A en 5:43 y el tercero en 6:10… pero si no te paras a analizar toda esta parte de la canción con detalle, avanzando y retrocediendo y comparando los distintos fragmentos, podría parecerte, al ser tan larga y al no haber ninguna referencia a la que agarrarse, que todas las tonalidades son distintas. Es como cuando te sientan en una silla de oficina y te dan tantas vueltas tan rápido que ya no sabes lo que es arriba y lo que es abajo, lo que es izquierda y lo que es derecha; de todas formas, se trata de un mareo bastante agradable, tanto en el caso de la silla como en el de esta canción. Sin duda alguna volveremos a hablar del Maestro del Shock Rock más adelante en el blog. ¡No somos dignos, somos basura!
 
 
All I Want Is You – U2: Al principio de la canción se usa de nuevo el recurso que vimos la semana pasada en Dirty Day, aguantando la misma nota de fondo durante varios cambios de acordes, aunque de forma menos obvia y durante menos rato. A lo largo de todo el tema ya se van dejando caer aquí y allá pequeñas disonancias, muy discretas, en algunos acordes de las guitarras o con la inclusión de los violines… Pero es a partir de 4:29 cuando cambian por completo nuestras expectativas con respecto a la canción: lo que empezó siendo algo tierno y delicado adopta poco a poco tintes perturbadores y desasosegantes, con violines y efectos ligeramente fuera de tono, notas ligadas descendentes, sonidos distorsionados e hipnóticos, y de nuevo notas sostenidas durante mucho tiempo; un estilo completamente distinto al de la primera parte. Este tema, el último del álbum Rattle and Hum, de 1988, es un claro ejemplo de la transición hacia un nuevo estilo, más complejo y más interesante, que se estaba produciendo por entonces en la música del grupo irlandés y que daría lugar al fantástico Achtung Baby en 1991.
Out Ta Get Me – Guns’n’Roses: Según Slash, esta canción fue compuesta en menos de tres horas… ¡Pues quién lo diría! Empieza con una intro de las guitarras y le siguen dos bloques de estrofa, puente y estribillo, con melodías todas bastante pegadizas… Hasta aquí, todo normal, y de hecho sólo con esto los Guns podrían haber dado por acabada la canción y les habría quedado bastante decente… pero los Guns de los buenos viejos tiempos no se conformaban con sonar “decentes”. A partir de aquí es cuando la cosa se pone interesante: en 2:17 empieza un solo de guitarra, y en 2:44 un segundo solo con estructura parecida a la de las estrofas y estribillos pero en una tonalidad más alta. En 2:58, vuelta al tono normal para un interludio que consiste en una variación de la intro con acordes ligeramente distintos; me encantan los rasgueos de las guitarras en los agudos en la segunda mitad de esta parte, suena como si dijeran: “¡Chincha, rabiña, que tengo una piña!”. En 3:26 vuelve a subir el tono cuando Axl canta la estrofa, y en 3:39, sin pasar por el puente, vuelta otra vez a la tonalidad normal para el estribillo, y de ahí hasta el final del tema.
Lo mejor del asunto es que en esta auténtica montaña rusa tonal nada suena forzado, las transiciones son suaves como el culito de un bebé; sólo los grandes pueden hacer que algo tan complejo como esto parezca fácil. En entradas anteriores ya hemos visto otras canciones musicalmente muy ricas, con armonías muy trabajadas y cambios de tonalidad muy originales, como por ejemplo I’ll Hate You Better, de los Suicidal Tendencies. Veo bastantes semejanzas en este sentido entre ambos grupos: con lo que ellos meten en una sola canción, a un grupo mediocre le habría dado para dos o tres distintas.
 
 
If I Ever Lose My Faith In You – Sting: Para terminar, una preciosa canción que, entre otras curiosidades, presenta en 3:19 una bajada de tono (algo no muy frecuente, como decíamos antes) para subir de nuevo a la tonalidad original en 3:38. Los acordes son complejos y están llenos de detalles interesantes, destacando por ejemplo los del estribillo, que van agrupados en parejas con la misma nota tónica pero distintas notas adicionales, produciéndose así un juego muy interesante entre acordes cercanos y también entre los modos mayor y menor.
En su día Gordon Sumner ya hizo algo parecido a esto con The Police en Tea in the Sahara, pero no se le puede acusar de plagio ni legal ni éticamente, porque al fin y al cabo, aunque en solitario, sigue siendo la misma persona que era entonces, con la misma creatividad y con los mismos gustos musicales. Supongo que el cantante y bajista pensó “si algo te funciona, úsalo otra vez” mientras componía esta canción, igual que Michael Jackson o que los U2, o igual que Paul McCartney, a quien también le han recriminado a veces el parecido entre algunas de sus canciones en solitario y las de Los Beatles (que casualmente ha compuesto también él, fíjate tú qué cosas). El disco de Sting al que pertenecen este tema y el de la semana anterior, Ten Summoner’s Tales, es complejo y muy original en muchos aspectos, tanto rítmica como melódicamente, con influencias del Jazz pero sin llegar a ser incomprensible; si estáis hartos de radiofórmulas y de música de ascensor y buscáis un reto que ponga a prueba vuestro oído musical, os recomiendo que lo escuchéis entero, no os decepcionará.
En principio ésta iba a ser una entrada doble pero, como me suele ocurrir a veces, ya me he extendido bastante por hoy y aún me quedan varias cosas por comentar, de modo que dejaremos para la semana que viene las conclusiones, en las que nos pondremos un poco más filosóficos y hablaremos, entre otras cosas, de la relación que tienen la melodía y los acordes con el aplicar la letra o el espíritu de la ley.

martes, 14 de enero de 2014

La Letra y el Espíritu (I)



A menudo, mientras ando por la calle, voy escuchando mis canciones favoritas en mi mente. Llevar la banda sonora incorporada es mucho más seguro que llevar música real con auriculares; no te arriesgas a tener un accidente en un paso de cebra por no haber oído a un coche que venía por detrás. A veces imagino simplemente una canción que he escuchado hace poco y que me ronda la cabeza, pero en ocasiones escojo un tema que está relacionado con mis pensamientos o con mi estado de ánimo de ese momento, es decir, escojo la banda sonora apropiada para aportarle más riqueza de matices a mi existencia diaria y para vivir las cosas de forma más intensa. Por ejemplo, si tengo que pasar por la Calle Colón en hora punta de compras y me cruzo con mucha gente andando por la acera, me viene a la cabeza esa escena en la que Morfeo le explica a Neo qué es Matrix mientras van andando a contracorriente, chocando Neo con todo el mundo mientras Morfeo no choca con nadie; automáticamente, empieza siempre a sonar en mi cerebro el Clubbed to Death de Rob Dougan.
Para entretenerme, algunas veces incluso hago de DJ de mi mente e imagino también las transiciones entre una canción y la siguiente, y hasta añado efectos de sonido: por ejemplo, si voy escuchando música y de repente me topo con alguien a quien no me apetecía encontrarme, se me corta la canción con un sonido de aguja de tocadiscos que salta. ¿Demasiada televisión, tal vez? Es posible, pero yo me lo paso pipa. Rizando más el rizo, en contadas ocasiones mezclo dos canciones distintas en mi cabeza, usando la melodía principal de una y los acordes de fondo de otra, o interpreto una melodía con unos instrumentos completamente distintos de los habituales, o le cambio la tonalidad, ya sea por capricho o porque estos cambios tienen relación directa con las cosas que estoy pensando mientras oigo la música. Es decir, mi banda sonora mental no sólo es personal sino que también está personalizada, customizada.
Hacerte tus propios remixes de canciones, como si tuvieras una mesa de mezclas o un programa de edición en la cabeza, no es fácil; para tener esta vida interior musical tan rica y llena de matices es necesario poder imaginar armonías, lo cual es complicado, sobre todo si se trata de una combinación de sonidos que nunca has oído realmente, fuera de tu cabeza. Podríais decir que todo el mundo sabe imaginar una canción, y que las canciones tienen armonías, pero me parece que la mayoría de la gente imagina sólo la melodía principal y luego cree que ha oído también todo lo demás cuando no ha sido así. Seguramente los patrones de actividad neuronal cuando oímos una canción y cuando la pensamos se parecen la mayoría de las veces como un huevo a una castaña. Escuchar nítidamente en tu cabeza varias notas distintas de manera simultánea y al mismo volumen no es tan fácil como parece y requiere bastante entrenamiento. Probad a hacerlo vosotros: si intentáis escuchar a la vez las notas Do, Mi y Sol, involuntariamente oiréis más fuerte el Do (la tónica), con las otras dos muy de fondo, cuando os preguntéis si oís el Do; y lo mismo pasará con el Mi y con el Sol (la dominante) cuando queráis comprobarlas por separado. En lo que a mí respecta, recuerdo el día en que aprendí a pensar un acorde de forma consciente, ya hace tiempo, en mi adolescencia, y recuerdo también que fue para mí un momento muy emocionante, como una especie de revelación, un instante trascendental a partir del cual mi flujo interior de pensamiento ha sido mucho más entretenido.
 
 
En anteriores entradas de La Belleza y el Tiempo hemos hablado de cómo retorcer las armonías de una canción, convirtiéndolas casi en disonancias, para hacerla más interesante. Pero para jugar con las armonías no hace falta hacerlas discordantes: también hemos hablado antes en el blog del interesante efecto que genera hacia el final de una canción el mantener la misma melodía cantada pero con acordes de fondo diferentes, dándole a la misma secuencia melódica significados completamente distintos, musicalmente y emocionalmente hablando. Es un truco que utilizaba por ejemplo Michael Jackson en Speed Demon o en Burn This Disco Out, y Depeche Mode también lo usan mucho, aunque vamos a reservar los temas en los que lo hacen para futuras entradas, así que no hablaremos de ellos ahora. En el enlace musical de la semana pasada, sin ir más lejos, escuchamos a los Faith No More utilizar este recurso con la frase “now everything’s ruined”, que se oye varias veces acompañada de unos rasgueos de guitarra y al final de la canción vuelve a aparecer con un acompañamiento totalmente distinto.
La mayoría de las veces no somos conscientes de estos trucos: sencillamente la canción nos gusta mucho pero no sabemos por qué. Yo siempre he pensado que comprender estos mecanismos de composición no le quita la gracia a la Música sino que, por el contrario, te permite disfrutarla también a otros niveles (con otras partes del cerebro, podríamos decir) y hacer así más intensa la experiencia estética que supone su audición. Por tanto, en esta entrada doble veremos varios ejemplos en los que se han usado recursos de este tipo y trataremos de describir con palabras, en la medida de lo posible, cómo ha jugado el compositor con el bajo o los acordes en cada caso para hacer que el tema sea más interesante.
 
 
Dirty Day – U2: Empezamos con un experimento muy curioso sacado del álbum Zooropa, en el que una misma nota suena de fondo durante toda la canción, de manera ininterrumpida. Los acordes van cambiando y esa nota por tanto desempeña distintos papeles dependiendo del contexto: a veces dentro del acorde correspondiente, a veces generando una interesante disonancia.
Cleansed by Fire – Alice Cooper: Para esta entrada en particular me interesa sobre todo el clímax de la canción, a partir del 3:55, donde empieza una sucesión de cambios del bajo, marcando unas diez tónicas distintas, algunas de ellas en secuencia descendente, mientras el coro que canta “there’s a party going on, and on, and on, and on…” mantiene en todo momento básicamente el mismo acorde, muy denso en notas y ligeramente disonante, que precisamente por serlo casa más o menos bien con las diez notas tónicas con las que se va combinando, aunque el conjunto suena totalmente diferente cada vez. Es como si el bajo fuese capaz de sacar al coro de un círculo vicioso, sin salida, en el que hubiera caído, lo cual le pega muy bien a lo que canta Alice justo en ese punto de la canción, ya que está tratando de salir de los círculos del Infierno, nada menos… Estupendo tema, en resumen, que sirve como cierre al estupendo álbum conceptual con el que me enganché a Alice Cooper.
No Santa Claus – Jerry Goldsmith: Estos recursos de los que hablamos pueden utilizarse también en la música sinfónica, y un ejemplo perfecto lo tenemos en la banda sonora original de la película Gremlins (banda sonora que, debido al deficiente estado de la copia que se pasa por televisión de vez en cuando, lleva años interpretándose aparentemente debajo del agua). A partir del 1:29 de este tema, el cambiar las notas del bajo del villancico Noche de Paz hace que cambie por completo el sentido de toda la melodía, que ya no es ni apacible ni esperanzadora. De este modo, la música consigue capturar perfectamente la carga emocional de esta escena, aumentando aún más su impacto en el espectador: en ella Kate, la novia de Billy, explica por qué no le gusta la Navidad y narra la macabra historia de la noche en que Santa Claus murió atascado en la chimenea. En Gremlins 2 se hace un chiste realmente bueno en referencia a este trozo de la película anterior, pero no quiero enrollarme demasiado, así que buscadlo vosotros mismos.
 
 
Nothing ‘Bout Me – Sting: A Gordon Sumner, alias Sting, le ha gustado desde siempre investigar los detalles que hacen que una canción conecte emocionalmente con el oyente, y me consta que ha participado en experimentos relacionados con el proceso creativo del cerebro mientras se compone Música; tengamos en cuenta que es un tío bastante culto y que fue profesor antes que músico. Además, también es bajista, por lo que supongo que será consciente de la gran importancia de este instrumento en el resultado final de una canción, y esto se nota en muchas de sus composiciones. Al final de este tema en particular observamos que el acompañamiento de los violines va subiendo, a saltos de un semitono cada vez, en una rápida y vertiginosa escalada melódica que parece que podría durar para siempre, si no fuera por el fade out.
Livin’ on the Edge – Aerosmith: Para terminar la primera parte de la entrada, una excelente canción de Aerosmith que vino en su día acompañada de un videoclip bastante rompedor. Tal y como pasaba en el caso de Alice Cooper, durante toda la segunda mitad del tema (empezando en 3:33) las partes cantadas, tanto por Steven Tyler (“livin’ on the edge”) como en los coros (“you can’t help yourself”), son exactamente las mismas y se repiten con prácticamente la misma entonación, pero los continuos cambios de acorde por detrás hacen que el conjunto parezca distinto cada vez. La nota tónica marcada por el bajo importa, y mucho.
Pues por hoy ya es suficiente: hagamos un alto para poder ir rumiando las ideas que hemos comentado hasta ahora y para poder ir disfrutando de las canciones a distintos niveles… La semana que viene, cinco canciones más.



lunes, 6 de enero de 2014

La Máquina de Humo (II)

La semana pasada estuvimos hablando del sistema financiero y del nacimiento del Capitalismo a principios del S.XVII en el norte de Europa. El pinchazo de la burbuja de los tulipanes en 1637 dio lugar a la primera crisis financiera de la historia, que llevó a Holanda a la ruina total, pero el sistema económico europeo ya había sufrido muchos otros sobresaltos antes… Las crisis económicas pueden ser de distintos tipos: demográficas, agrarias, comerciales, industriales, financieras, y también combinaciones de las anteriores. Lo que hoy llamamos España ha tenido muchas recesiones a lo largo de su historia, y conocerlas ayuda a comprender la naturaleza de nuestra economía y también los porqués de la crisis actual. Todo está relacionado a través del Tiempo: hay hechos del pasado remoto que determinan nuestra forma de ser hoy en día, aunque ya no seamos conscientes de ello; y nuestros actos hoy determinarán cómo será el Mundo el día de mañana. Hace unas semanas hablamos un poco de este tema, y volveremos a incidir sobre él más adelante en el blog.
 
 
Como os decía, tenemos noticias de crisis ocurridas en nuestro territorio ya desde la Edad Media, con la depresión que propició en el S.XIV la combinación de distintos factores como las hambrunas por malas cosechas, las continuas guerras y la entrada de la peste negra en la península a partir de 1348. Desde entonces, no ha habido un solo siglo que no llevara asociadas varias crisis: de la depresión del XVII con los Austrias a los años del hambre de la postguerra y el primer franquismo; de la quiebra del Antiguo Régimen en el S.XIX a la crisis del petróleo y los problemas en la España de la Transición; de los efectos de la Gran Depresión de 1929 en la Segunda República a la prima de riesgo, los rescates de la Unión Europea y el “banco malo”… No voy a extenderme en detalle sobre todo esto porque no soy un especialista en la materia y porque está mucho mejor explicado en otros sitios, pero sí quiero detenerme brevemente a hablar de una de las recesiones del pasado.
España tuvo que esperar hasta bien entrado el S.XIX para sufrir una crisis típicamente capitalista: la de 1864-1874 fue la primera crisis financiera equiparable a las que ya habían padecido nuestros vecinos europeos. Contribuyeron a ella numerosos factores, entre ellos la inestabilidad política de la época, con la caída de los Borbones, el Sexenio Revolucionario, la Restauración y la tercera insurrección carlista en el norte. Coincidiendo con otra recesión agraria, se empezaron a producir las primeras quiebras de compañías ferroviarias en el país, lo que arrastró a muchos bancos que también quebraron y suspendieron pagos, ahogando el crédito tras años de especulación, burbujas y enorme captación de capital externo. La liberalización había hecho que entre 1856 y 1865 el número de entidades bancarias aumentara en España de trece a cincuenta y ocho; la crisis financiera hizo que se pasara de nuevo a catorce en 1874.
 
 
La primera crisis española del S.XXI, la primera seria que enfrentamos como una economía realmente abierta al exterior, que estalló en 2008 y se arrastra hasta hoy sin pistas certeras de cuándo terminará, está dando como resultado una de las depresiones más profundas de nuestra historia. La entrada en la Comunidad Económica Europea abrió una etapa de crecimiento ininterrumpido en nuestro país que duró desde 1985 hasta 2007, con la única excepción de la minicrisis de 1992, que el Gobierno solventó rápidamente, durando sólo un par de años. Esta etapa de crecimiento engordó el caldo en que fue cocinándose la gran crisis: la desregulación bancaria a uno y otro lado del Atlántico facilitó una burbuja crediticia que derivó en muchos casos en una relajación en los métodos de los bancos españoles. Se generó en nuestro país la adicción al crédito de la que os hablé la semana pasada, y de la mano de la burbuja financiera vino la burbuja de la construcción, respaldada por la enorme oferta de suelo (propiciada a su vez por la desregulación, la deficiente financiación local y la corrupción), la demanda de vivienda (principal activo en cartera de los españoles y asequible gracias al crédito) y la insaciable inversión en infraestructuras públicas (no siempre necesarias e impulsadas principalmente por la financiación de las cajas de ahorros).
Gracias a la regulación que el Banco de España había impulsado para alejarlos de las hipotecas basura de EEUU, en un principio los bancos españoles parecieron soportar bien la crisis que se sufría en Norteamérica y Europa. No obstante, los balances de los bancos contaban con grandes cantidades de pasivos (es decir, deudas o compromisos adquiridos) que eran préstamos a corto plazo y que tras el colapso del mercado interbancario les obligaron a reducir el crédito. Con el grifo del crédito cerrado, todas las ilusiones se convirtieron en humo y reventó la burbuja de la construcción, lo que produjo un incremento del paro hasta llegar a seis millones de personas. La crisis bancaria finalmente derivó, pese a los parches que los distintos gobiernos pusieron para aplazarlo, en un rescate del sistema financiero español por parte de la Unión Europea a mediados de 2012. Y tras los intentos por evitarlo, al final el Gobierno ha acabado por crear un “banco malo” para acoger todos los activos tóxicos inmobiliarios que acumulaban en sus balances las distintas entidades.
La recesión ha estrujado al máximo las cuentas públicas, que han pasado del superávit pre-crisis a un déficit histórico que aún no se ha conseguido controlar, y España ha sufrido una fuerte crisis de deuda, con una prima de riesgo absolutamente desatada que actualmente parece haberse estabilizado. Aunque en aquel momento el Gobierno intentaba mantener una apariencia de independencia, las condiciones impuestas por la Unión Europea para el anuncio del rescate bancario y la compra de deuda pública implicaban una intervención en toda regla de la política económica española; quedaba claro así que España no sólo había cedido la soberanía monetaria, al entrar en el euro, sino también la soberanía de la política económica, lo que explica la actual política de recortes del gasto y de reformas estructurales para contener el déficit. Las grandes crisis suelen ser causa, o al menos detonante, de cambios sustanciales en los sistemas económicos y políticos de los países; está por ver cuáles son los cambios de calado que propiciará la gran depresión española de este convulso inicio de siglo…
 
 
En su día vimos que no se debe juzgar a las personas o a las cosas exclusivamente en función de su edad, ya que su Belleza interior es maravillosamente multidimensional y no se puede describir con un solo número. Del mismo modo, pensar en cualquier cosa sólo en función de su precio supone también mutilar su condición multifacética, la Belleza inherente a su complejidad, y simplificar demasiado convirtiendo múltiples factores en uno solo. Reducir el sentido de la Vida al sueldo que se cobra o el precio de lo que se compra supone un acto de cobardía ante el reto que la Vida nos lanza; es rendirse demasiado pronto, al no lograr comprender la fascinante complejidad del Mundo que nos rodea. Creer en el dinero por encima de todo lo demás es, por tanto, como no creer en nada.
Y lo más irónico del asunto es que nos rendimos ante la Belleza del Universo, ante un enigma difícil de resolver pero que sin duda encierra una solución coherente, simplificándolo todo a cantidades de dinero, para convertir a continuación el sistema de movimiento del dinero en algo tan complejo para nosotros como el enigma ante el cual nos habíamos rendido antes; algo, por cierto, con mucha menos Belleza, teniendo en cuenta que detrás de este caos financiero, creado por las leyes del Hombre, no hay ninguna coherencia, no hay un sentido, no hay un patrón oculto ni una fórmula sencilla que descubrir. Es decir: la gente prefiere lo fácil pero equivocado antes que lo difícil pero correcto, y luego para colmo convierten lo fácil en difícil y además equivocado.
A esto hay que añadir la estúpida obsesión del Hombre moderno por el “Yo-Más-Ahora”, que le lleva a desear las mayores ganancias en el menor tiempo posible, no importa a qué precio. No es la primera vez que esto ocurre: por ejemplo, la práctica de fuegos controlados hace unos 50.000 años por parte de los aborígenes australianos, para renovar la vegetación y atraer así más caza en menos tiempo, contribuyó a largo plazo a que dejara de llover y cambiara el clima, secándose el lago de la zona central, que se convirtió en un desierto, lo que dio lugar a su vez a la desaparición de la megafauna australiana Como decíamos al principio, todo está relacionado a través del Tiempo, y hasta el más pequeño de nuestros actos hoy podría tener consecuencias mañana.
Pero el Hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; por eso estos últimos años la producción mundial de bienes ha crecido al 3% anual mientras que los productos financieros, que dan más beneficios a corto plazo, crecían al 8%. Estamos olvidando poco a poco que el dinero debe ser un medio para conseguir cosas y no un fin en sí mismo, y estamos primando la economía especulativa sobre la economía productiva, y los bienes de cambio sobre los bienes de uso. En nuestra ignorancia, nos encerramos cada vez más en la jaula de oro que nosotros mismos hemos construido; pensamos continuamente en unos ridículos trozos de papel con dibujos y nos hemos olvidado de disfrutar de la Belleza que nos rodea, igual que los holandeses se olvidaron una vez de admirar los colores de los tulipanes que compraban y vendían.
 
 
Las leyes de la Naturaleza existen desde hace 13.800 millones de años, son invariables y por tanto podemos confiar en ellas, pero les estamos haciendo caso omiso para seguir ciegamente las leyes del Hombre, de hace apenas un puñado de siglos, arbitrarias y poco de fiar. Los mecanismos económicos y financieros engendrados por la codicia de la mente humana son demasiado caóticos para poder explicarlos de forma sencilla, y por tanto es muy difícil predecir cuándo van a explotar… En resumen: las normas del sistema financiero son incoherentes, se han ido complicando hasta niveles insospechados y las estamos forzando al máximo para obtener beneficios: es como tener un coche con varias piezas sueltas en el motor y un cuadro de mandos incomprensible, y pisar a tope el acelerador… La probabilidad de estamparse es bastante alta.
Incluso aunque consiguiéramos mantener el coche de las finanzas avanzando en la dirección correcta y sin sufrir una avería, debemos tener en cuenta también que la autopista por la que circulamos no tiene una longitud ilimitada, y tarde o temprano dará paso a una pared de roca o al borde de un precipicio: las ganancias que los codiciosos pueden imaginar son infinitas, pero los recursos naturales con los que especulan se agotarán dentro de poco si siguen malgastándolos como hasta ahora. Estamos jugando con fuego y podríamos descubrir dentro de unos años, como les pasó a los aborígenes de Australia, que por no pensar a largo plazo, por estar más pendientes de unas cotizaciones en la pantalla de nuestro Smartphone que de lo que realmente pasa a nuestro alrededor, hemos quemado todo lo que había en el planeta y ya no nos queda más que humo y cenizas.