martes, 27 de junio de 2017

Microbio Malo, Microbio Bueno (I)


El otro día, mientras estaba en el cuarto de baño haciendo pis, se me ocurrió la idea de dedicar una entrada a reflexionar un poco acerca de los microbios, esa infinidad de seres vivos que nos rodean pero que son tan pequeños que solo pueden observarse con ayuda de un microscopio. Estos también llamados microorganismos son muy variados, pudiéndose distinguir bacterias, protozoos, algas, hongos o incluso, en el límite de lo que se considera Vida, virus. No entraré a detallar las diferencias estructurales o funcionales entre los distintos tipos porque la cosa se haría muy larga y porque tampoco estoy tan puesto en el tema como para ello. He encontrado varios vídeos al respecto bastante interesantes y entretenidos; la mayoría están en inglés, pero siempre podéis ir a la configuración de YouTube y seleccionar los subtítulos en español.




Algunos tipos de microbios son malos para nosotros porque competimos como especies por persistir y aumentar en número de individuos. Si los gérmenes encuentran una brecha de seguridad pueden empezar a reproducirse sin control en nuestro interior, afectando el funcionamiento habitual de nuestro organismo y generando enfermedades, y a veces hasta ocasionándonos la muerte: en este último caso, cuando nuestras defensas quedan totalmente desactivadas, una gran cantidad de tipos distintos de microorganismos se aprovechan de los recursos que hemos dejado disponibles en nuestro cuerpo inerte para crecer, multiplicarse y aumentar los números de sus especies, y que siga así este complejo baile de la Vida sobre la Tierra, mezcla de competencia, cooperación y evolución de organismos grandes y pequeños… Visto de esa manera, lo de pudrirse en la tumba hasta tiene cierto lado poético.

Pero aun así, intentemos tardar lo máximo posible en morirnos… ¿Qué consejos hay que seguir para evitar contagios y mantenerse lo más sano posible? En primer lugar, evitar toquetear demasiado objetos de uso comunitario tales como pomos de puertas, pasamanos de escaleras, asideros de autobuses o metros, teclados en salas de ordenadores… Y en caso de haberlo hecho, intentar no tocarse mucho la boca o la nariz después, ya que en las mucosas la temperatura es más apropiada para que los microbios campen a sus anchas y empiecen a multiplicarse. Recuerdo que alguna vez hemos hablado ya de aprender a estornudar bien, colocando delante de la boca el antebrazo o el puño de la camisa en lugar de la palma de la mano, ya que en la manga los gérmenes se mueren al cabo de un tiempo mientras que en la mano aumenta la posibilidad de tocar los objetos antes mencionados y contagiar a otras personas. Por supuesto, es muy aconsejable lavarse las manos con cierta frecuencia: el frotárselas separa los microbios de nuestra piel y la presencia de moléculas de jabón ayuda a que se unan más fácilmente al agua, que se los lleva desagüe abajo… Yo sigo estos consejos a rajatabla y casi nunca me pongo enfermo; ya os dije una vez que no he faltado ni un solo día al trabajo desde que me contrataron en el 2009.




Aparte de la prevención hay también ciertos remedios que nos pueden ser útiles después de producida la infección: por ejemplo, se deben contar ya por millones las personas que le deben la vida a Alexander Fleming y demás científicos responsables, con su trabajo en equipo, del descubrimiento y puesta en uso de la penicilina, una sustancia química segregada por un hongo microscópico que es letal para determinados tipos de bacterias (En este caso el hongo está colaborando con nosotros, así que también forma parte del equipo). A estas sustancias que matan a las bacterias se les conoce como antibióticos.

El más básico sentido común dicta que no hay que usar antibióticos para combatir a un virus, que funciona de una manera completamente distinta, pero aun así hay personas que se los autorecetan a la mínima de cambio y que tampoco dudan en recomendárselos a todos los demás (la ignorancia es muy atrevida; lo sé por experiencia, todos los días veo ejemplos a mi alrededor). A algunos virus no vale la pena combatirlos, basta con sufrir los síntomas hasta que pasen; a la larga tu sistema inmunitario generará los anticuerpos apropiados para combatir y derrotar a los microbios. En este sentido, tienen razón los que dicen que un resfriado sin medicinas dura siete días y con medicinas una semana. Para combatir virus más peligrosos tenemos hasta cierto punto las vacunas y algunos antivirales que solo ahora, tras largos años de investigación, empiezan a ser mínimamente efectivos. Volviendo a los antibióticos, tampoco conviene usarlos para una infección leve, aunque sea bacteriana, como un pequeño corte en el dedo; el abuso en cualquiera de los casos puede generar bacterias superresistentes y hacer que los antibióticos pierdan efectividad cuando realmente se los necesite.




Los microbios no solo se reproducen en tu nariz o en tus pulmones, también en tu estómago o en tu intestino: es lo que se conoce como intoxicación alimentaria. Para evitarla también disponemos de un amplio abanico de técnicas que hemos ido perfeccionando con el paso del Tiempo: algunas de ellas son ya milenarias y otras bastante más recientes. Por ejemplo, los alimentos se meten en la nevera o en el congelador porque con el frío la acción de los microbios se ralentiza, y no pueden reproducirse hasta números que supongan realmente un problema para nuestras defensas. Tampoco les va bien el calor excesivo: cuando la comida se cocina se les mata, las altas temperaturas hacen que se rompa su estructura molecular y al perder en particular su capacidad reproductiva (y en general su capacidad de hacer nada) dejan de ser un peligro.

De igual modo, muchos alimentos se esterilizan con radiación gamma antes de comercializarlos en supermercados y, en contra de lo que algunos puedan pensar, esto hace que sea más seguro comérselos. Lo que es peligroso son las sustancias radiactivas, ya sean en cantidades grandes o pequeñas, pero la radiación no lo es, siempre y cuando no te alcance directamente. Cuando te comes una manzana esterilizada la radiación ya no está ahí, y los gérmenes que van incluidos en el menú están muertos por la radiación, con lo que tampoco son un peligro: los digerirás y utilizarás sus piezas moleculares en tu beneficio, para reparar tus propias células, o para proporcionarte algo de energía… La esterilización con rayos gamma se aplica también a instrumental quirúrgico, para poder abrir y operar a un paciente sin riesgo a infecciones.




Hace un tiempo hablamos de la importancia estratégica a lo largo de la Historia de las especias, que segregan sustancias químicas como defensa contra los insectos y los microbios; esto hace que ayuden a conservar la comida sin pudrirse durante más tiempo… Lo que mata a los organismos más pequeños a nosotros solo nos pica (y a un indio o a un mejicano ni siquiera eso). De forma similar, comprendiendo que son los microbios los que estropean la comida y entendiendo cómo funcionan sus procesos vitales, es fácil también deducir por qué la comida desecada (o deshidratada) es más fácil de preservar: si le quitas el agua estás dificultando que los microorganismos puedan vivir en ella, porque les falta uno de los elementos vitales para su subsistencia. Otra manera de conservar es añadiendo sal, lo que también altera el equilibrio del agua en los alimentos… Hay muchas más cuestiones interesantes en este campo, como la de cuánto tiempo tardan los microbios en subirse a un trozo de comida que se te ha caído al suelo, pero mejor no extenderse demasiado.




¿Y qué pasa con lo que no nos comemos? Que acaba en el cubo de la basura, donde los microorganismos, en ausencia de oposición, se ponen las botas y se reproducen a gran velocidad, llegando a ser patentes los efectos a poco que te retrases unos días en bajar la basura al contenedor. Cuando el número de microbios crece lo suficiente la colonia resultante puede ser visible sin necesidad de microscopios, y un ojo experto puede llegar a distinguir según su apariencia agrupaciones de mohos, bacterias, etc. Aparte de por la vista y por supuesto el olfato, también podemos percibir los efectos a través de la piel: poned la palma de la mano unos centímetros por encima de vuestra basura (no seáis tiquis-miquis, luego os la laváis… ¡Todo sea por la Ciencia!) y notaréis el calorcito que despiden los microorganismos con su actividad… Al igual que nosotros, realizan la respiración celular en la que extraen la energía de su alimento, combinándolo con oxígeno, para llevar a cabo sus funciones vitales… ¡Tu basura está viva! ¿No es emocionante?

En cualquier caso, restrinjamos nuestra emoción a un plano estrictamente intelectual y no empecemos a darle besitos a nuestra basura, o pillaremos una intoxicación… Todo este Conocimiento no solo da gustito por la mera satisfacción de saber cómo funcionan las cosas, sino que también nos es muy útil en casos prácticos, como hemos venido viendo hasta ahora. En lo que respecta a la basura, cada vez que voy paseando por la calle y alguien cierra de golpe la tapa de un contenedor a mi paso, si no puedo evitar que me alcance la ola invisible de olores y microbios, al menos cierro la boca y la nariz mientras paso de largo… ¿Que cómo se cierra la nariz sin usar los dedos? Muy fácil: basta con usar el diafragma, es decir, con no respirar; las partículas de aire dentro de tu nariz, al no tener hueco para irse más hacia dentro, actuarán como tapón para los gérmenes… Si os interesa, otro día os explicaré cómo cerrar los oídos sin usar las manos.




A los microbios se les puede ver en acción no solo en el cubo de la basura sino también en sitios como la taza del retrete (y no, no os preocupéis, que no voy a dar detalles sobre el reparto de tareas de ambas manos en algunas sociedades islámicas). Cuando pasan más días de la cuenta sin desinfectar el WC (y ya sabéis que a mí, que tengo cosas más urgentes y/o más interesantes que hacer, me ocurre algunas veces) aparecen manchitas algo más oscuras en determinadas zonas… De hecho, el detonante de esta entrada fue, como ya os he dicho, la contemplación del interior de mi taza mientras echaba una meadilla, que me permitió confirmar experimentalmente algunas de las cosas que sé acerca de los microbios.

Por encima del nivel del agua las manchitas coincidían con los puntos en los que la superficie curvada de porcelana blanca concentraba con mayor intensidad el reflejo de la luz de la bombilla; es posible que se tratara de colonias de algas microscópicas que usan la luz para hacer la fotosíntesis, dando igual que ésta provenga del Sol o de un utensilio fabricado por el Hombre. Por debajo del agua aparecían unas manchitas (de un color distinto, por tratarse de organismos diferentes) justo en los dos puntos por donde suele caer la mayor parte de la orina tras chocar con la porcelana algo más arriba (considero que hacer ruido con el chorrito en el agua no es de buen gusto para los vecinos) y abrirse hacia ambos lados; supongo que a los pocos gérmenes que hay en esas dos zonas les llega una mayor variedad de nutrientes y por eso proliferan más hasta el punto de hacerse visibles (y de indicarme que ya toca limpiar el baño).




Como decíamos antes cuando hablábamos de pudrirse en la tumba, también en el caso de un retrete sucio el Conocimiento acerca de los detalles confiere cierta Belleza a algo que inicialmente parecía no tenerla… ¡La Vida se abre camino! Y con esta reconfortante conclusión terminamos por hoy. A medida que iba escribiendo he visto que me quedaban bastantes cosas interesantes por comentar, así que al final he decidido que esta entrada tendrá dos partes: hoy hemos hablado de los microbios que compiten con nosotros, y en la segunda entrega hablaremos de los microbios “buenos”, los que colaboran con el Homo Sapiens desde dentro… ¿Sabíais que en nuestro cuerpo hay más microorganismos ajenos que células propias? Pues sí. La semana que viene, más detalles.

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