lunes, 6 de noviembre de 2017

Los Ojos de la Bestia (I)


Hace mes y medio estuvimos hablando de Pennywise el Payaso Bailarín y de cómo se alimentaba del miedo de sus víctimas, y os prometí que pronto volveríamos a hablar del tema con un enfoque algo más general. El miedo es una reacción innata más antigua que nuestra propia especie, que ha ido evolucionando generación tras generación durante millones de años para contribuir a la supervivencia de los individuos frente a amenazas externas. La respuesta del miedo se inicia en una región del cerebro con forma de almendra llamada amígdala, situada en lo más profundo del lóbulo temporal.

Un estímulo amenazador, como la visión de un tigre dientes de sable que viene a devorarte, dispararía la amígdala, que a su vez activaría otras áreas cerebrales responsables de las funciones motoras necesarias para la lucha, la defensa o la huida. De este modo, el cerebro se pone en estado de alerta, se produce la liberación de hormonas del estrés y se estimula el sistema nervioso simpático, extendiéndose la respuesta a todo el cuerpo para maximizar nuestra eficacia: las pupilas y los bronquios se dilatan, la respiración se acelera, el ritmo cardiaco y la presión sanguínea aumentan, el flujo sanguíneo y de glucosa hacia los músculos se incrementa y los órganos no vitales para la supervivencia, como el sistema gastrointestinal, se ralentizan.




En el Mundo actual, o al menos en los países más desarrollados de Occidente, ya no hay tantas razones para tener un miedo como el que se sentía en el amanecer de la especie; es muy poco probable que nos encontremos un tigre dientes de sable detrás de la esquina. Los problemas a los que nos enfrentamos ahora son distintos, y es verdad que en algunos casos está justificado el tener miedo, pero en otros el nivel de alarma de la sociedad es claramente excesivo. Los medios de comunicación, en su lucha por la audiencia, seleccionan las noticias y los temas más escabrosos, los exageran convirtiéndolos en un espectáculo y les dan mucha más visibilidad de la que se merecen, lo que hace que mucha gente crédula y sin espíritu crítico tenga una imagen subjetiva del nivel de riesgo mucho más catastrofista que la que correspondería al riesgo real… A la inseguridad económica, terrorista o callejera se viene a añadir la alimentaria, ambiental o sanitaria. Muchas veces los medios se concentran en el morbo en lugar de explicar qué podemos hacer para solucionar el problema, y también se olvidan, por no ser tan llamativos, otros temas que realmente son más importantes o urgentes. La falta de criterio propio a la hora de analizar la información hace que muchas veces el miedo no esté más que en nuestras cabezas.




Un ejemplo, para que lo entendáis mejor: el mero hecho de que la gente tuviera más conocimientos sobre probabilidades haría que dejasen de malgastar el poco dinero que tienen en lotería y demás juegos de azar, o les permitiría entender que haber visto en la tele una sola noticia sobre un robo no significa que al día siguiente los ladrones vayan a estar esperando en su puerta… Creo que ya os he hablado alguna vez del túnel peatonal de la Gran Vía Germanías, que a pesar de ser feo y ruidoso hoy en día es una zona bastante segura por la que se puede pasar sin problemas; pues bien, hay amigas mías que prefieren dar un gran rodeo porque tienen miedo de bajar. Algunas me ponen como excusa que cuando ellas eran pequeñas sí había de vez en cuando algún drogadicto en las escaleras… Pues dejad que os dé una buena noticia: la década de los ochenta pasó hace ya mucho. También hay varias amigas (perdonadme por lo del género, pero es que suelen ser casi siempre chicas) que cierran la puerta con cerrojo incluso cuando están ellas dentro de casa, o que me comentan que les da miedo dormir solas; la verdad es que yo nunca he experimentado ninguna inquietud en este sentido, ni siquiera en la temporada en la que estuve viviendo solo en mi anterior finca.




La gente que tiene miedo suele ser la que (por voluntad propia o porque no ha tenido otra opción) se deja llevar por las prisas y la pereza intelectual, practicando una huida hacia delante en la que no se paran a reflexionar demasiado sobre las decisiones que van tomando a lo largo de su existencia; viven vidas hechas de retazos, sin un sistema de principios coherente y sólido, y seguramente sienten miedo porque sospechan de forma inconsciente que hay algo que no están haciendo bien, aunque no saben identificar exactamente qué.

Cuando yo era más joven sí sentía a veces inquietud, por ejemplo en relación a mi futuro profesional, pero me he dado cuenta de que en estos últimos años tengo cada vez menos miedo… Eso no significa que piense que todo va bien en el Mundo, pero cuando no estoy alegre es pena o cabreo lo que siento, casi nunca miedo… Me da la impresión de que cuando ves que otras personas no hacen lo correcto sientes pena (si las consecuencias no te afectan) o cabreo (si te salpica la mierda); el miedo lo sientes, como ya he dicho antes, cuando crees que eres tú el que no lo estás haciendo bien, que te faltan las herramientas para controlar la situación, y ya sabéis que yo siempre he preferido hacer menos cosas si es necesario pero hacerlas lo mejor posible… Por la misma regla de tres, me gustaría encontrar una pareja que no fuese miedosa e insegura, que estuviese en paz consigo misma.




Analizando hace un tiempo la peli de Memento me llamó la atención una frase que Natalie le dice a Leonard Shelby en la escena en la que se lleva todos los bolis en el bolso: “¿No puedes asustarte pero sí cabrearte?”. Me hizo plantearme si el poco miedo que siento en general se debe a mi mala memoria episódica, pero creo que la explicación es más sencilla: es el Conocimiento el que hace que desaparezca la angustia, porque cuando sabes más o menos cómo funcionan las cosas eres capaz de tomar las decisiones adecuadas. Por eso conocer por fin el nombre de tu enfermedad después de muchas pruebas médicas suele ser liberador, independientemente de su mayor o menor gravedad, porque al menos ya sabes qué hacer y a qué atenerte. Y por eso los monstruos de las películas dejan de asustarnos tanto si los vemos claramente a plena luz del día; la clave del suspense está en no saber… En otras palabras, no hay que tener miedo más que al mismo miedo, porque el hecho de experimentarlo denota ignorancia.

Es como si el miedo fuese una especie de toro bravo mitológico, una bestia (metafórica, no como el tigre de antes) enorme y negra, de aspecto terrorífico, y tú supieras que reacciona solo ante movimientos bruscos: la mayoría de gente reaccionaría corriendo, con lo que atraerían aún más su atención, mientras que tú resistirías ese primer impulso y te quedarías quieto, observándola pasar de largo y teniendo la ocasión de clavar tu mirada en el oscuro pozo de sus ojos sin vida… La información es poder, así que un país con un buen sistema educativo es un país más preparado para combatir el miedo. La próxima semana hablaremos de otro tipo de miedo muy distinto, una variedad más descafeinada que sí es lícito experimentar; y de por qué nos gusta tanto que nos cuenten historias de terror, si en teoría uno lo tendría que pasar mal con ellas.



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