lunes, 13 de noviembre de 2017

Los Ojos de la Bestia (II)


En una fría noche que duró tres días, a partir del 16 de junio de 1816, llegaron hasta la Villa Diodati, una casa a orillas del lago Lemán de Ginebra, dos mujeres y tres hombres jóvenes que, sin conocerse todos entre sí, fraguaron alrededor de la chimenea dos de los mitos más perturbadores de la modernidad. El clima estaba siendo frío y siniestro en toda Europa debido a la oscuridad creada por una nube de ceniza, emitida meses atrás por la terrible erupción del volcán Tambora, en Indonesia. Quedaron recluidos en el caserón por el mal tiempo tres nuevos amigos, Lord Byron, su médico John Polidori y el poeta Percy Shelley, y dos hermanastras, Claire Clairmont (amante de Byron) y Mary Wollstonecraft (luego Mary Shelley). En un auténtico rompecabezas de pasiones, adicción y desencuentros sentimentales, Byron había dejado a su esposa y abandonado Londres para ir con Polidori (que tenía con él una extraña relación de sumisión) a Ginebra, donde el Lord se había citado con su amante Claire. Pero ella no llegó sola, lo hizo con su hermanastra Mary y el amante de esta, el poeta Shelley, de quien Claire a su vez había estado enamorada.




Aquel domingo el Lord anfitrión propuso ahuyentar el miedo con más miedo y leer en voz alta relatos de fantasmas junto a la chimenea. Byron propuso a cada uno de los presentes escribir un cuento de terror, y las ideas que surgieron se fueron exponiendo a lo largo de los días siguientes. Los dos famosos poetas no estuvieron a la altura del reto, pero los relatos de dos de los escritores aficionados (Claire estaba demasiado ocupada emborrachándose y fumando opio) pasarían a la Historia. Por un lado Mary, iluminada por los relámpagos que caían sin cesar fuera de la casa, mezcló algunos de sus miedos personales relacionados con la Muerte y una historia que había oído sobre un médico alemán para dar vida a lo que acabaría siendo Frankenstein, obra rompedora que plantearía interesantes preguntas sobre la Ciencia, la Existencia y el Alma. Por otra parte, Polidori mezcló una antigua idea de su “amo” Byron con su secreta pasión por él y la transmutó en El Vampiro, obra clave que con su metáfora de Amor y Muerte, de posesión y liberación en el secuestro, reencarnaría después en el Drácula literario de Bram Stoker y más tarde en el Nosferatu cinematográfico de Murnau. De esta noche de tres días surgió una nueva idea de la Belleza, de la Libertad y de la pasión; gran parte del arte moderno deriva de esta tensión, de esta rebelión que encontró Belleza donde otros decían que no la había, de la fascinación por el abismo, del hechizo de lo monstruoso.




Después de haber hecho la semana pasada una breve reflexión acerca del miedo, su base fisiológica, cuándo está o no justificado y cómo el Conocimiento sirve para combatirlo, en esta segunda entrega empezaremos a hablar precisamente de la Belleza inherente al miedo, de por qué las novelas y películas de terror nos asustan pero también nos divierten. Un elemento determinante en la manera en que experimentamos el miedo es el contexto. La amígdala, responsable de la respuesta inicial de lucha o huída de la que ya hemos hablado, está estrechamente conectada con otra parte del cerebro llamada hipocampo, que junto con el córtex prefrontal participa en el procesamiento del contexto a un nivel superior, ayudando al cerebro a evaluar si la amenaza percibida es real. Si no lo es, las vías inhibitorias reducen la respuesta de miedo de la amígdala y sus consecuencias en los procesos posteriores. Básicamente, nuestras áreas pensantes del cerebro tranquilizan a nuestras áreas emocionales y las convencen de que estamos en un entorno seguro.

Esa sensación de control es fundamental en la manera en que experimentamos el estímulo del miedo y respondemos ante él. Cuando racionalizamos la situación y superamos el impulso inicial de huída, ese estado de excitación puede convertirse rápidamente no solo en tranquilidad sino incluso en una emoción positiva, en satisfacción y alegría. Además el miedo crea distracción, lo que puede ser también positivo: mientras algo nos causa miedo, aunque sea en un entorno seguro, estamos muy pendientes de ello y no nos preocupamos por otros asuntos que de lo contrario podrían monopolizar nuestro pensamiento (tener problemas en el trabajo o un examen importante a la vista), lo que hace que estemos concentrados en el presente y podamos desconectar un poco… En otras palabras, disfrutamos de las novelas y películas de terror porque sabemos que son mentira y que nos ayudan a evadirnos por un rato de los auténticos problemas, para poder hacerles frente después con fuerzas renovadas y mayor confianza en nosotros mismos.




Como ya sabéis, yo soy más de películas que de novelas, así que a partir de aquí me centraré sobre todo en el Cine de terror. Aunque los relatos nos sirvan para evadirnos de los problemas reales, también podría afirmarse que los subgéneros de terror más de moda en cada momento tienen sus raíces en las correspondientes inquietudes de la gente en esa época. Así, por ejemplo, las películas de monstruos gigantes de los años 50 están claramente relacionadas con el temor a la bomba atómica. A lo largo de la historia del Cine los distintos estilos han ido reflejando los cambios en la sociedad, siendo bien larga la lista de temas: tenemos el miedo al mal uso de la Ciencia, al que es diferente, a las catástrofes naturales, a los rincones oscuros de nuestra propia psique o al mismísimo demonio encarnado, pasando por las películas de terror adolescente de los 70 y los 80 hasta llegar al “torture porn” de los últimos años, que muestra la violencia de la forma más gráfica y desagradable posible. Hay incluso quien defiende la teoría de que la mayor preocupación por el terrorismo desde el atentado de las Torres Gemelas está relacionada con el auge de las películas sobre apocalipsis zombies.

Una de las mayores necesidades de la especie humana es la creación de mitos que, como Drácula o el monstruo del Doctor Frankenstein, nos plantean a través de un relato fantástico preguntas enraizadas en la realidad de nuestro propio tiempo. Estos mitos no son fruto de la voluntad de nadie en particular sino que los va moldeando la sociedad en su conjunto, y en este mismo momento se tiene que estar forjando alguno que todavía desconocemos… La Humanidad actual se encuentra controlada por el ojo electrónico, atrofiada por el exceso de consumo y amenazada por el cambio climático: es muy probable que alguno de estos temas acabe generando mitos nuevos, pero es impredecible saber cuál de ellos, ni cómo serán esos mitos… y la gracia está precisamente en no saberlo. La semana que viene, como conclusión de esta entrada, os haré un resumen de las películas que más miedo me han dado a lo largo de los años, desde que era un niño hasta hace bien poco.


No hay comentarios: