lunes, 16 de marzo de 2020

Tormenta de Hierro (II)


La semana pasada os hice una breve crónica de los bombardeos sufridos por Valencia durante la Guerra Civil Española y una descripción de los refugios antiaéreos que se pueden visitar en la actualidad. Además de la nuestra también sufrieron bombardeos y episodios terribles otras ciudades de la región como Alicante, Sagunto, Castellón, Carcaixent o Xátiva… El objetivo de hoy es el de relataros las vivencias de mi abuela materna Ana Luisa Rodríguez, su madre, sus hermanos y su primo Hostilio en las calles de Valencia durante la guerra, un relato que ella misma me trasladó para que lo pusiera por escrito y que os dejé pendiente hace ya unos años en el blog.


Foto de mi abuela Ana Luisa Rodríguez en 1941


Diversas circunstancias de la vida llevaron a mi abuela, siendo aún niña, de Canarias a la península (en concreto Madrid y después Bilbao) con su madre Micaela y su padrastro Isidoro, que falleció en 1929. Tras estallar la guerra Micaela y ella pasaron una corta temporada con familiares en Inglaterra, aunque luego volvieron a España. En un breve relato autobiográfico que escribió sobre aquella época y que todavía conservo, titulado Las Joyas Perdidas, mi abuela hablaba, refiriéndose a la situación en Bilbao (y supongo que después la cosa sería parecida en algún momento en Valencia), de la escasez de víveres, las colas interminables para comprar comida, los registros, los tiroteos en las calles, las explosiones en la distancia… Ana Luisa adelgazó mucho en Bilbao y aparece demacrada y ojerosa en las pocas fotos suyas que conservamos de aquella época. Sus hermanos Lorenzo, Miguel y Emilio fueron saltando de ciudad en ciudad por las vicisitudes de la guerra. Al mayor, Lorenzo, oficial de correos y afiliado al partido socialista, lo habían hecho capitán; Emilio, el más joven de los cuatro, murió de tuberculosis en La Habana en 1938.


Foto de mi tío-abuelo Hostilio Rodríguez cuando era joven


En su día ya os hablé de mi tío bisabuelo Luis Rodríguez Figueroa, personaje ilustre de Tenerife, y de algunos de sus hijos, entre los cuales estaba Hostilio, segundo protagonista principal de esta historia, republicano y masón como su padre. Hostilio estudió Derecho en la Universidad de La Laguna y se especializó en Derecho Internacional en Londres, alojándose con su primo Tomás Bartlett (el familiar del que os hablaba antes), siendo militarizado durante la guerra y convirtiéndose en fiscal de la República, llegando a estar en algún momento en combate en el frente de Viver y Teruel como comandante del Batallón Canarias. Llegó a Valencia desde Madrid con el traslado del Gobierno de la República. Cuando Ana Luisa regresó con su madre desde Inglaterra a Valencia en octubre de 1937, Hostilio vivía en la segunda planta de la calle Guillem de Castro nº48, entre las calles Guillem Sorolla y En Bany, no muy lejos de las Torres de Quart. En un principio el piso estaba alquilado a unos partidarios del bando nacional que se habían ido a Barcelona por miedo, y el Gobierno de la República lo incautó y se lo cedió a Hostilio; esto lo solían hacer a menudo para realojar a los republicanos que vinieron de Madrid. A la llegada de mi abuela Hostilio compartía el piso con su hermano Elio y con un amigo llamado Raúl Montesdeoca, maestro, que más tarde se marchó a Argentina. Elio también se marchó poco después.


Plano esquemático del piso de Guillem de Castro 48 donde vivió mi abuela durante la Guerra Civil


El edificio tenía dos puertas por planta, sin ascensor. El piso tenía un comedor y un dormitorio con salida a los balcones de la calle, y otros dos dormitorios interiores, una cocina pequeña y una galería que daba al patio de luces dentro de la manzana. La galería tenía en un rincón un sencillo retrete de madera, pero no había nada que pudiera llamarse cuarto de baño. Micaela compró una bañera de madera forrada de zinc que se colocó en un pequeño cuartito cercano a la cocina; para usarla se iba calentando agua del grifo en cacerolas y se llenaba poco a poco. La cocina funcionaba con carbón, que se compraba en la carbonería en caso de que hubiera existencias. Micaela y Ana Luisa también hervían agua de vez en cuando para rociar con una cafetera los somieres metálicos de las camas, con un cubo debajo, y matar así a las chinches, que por la noche producían unos molestos picotazos. Mi abuela recordaba con claridad cuando me lo contaba que las chinches trepaban por la pared en fila india, y que Hostilio, Elio y Raúl las iban achicharrando una a una con una vela, dejando las paredes llenas de manchas de humo.

Hostilio, Ana Luisa y Micaela convivieron en la calle Guillem de Castro entre octubre del 37 y agosto del 38. Ana Luisa encontró un trabajo como secretaria en una empresa de barnices y esmaltes en la calle Cirilo Amorós, y por la tarde iba a un par de academias, de mecanografía y de idiomas, pero normalmente comía y cenaba con su madre en el piso. Hostilio iba allí a dormir, pero por lo general pasaba todo el día fuera. Ana y sus amigas, así como su futuro marido Ricardo y los suyos, frecuentaban una cafetería de la calle Paz esquina con la calle Comedias llamada Ideal Room en la que se respiraba un ambiente intelectual de izquierdas, con escritores, periodistas, gente del Gobierno… Hostilio también pasaba por allí de vez en cuando.


Varios aviones bombarderos en formación de V vistos desde abajo


Como ya hemos dicho, los aviones italianos y alemanes sobrevolaban a menudo la ciudad y bombardeaban los puntos clave; las explosiones más cercanas que vivió Ana Luisa en Valencia fueron las de la Estación del Norte. Frecuentemente sonaban las sirenas y la gente acudía al refugio, que estaba a la vuelta de la esquina, muy cercano al piso. Micaela bajaba siempre, pero al cabo de un tiempo Ana Luisa ya no lo hacía tan a menudo (había gente que incluso subía a las azoteas, a ver el “espectáculo”). A medida que se fueron sucediendo las semanas las noticias en prensa sobre los bombardeos iban siendo más escuetas, por haberse convertido en costumbre y también para que no cundiese el desánimo entre la población.

Cuando los aviones sobrevolaban la zona de noche todo el mundo tenía que apagar las luces para no proporcionar a los pilotos pistas sobre la posición exacta de los objetivos, pero algunos quintacolumnistas partidarios de Franco dejaban las luces encendidas a propósito. Unos vecinos de un piso superior, al otro lado del patio de luces, hacían esto a menudo, y Hostilio se asomaba furioso a la ventana de la galería gritando con su característico acento canario: “¡Fascistas! ¡Apagad ahora mismo las luces o subo y os pego un tiro!”. Mientras, su tía Micaela le agarraba de la camisa por detrás intentando que se calmara y les evitara un disgusto. Algunas noches los vecinos acababan apagando las luces y otras no.


Detalle del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco mostrando una ciudad en llamas de noche


Mi tío abuelo Lorenzo regresó del frente de Teruel y llegó a Valencia al piso de Hostilio, donde estuvo un breve periodo de tiempo conviviendo con su primo, hermana y madre. En aquella época Ana Luisa conoció a mi abuelo Ricardo y poco tiempo después este pidió su mano a Micaela, no sin antes coger el trenet a Tavernes Blanques y comprar dos kilos de carne para regalárselos a su futura suegra y así congraciarse con ella. Hostilio pudo asistir a la boda civil, el 8 de agosto de 1938, pero poco tiempo después tuvo que marcharse de la ciudad porque las tropas de Franco habían cortado la carretera Valencia-Barcelona. Lorenzo no había tenido más remedio que irse también la víspera de la boda de su hermana. Con el paso de los meses tanto Lorenzo como Hostilio acabaron exiliándose a Francia; Hostilio le comunicó a su primo sus planes de navegar a América, pero Lorenzo no quería tomar ese camino. Micaela también acabó marchándose a Francia, pero Ana Luisa se quedó en Valencia por Ricardo.


Foto tomada desde los aviones italianos de un bombardeo sobre Russafa, en Valencia


Hostilio les cedió el piso de la calle Guillem de Castro a los recién casados, y en 1939 estos lo intercambiaron con el propietario por otro piso en la calle Buenos Aires en el que todavía estaba alquilada mi abuela cuando falleció, siendo por entonces la propietaria del edificio la nieta del propietario original. Poco antes de mudarse al piso de Russafa había tenido lugar un suceso escalofriante en el edificio de al lado: una bomba cayó por el hueco de la escalera, destrozando a su paso los retretes de todas las plantas, pero afortunadamente no llegó a explotar. Valencia cayó en manos de los franquistas el 29 de marzo de 1939. La última semana la situación fue dramática, con miles de personas huyendo, saqueos, venganzas de última hora… Hasta el mismo día 25 se sufrieron bombardeos, ya sin necesidad, meramente a modo de represalia. El 31 de marzo marchaban las tropas de Franco por las calles de Valencia y el 1 de abril terminaba oficialmente la guerra.


Desfile de los tanques de Franco por la Plaza del Ayuntamiento de Valencia en 1939


Después de escapar de un campo de concentración en Burdeos, Hostilio se reencontró con sus hermanos Manlio, Elio y Layo, este último capitán mercante. Un canario rico les consiguió un barco para ir a América, y finalmente acabaron en Colombia, después de pasar por Venezuela. Los hechos de esta travesía marítima se relatan en el libro La Odisea del Capitán Miranda, de Félix Santos, aunque en opinión del propio Hostilio esta narración contenía bastantes imprecisiones. Una vez en Sudamérica Hostilio y sus hermanos siguieron viviendo aventuras más propias de una película que de la vida real, pero de esas tengo ya menos detalles.

A pesar de las conexiones familiares de mi abuela, mi abuelo Ricardo había mantenido un perfil más bajo durante la guerra y por eso no necesitaron huir de Valencia, pero sí tuvieron por ejemplo que deshacerse de muchos libros comprometedores, entre ellos los de García Lorca, para no tener problemas con los franquistas. Por sus ideas de izquierdas, a mi abuelo lo bajaron cuarenta puestos en el escalafón del Banco Hispano Americano donde trabajaba y le ofrecieron sin alternativa posible un traslado a Alcoi, ante lo cual él mismo decidió prejubilarse a los 36 años aduciendo motivos de salud, por sus problemas cardiacos, para montar su propio negocio: un almacén de suministros de material industrial para astilleros, tranvías, trenes y hornos, en la propia calle Buenos Aires, que funcionó bastante bien, proporcionando estabilidad económica a su familia. Tal vez recordaréis que yo mismo viví en el piso de la calle Buenos Aires unos años tras fallecer mi abuela, y que ahora se ha convertido en un apartamento para turistas en el barrio de moda. En cuanto al nº48 de la calle Guillem de Castro, en la actualidad es un solar; creo que en algún momento se utilizó como aparcamiento para coches.


Foto del solar de Guillem de Castro 48 hoy en día


Tras la muerte de Franco y la transición a un régimen democrático, Hostilio, ya con mujer e hijos en América, pudo viajar de vuelta a España de vez en cuando y visitar a su prima y a otros familiares y amigos. De hecho algunas de sus aventuras me las contó él directamente, ya mayor, durante sus estancias en Valencia. Murió en 2007 con 98 años de edad: se quedó dormido plácidamente en un vuelo intercontinental, creo recordar que desde Barcelona a Bogotá, y no se volvió a despertar. La mayor parte de los detalles referentes a él que he dado en esta entrada me los contó mi abuela hace más de una década, cuando me empecé a interesar por mi árbol genealógico y por la historia de mi familia. El archivo que me ha servido como punto de partida para escribir estas líneas está fechado en junio de 2009, tan solo un mes antes de fallecer Ana Luisa a los 94 años. Por aquel entonces ya llevaba unos meses delicada de salud, y estos momentos en los que la entrevistaba y la animaba a recordar detalles eran para ella muy agradables, no solo por pasar el rato charlando con su nieto sino también por la tranquilidad de saber que las historias del pasado quedarían en negro sobre blanco y no se perderían para las futuras generaciones de la familia.


Figuritas de plástico idénticas y bien alineadas de un soldado cayendo en combate


Es curioso ver cómo las personas de esta generación, a medida que se van acercando al final de su vida, tienden a retrotraerse cada vez más a menudo a sus recuerdos de juventud, incluso aunque estos pertenezcan a una época tan oscura como aquella… Debe ser sencillamente porque a esa edad se vive todo de forma más intensa, y no tuvieron más remedio que adaptarse al caos y al horror que les rodeaba, no permitieron que las penurias les impidieran experimentar emociones como el amor que trajo a mi madre a este Mundo… Cada vez van quedando menos supervivientes de aquella época, supervivientes cuyos testimonios son especialmente valiosos porque su visión de los acontecimientos se ha reposado con el paso de las décadas y la perspectiva que da la experiencia vital. Hay que conservar estos relatos a toda costa, mantener la memoria histórica para no repetir los mismos errores y también para ser bien conscientes de la suerte que tenemos de vivir en tiempos de Paz, incluso en estos días de incertidumbre sanitaria y reclusión forzosa… La próxima semana, muy probablemente, compartiré con vosotros mis impresiones sobre el comportamiento de los valencianos del siglo XXI durante la presente epidemia de Covid-19.


Graffiti en un muro de ladrillo con una niña, un cubo de pintura y la frase "Goodbye Blue Sky"

4 comentarios:

HOPE dijo...

Creo que es muy importante ir trasladando estas historias a nuestros días. Y más en un momento como este aquí en España, (porque en otras partes del mundo no se corre la misma suerte), en que la gente se queja por tener que estar encerrada en casa, con luz, con agua, con wifi, televisores, libros, consolas... por salud pública (cuarentena del Coronavirus), podemos hasta parecer ridículos, si lo comparamos con convivir con bombardeos , muerte y destrucción.
Además son historias tristes pero bonitas, en las que se siente la cercanía de la gente, dispuesta a compartir, a ayudarse, y además creo que es un gran homenaje que por desgracia como todos los que hacemos ahora, llega tarde para sus protagonistas,pero más vale tarde que nunca, para que quede testimonio de ello. Te doy las gracias por mí, y por ellos (en general), que supieron ser felices a pesar de lo que les tocó vivir, tenemos mucho que aprender.

Kalonauta dijo...


¡Gracias por comentar, Hope, no sabes la alegría que me has dado! 😀

Resulta ineludible comparar la situación de la Guerra Civil con la actual, pero estoy totalmente de acuerdo contigo en que esto no es nada comparado con la Guerra. Lo que pasa es que la gente lleva estos últimos treinta años viviendo muy cómodamente y se han acostumbrado... Hoy en día en otros muchos países (por ejemplo en África) tienen otros muchos problemas más graves y nosotros miramos para otro lado. A ver si a partir de ahora la gente aprende a seguir las recomendaciones de los científicos como costumbre habitual, y no solo cuando los problemas nos explotan en la cara.

Como puedes ver, mi entrada del próximo lunes no va a ser de color de rosa, precisamente... Espero que este problema sirva para que la gente sea consciente de que todo está conectado y de que nuestras acciones, por pequeñas que sean, tienen consecuencias.

Ya que nos tenemos que quedar en casa, aprovecho para recordar a los lectores ocasionales del blog que si hay algún tema que os interese pero nunca teníais tiempo para pasaros por aquí, podéis dejar un comentario o mandarme un mail y os enviaré una lista de links con recomendaciones de lecturas, para que paséis el rato.

¡Un abrazo, Hope, y cuídate mucho! 😀

Vicent RoTa dijo...

Gràcies pel teu blog en aquest dies de reclusió m'has fet passar una agradable estona llegint i enterant-me de les vicissituts de la teua avia.

Ara espere el pròxim sobre aquesta recluusió


Una abraçada
Vicent

Kalonauta dijo...


Gràcies a tu per comentar, Vicent! I que la reclusió no se't faça molt pesada!

Una abraçada (virtual) forta! 😉