martes, 30 de abril de 2013

El Flyer Voló Para Mí

Hace poco, cuando hice varias referencias a American Beauty para hablar de consumismo y especulación, os comenté que era una película muy rica en ideas interesantes y que seguramente volveríamos a hablar de ella más veces… Lo que no pensaba cuando lo escribí era que ocurriría tan pronto. Podría haber esperado un poco más para contaros esto, pero me apetecía hacerlo antes de que acabase el mes: hace tres semanas experimenté lo que podríamos llamar un “Momento Bolsa”.
Era lunes 8 de abril, festividad de San Vicent Ferrer en Valencia, y el día hacía honor a ese refrán que dice que marzo lluvioso y abril ventoso (¿o es al revés?) hacen a mayo florido y hermoso. Era en torno a mediodía y yo me dirigía hacia la Plaza del Ayuntamiento por la calle Alicante, con los andenes de tren justo a mi izquierda, contemplando la hermosa estampa de la Estación del Norte. Acababa de cruzar la calle a la altura donde empieza la cubierta de hierro y uralita de la Estación, y tenía delante de mí la acera larga y recta que bordea el lateral del Edificio de Viajeros.


Alguien había dejado caer en la acera, junto al semáforo, varios flyers de descuento para una copa en un local de alterne del otro lado de la Estación, en la zona de los comercios chinos. Los flyers eran redondos, del tamaño de un posavasos, y uno de ellos había sido empujado por el viento y rodaba unos metros por delante de mí, siguiendo el surco de las baldosas en dirección norte. Yo suelo caminar a un ritmo bastante rápido, de modo que el flyer, ligero como una pluma, avanzaba más o menos a mi velocidad, como si quisiera jugar conmigo y echarme una carrera; la calle estaba prácticamente desierta, así que me dio la impresión de que el descuento estaba intentando decirme algo a mí en particular. Zancada tras zancada, me acompañó en mi camino, como los delfines que aprovechan el impulso de los barcos grandes, o como un pájaro que se adelanta a su bandadaEl flyer voló (como su propio nombre indica) a lo largo de una trayectoria perfectamente rectilínea y a una velocidad constante, justo por delante de mí, desde el inicio de la cubierta de la Estación hasta el cruce con la calle Castellón: una distancia de más de doscientos metros.
En aquel momento pensé en Ricky Fitts y en cómo supo apreciar la Belleza de una bolsa de plástico bailando al viento para él antes de una tormenta… Aquel día de abril yo también fui afortunado, y comprobé una vez más que la Belleza puede residir en un edificio declarado Bien de Interés Cultural o en un descuento para un prostíbulo; que hasta los objetos más pequeños y más inesperados son a veces fuente de una extraña y hermosa Poesía.
 

martes, 23 de abril de 2013

Rebobine, Por Favor

No os dejéis confundir por el título de hoy: no vamos a hablar de la obra de Michel Gondry ni de las cintas de VHS ni de películas suecadas; dejadme que me explique… El otro día estaba yo paseando por la calle, cerca de la entrada del supermercado; hacía una mañana muy agradable, y un sintecho había aparcado su carrito lleno de trastos junto a un banco de la acera para sentarse un rato a descansar y tomar el sol. El hombre no pedía nada a los transeúntes, pero una mujer sudamericana que andaba unos metros por delante de mí, al pasar a la altura del banco, sacó un plátano de una bolsa y se lo ofreció. No os podéis imaginar cómo se le iluminó al hombre la cara de alegría mientras, incorporándose ligeramente, daba las gracias a la mujer… En aquel instante no pude evitar sentir cierto remordimiento, recordando un par de ocasiones en las que pude haber hecho algo parecido y no se me ocurrió a tiempo: a veces a mis padres les dan un montón de mandarinas o naranjas de las que se iban a echar a perder en el campo, y ellos me pasan a mí una bolsa para que me la lleve a casa; recuerdo que más de una vez me he cruzado de vuelta con algún pobre por los alrededores de la Catedral y no me he dado cuenta hasta unos segundos después de que le podría haber ofrecido un par de mandarinas, pero para entonces ya me daba vergüenza volver atrás.
Estoy seguro de que a todos nos ha pasado en uno u otro momento algo parecido: son esas ocasiones en las que te arrepientes casi inmediatamente de no haber dicho o hecho algo (o de haberlo dicho o hecho) y darías cualquier cosa por hacer retroceder el Tiempo aunque fuera sólo un minuto A veces es por un motivo trivial, como por ejemplo para darle una respuesta ocurrente a algún niñato medio borracho que te ha soltado una impertinencia por la calle un sábado por la noche, o para tener unos segundos extra y encontrar los argumentos apropiados que apoyen tu punto de vista en una discusión. Otras veces sería genial poder pensar con calma tus respuestas en una conversación con esa chica que tanto te gusta, ser capaz de darle a conocer tu forma de ser sin ponerte nervioso para lograr una cierta conexión; y si sólo la has observado en la distancia, encontrar esas palabras mágicas que te permitan romper el hielo y acercarte a ella, formar parte de su mundo al menos durante un rato… en definitiva, sería genial poder aprovechar de nuevo esa oportunidad que tuviste durante unos segundos y que perdiste.
 
 
Poniéndonos ya en lo peor, hay gente que se pasa el resto de su vida lamentándose por no haber actuado de otra forma, o no haber reaccionado a tiempo, para evitar el accidente que provocó una lesión grave o la muerte de un amigo o familiar, cambiándolo absolutamente todo a partir de ese momento… ¿Qué no darían por haber sido capaces de retroceder un minuto atrás en el Tiempo sabiendo lo que podía pasar? Esto me recuerda la ocasión en que Superman estaba por ahí desfaciendo entuertos y no pudo llegar a tiempo para salvar a Lois Lane, que murió de asfixia al ser tragado su coche por una grieta abierta en un terremoto. Presa de la rabia y la desesperación, Superman decidió quebrantar la prohibición de su padre Jor-El y cambiar el curso de la historia de los hombres, volando a supervelocidad alrededor de la Tierra para invertir el sentido de su rotación y de ese modo alterar el Pasado.
Lamento deciros que la técnica de Superman, aparte de requerir superpoderes kriptonianos, se salta a la torera no sólo las leyes de su padre sino también todas las leyes de la Física, así que no es muy factible para nosotros, simples mortales… Vayámonos olvidando también de chorradas tales como Tarjetas-comodín “Retroceda un minuto en el Tiempo” (ya sé que no existen, pero imaginaos que dispusiéramos sólo de tres para toda la vida y tuviéramos que decidir cuándo usarlas… qué responsabilidad, ¿no?) o mandos a distancia mágicos que nos permitieran hacerle un Rewind a la Realidad (si además funcionasen otros botones como el Fast Forward o el Pause sería la caña)… Si nada de esto sirve, ¿qué, entonces? ¿Es realmente posible viajar atrás en el Tiempo?
Algo sobre el tema sabe Stephen Hawking, que para eso es una de las mentes más brillantes de nuestra época… De acuerdo con Hawking, al igual que el Espacio, que está formado por átomos y partículas subatómicas, la dimensión temporal también tiene huecos, arrugas y agujeros si la miramos desde suficientemente cerca: estos llamados agujeros de gusano son infinitamente pequeños, pero usando una gran cantidad de energía podríamos (hipotéticamente) aumentar su tamaño para pasar a su través y viajar en el Tiempo. Viajar hacia el Futuro en principio sí es factible, tanto con los agujeros de gusano como por otros medios, y más tarde o más temprano seremos capaces de hacerlo… pero de eso ya hablaremos otro día. Viajar al Pasado sin embargo parece más difícil porque podrían generarse paradojas temporales. Por ejemplo, un científico loco (pero no loco de excéntrico, sino loco de verdad) podría agrandar un agujero de gusano para ir un minuto atrás en el Tiempo con una pistola y matarse a sí mismo, creando así una paradoja irresoluble: ¿cómo podrá dispararse a sí mismo un minuto después estando muerto?
Para que no se viole el Principio de Causalidad, es necesario que haya algo que impida los viajes al Pasado: tal vez lo que ocurre es que los agujeros de gusano tienen retroalimentación, o feedback… que se acoplan, vamos, como los micros y los amplificadores en un concierto de rock. Si el amplificador está por error orientado hacia el micro, éste recogerá su sonido y lo mandará de nuevo a través del cable al ampli, con lo que el sonido seguirá amplificándose fuera de control, y es entonces cuando oímos un pitido agudo, fuerte y molesto, pudiéndose llegar a dañar el equipo. En el caso que nos ocupa, el agujero de gusano sería como el cable, intentar ir al Pasado sería como dirigir el amplificador hacia el micro, y la retroalimentación se produciría con ondas electromagnéticas en vez de ondas sonoras: puede que algo de luz entrara por el agujero desde el Presente y se añadiese al nivel de luz normal del Pasado, ocurriendo esto una y otra vez hasta que la gran cantidad de energía acumulada destruiría el agujero, antes de que pudiéramos pasar por él.
 
 
Por tanto, aunque soñar es muy bonito, parece que no podemos viajar al Pasado, al menos no literalmente. Sin embargo, no os preocupéis: siempre podremos viajar mediante el recuerdo al Pasado más reciente, y con un poco de imaginación, a un Pasado un poco más lejano con la ayuda de los documentos históricos, y hasta el Pasado más remoto con ayuda de la Ciencia; si estáis atentos al blog podréis venir conmigo en todos estos viajes. De todos modos y en cualquier caso, lo que está claro es que no podemos modificar el Pasado ni deshacer nuestras acciones… pero que eso tampoco nos haga perder la Esperanza cuando nos vaya mal: si hemos malgastado una oportunidad, estemos atentos para aprovechar la siguiente; si cometemos errores, aprendamos de ellos para no repetirlos; si nos caemos, volvamos a levantarnos. Parafraseando a Emmett “Doc” Brown: el Futuro no está escrito, así que hagamos todo lo posible por tomar las decisiones adecuadas y labrarnos uno que sea bueno.

lunes, 15 de abril de 2013

¡Es Sólo un Sofá! (IV)

Llegamos hoy a la conclusión de esta larga entrada sobre muebles, reformas, casas y consumismo, y continuamos justo en el mismo punto donde lo dejamos la semana pasada, sacando algunas conclusiones en relación a la burbuja inmobiliaria de los últimos años y a los problemas de paro y desahucios que han surgido después de explotar ésta. Para ello, volvamos a recurrir por última vez a American Beauty. Hace un tiempo comenté en otra entrada que un elemento clave de la película de Sam Mendes son las rosas rojas que aparecen en las fantasías eróticas de Lester Burnham, las mismas rosas rojas que cultiva con esmero su esposa Carolyn (con el mango de las tijeras de podar a juego con los zuecos de jardinería, eso sí: estilo y buen gusto ante todo). Lo que quizá no sepáis es que American Beauty es precisamente el nombre de esta variedad de rosa, cultivada artificialmente para tener una apariencia perfecta. Hay una peculiaridad de este método de cultivo a la que se refirió, hace muchos años, John D. Rockefeller Junior en un discurso acerca del monopolio consolidado por su padre con la Standard Oil Company:
“El crecimiento de un gran negocio radica simplemente en la supervivencia del más apto… La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su esplendor y ese perfume que nos encanta si sacrificamos otros capullos que crecen a su alrededor. Esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios; es meramente el resultado de la combinación de una ley de la Naturaleza con una ley de Dios.”
Ésta es una cita célebre en la cultura capitalista estadounidense y una metáfora muy representativa de la corriente del darwinismo social, basado en la supervivencia del más fuerte y el crecimiento a toda costa. Así como Rockefeller hijo comparaba entonces las rosas con las empresas, en nuestro escenario actual, posterior a la especulación financiera e inmobiliaria, el paralelismo puede extenderse también a las personas: para que unos puedan costearse unas calidades de lujo en su chalet, otros han tenido que quedarse sin un sitio donde dormir y con la vida hipotecada. Y lo más triste del asunto es que estas personas, a las que con tal de medrar les importa un bledo lo que ocurra a los que están por debajo en la escala social, se desviven luego por proyectar una imagen de éxito de cara a sus iguales o a los que están por encima de ellos, aunque para esto tengan que renunciar a sus propios principios. Un simulacro de Felicidad obtenido a costa del sufrimiento de otros jamás puede ser auténtica Felicidad; la apariencia de Belleza a costa de sacrificar tus principios no es verdadera Belleza.
 
 
Dejadme hacer dos puntualizaciones acerca de lo hablado estas cuatro semanas… En primer lugar, quiero aclarar que si bien en las dos últimas entregas he sido especialmente duro y crítico, no estoy diciendo, ni mucho menos, que los corruptos y los especuladores sean mayoría en nuestro país… pero eso de todos modos no nos libera a los demás de nuestra responsabilidad, porque todos tenemos nuestra parte de culpa, a distintos niveles y en distintos grados, en el proceso que nos ha llevado a la situación actual, y estoy seguro de que algunos de los que lean este blog se reconocerán en algunas de las cosas que critiqué las dos primeras semanas. En segundo lugar: a los que se hayan preocupado por el mobiliario, la decoración y las reformas y al mismo tiempo hayan leído libros, dedicado suficiente atención a sus hijos y donado dinero a alguna ONG, mi más sincera enhorabuena, de verdad (¿Cuál es vuestro secreto? ¿Cómo lo hacéis?). El problema no radica en pensar en las cosas materiales, sino en olvidarse de otras más importantes por estar pensando en ellas… lo cual ocurre en muchos casos de todas formas: las cosas, como son.
Y ya para finalizar, la pregunta del millón: ¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? Es una frase con muchos matices y para contestar tenemos que precisar con cuidado el significado de las palabras… En la época de las vacas gordas y los créditos regalados realmente podíamos pagar todo lo que comprábamos, con lo cual no estábamos por encima… ¿o sí? Teniendo en cuenta que de aquellos polvos han venido estos lodos, yo diría que considerando los resultados a largo plazo sí hemos gastado más de lo que podíamos… Si aun así seguís pensando que la respuesta es no, dejadme reformular la pregunta: ¿Hemos vivido por encima de nuestras necesidades? A esto hay muchos que también responden que no, pero me parece que eso es ver la paja en el ojo ajeno y no querer ver la pestaña en el propio. Es verdad que algunos han vivido mucho más por encima de lo estrictamente necesario que nosotros, pero eso no nos convierte automáticamente en ermitaños del desierto: lo que mucha gente considera un caprichito puede no ser nada al lado de lo de Bárcenas, pero a ojos del que está viviendo en la calle entre cartones es un auténtico despilfarro. Yo he visto muchos ejemplos de esto en mi entorno de clase media, así que mi respuesta es, definitivamente, sí.
Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos realmente es: ¿Hemos vivido? ¿Cargarse un montón de objetos a la espalda y estar constantemente pendiente de que no se caiga ninguno es realmente vivir? No nos engañemos: ser infeliz por dentro con tal de parecer feliz por fuera es vivir fuera de uno mismo, y eso, como decía Lester Burnham junto al sofá, no es vivir. Así pues, mi conclusión es que hemos consumido por encima de nuestras posibilidades y hemos vivido por debajo. ¿Y ahora, qué? En cuanto a la primera parte de mi conclusión, la crisis se está encargando de ponernos a cada cual en su sitio. Y en cuanto a la segunda, como ya dije una vez, aún no es tarde para cambiar.
 
 

lunes, 8 de abril de 2013

¡Es Sólo un Sofá! (III)


Una de las películas más vistas del año 2003 fue La Gran Aventura de Mortadelo y Filemón, de Javier Fesser, con guión del propio Javier y su hermano Guillermo, el de Gomaespuma. La película me gustó y me pareció visualmente muy original, pero algunos detalles me resultaron por entonces demasiado surrealistas: un ejemplo es el discurso del tirano Calimero desde el balcón de su palacio ante un enfervorecido ejército de siete mil albañiles, enyesadores y pintores, que comenzaba con las siguientes palabras: “¡Se avecinan reformas!”. Calimero es una extraña mezcla de Francisco Franco, Rufus T. Firefly y Paco el Pocero; es el dictador de Tirania y continuamente está construyendo edificios para ganar más dinero, hasta el punto de que declara la guerra a la Reina de Inglaterra y lanza un gigantesco proyectil de hormigón fresco sobre el Palacio de Buckingham con el fin de “recalificar” los terrenos y poder construir más pisos allí: un especulador inmobiliario en toda regla, vamos. No es ésta la única referencia en las pelis de Javier Fesser a las obras (podría hacer aquí un chiste muy malo sobre el Opus Dei y Camino, pero me abstengo): es legendario el personaje de Usillos de El Milagro de P. Tinto, que excava una auténtica gruta en el suelo de una cocina al grito de: “¡Reformas Usillos no hace chapuzas! ¡Si hay que sanear, se sanea!”.
 
 
En aquella época, hace diez años, no entendí muy bien la obsesión de los Fesser por criticar las reformas y la construcción, pero ahora la comprendo perfectamente. En las dos primeras entregas de esta entrada he hablado de cómo mucha gente se preocupa en exceso por el envoltorio de sus vidas (por proyectar una imagen de éxito, tal y como predicaba el Rey del Inmueble en American Beauty), olvidándose por completo del contenido: hemos hablado de muebles de diseño, de obsesión por la decoración, de reformas innecesarias e incluso de cambiar de lugar de residencia cuando uno piensa que el anterior no es digno de su status… Sin embargo, no hemos llegado aún al máximo nivel de despropósito en lo que a vivienda se refiere: hace unos quince años se empezó a generalizar la práctica de comprar, reformar y vender una casa, obteniendo un beneficio monetario, sin llegar ni siquiera a vivir en ella… El hogar convertido en un negocio, en una mera forma de inversión. La ignorancia y la incapacidad (o falta de voluntad) para predecir lo que podía pasar a largo plazo hicieron que “trabajar en la obra” fuese la profesión de moda, y que los chavales que estudiaban en la Universidad fuesen vistos como unos pardillos… La especulación inmobiliaria trajo consigo corrupción política, bosques talados e incendios provocados para recalificar terrenos y poder construir más pisos (muchos de los cuales, por cierto, siguen vacíos)… Y la burbuja fue creciendo: poco a poco fueron aumentando artificialmente los precios de las casas, haciendo más difícil el acceso a ellas a la gente que realmente las necesitaba para vivir. Las hipotecas pasaron a ser a treinta, cuarenta o incluso cincuenta años: la vida hipotecada… No estamos hablando de oro, ni de petróleo, ni de ordenadores: estamos hablando de casas. Si tenemos en cuenta que todo el mundo necesita un sitio donde vivir, el especular con el precio de la vivienda me parece la máxima expresión del egoísmo y la falta de humanidad.
A mí no me gusta, como a Alfred, el mayordomo de Batman, decir eso de “¡Ya te lo dije!”… pero que conste que yo ya avisé en su día que los precios estaban inflados y eran injustos, y que era algo que no podía durar para siempre. De toda la vida me ha gustado pagar las cosas a tocateja, y los conceptos de “préstamo”, “crédito” o “hipoteca” me han parecido desde siempre un invento demoníaco (otro día hablaremos de esto), así que, como buen inconformista que soy, me negué en redondo a comprar una casa en la época de la burbuja inmobiliaria. Ahora mismo vivo alquilado por un precio razonable y me alegro mucho de no haber comprado; se podría decir, por tanto, que la burbuja no me ha afectado… al menos no de forma directa. Sin embargo, muchos de mis amigos casados o emancipados durante estos diez años se han tenido que ir a vivir a pueblos alrededor de Valencia por culpa de la escalada de precios, con lo que he perdido contacto con varios de ellos a los que tenía en mucho aprecio. De otros amigos también me he distanciado, aunque no desde el punto de vista geográfico: digamos sencillamente que, aunque siguen viviendo cerca, con el paso de los años se han ido preocupando más y más por el tapizado de sus sofás… Pero esto es otro tema, no nos desviemos del asunto.
 
 
Con la explosión de la burbuja, se sumó en España a la crisis financiera global una crisis inmobiliaria, y muchos de aquellos felices obreros de los que hablaba se quedaron en paro, arrastrando detrás a otros cuyos puestos de trabajo dependían de ellos. Cada vez fue más y más difícil vender un piso, con lo que muchos especuladores perdieron dinero y se llevaron su merecido. También se les empezó a hacer cuesta arriba el pago de las mensualidades a algunos de los que, a pesar de los altos precios, habían comprado una casa más grande o lujosa que la que necesitaban para vivir; tampoco son éstos los que me preocupan. Los que me preocupan, los que se han llevado la peor parte con la crisis, son los que menos recursos tienen: con el tiempo ha aumentado el número de impagos de las hipotecas entre la gente más humilde y se ha acentuado el drama de los desahucios; los mismos bancos que han sido rescatados con el dinero de todos no tienen sin embargo ninguna piedad con sus víctimas, que incluso después de devolver la casa, de quedarse en la calle, siguen estando endeudadas casi de por vida. Se da la contradicción de que aquél que debe poco (el ciudadano de a pie) lleva las de perder, pero el que debe mucho (el banco) es el que tiene la sartén por el mango… ¿Puede haber algo más siniestro y retorcido que esto?
Menos mal que también hay quien se preocupa por los que han tenido mala suerte: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca hace una gran labor impidiendo parte de los desahucios (una parte muy pequeña, teniendo en cuenta que se produce uno cada diez minutos) y ha llevado adelante una Iniciativa Legislativa Popular, con casi millón y medio de firmas, para intentar cambiar una normativa no sólo injusta, sino además ilegal. Cómo no, los señores políticos, al servicio de los bancos, están poniendo todas las trabas posibles para su aprobación, y aún se quejan de que haya quien quiera hacerles ver lo grave de la situación… Que haya personas suicidándose porque se ven en una trampa sin salida y a la vez en la tele haya tertulianas carcas diciendo que el Escrache es una cosa de mal gusto me hace hervir la sangre; si al final no sale adelante la ILP es que seguimos en la Edad Media, por mucho que quieran disimularlo… Sinceramente, espero la aprobación de la dación en pago y de una nueva normativa más justa en este campo; ojalá quede aún un poco de Esperanza en este país en el que los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, y en el que paradójicamente tenemos tantas casas sin gente y tanta gente sin casa.
La próxima semana seguiremos hablando un poco más de este asunto: ya sé que cuatro entregas son demasiadas para una sola entrada, pero creo que en este caso en particular el tema es importante y lo merece. Resumiremos pues las conclusiones de todo lo que hemos comentado en la entrega de hoy y también las conclusiones generales, y os contaré cuál es el significado de las rosas rojas en American Beauty.

martes, 2 de abril de 2013

¡Es Sólo un Sofá! (II)

Cuando vi el capítulo de Big Bang Theory en el que Leonard conoce a Sheldon y éste le acepta como compañero de piso, me hizo mucha gracia comprobar que el mobiliario de la casa antes de llegar Leonard era el mínimo imprescindible… Me gustó en parte porque lo encontré típico de Sheldon, muy en su línea, y también porque creo que yo hubiera hecho algo parecido, quizás no tan radical pero parecido, si hubiera entrado a vivir en un piso sin muebles. Viendo de nuevo este fragmento me he dado cuenta de que coincido con Sheldon en más cosas aparte de la sobriedad en… bueno, en realidad la total falta de interés por la decoración. Sí, es verdad que pienso en criterios similares a los suyos para decidir en qué sitio me siento en mi comedor, pero no es eso a lo que me refería: me refería a que en un mundo post-apocalíptico yo también me dedicaría a preservar el Conocimiento de la Humanidad (aunque no me importaría además procrear, o al menos hacer algún intento, de vez en cuando).
Este comentario del mundo post-apocalíptico no lo he hecho en broma (bueno, y lo de procrear tampoco)… viene a cuento de algo que me tomo muy en serio: al igual que Sheldon, yo soy un apasionado del Conocimiento, y cuando intentas comprender todo acerca de todo, cuando tu mente está abierta a toda la Humanidad, a la inmensidad del Tiempo y del Universo, resulta difícil concentrarte en los noventa metros cuadrados que te rodean o sacar algún rato para ponerte al día en las últimas tendencias en decoración. Dicho de otro modo: más que el piso, me interesa tener la cabeza bien amueblada. Por desgracia, no todo el mundo comparte la misma opinión: mi lugar de trabajo cuando estoy en casa es la mesa del comedor, y a modo de pequeño despacho tengo sobre la cómoda de al lado, bien ordenaditos y siempre a mano, unos pequeños montones de libros, revistas, apuntes míos, folletos de museos, CD’s, DVD’s… Pues bien: alguna que otra vez durante mi convivencia en pareja he recibido la sugerencia de retirar mis cosas a otro cuarto antes de recibir a las visitas, como si fuera malo que la gente vea que tienes proyectos, trabajos, visionados y lecturas entre manos. En fin… Volviendo por un segundo al Doctor en Física Sheldon Cooper, tengo que confesar que, si bien a veces suelta estupideces como pianos, en otras ocasiones me parece que tiene más razón que un santo y prácticamente me quita las palabras de la boca… pero de esto ya hablaremos con más detalle otro día.
 
 
Ya que hemos tocado el tema del Conocimiento, me viene a la mente el caso de Jacques Mayol, el hombre que quería saberlo todo acerca de todo en El Gran Azul. Jacques se enamora de Johana y la lleva a su piso: éste está hecho un desastre, con mapas en las paredes y el suelo lleno de montones de libros y de bombonas de buceo. Poco después vemos cómo Johana está ordenándolo todo y pintando las paredes, intentando crear un nidito en el que ambos puedan ser felices… pero Jacques está más a gusto en compañía de los delfines, y en el mundo de los hombres se siente como un pez fuera del agua; al final la llamada del Mar es más fuerte que el Amor que siente por ella. Vaya por delante que mi caso no es tan exagerado como el de Jacques, pero dejadme que os cuente algo más acerca de mi piso… Al entrar a vivir en él no hice reformas, sólo hice pintar algunas habitaciones. El pintor dio por sentado que iba a cambiar toda la decoración y, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, usó las cortinas de la galería para cubrir el suelo mientras trabajaba… Por supuesto, las cortinas vuelven a estar en su sitio y, aunque con unas cuantas gotas de pintura que no se fueron al lavarlas, funcionan perfectamente.
Está claro que a veces hacer obras está justificado por el claro deterioro de una casa, pero sobre todo en los últimos quince años ha habido mucha gente que las ha hecho por simple capricho, como si unas calidades y acabados de hace más de una década fuesen una ofensa para la vista y motivo suficiente para arrancarse los ojos. Si hablamos de los cuartos de baño, por ejemplo, parece que últimamente fuera obligatorio por ley instalarse una ducha-jacuzzi con chorritos de hidromasaje y mampara corredera… Pues yo estoy bastante contento con mi bañera de patas, mi alcachofa normal y mi cortina de plástico. ¿Por qué esta obsesión por las reformas y por las casas a la última? ¿Es simplemente por el qué dirán, por aparentar ante los amigos? ¿O es que a la gente le da miedo dejar de cambiar su casa porque entonces se darían cuenta de que no saben qué hacer en ella una vez terminada? A mí me parece que por lo general es una manera tonta de gastar dinero, tiempo y recursos que se podrían usar para cosas más urgentes y más importantes.
 
 
El siguiente paso para los que nunca tienen suficiente está no en reformar su casa, sino en venderla y comprar otra mayor. Recordemos otro fragmento de American Beauty… Después de una pelea familiar, Carolyn Burnham, que por cierto trabaja de agente inmobiliaria, le reprocha a su hija Jane lo ingrata que es por no saber valorar lo que tiene: “¡Cuando yo era pequeña vivíamos en un dúplex! ¡Ni siquiera teníamos un chalet!” ¿Acaso el tener un chalet le ha servido a Carolyn para ser más feliz? Si conocéis la película, a la vista está que no. Frases como éstas nos suenan ridículas y cómicas a los que tenemos, como decía antes, la cabeza bien amueblada, y una de las razones por las que me gusta tanto American Beauty es que deja bien claro y sin lugar a dudas que el camino que toma Carolyn no es el correcto… Pero por desgracia son muchas más las películas, series de televisión y anuncios publicitarios que se toman estas cosas en serio, o que intentando torpemente ser irónicos acaban de todos modos haciendo apología del consumismo. Y lo que es peor: hay muchos niños y adolescentes que, ante tal avalancha de mensajes contradictorios o directamente malintencionados, y en ausencia de adultos (ya sabéis: para pagar todas las facturas, los Papás tienen que trabajar muchas horas) que les maticen y les aclaren lo que es bueno o malo, lo que va en serio o en broma, acaban totalmente confundidos y ya no son capaces de identificar la ironía o la crítica directa ni siquiera en los casos más evidentes.
El caso es que este círculo vicioso ha ido generando una sociedad cada vez más y más materialista en la que la mayoría se preocupa antes por las cosas que por las personas, y la gente con sentido común ha acabado siendo la excepción, más que la regla. A los pocos que defendemos la teoría del Decrecimiento, la Sencillez y la austeridad en las costumbres muchas veces nos miran como a un bicho raro, como si estuviéramos locos. Lamentablemente, como reza el dicho, a veces a la normalidad de unos pocos se le llama locura y a la locura de muchos, normalidad. Por esta misma razón, siempre viene bien tener cerca a alguien que diga las cosas claras, siempre es bueno que haya gente como Lester Burnham… y a falta de Lester, aquí estoy yo con el blog para no dejar títere con cabeza. La semana que viene llegaremos, cual Capitán Willard remontando el río en busca del Coronel Kurtz, al corazón de las tinieblas, al súmmum de la locura y el absurdo: hablaremos de la gente que compraba casas no para vivir en ellas, sino para venderlas.