El otro día, mientras estaba en el cuarto de baño haciendo pis, se me
ocurrió la idea de dedicar una entrada a reflexionar un poco acerca de los
microbios, esa infinidad de seres vivos que nos rodean pero que son tan
pequeños que solo pueden observarse con ayuda de un microscopio.
Estos también llamados microorganismos
son muy variados, pudiéndose distinguir bacterias, protozoos, algas, hongos o
incluso, en el límite de lo que se considera Vida, virus. No entraré a detallar
las diferencias estructurales o funcionales entre los distintos tipos porque la
cosa se haría muy larga y porque tampoco estoy tan puesto en el tema como para
ello. He encontrado varios vídeos al respecto bastante interesantes y
entretenidos; la mayoría están en inglés, pero siempre podéis ir a la
configuración de YouTube y seleccionar los subtítulos en español.
Algunos tipos de microbios son
malos para nosotros porque competimos como especies por persistir y aumentar en
número de individuos. Si los gérmenes encuentran una brecha de seguridad pueden
empezar a reproducirse sin control en nuestro interior, afectando el
funcionamiento habitual de nuestro organismo y generando enfermedades, y a
veces hasta ocasionándonos la muerte: en este último caso, cuando nuestras
defensas quedan totalmente desactivadas, una gran cantidad de tipos distintos
de microorganismos se aprovechan de los recursos que hemos dejado disponibles en
nuestro cuerpo inerte para crecer, multiplicarse y aumentar los números de sus
especies, y que siga así este complejo baile
de la Vida sobre la Tierra, mezcla de competencia, cooperación y evolución de
organismos grandes y pequeños… Visto de esa manera, lo de pudrirse en la tumba
hasta tiene cierto lado poético.
Pero aun así, intentemos tardar lo máximo posible en morirnos… ¿Qué
consejos hay que seguir para evitar contagios y mantenerse lo más sano posible?
En primer lugar, evitar toquetear demasiado objetos de uso comunitario tales
como pomos de puertas, pasamanos de escaleras, asideros de autobuses o metros, teclados
en salas de ordenadores… Y en caso de haberlo hecho, intentar no tocarse mucho
la boca o la nariz después, ya que en las mucosas la temperatura es más
apropiada para que los microbios campen a sus anchas y empiecen a multiplicarse.
Recuerdo que alguna vez hemos hablado ya de aprender a estornudar bien,
colocando delante de la boca el antebrazo o el puño de la camisa en lugar de la
palma de la mano, ya que en la manga los gérmenes se mueren al cabo de un
tiempo mientras que en la mano aumenta la posibilidad de tocar los objetos
antes mencionados y contagiar a otras personas.
Por supuesto, es muy aconsejable lavarse las manos con cierta frecuencia: el
frotárselas separa los microbios de nuestra piel y la presencia de moléculas de
jabón ayuda a que se unan más fácilmente al agua, que se los lleva desagüe
abajo… Yo sigo estos consejos a rajatabla y casi nunca me pongo enfermo; ya os
dije una vez que no he faltado ni un solo día al trabajo desde que me
contrataron en el 2009.
Aparte de la prevención hay también ciertos remedios que nos pueden ser
útiles después de producida la infección: por ejemplo, se deben contar ya por
millones las personas que le deben la vida a Alexander Fleming
y demás científicos responsables, con su trabajo en equipo, del descubrimiento y
puesta en uso de la penicilina, una sustancia química segregada por un hongo
microscópico que es letal para determinados tipos de bacterias (En este caso el
hongo está colaborando con nosotros, así que también forma parte del equipo). A
estas sustancias que matan a las bacterias se les conoce como antibióticos.
El más básico sentido común dicta que no hay que usar antibióticos para
combatir a un virus, que funciona de una manera completamente distinta, pero
aun así hay personas que se los autorecetan a la mínima de cambio y que tampoco
dudan en recomendárselos a todos los demás (la ignorancia es muy atrevida; lo
sé por experiencia, todos los días veo ejemplos a mi alrededor). A algunos
virus no vale la pena combatirlos, basta con sufrir los síntomas hasta que
pasen; a la larga tu sistema inmunitario
generará los anticuerpos apropiados para combatir y derrotar a los microbios.
En este sentido, tienen razón los que dicen que un resfriado sin medicinas dura
siete días y con medicinas una semana. Para combatir virus más peligrosos
tenemos hasta cierto punto las vacunas
y algunos antivirales que solo ahora, tras largos años de investigación, empiezan
a ser mínimamente efectivos. Volviendo a los antibióticos, tampoco conviene
usarlos para una infección leve, aunque sea bacteriana, como un pequeño corte
en el dedo; el abuso en cualquiera de los casos puede generar bacterias superresistentes y hacer que los
antibióticos pierdan efectividad cuando realmente se los necesite.
Los microbios no solo se reproducen en tu nariz o en tus pulmones, también
en tu estómago o en tu intestino: es lo que se conoce como intoxicación alimentaria. Para
evitarla también disponemos de un amplio abanico de técnicas que hemos ido
perfeccionando con el paso del Tiempo: algunas de ellas son ya milenarias y
otras bastante más recientes. Por ejemplo, los alimentos se meten en la nevera o
en el congelador porque con el frío la acción de los microbios se ralentiza, y
no pueden reproducirse hasta números que supongan realmente un problema para
nuestras defensas. Tampoco les va bien el calor excesivo: cuando la comida se
cocina se les mata, las altas temperaturas hacen que se rompa su estructura
molecular y al perder en particular su capacidad reproductiva (y en general su
capacidad de hacer nada) dejan de ser un peligro.
De igual modo, muchos alimentos se esterilizan con radiación gamma
antes de comercializarlos en supermercados y, en contra de lo que algunos
puedan pensar, esto hace que sea más seguro comérselos. Lo que es peligroso son
las sustancias radiactivas,
ya sean en cantidades grandes o pequeñas, pero la radiación no lo es, siempre y
cuando no te alcance directamente. Cuando te comes una manzana esterilizada la
radiación ya no está ahí, y los gérmenes que van incluidos en el menú están
muertos por la radiación, con lo que tampoco son un peligro: los digerirás y
utilizarás sus piezas moleculares en tu beneficio, para reparar tus propias
células, o para proporcionarte algo de energía… La esterilización con rayos
gamma se aplica también a instrumental quirúrgico, para poder abrir y operar a
un paciente sin riesgo a infecciones.
Hace un tiempo hablamos de la importancia estratégica a lo largo de la
Historia de las especias,
que segregan sustancias químicas como defensa contra los insectos y los
microbios; esto hace que ayuden a conservar la comida sin pudrirse durante más
tiempo… Lo que mata a los organismos más pequeños a nosotros solo nos pica (y a
un indio o a un mejicano ni siquiera eso). De forma similar, comprendiendo que
son los microbios los que estropean la comida y entendiendo cómo funcionan sus
procesos vitales, es fácil también deducir por qué la comida desecada (o
deshidratada)
es más fácil de preservar: si le quitas el agua estás dificultando que los
microorganismos puedan vivir en ella, porque les falta uno de los elementos
vitales para su subsistencia. Otra manera de conservar es añadiendo sal, lo que
también altera el equilibrio del agua en los alimentos… Hay muchas más cuestiones
interesantes en este campo, como la de cuánto tiempo tardan los microbios
en subirse a un trozo de comida que se te ha caído al suelo, pero mejor no
extenderse demasiado.
¿Y qué pasa con lo que no nos comemos? Que acaba en el cubo de la basura,
donde los microorganismos, en ausencia de oposición, se ponen las botas y se
reproducen a gran velocidad, llegando a ser patentes los efectos a poco que te
retrases unos días en bajar la basura al contenedor. Cuando
el número de microbios crece lo suficiente la colonia resultante puede ser
visible sin necesidad de microscopios,
y un ojo experto puede llegar a distinguir según su apariencia agrupaciones de mohos,
bacterias, etc. Aparte de por la vista y por supuesto el olfato, también
podemos percibir los efectos a través de la piel: poned la palma de la mano
unos centímetros por encima de vuestra basura (no seáis tiquis-miquis, luego os
la laváis… ¡Todo sea por la Ciencia!) y notaréis el calorcito que despiden los microorganismos con su
actividad… Al igual que nosotros, realizan la respiración celular en la que
extraen la energía de su alimento, combinándolo con oxígeno, para llevar a cabo
sus funciones vitales… ¡Tu basura está viva!
¿No es emocionante?
En cualquier caso, restrinjamos nuestra emoción a un plano estrictamente
intelectual y no empecemos a darle besitos a nuestra basura, o pillaremos una
intoxicación… Todo este Conocimiento no solo da gustito por la mera satisfacción
de saber cómo funcionan las cosas, sino que también nos es muy útil en casos
prácticos, como hemos venido viendo hasta ahora. En lo que respecta a la
basura, cada vez que voy paseando por la calle y alguien cierra de golpe la tapa de un contenedor a mi paso, si no puedo evitar que me alcance la ola
invisible de olores y microbios, al menos cierro la boca y la nariz mientras
paso de largo… ¿Que cómo se cierra la nariz sin usar los dedos? Muy fácil:
basta con usar el diafragma, es decir, con no respirar; las partículas de aire
dentro de tu nariz, al no tener hueco para irse más hacia dentro, actuarán como
tapón para los gérmenes… Si os interesa, otro día os explicaré cómo cerrar los
oídos sin usar las manos.
A los
microbios se les puede ver en acción no solo en el cubo de la basura sino
también en sitios como la taza del retrete
(y no, no os preocupéis, que no voy a dar detalles sobre el reparto de tareas de ambas manos
en algunas sociedades islámicas). Cuando pasan más días de la cuenta sin desinfectar
el WC (y ya sabéis que a mí, que tengo cosas más urgentes y/o más interesantes
que hacer, me ocurre algunas veces) aparecen manchitas algo más oscuras en
determinadas zonas… De hecho, el detonante de esta entrada fue, como ya os he
dicho, la contemplación del interior de mi taza mientras echaba una meadilla,
que me permitió confirmar experimentalmente algunas de las cosas que sé acerca
de los microbios.
Por encima del
nivel del agua las manchitas coincidían con los puntos en los que la superficie
curvada de porcelana blanca concentraba con mayor intensidad el reflejo de la
luz de la bombilla; es posible que se tratara de colonias de algas microscópicas que usan la luz
para hacer la fotosíntesis, dando igual que ésta provenga del Sol o de un
utensilio fabricado por el Hombre. Por debajo del agua aparecían unas manchitas
(de un color distinto, por tratarse de organismos diferentes) justo en los dos
puntos por donde suele caer la mayor parte de la orina tras chocar con la
porcelana algo más arriba (considero que hacer ruido con el chorrito en el agua
no es de buen gusto para los
vecinos) y abrirse hacia ambos lados; supongo que a los pocos gérmenes que hay
en esas dos zonas les llega una mayor variedad de nutrientes y por eso
proliferan más hasta el punto de hacerse visibles (y de indicarme que ya toca
limpiar el baño).
Como decíamos
antes cuando hablábamos de pudrirse en la tumba, también en el caso de un
retrete sucio el Conocimiento acerca de los detalles confiere cierta Belleza a algo
que inicialmente parecía no tenerla… ¡La Vida se abre camino!
Y con esta reconfortante conclusión terminamos por hoy. A medida que iba
escribiendo he visto que me quedaban bastantes cosas interesantes por comentar,
así que al final he decidido que esta entrada tendrá dos partes: hoy hemos
hablado de los microbios que compiten con nosotros, y en la segunda entrega
hablaremos de los microbios “buenos”, los que colaboran con el Homo Sapiens
desde dentro… ¿Sabíais que en nuestro cuerpo hay más microorganismos ajenos que
células propias? Pues sí. La semana que viene, más detalles.
Y hablando de agujeros negros… Recordaréis que estoy pendiente de mudarme,
después de que el edificio de mis abuelos, donde he estado alquilado unos años,
haya sido vendido para dedicarlo a apartamentos para turistas
(Las próximas semanas estaré muy atareado con esto y puede que no tenga acceso
a Internet durante unos días, así que aprovecho para pediros disculpas si alguna
entrada es más corta de lo normal o si fallo en una entrega). A finales del mes
pasado se realizó una bonita acción reivindicativa en la que se colgaron
pancartas y un crespón negro de la fachada, y diversos poetas y poetisas de la
zona salieron a los balcones a recitar sus versos, a modo de despedida.
En lo que llevamos de obras he tenido que aguantar el ruido de los taladros
y los martillos, que me cierren la llave del agua sin avisar, que se pierda dos
veces la señal de la antena de televisión, que se me abolle el tendedero
metálico por la caída de cascotes desde el piso de arriba e incluso que me
hayan hecho en una de mis paredes un agujero del tamaño de un puño (respecto a
esto último hay que reconocer que los obreros se disculparon en seguida y me lo
taparon con masilla al día siguiente). Aunque los pocos vecinos que iban
quedando se han pasado una o dos veces a recoger los últimos trastos, en la
práctica se puede decir que desde principios de junio estoy solo en el edificio
(bueno, eso al menos por la noche; durante el día me hacen compañía los de la obra).
El pasado sábado 3 lucía un sol radiante (a pesar de las predicciones
meteorológicas) y los obreros dejaron por descuido algunos pisos abiertos al
terminar su trabajo, así que aproveché a media tarde para asomarme brevemente
sin tocar nada. La mayoría estaban ya vacíos de muebles y con algunos tabiques
echados abajo, pero la puerta 5 todavía permanecía como la había dejado una de
mis vecinas, con muchos objetos que no habían pasado la criba de la mudanza (o
quizás que no había querido llevarse para evitar el dolor de los recuerdos).
Tanto en este caso como en los otros la sensación al contemplar los pisos era
una mezcla de emoción e inquietud. Por un extraño efecto acústico que no
alcanzo a explicarme, o tal vez por estar yo un poco paranoico, cualquier
pequeño ruido de la calle o de los edificios colindantes parecía proceder del
hueco de la escalera, lo que me hacía asomarme con ciudado a la barandilla para
confirmar que no era alguno de los obreros que se había olvidado algo y volvía
a por ello.
Insisto en que era miedo a que los obreros me llamaran la atención, no a
cualquier tipo de presencia sobrenatural… Yo nunca he sido una persona
especialmente miedosa, ni de esos que ponen tres pestillos en la puerta antes
de irse a dormir por la noche, así que no tengo problema con ser el último
vecino de la escalera, pero en la tarde-noche del domingo 4 de junio la
tormenta sobre la ciudad de Valencia me puso a prueba. Ya en la madrugada,
mientras dormía, un chaparrón repentino había terminado de deshacer la pancarta
de mi balcón, que había caído a la calle hecha jirones de papel mojado (por
supuesto la llevé a reciclar, menudo soy yo…). Al caer la tarde del domingo el
cielo estaba encapotado, y el sol, ya próximo a esconderse tras los edificios
cercanos, se asomaba por entre las nubes grises. Hacía bastante viento y llovía, y los relámpagos eran cada vez más frecuentes y
estaban cada vez más cerca. Los obreros habían cortado por uno de los extremos
los cables metálicos del tendedero del piso de arriba, y estos colgaban mecidos
por el viento y chocando con los míos, produciendo un extraño ruido reverberante
como venido de otro mundo.
Al no tener ventanas muchos de los pisos, a medida que la tormenta crecía
se escuchaban cada vez más portazos en la escalera por el fuerte viento, así
que (para poder dormir en silencio después) salí y empecé a cerrar las puertas abiertas
una por una, empezando desde abajo. Las plantas inferiores estaban iluminadas
por la luz artificial del portal de entrada, y desde la salida a la azotea
asomaba la luz pálida y mortecina que las nubes dejaban pasar desde fuera, pero
entre una y otra luz la escalera estaba en su mayor parte oscura como la boca
del lobo, iluminada solo a ratos cuando alguna de las puertas se abría para
juntarse otra vez de golpe con un enorme estruendo, lo cual, he de reconocerlo,
daba un poco de respeto. Además, a medida que iba cerrando bien las puertas me
iba quedando sin luz…
Llegué al final de la escalera. La uralita de la azotea, mal
asegurada a las vigas metálicas, se traqueteaba también con las ráfagas fuertes
de viento haciendo un ruido tremendo, y unos plásticos grandes que había
colocados en unos andamios se movían agitados por el aire, contribuyendo a
crear una atmósfera de novela de terror. Seguía cayendo algún rayo de vez en
cuando. En lo alto del hueco de la escalera los obreros habían instalado una
pequeña grúa a motor eléctrico con un gancho que subía y bajaba, y me dio por
pensar que era el momento perfecto para que el típico psicópata de película
entrara de sopetón desde el terrado y me colgara del gancho (una muerte por todo lo alto). Pero no entró nadie. Me aseguré de que la
puerta de la azotea estaba bien falcada y que no podía dar portazos… pero aun
así se seguían oyendo de vez en cuando, desde abajo. Menudo acojone. ¿Qué se me
había pasado por alto?
Al final descubrí que la puerta de mi vecina de la 5 no tenía pestillo, que
los obreros, por la razón que fuera, habían tenido que descerrajarla, por lo
que al subir hacia arriba me había parecido que estaba bien cerrada cuando en
realidad no lo estaba. Entré en el piso y dejé la puerta abierta de par en par,
colocando una bombona de butano vacía que había en el recibidor para que no se
cerrase. Cada vez estaba más oscuro, ya era prácticamente de noche; solo
entonces me di cuenta de que los obreros se habían dejado encendida la luz del
recibidor. Al fondo del largo pasillo, más allá del comedor y del patio
interior de la manzana, vi muy pequeñas las siluetas de mis vecinos de
enfrente, la pareja bohemia de la que os hablé una vez,
que estaban preparándose para cenar en la mesa de su balcón cubierto, bajo la
guirnalda de farolillos: de nuevo dos puntos de luz separados por un abismo de
oscuridad. Pensé que si me ocurría algo en ese mismo instante, que si aparecía
alguna amenaza desconocida de entre las sombras de la escalera (¡Qué tontería,
si ahí no hay nadie…!) mis vecinos no serían capaces de verme, ni tal vez de
oír bien mis gritos entre el viento y los truenos, y aunque lo hicieran no
podrían ayudarme a tiempo.
Era consciente de que si apagaba la bombilla del recibidor me quedaría
totalmente a oscuras; los farolillos, la única
fuente de luz restante, pequeña y tenue, como una distante constelación en un
firmamento negro. Solo tenía que bajar un piso hasta mi puerta, pero esa distancia se me iba
a hacer bastante larga en la oscuridad… Estuve unos segundos debatiéndome entre el
miedo que empezaba a aflorar en mi interior y mi deber, como ciudadano
ecológicamente responsable, de apagar la luz y evitar todo gasto superfluo de
energía… Pero me pudo la responsabilidad, y tengo que decir orgulloso que al
final logré hacerme el ánimo de pulsar el interruptor y bajé los tres tramos de
escalones hasta mi casa con una tranquilidad y una entereza que incluso me
sorprendieron a mí mismo.
Fue una experiencia interesante, la de aquel domingo… Los obreros ya no se
olvidan de cerrar todas las puertas cuando se van, y han repuesto el pestillo
que faltaba en la 5. No me queda mucho tiempo aquí, pero he de confesar que en
un par de ocasiones he tenido el pálpito de que la noche de la tormenta no sería
el último mal trago que me haría pasar este antiguo edificio vacío… ¿Debería
tocar madera? Más adelante, cuando tenga la tranquilidad necesaria para
redactarlas con cuidado, dedicaré un par de entradas a hablar, bajo una
perspectiva más amplia, del Miedo y de por qué a veces dejamos que nos domine, muchas
de ellas sin motivo.
Chris Cornell, uno de los mejores vocalistas de la historia del rock, cantante
de grupos como Soundgarden, Audioslave
o Temple of the Dog, se quitó la vida tras un concierto con Soundgarden en el
Fox Theatre de Detroit el pasado 17 de mayo. Su guardaespaldas lo encontró en
el cuarto de baño de su habitación de hotel con una cinta de ejercicio roja
alrededor del cuello. Tenía cincuenta y dos años y, al menos físicamente,
estaba en plena forma. Deja huérfanos a tres hijos adolescentes de dos mujeres
distintas, con lo cual la suya parece una decisión bastante irresponsable, pero
es muy difícil entender lo que pasa por la mente de una persona con un caso
agudo de depresión. Cornell había estado batallando toda su vida con este tipo
de problemas, y parece que la noche en cuestión había tomado más ansiolíticos de la cuenta,
estaba muy aturdido y no sabía bien lo que hacía.
Desde el mismo día de su muerte numerosos artistas conocidos y anónimos
empezaron a rendir homenaje al vocalista de Seattle, en sus conciertos en
directo o a través de la Red, con distintas versiones de sus canciones.
Entre los temas escogidos destaca con diferencia Black Hole Sun,
canción de 1994 que antes de este suceso ya era muy conocida pero ahora es prácticamente
un himno. Hemos hablado de ella y de sus complejas armonías
previamente en el blog, y en otra de las entradas utilizamos una versión más tranquila,
interpretada por Nouela Johnston,
que formaba parte de la banda sonora de la película Caminando Entre las Tumbas.
El propio Chris Cornell interpretó muchas veces una versión acústica del tema que aun sonando diferente a la
original era también endiabladamente buena… El objetivo de la entrada de hoy es
por tanto mostraros una selección de las diez mejores versiones de Black Hole
Sun en tributo a Cornell.
Tenemos por ejemplo la versión de Chloe Boleti,
cantante de ascendencia griega afincada en Londres, aunque esta ya llevaba unos
años colgada en YouTube; o la interpretación del conjunto de violoncellos Break of Reality; o el tributo desde el
mundo del country con Cody Jinks y Paul Cauthen.
Después está la versión de 8 Bits, al estilo de la música de los videojuegos antiguos: en principio podría
parecer algo irrespetuosa, pero francamente es bastante fiel a los pequeños
detalles de la original (el solo de guitarra de Kim Thayil prácticamente lo
clavan) y además le aporta mayor variedad a la selección.
Está también la versión del coro de Toronto Choir! Choir! Choir!; o la del músico y productor Leo Moracchioli, desde Noruega, con
un sonido bastante hardcore; o una segunda reinterpretación, anterior al
trágico suceso, del dúo londinense SWANN
con la voz de Nouela Johnston. Los Postmodern Jukebox
y la cantante Haley Reinhart le dieron hace cosa de un año un aire totalmente vintage,
y el brasileño Guty Rodrigues la
interpretó en solitario con su guitarra eléctrica el mismo día en que se
conoció la noticia.
Pero la versión que más me ha emocionado y que más he oído estos últimos
días es sin duda la de Norah Jones al piano. En su
momento mencionamos brevemente en el blog que es la hija de Ravi Shankar, y en
cierto modo la relacionamos indirectamente con el guitarra de Soundgarden
cuando hablamos de los ritmos de la tradición musical hindú…
La casualidad quiso que fuera precisamente ella la siguiente en tocar en el
Detroit Fox Theatre tras el último concierto de Soundgarden, una semana después
de la muerte de Chris Cornell; y en solo unos pocos días, en paralelo con la
preparación de su nueva gira, se las apañó para componer y ensayar este
precioso y delicado arreglo del tema. Especialmente hermosa es la parte final,
con las notas del piano que se elevan como el suave aleteo de una mariposa;
como el espíritu de Cornell, por fin en paz, sobrevolando las azoteas de Detroit y alejándose hacia el
horizonte.
Después de Kurt Cobain de Nirvana, Layne Staley de Alice in Chains o Scott
Weiland de Stone Temple Pilots (aunque estos últimos eran de Los Ángeles, no de
Seattle), Chris Cornell se suma a la lista de cantantes del movimiento Grunge
de los noventa que se han quitado la vida o han fallecido de sobredosis;
de aquellos grandes vocalistas queda solo Eddie Vedder de Pearl Jam.
Cornell comentó en alguna entrevista que compuso la música y la letra de Black
Hole Sun en muy poco tiempo, y que la letra en realidad no tenía ningún significado: al componerla
simplemente se dejó llevar y fue escogiendo las palabras que pegaban bien con las
imágenes mentales que le sugería la melodía. La letra parece
cobrar algo más de sentido ahora que nos ha dejado, y resulta bastante inquietante escuchar algunos de
los versos: “camino medio dormido, rezo por conservar mi juventud, cuelga mi
cabeza y ahoga mis miedos…” ¿Es acaso el Agujero Negro Solar de la canción el
equivalente a la Muerte?
Aunque siempre he disfrutado y sigo disfrutando de la música de
Soundgarden, nunca he acabado de comulgar con ese pesimismo (casi nihilismo)
que supuran sus letras, y desde luego nunca se me ha pasado ni remotamente por
la cabeza la idea de acabar con todo; como ya sabéis, este Mundo me parece
demasiado bonito e interesante como para marcharme antes de tiempo. Supongo que
tanto a las letras de las canciones como a la Vida en general les encuentra
sentido el que quiere… o el que puede. De todos modos una cosa está clara: ya nadie cantará como tú, Chris.