martes, 24 de abril de 2018

Time Flies When You’re Having Fun


Llevo varias semanas notando que, al menos en mi navegador del portátil, la etiqueta “Museos” es la única que queda en tamaño pequeño de fuente, de todas las que aparecen en la columna de la derecha del blog… Es la que menos entradas relacionadas tiene, con un total de trece, así que he decidido empezar a remediar este problema de desnutrición y publicar la que hace catorce, a ver si la pobre etiqueta va creciendo poco a poco… Durante la pasada Semana Santa tuve más tiempo libre para ponerme al día con mis visitas a las distintas exposiciones en los museos de Valencia, y decidí llevarme la cámara y hacer algunas fotos en cada uno de ellos… Os enseño a continuación una selección, acompañada por breves textos explicativos, por si aún estáis a tiempo y os apetece ver alguna de ellas.

Siguiendo un orden cronológico, empiezo con mi visita, el domingo 1 de abril, al Museo de Etnología del edificio de la Beneficencia, en el que pude disfrutar de dos estupendas exposiciones. Una de ellas, bastante pequeña pero realmente sobrecogedora, nos muestra fotografías de difuntos realizadas en varios países del Mediterráneo desde mediados del S.XIX, incluyendo varias de bebés “dormiditos” que realmente te parten el corazón… Esta práctica cayó en desuso en la década de 1980, pero tenía mucho sentido sobre todo en el S.XIX, ya que la mortalidad infantil era mucho mayor y el número de fotos que se tomaban mucho menor, con lo que a veces la foto en cuestión era la única de la que se disponía para recordar al hijo o al familiar fallecido…

En la sala grande disfruté de una fantástica visita guiada por la exposición de fotos antiguas del Cabanyal tomadas por tres generaciones de fotógrafos de la familia Vidal. Las primeras imágenes expuestas se remontan al 1900, solo tres años después de su incorporación a la ciudad de Valencia. Como curiosidad, decir que una nieta del pescador que aparece en el cartel de la exposición se pasó casualmente a ver las fotos y dejó una nota en el libro de visitas proporcionando el nombre y apodo del susodicho: Vicente “El Serio”… La verdad es que le pega bastante.







Ese mismo domingo, tras salir de la Beneficencia, hice una visita-relámpago a las exposiciones del Instituto Valenciano de Arte Moderno, centrándome sobre todo en la de la planta baja, con obras de Joan Miró, y en la titulada “La Eclosión de la Abstracción”. Si os soy sincero, no puedo explicaros mucho más acerca del contenido de estas exposiciones; mi manera de experimentar el arte moderno es bastante básica y sensorial, no trato de racionalizarlo ni explicarlo con palabras, y no suelo leerme las cartelas; simplemente hay piezas que me llegan y otras que no me dicen nada. Mientras paseaba por las salas me encontré a una amiga del Aula de Cine y estuvimos un rato poniéndonos mutuamente al día (ya os dije que estoy totalmente desconectado por falta de tiempo), así que se me hizo tarde y me quedaron bastantes cosas por ver para la próxima visita.







El 4 de abril me pasé por la sala de exposiciones del edificio del Ayuntamiento, por la entrada de la calle Arzobispo Mayoral, a ver con calma y tranquilidad “Guesdon ahir. València hui. La imatge de la ciutat.”, la muestra comisariada por mis amigos David Estal y Helena de las Heras. En realidad era la tercera vez que me pasaba por allí, ya que había ido primero a la inauguración y después a una de las visitas guiadas, pero ese día quería disfrutar todos los mapas y fotografías despacio y a mi ritmo. La exposición toma como punto de partida las dos panorámicas de Valencia, una desde el Puente de la Mar y otra desde el Puente de San José, dibujadas y litografiadas a mediados del S.XIX por el arquitecto bretón Alfred Guesdon, y a partir de ahí analiza las distintas formas de representación de la ciudad, desde entonces hasta llegar a las visiones que de la ciudad contemporánea han tenido varios fotógrafos invitados, como por ejemplo José María Azkárraga.

Si os gusta la historia del desarrollo urbanístico de Valencia tenéis que pasaros por allí sin falta: la muestra incluye fotos panorámicas antiquísimas, que yo no había visto antes, y multitud de mapas igualmente interesantes. El día 4 creo que pasé allí unas tres horas y media, leyendo todos los textos y mirando las fotos una por una con detenimiento, disfrutando como un chiquillo (Por cierto, esto ya me pasaba desde niño: cada vez que iba con mis padres a un museo siempre era el último de la familia en terminar, y los demás tenían que esperarme en la puerta). Charlando el día de la inauguración con Azkárraga y otros entendidos en la materia descubrí por ejemplo que Guesdon no hizo los bocetos para sus grabados desde un globo aerostático, sino que se sirvió de la vista desde algunas torres de la ciudad y de su prodigioso sentido de la perspectiva; y que su apellido no se pronuncia “Güésdon”, como yo creía hasta ahora, sino “Guedón”, a la francesa… No te acostarás sin saber una cosa más.







Más tarde ese mismo miércoles me pasé por el edificio de La Nau y subí a la Sala Duc de Calàbria a visitar Descubriendo Tesoros, la exposición de libros manuscritos e incunables pertenecientes al fondo bibliográfico de la Universitat. La mayoría de los códices escritos a mano pertenecieron originalmente a la colección del Duque de Calabria (por eso la sala se llama así); su cuidada caligrafía y las excepcionales miniaturas pintadas en vivos colores los convierten en verdaderas joyas bibliográficas. Entre ellos se incluye el ejemplar más antiguo de la biblioteca, fechado en torno a 1150.

En lo tocante a la segunda parte de la exposición, se llama incunable a cualquier libro impreso entre 1453, fecha de invención de la imprenta moderna, y 1500 (hablamos de la época en que este tipo de libros estaban aún en la cuna; de ahí el nombre). Estos no tienen tantos colores ni son tan vistosos como los manuscritos de los reyes de antaño, pero son igualmente importantes; a destacar, una copia del Tirant lo Blanc impreso en Valencia en 1490, de cuya edición solo se conservan en el mundo tres ejemplares… Admirando las miniaturas, descifrando las distintas caligrafías y leyendo algunos de los pasajes más comprensibles en latín, francés o valenciano se me fue el santo al cielo, y cuando me quise dar cuenta casi se me había hecho la hora de cierre, así que tuve que darme prisa para poder echarle un vistazo rápido, en la Sala Estudi General del piso de abajo, a una exposición de esculturas de cerámica realizadas por artistas mujeres. Es verdad eso que dicen de que el tiempo vuela cuando te lo estás pasando bien.







El siguiente museo del que debería hablaros es el Centro del Carmen, en el que estuve el 6 de abril, pero tanto la exposición de Okuda como las otras que había allí dieron para tantas fotos interesantes que he decidido dedicarles másadelante otra entrada con una selección más extensa… Para concluir la entrada de hoy salto, por lo tanto, hasta este pasado domingo, día 22: esa mañana se celebró en el espacio multiusos de la planta baja del Museo de Ciencias la XIII Feria Experimenta, la edición anual del concurso de experimentos y demostraciones de Física y Tecnología en la que estudiantes de ESO y Bachillerato de distintos colegios e institutos de la Comunidad exponen sus investigaciones a los asistentes.

Este concurso está organizado por la Facultad de Física de la Universitat de València y sirve también como punto de contacto entre esta y los alumnos de Secundaria interesados en carreras de Ciencias… También esa mañana pasé un buen rato paseando entre los distintos stands y aprendiendo cosas nuevas, y me encontré a algún que otro amigo con el que estuve charlando brevemente. Y también en este caso se me quedó la mañana corta para el tiempo que me hubiera gustado dedicar a contemplar los experimentos… De igual forma que se me ha echado la noche encima escribiendo esta entrada; en principio iba a ser una cosa breve y sencillita, pero te vas emocionando, te vas emocionando, y ya ves ¡La semana que viene, más!






martes, 17 de abril de 2018

Limpieza Preventiva (II)


La semana pasada empecé a hablaros de las estrategias que utilizo para evitar dedicar más tiempo del necesario a la limpieza de mi piso, basándome sencillamente en el sentido común y no tanto en las convenciones sociales, y aplicando la máxima de que no es más limpio el que limpia más, sino el que ensucia menos… Ya os di detalles acerca de frecuencias y método en lo referente a pasar la aspiradora, fregar los platos o poner una lavadora, y ahora hay que seguir el recorrido por las demás habitaciones, incluyendo algunos de los rincones más sucios de la casa.

En lo que respecta al cuarto de baño, el Pato WC sí lo uso a menudo porque es rápido y necesario, pero la limpieza a fondo del exterior de la taza, el plato de ducha, el espejo o las griferías las hago esperar bastante más tiempo… Y ni siquiera el Pato WC lo uso todas las semanas, como suele hacer mucha gente; recalco una vez más que estoy yo solo, que me paso la mitad del tiempo en el trabajo, y que donde pongo el ojo pongo el chorro a la hora de hacer un pis (puntería preventiva), así que la taza no se ensucia tanto como podríais creer, ni por dentro ni por fuera. Y ya que en la primera entrega hablábamos de ahorrar agua: a la hora de tirar de la cadena vacío la cisterna por completo dos veces al día, una por la mañana (tras hacer aguas mayores puntual como un reloj) y otra antes de acostarme, pero el resto de veces que echo una meadilla pulso dos veces para dosificar la cantidad que gasto. Recordad también que, como ya os dije hace unas semanas, uso un cubo con el agua recogida de la ducha mientras se calienta para limpiar luego de pelos el propio plato de ducha o para echar al WC… Estas rutinas no me ahorran tiempo, más bien al contrario, pero sí me permiten ahorrar recursos y energía y cuidar un poco el medio ambiente.




También cuido del Planeta reciclando papel, envases ligeros y vidrio por separado, así que genero muy poca basura orgánica o no clasificable, porque nunca tiro comida y controlo las fechas para que no se me ponga nada malo. Mientras que mis contenedores de reciclaje son grandes, mi cubo de la basura es minúsculo en comparación, pero aun así tardo varias semanas en tener que bajar la bolsa a la calle. Yo sé que dentro están creciendo poco a poco las colonias de microbios, pero simplemente abro y cierro la tapa con rapidez y consigo mantener ese microcosmos de Vida aislado del exterior. Como ya os dije una vez, al poner un segundo la mano por encima se nota el calorcito despedido por la actividad de los mohos y bacterias, pero nunca he sufrido problemas de malos olores por esperar más a tirarla (tengo un olfato muy sensible y os aseguro que si notase la más mínima molestia la bajaría).

Supongo que la experiencia de retener los desechos en el cubo un mes o mes y medio será similar a la de hacer compost en tu casa, aunque esto lo digo con la boca pequeña porque no tengo ni idea de cómo se hace el compost… Solo en los meses de pleno verano, con más generación de basura orgánica por las vacaciones y más calor en el piso, tengo que bajar a veces el cubo antes de que se llene porque empiezan a salir pequeñas larvitas blancas o mosquitas minúsculas (en cuanto veo las dos primeras lo bajo rápido porque sé que en cuestión de uno o dos días aparecerán más), pero nada que no se pueda controlar con facilidad… En esto, como en los casos anteriores, se trata simplemente de basar tu criterio en lo que te digan tus sentidos y tus conocimientos, no en lo que “la gente” considere o deje de considerar “normal”.




Me he referido hasta ahora a las tareas de limpieza más habituales, así que ya podréis suponer que las menos frecuentes se retrasan en mi caso hasta el infinito y más allá… Por ejemplo, la limpieza de las ventanas la hago una vez al año, normalmente durante las vacaciones de verano; o justo antes de recibir una visita de mi ex o de alguna amiga que me guste, ocurra esto cuando ocurra, por aquello de dejar una buena impresión, aunque estas visitas suelen estar tan espaciadas como la llegada de los veranos. De todos los productos de limpieza que me he encontrado en mis dos últimos pisos (en el primer caso eran de mi abuela y en el segundo de los antiguos propietarios) al final he acabado usando solo la quinta parte.

Hay una lista de determinadas tareas que me da la impresión que nunca llevaré a cabo (podría decir que lo haré más adelante, a su debido tiempo, pero me conozco y sé que os estaría engañando a vosotros y a mí mismo): lavar las cortinas, llevar el nórdico a la tintorería, limpiar las juntas de las baldosas con un cepillo de dientes viejo, desatascar las tuberías (para prevenir, no tiro por ellas nada que pueda atascarlas), limpiar el extractor o la nevera, repintar las paredes, limpiar el interior de los armarios… Todas estas actividades quedan en la categoría de “altamente improbables”, aunque ¿quién sabe? Quizás en un futuro no muy lejano encuentre una nueva pareja que me sugiera amablemente tachar alguno de estos puntos de la lista y que me proporcione tal satisfacción a nivel físico, intelectual y espiritual en la relación que de veras me compense realizar el esfuerzo… Nunca digas nunca jamás.




Aparte de la limpieza de la casa, también descuido a veces mi aspecto exterior, que no mi aseo personal (Respecto a esto último, solo os concederé que algún que otro fin de semana, si no tengo ningún compromiso a la vista, me salto uno de los dos días en lo que respecta a la rutina de la ducha; pero nada excesivamente grave, sobre todo teniendo en cuenta que mi metabolismo es muy agradecido y apenas sudo nada, como ya os dije). Es verdad que a veces paso algún día más de la cuenta sin afeitarme o arreglarme la perilla… Y tardo mucho en ir a cortarme el pelo; intento hacerlo cada dos meses pero entre pitos y flautas, con todos los líos en los que estoy metido constantemente, siempre acaban pasando dos o tres semanas más… Ojo: el hecho de que para entonces lo lleve algo largo y desastrado no está reñido con que lo lleve limpio. Cuando por fin consigo pedir cita para la peluquería me lo corto bastante, para que me dure… Volviendo a lo de la barba, recuerdo que me afeitaba más a menudo cuando tenía novia, para estar presentable para ella y para no pincharla cuando me besaba; y sé que ahora tal vez tendría más opciones en el terreno sentimental si cuidara mejor de mi aspecto, pero para seros sincero no quiero a alguien que me valore solo por eso, quiero a alguien que sepa ver más allá de las apariencias y no se quede en lo superficial.

En lo tocante a la higiene, me lavo las manos con jabón un par de veces al día y sin jabón varias más porque sé que los microbios se propagan fácilmente al tocarte luego la cara; y me funciona, porque ya os dije en una ocasión que no me he puesto enfermo como para faltar al trabajo ni un solo día en los últimos diez años… Con las infecciones, toda prevención es poca. También me lavo los dientes concienzudamente después de cada comida, menos a mediodía entre semana, por cuestión de prisas y falta de tiempo en el trabajo… Repito por tanto que puedo ser algo desastrado en cuanto a mi estética, pero sí me preocupo mucho por mi salud y la de los que me rodean; simplemente no estoy obsesionado con mi imagen externa, ni con lo que los demás piensen de mí al verme sin conocerme.




Como decía dos párrafos más arriba, soy consciente de que os cuento todo esto aun a riesgo de dispararme en un pie en lo referente a mi búsqueda de pareja… pero tengo la esperanza de que si ella es realmente compatible conmigo entenderá, si no todo, al menos gran parte de lo aquí explicado. Por si no ha quedado claro, me gustaría utilizar los últimos párrafos de esta entrada doble para argumentar y justificar mi postura… Ya os dije una vez que ser descuidado con el aspecto externo y esta clase de detalles es típico de los científicos despistados, de los poetas o de los filósofos, y me da la impresión de que yo tengo un poco de las tres cosas. Considerando el tema desde un punto de vista más filosófico, podría decirse que limpiar compulsivamente es como negarse a aceptar el paso de los años y el inevitable deterioro de las cosas. Hay que aceptar que es imposible detener el Tiempo, que tanto las casas como las personas van cambiando poco a poco, y que ese lento deterioro no tiene por qué ser malo si se acepta con naturalidad.

Del mismo modo que algunas personas se desviven en vano por intentar aparentar dieciocho años durante el resto de su existencia, también los hay que se obsesionan por que su casa o su ropa luzcan exactamente igual que el primer día, olvidándose en el proceso de algo que, con un poco de suerte, sí puede mejorar con los años: nuestra sabiduría, la coherencia de nuestro sistema de principios, nuestra serenidad e integridad ante los retos que nos plantea la Vida. La clave del asunto radica en alcanzar un punto de equilibrio, dedicando un tiempo razonable a preocuparte por tu aspecto personal y el de tu casa pero a la vez maximizando el tiempo empleado en cultivar tu espíritu y aumentar tus conocimientos.




Es posible que haya dos tipos de personas a las que no les guste mi método de limpieza preventiva: las que consideren que por limpiar poco soy un cochino y las que crean que por ensuciar poco (para no tener que limpiar) soy un soso que nunca hace nada divertido… A estas últimas las remito a mi entrada sobre pensar antes de actuar y les recuerdo que los proyectos que realmente aportan beneficios a largo plazo a nivel personal son los que incluyen una reflexión tanto previa como posterior; lo demás es ir por la Vida como pollo sin cabeza, usando la actividad constante como excusa para no pararse a pensar en las consecuencias de tus acciones. Aquel que intenta hacer pocas cosas pero bien antes que muchas mal, como es mi caso, ensuciará menos y por tanto tendrá que limpiar menos también, con lo que podrá aprovechar ese doble ahorro de tiempo para pensar detenidamente en los siguientes pasos a dar en la Vida y asegurarse de que sus próximos proyectos sean dignos de emprender; el que lo hace así es el que realmente sabe cuál es su lugar en el Mundo, ese no tiene por qué sentir miedo.




Por tanto, tengo el firme compromiso conmigo mismo de que el tiempo ahorrado al limpiar menos lo usaré solo para cosas relevantes y de provecho. Jamás me veréis perdiendo ni un minuto con un chiste intrascendente de WhatsApp (entre otras cosas porque no tengo WhatsApp), un vídeo estúpido de YouTube o un absurdo programa de Telecinco. Me dan bastante pena esas personas que te prejuzgan tras echar un vistazo a tu aspecto exterior y sin embargo se despreocupan totalmente de su propio interior, de mejorar en aquello que no se ve (que no se ve al menos a primera vista, porque hay muchos que se retratan solos tras soltar apenas un par de frases). Hay individuos que van por ahí adjudicando alegremente adjetivos como sucio, guarro, mugriento o roñoso, sin darse cuenta de que a ellos se les podría aplicar el de prepotente, egocéntrico, ignorante, inmaduro, mentiroso, intolerante o superficial… ¡Qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio!

Si dedicara más tiempo a limpiar mi piso dejaría de hacer otras cosas que para mí son muy importantes, como pasear por Valencia, quedar con los amigos, ver una buena película, oír buena música, ir a un museo a ver una exposición o escribir las entradas del blog… De algunas de estas actividades ya os di ejemplos concretos hace poco, y de los museos que he podido visitar en lo que va de mes os hablaré la semana próxima. Resumiendo: en estas dos últimas entregas os he contado cosas acerca de los cuidados de mi piso y de mi propio cuerpo. Mi mente es mi Templo, mi cuerpo alberga mi mente y mi piso alberga a mi cuerpo, así que los cuido a los tres, pero por ese orden; mi mente tiene siempre preferencia, y cada día que pasa me siento más limpio por dentro.



martes, 10 de abril de 2018

Limpieza Preventiva (I)


Hablábamos al final de la entrada anterior de quitarle el polvo al espíritu de vez en cuando, y de polvo seguimos hablando hoy, pero esta vez en sentido literal. Hace ya casi cuatro años escribí en el blog acerca de cómo intento aprovechar al máximo mi tiempo libre del día a día para hacer cosas realmente interesantes, y cómo me fastidia tener que dedicarme a las tareas del hogar, y os dije que más adelante os describiría lo que entiendo por “limpieza preventiva”, posible nombre para mi filosofía a la hora de evitar dedicar demasiado tiempo a la limpieza. Se trata de aplicar la siguiente máxima: No es más limpio el que limpia más sino el que ensucia menos… Sencillo, ¿verdad? Si tengo cuidado e intento ensuciar lo mínimo posible habré resuelto el problema antes de que aparezca; de ahí lo de prevenir… El hecho de vivir yo solo en el piso y no ensuciar mucho es una de las razones por las que no tengo una persona que me venga a limpiar cada semana; otros motivos para ello serían el ahorro de dinero y la tranquilidad de saber que no hay nadie removiendo mis cosas o fisgando en ellas.




Hablemos del polvo. Hace años, en mi antiguo piso, empecé barriendo con escoba pero acabé dándome cuenta de que al hacerlo movía (y respiraba) mucho polvo, lo que hacía que después me sintiese un par de horas molesto por mi leve alergia, con moqueos, estornudos y sensación de ligera opresión en el pecho, así que me cambié a la aspiradora. Ni en aquel piso ni en este la paso tan a menudo como debería, sobre todo teniendo en cuenta lo de la alergia, y en más de una ocasión no he sido consciente de que tenía que hacerlo hasta que he visto las pelusas rodar por mi pasillo cual matojo en una peli del Salvaje Oeste. Tras años de observación me he dado cuenta de algo bastante curioso: las habitaciones que más usas (comedor, dormitorio, cuarto de baño…) son las que más polvo generan, pero los lugares concretos en los que te mueves, te sientas o coges y dejas objetos de manera rutinaria (yo soy bastante organizado y por tanto bastante rutinario en este sentido) están muy limpios comparados con los alrededores, bordeados por una tenue frontera de polvo que va marcando tus rutas habituales de un sitio a otro. Hay un par de cuartos por los que apenas me muevo y en ellos, lógicamente, se forman muchas menos pelusas.

También he llegado a la conclusión de que a mí lo que me molesta son los contrastes visuales, de que a veces una superficie lisa cubierta por una finísima capa uniforme de polvo llama menos la atención que otra limpia pero con una sola huella de dedo que resalte sobre el resto. A veces noto diferencias de este tipo, como por ejemplo en un estante de un mueble oscuro que tiene una pequeña parte sin polvo, y limpio todo el resto de ese estante solo para que el contraste no me distraiga visualmente… Lo sé, lo sé, es un poco obsesivo-compulsivo, lo reconozco, pero forma parte de esas rarezas inofensivas que he aprendido a aceptar en mí mismo… Algo parecido pasa con los cristales de mis gafas. Tengo mucho cuidado de no ensuciarlos, pero poco a poco, lógicamente, van acumulando polvillo (Dato curioso: más por la parte de dentro que por la de fuera). Puedo tirarme bastantes días sin pasarles la gamuza, y solo cuando me salpica una gotita de agua y limpio ese trozo de la lente me doy cuenta, por el contraste, que hay que limpiarlo todo a conciencia… Después me pongo las gafas y a veces es como si volviera a ver de nuevo, de tan nítido que se nota todo… ¡Milagro! ¡Aleluya!




En ocasiones me paro a pensar de dónde viene ese polvo, cuál es la explicación de que aparezca a nivel microscópico… Una vez oí en una escena escalofriante de un thriller de ciencia ficción (no recuerdo si era Sunshine o Misión a Marte) que procede de las escamas de piel muerta de la gente, y estoy seguro de que así es, pero no exclusivamente… Me pregunto qué porcentaje del polvo que limpio y aspiro en casa procederá de mi cuerpo, cuánto de mi ropa, manteles y sábanas, y cuánto de la tierra que entra desde la calle por las ventanas. Y en el caso de la ropa, ¿se nota con el paso de los meses y los años esa cantidad de material que se va perdiendo por el roce? Os aseguro que sí: fijaos en cualquier pijama, camisa o camiseta que ya tengáis de hace tiempo y veréis que en los puños, codos y otras zonas determinadas la tela se va volviendo poco a poco más finita…

Para terminar con este tema, solo comentar que mi anterior piso, donde vivía mi abuela materna antes que yo, tenía suelos de mosaico antiguo y las tuberías por fuera de las paredes, con lo que había un montón de rendijas y recovecos difíciles de limpiar rápidamente, que yo había dado ya por imposibles. Por eso nunca he tenido la costumbre de pasar el mocho; aparte de que se me quedaría negro con el polvo de las grietas, yo soy muy cuidadoso y nunca se me ha caído nada pringoso o de comida al suelo… En mi nuevo piso, más moderno, ya no sufro estos problemas, y además he intentado tener la menor cantidad posible de objetos superfluos al aire, para que sea más fácil pasar el trapo del polvo. La decoración (o ausencia de ella) es de estilo minimalista, sin cuadros, sin adornos… sin chorradas, en resumen. Y funciona, porque desde que estoy aquí noto menos síntomas de alergia y creo que hasta duermo algo mejor.




Pasemos a hablar de la lavadora. Tengo la costumbre de reutilizar la ropa, no la tiro a lavar tras usarla tres días. Nunca me ha importado repetir prenda si no hace calor y todavía está relativamente limpia; aunque mi trabajo es duro no supone un esfuerzo físico importante, y además soy bastante delgado, con lo que apenas sudo. En la lavadora utilizo el programa de lavado básico, sin chuminadas, y la uso siempre con carga completa, no pongo una hasta que está lleno el cesto de la ropa sucia. Esto supone no solo ahorrar tiempo sino también energía y recursos; me sacan de mis casillas esas vecinas que ponen una (o hasta dos) cada día sin necesidad, de manera compulsiva, sin pensar en el gasto de electricidad ni en el medio ambiente… Por supuesto, mi estrategia de poner una lavadora cada equis semanas requiere disponer de varias piezas de ropa interior y sobre todo de muchos pares de calcetines, que son lo que más recambio requiere.

Siguiendo mi política de limpieza preventiva, intento no mancharme cuando como, y por ejemplo me inclino bastante sobre el plato cuando tomo sopa; si me cae alguna gota en la camisa o el pantalón, intento frotarla cuanto antes con un paño húmedo para que no agarre la mancha, incluyendo una pizca de jabón si es de grasa. En la mitad de mis comidas, las que hago en casa, no tengo que preocuparme mucho, porque mis menús manchan poco (por ejemplo no suelen incluir salsas) y no comportan demasiado riesgo. Por la misma razón que intento no mancharme con la comida, evito también acercarme demasiado a perros excesivamente cariñosos, a barbacoas o a gente que esté fumando, para prevenir las babas o el olor a humo.

Intento comprar prendas que no se arruguen mucho, porque nunca plancho (tengo una tabla que heredé del piso de mi abuela, pero no la he usado nunca). Para prevenir tener que planchar, después de lavar las estiro bien antes de tenderlas, y también las doblo cuidadosamente antes de apilarlas en el armario para que se planchen solas por su propio peso. Mi cama también la hago todos los días, para que no se arruguen la colcha ni las sábanas y para poder dejar cosas encima… Que quede claro que, aunque tenga alguna que otra pelusa por el suelo, la casa la tengo siempre muy ordenada; ya os dije una vez que los recordatorios de las distintas tareas y recados me los dejo a mí mismo poniendo algunos objetos fuera de su lugar habitual, lo cual requiere una buena organización, con cada cosa en su sitio.




Cuando pienso en mi gestión del lavado de la vajilla después de las comidas, me viene a la cabeza una breve anécdota de mi bisabuela Micaela acerca de su juventud en Canarias, en concreto sobre una de sus primas, creo: cuando en su casa le preguntaban desde la otra habitación “Hija, ¿lavaste?” ella contestaba alto y claro “¡Madre, enjuagué!”… Como ya he dicho antes, muy pocos de los platos que cocino en casa son grasientos, así que la mayoría de las veces enjuago bien la vajilla con agua pero sin usar jabón. Vivo yo solo en el piso, con lo que no hay problema de posibles contagios de gripes o resfriados; a este respecto puede que sea incluso mejor hacerlo así, ya que en los estropajos se suelen acumular muchas bacterias… De hecho, llevo años enjuagando y sigo fuerte como un toro, con una salud de hierro.

El menaje que uso está reducido a la mínima expresión: un juego de cubiertos, cuatro platos, un vaso y una taza de desayuno. Para cocinar utilizo solo una olla grande, un cazo y una pequeña sartén, y estos sí cogen algo de mugre con el paso del tiempo, con lo que cada equis semanas les paso un poco de jabón con el estropajo y aprovecho para fregar también todo lo demás. No hace falta decir que no uso el lavavajillas; dicen que con el electrodoméstico se ahorra agua, pero supongo que será cuando viven varios en la casa, y además yo enjuago siempre con el flujo adecuado, sin pasarme, y no dejo abierto el grifo cuando no lo estoy usando, así que seguro que ahorro…




Estaba haciendo memoria, y resulta irónico pensar que la única pieza de vajilla que se ha roto en mis pisos en estos últimos diez años fue un vaso que se le cayó a mi ex, que estuvo viviendo conmigo solo dos meses… La cantidad de tiempo que ella quería dedicar a limpiar durante nuestra breve convivencia juntos fue una de las fuentes de tensión que llevó posteriormente a la ruptura de la relación; pero mejor no entrar en detalles, lo pasado pasado está… Al respecto de este tema solo traeré a colación esa máxima que reza: “Una casa debería estar lo suficientemente limpia como para estar sano y lo suficientemente sucia como para ser feliz”. Sabias palabras, sin duda… Me quedan todavía muchas cosas por comentar, así que lo dejamos aquí por hoy. La próxima semana hablaremos de la limpieza del baño, de bajar la basura y de la higiene personal, y nos pondremos algo más filosóficos para tratar de extraerle al asunto algunas conclusiones de provecho.