La semana
pasada estuvimos hablando de la pandemia que nos asola y de las normas que hay que cumplir para aplanar la curva de contagios, reduciendo el contacto social al mínimo. Hoy os voy a dar
algunos detalles sobre mi experiencia personal confinado solo en casa. He de confersar que esta situación temporal no me está afectando demasiado
porque soy bastante casero y llevo una vida sencilla, sin lujos y sin una
agenda frenética o una vida social de infarto. La verdad es que al menos
durante los primeros cuatro o cinco días no se diferenciaban mucho mis rutinas
diarias del confinamiento de las de las vacaciones o de un fin de semana de
puente.
Después de una semana de estado de alarma sí se perciben algunos cambios… Por
ejemplo empecé a realizar diariamente una sencilla tabla de estiramientos
porque comenzaba a notar una ligera contractura en la espalda, por estar todo
el rato inactivo, sentado frente a mi portátil. Y días después, en cuanto se
hizo público que el confinamiento se prolongaría una quincena más, me
confeccioné una tablita semanal con los menús de comidas y cenas de cada día
para no tener que pensar mucho, intentando que fuese una dieta equilibrada,
repartiendo bien los hidratos de carbono y las proteínas, e incluyendo todos
los días algo de fibra… Otra cosa de la que te das cuenta al cabo de unos días
es que no es saludable llevar el pijama puesto de seguido, aunque sea más
cómodo; hay que echarlo a lavar o al menos cambiarse y dejar que se airee de
vez en cuando.
Muchas familias, parejas o pisos compartidos están poniendo a prueba estos
días la fortaleza de su relación; no debe ser fácil tener que convivir juntos
las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana… En ese sentido me
alegro de pasar estas semanas a mi aire, sin tener que rendir cuentas a nadie…
Lo que no quiere decir que no esté teniendo algún pequeño roce, en este caso
con mis vecinos. El edificio al que me mudé hará cosa de tres años está
bastante bien, pero las paredes parecen de papel, se escucha todo… No me quejo
de la familia de al lado: el único rato en que la tele se oye un poco más
fuerte es durante la tarde, mientras la abuela de la casa se pone Amar es para
Siempre y El Secreto de Puente Viejo. Los de abajo tampoco son demasiado
molestos: son un matrimonio muy mayor y a menudo la señora hace bastante ruido
con el andador para ir al lavabo en mitad de la noche, pero se puede aguantar.
Los que me están jorobando un poco son los vecinos de arriba,
recién mudados justo antes de comenzar la epidemia. Son una pareja joven que
por el acento parecen cubanos, con un niño pequeño y un bebé de pocas semanas.
Los lloros del bebé en mitad de la noche son comprensibles, por supuesto. Las carreras
arriba y abajo del niño, que tendrá unos cinco años, también son tolerables,
teniendo en cuenta que el pobre no puede bajar a la calle a jugar… pero ya no
tanto cuando se oyen a la una de la noche. Que la pareja vea películas en su
portátil para pasar el aburrimiento: Ok… pero en su dormitorio (justo encima
del mío) y algunos días hasta las dos y pico de la madrugada es otra cosa bien
distinta. Y por supuesto el reguetón
puesto durante mis vídeo-reuniones del teletrabajo que no falte, pero lo de
patear el suelo al ritmo de la música ya sobra. A veces también ellos hacen una
vídeo-llamada a familiares de América para contarles cómo está la cosa aquí,
cosa totalmente razonable… pero es que hablan a grito pelado, como si no
supieran que para que lleguen las frases a Cuba ya está la fibra de Internet.
En resumen, que sintiéndolo mucho a mis nuevos vecinos ya les han caído en un
par de ocasiones algunos golpes en la pared
para que bajaran el volumen… el volumen de todo, en general. No es algo
continuo, afortunadamente, pero no pasa un día sin que me den un rato o dos de
suplicio…
Mi patio interior de manzana afortunadamente es muy tranquilo; no como los
que salen en las noticias de la tele, que están llenos de hijos de puta que se
montan una fiesta balconera con la música a tope sin encomendarse a Dios ni al
Diablo, molestando a todo el mundo solo porque se aburren (hablaremos más de
esto la semana que viene). Los primeros días de confinamiento sí se oyó de vez
en cuando música de temática fallera un poco más fuerte desde algún balcón,
pero nunca a altas horas de la noche: los pobres falleros necesitaban quitarse
el mono después de quedarse sin su fiesta, es comprensible… Menos mal que las
Fallas se han aplazado; las pérdidas económicas son lo de menos
comparadas con el enorme riesgo de contagio que hubiese supuesto su celebración
ahora.
Parece ser que muchos monumentos se han guardado provisionalmente en la
Feria de Muestras, y los que no podían desmontarse o trasladarse por su tamaño,
como el de la Plaza del Ayuntamiento, se han destruido en Cremás a puerta
cerrada y sin previo aviso, quedando solo para el recuerdo (y para las noticias
del día siguiente) unas surrealistas imágenes grabadas de las llamas
consumiendo los ninots con solo tres o cuatro personas de público…
Y para sensación extraña la que tendremos en julio, fecha a la que se ha
pospuesto la celebración (si el Covid-19 lo permite); este año sí que vamos a
notar el caloret faller, el caloret del verano…
Creo que aún es pronto para que a alguna gente se le vaya claramente la
olla (tiempo al tiempo), pero yo ya he oído un par de gritos sueltos dejados
caer en medio del silencio, del estilo de ¡Me aburrooo!
Dos grupos de vecinas veinteañeras, desde dos balcones distintos, se pusieron
otro día a jugar al Veo-Veo durante un rato… Y más a lo lejos se oyó de vez en
cuando durante los primeros días a una mujer con acento italiano que
recriminaba educadamente con un megáfono desde su ventana a los paseantes que
salieran a la calle; no sé si dejó de hacerlo porque empezó a haber más policía para encargarse de ello,
porque se aburrió o porque alguien la insultó desde abajo. Aparte de esto, ha
habido bastante tranquilidad en el vecindario, cosa que agradezco (Os aseguro
que a mí no me está dando tiempo de aburrirme nada en absoluto; sigo, como
siempre, con el petardo en el culo, que se suele decir).
Sí me parece bonita y pertinente la experiencia de salir a aplaudir a las ocho para agradecer su labor a
los trabajadores de la sanidad pública, y de paso para darnos ánimos unos a
otros… Durante estos últimos días, desde el cambio al horario de verano, ha
sido también agradable salir aún con la luz del día y poner caras a lo que
antes no eran más que siluetas recortadas contra la luz que salía de las
ventanas. Este pasado sábado, justo tras el último aplauso en la oscuridad y poco
antes de decretarse el cese de las actividades no esenciales,
una vecina hizo una breve proclama a favor de Amancio Ortega y animando a una cacerolada
para media hora después contra el Gobierno por su falta de previsión: la pobre se
quedó sola, y después de veinte segundos aporreando una olla paró por pura vergüenza…
Qué fácil es quejarse, me gustaría a mí verla a ella en el Gobierno ahora mismo…
Y hablando de caceroladas: ¿os acordáis de aquella otra que hubo por lo de Juan
Carlos I? Felipe VI ha hecho gala con la fecha de su anuncio
de un timing perfecto: increíble sicronización del Coronavirus y el virus de la
Corona.
Desde el domingo 15 he roto mi aislamiento
solo dos veces para hacer la compra de la semana, pero quiero relataros también
brevemente mi visita al supermercado del viernes 13, cuando ya la histeria
colectiva se había apoderado de la sociedad española. Yo siempre suelo ir a
comprar los viernes por la tarde y os aseguro que ese día había en el Mercadona
unas cinco veces más gente de lo normal,
una aglomeración que no hacía sino favorecer los posibles contagios;
en resumen, una panda de paranoicos de los que hacen más caso a los bulos sin
contrastar que reciben en su WhatsApp que a lo que dicta el sentido común, y
que creían que en lugar de una cuarentena organizada se nos venía encima la
Tercera Guerra Mundial o un apocalipsis zombie.
Ya en la larga cola para las cajas, intentando (sin éxito) mantener la
distancia de seguridad, notaba claramente la ansiedad de algunas personas,
hasta el punto de que decidí hacerle a una señora que estaba a mi lado un par de
comentarios jocosos sobre que la cola más rápida es siempre la que no escoges,
para relajar un poco el ambiente.
Las otras dos veces que he ido al súper son las únicas que he tenido oportunidad
de comprobar lo vacías que estaban las calles
(recordad que mis ventanas dan hacia un patio interior, amplio pero interior al
fin y al cabo), y la verdad es que no noté tanta diferencia,
porque tengo el Mercadona a una manzana y las aceras que recorro para llegar
están llenas de pequeñas tiendas de alimentación cuyos dueños, de distintas
nacionalidades, estaban sentados en los bancos o apoyados en la puerta,
charlando entre ellos como de costumbre. En la primera de mis dos visitas tuve
que hacer una cola de unos diez minutos (esta vez ya con distancia de
seguridad) en la entrada del supermercado, y una vez dentro la cantidad de
gente era razonable, aunque igual que el día 13 hubo algunos productos (leche,
magdalenas…) que normalmente están en mi lista y que no pude encontrar… ¿El fin del mundo? No; nada que no se pueda arreglar comprando otra marca veinte
céntimos más cara. En mi segunda y última incursión por ahora ya no tuve que
hacer cola, a la entrada se había instalado un expendedor de gel desinfectante
y una caja de guantes de los que se usan para la fruta, y pude encontrar todo
lo que compro habitualmente. Me di cuenta de que ahora la gente saluda más
efusivamente a las dependientas de las cajas, que se han convertido en
auténticas heroínas… La verdad es que yo siempre lo hago.
Una de las estupideces a las que se dedicó la gente durante unos días fue
la compra compulsiva de papel higiénico
en los supermercados… Bueno, mejor el papel de water que hacer una cola de cinco horas para agenciarse armas, como en los USA (otro tipo de
estupidez bastante más peligroso). A mí no me ha hecho falta comprar rollos y
además no voy a tener ningún problema al respecto… Tal vez algún día os
explique mi técnica, refinada durante años, para limpiarme el trasero de forma
eficiente y totalmente higiénica (valga la redundancia) para mis dedos
utilizando tan solo (salvo casos de emergencia) tres rectángulos de papel
(de doble capa, eso sí). No todo el mundo podría conseguirlo, lo sé, pero yo
estoy bien entrenado… Se trata de un proceso en unos diez pasos, equiparable al
del origami más exquisito, para
aprovechar la mayor cantidad de superficie de forma segura… Es difícil de
explicar con palabras, tendría que hacerlo con unos diagramas o con un
videotutorial; quizás en otra ocasión. El caso es que con el rollo ya empezado
y otros cuatro de reserva que tengo en casa calculo que me da perfectamente para subsistir dos o tres años… Lo que inicialmente se hace
para no malgastar papel y cuidar del medio ambiente te puede ser muy útil luego
en una “emergencia nacional” como esta… De saber vivir con pocos recursos os seguiré
hablando la semana que viene.
Y hablando de reciclar… Desde las pasadas vacaciones (que no Fallas) yo y
mis compañeros de faena nos estuvimos reciclando para el teletrabajo que se
avecinaba (así que tampoco fueron muy vacaciones). Después de dos semanas
encerrado en casa tengo los ojos hechos polvo de tanto mirar a mis cuatro
pantallas (Portátil del trabajo, portátil personal, televisión y móvil)… Un
consejo para todo el mundo: de vez en cuando hay que asomarse por la ventana y
fijarse en algún detalle pequeño que esté lejos, para relajar la vista; esto es
especialmente importante en niños de menos de seis años, que todavía tienen el
sistema visual bastante maleable y se pueden hacer más miopes (a ellos sí que
les conviene jugar al Veo-Veo por la ventana). Otro consejo optométrico: para
evitar la sequedad de ojos por el menor ritmo de parpadeo asociado al uso de
pantallas conviene de vez en cuando parpadear activamente, abrir y cerrar los
ojos con rapidez para segregar más lágrima.
A lo largo de estas dos semanas he chateado por WhatsApp, aparte de con mi
familia, con muchos de mis amigos y amigas; resulta bastante agradable saber
que ellos también se encuentran bien y compartir unos minutos de buena
conversación… Y luego están los presentadores y colaboradores de los programas de entretenimiento que suelo ver, que por el cambio de
formato forzado por el confinamiento se han convertido como en otro grupo de
amigos cuya charla escuchas de forma casual mientras comes o cenas… Apoyándose
en el uso de vídeo-conferencias,
algunos programas como Late Motiv
han sabido reinventarse con éxito. Otros espacios de formato más radiofónico,
como Todopoderosos o La Vida Moderna, han cambiado menos, y
simplemente se siguen haciendo desde casa
y sin público (últimamente, por cierto, estamos teniendo la oportunidad de ver el
mobiliario de todo el mundo que trabaja en medios de comunicación).
…Y La Resistencia, que
trabajaba con pocos recursos, ha conseguido sobrevivir tan divertida como
siempre o más, mientras que El Hormiguero ha tenido que cerrar unos días para
recalibrar la situación… Ya solo el equipo de los diez cámaras que se
apelotonan en torno a la mesa de Pablo Motos podría haberse considerado como
reunión no autorizada incluso antes del día 15, y en La Resistencia sin embargo
se están apañando para hacerlo todo entre cinco o seis personas. En estos
tiempos de precariedad prima el fondo sobre la forma, el contenido sobre la
apariencia, la sencillez y espontaneidad sobre el espectáculo… De todos modos el virus es el
tema que lo inunda todo, pongas lo que pongas las referencias son continuas; pero
al menos en estos canales de YouTube se trata desde un enfoque más ligero y
desenfadado, lo cual se agradece… En estos días extraños el entretenimiento se
hace más necesario que nunca para que algunos no pierdan la cabeza. Parece ser
que hay también bastante efervescencia creativa en Instagram o Twitter,
pero esos campos yo no los domino, así que no entraré en detalles.
¿Y qué pasa con La Belleza y el Tiempo? ¿He notado un aumento de visitas al
blog durante el confinamiento? Pues no de manera significativa… Sin embargo sí
ha habido más comentarios (Corrijo: Sí ha habido comentarios, punto): dos en la
entrada sobre las experiencias de mi abuela en la Guerra Civil y tres en la de
la semana pasada, sobre los aspectos sanitarios de esta epidemia. ¿Casualidad? Creo
que no, supongo que hay gente que ahora tiene un poco más de tiempo libre para
visitar estas páginas… Por cierto, lectores y lectoras con menos faena en estos
días: si queréis que os envíe una selección de recomendaciones de entradas
sobre algún tema en concreto que os interese no tenéis más que pedirmelas,
estaré encantado de ayudaros.
Lo dejamos por hoy… La próxima semana me permitiréis que haga un poco de
crítica de esta sociedad occidental nuestra, llena de individuos egoistas y
mimados, y veremos cómo a muchos, incluso sin sufrir directamente la enfermedad
en su familia o círculo de amigos o los paros en su empleo, el confinamiento
les ha pillado con la guardia baja y les ha caído como un jarro de agua fría,
dándose cuenta de que esta sensación que teníamos en las últimas décadas de ser
los reyes del Mundo y estar por encima de todo era un poco de mírame y no me toques, que no era más que una ilusión
pasajera… Y también veremos cómo algunos de esos zoquetes, lejos de aceptar
esta cura de humildad por parte de la Naturaleza, han emprendido una huida
hacia delante y en vez de replantearse el sentido de su Vida han seguido con
sus chorradas con ímpetu redoblado… Digamos que si tuviera que resumir de forma
sintética cada entrega de esta trilogía sobre el Covid-19, los títulos serían
claramente Enfermedad, Aislamiento y Estupidez.
2 comentarios:
Me gusta leer cómo nos cuentas la realidad que vives. Coincido casi casi al 100%, la verdad. Casi nunca puedo ponerme al día con la lectura de tu blog, pero aunque vaya igual de liada que de costumbre, por lo menos he sacado tiempo para leer 3 entradas seguidas!!!
¡Qué bien que hayas podido sacar un rato, Susana! Me alegro mucho de que te estén gustando los contenidos. ¡Un besazo! 😘
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