Toca hoy
contaros cosas acerca de las dos ramas de mi familia que vienen de lejos de
Valencia… Comencemos por la de mi abuelo paterno, que procede de Cuenca, y más
concretamente de Campillo de
Altobuey, un pueblo muy cerca de Motilla del Palancar. En Campillo los datos
del Registro Civil sólo llegan hasta 1885, de modo que los funcionarios, además
de enviarme las partidas de nacimiento de las que disponían, me pasaron la
dirección del párroco del pueblo, que tal vez podría encontrar en sus archivos
información más antigua. Después de escribirle, el párroco en cuestión me
devolvió mi sobre con el franqueo explicándome en dos frases bastante secas que
él no estaba allí para hacer ese tipo de cosas… Bueno, por lo menos me
respondió.
Otra fuente muy interesante de información que había en casa de mis abuelos
paternos era un archivador que contenía varios testamentos y, lo que me pareció
más curioso, un montón de contratos de compra de terrenos firmados por mi
tatarabuelo Cristino, campesino y panadero, en los que se describía al detalle
la cantidad de metros cuadrados de cada uno y con qué otros terrenos, caminos o
acequias lindaba por cada lado. Parece que Cristino prosperó bastante, porque
la extensión de sus tierras aumentaba sin parar…
Estos documentos manuscritos de la segunda mitad del S.XIX, ya sean contratos,
testamentos o partidas de nacimiento, requieren muchas veces una labor de
descifrado previa al análisis de su contenido propiamente dicho: el texto es
muy difícil de comprender, tanto en lo referente a la letra como a las abreviaturas, y en
ocasiones es casi necesario hacer un curso de Paleografía
para entender lo que dice.
El miembro de esta rama de la familia que me pareció más interesante fue Isidoro,
el padre de mi abuelo paterno. Era relojero, razón por la que en el pueblo le apodaban
Cuquillo, pero también comerciante, músico (sabía tocar el piano y el violín de
oído) e incluso inventor en sus ratos libres. Tenía en Campillo tierras (tal
vez heredadas de su suegro Cristino) y dos mulas, que vendió al venirse a Valencia con su familia
a principios del S.XX, supongo que en busca de oportunidades a nivel económico.
Se instalaron por la zona del Camino Real de Madrid, no muy lejos de
Massanassa… Así que fue gracias al espíritu inquieto y emprendedor de Isidoro
que mis abuelos llegaron a conocerse, haciendo posible que yo esté aquí ahora
mismo escribiendo esto. Uno de los recuerdos más bonitos que guardo de mis
visitas a la casa de mi abuela siendo pequeño es el de trastear en los pequeños
cajones, repletos de tornillos diminutos, ruedas dentadas y otros mil exóticos engranajes, de un mueble muy
antiguo que seguramente en su día había estado en el taller de mi bisabuelo
Isidoro, allá en Cuenca.
Mi familia por parte de abuela materna procede de Canarias, principalmente
del Puerto de la Cruz, en la
costa norte de Tenerife. Antes de entrar en detalles sobre sus miembros quiero
hablaros de una fuente de información que, junto con mi propia abuela y otros
familiares actualmente en Tenerife, me resultó muy útil. Se trata de Jable,
una Hemeroteca Digital de Canarias en la que hay disponibles un montón de
publicaciones periódicas antiguas escaneadas y en formato PDF, lo que permite
hacer búsquedas automáticas muy rápidas de por ejemplo un nombre determinado en
toda la base de datos o en un subconjunto de la misma. El hecho de que el texto
esté digitalizado también te permite copiar y pegar párrafos con facilidad. Es
verdad que los originales escaneados pueden usar fuentes de letras extrañas o estar
deteriorados por el Tiempo, y muchas veces el programa de reconocimiento de
caracteres se equivoca, con lo que conviene hacer varias búsquedas por cada
nombre, probando distintas partes del mismo o los errores de reconocimiento más
comunes, pero a pesar de esto Jable me resultó una herramienta de gran
utilidad.
Haciendo búsquedas automáticas de los nombres de mis ancestros conocidos encontré
decenas de artículos de periódico (ya fuesen notas breves o textos más largos y
elaborados) relacionados con la familia, que por lo que descubrí gozaba de
cierto estatus en la sociedad canaria. Las gacetas locales seguían con atención
la vida de mis antepasados y lo relataban en sus páginas cada vez que cogían un
barco para hacer un viaje a Cuba o a Puerto Rico, se ponían enfermos, se
recuperaban, participaban en un acto político o la inauguración de un
monumento, recibían una herencia, componían un poema, desempeñaban un nuevo
cargo público o privado, sufrían un incendio, pedían un permiso de obras para
un nuevo muelle o un pozo…
Los padres de mi abuela materna se llamaban Lorenzo y Micaela. Nos
centraremos primero en la familia de Micaela Martín Luiz, y en particular en su
abuelo Wenceslao Luiz Delgado. Hace dos semanas ya os hablé de su foto, la
única que tengo de esta generación, y del halo de misterio que la envuelve… De
hecho, siguiendo hacia atrás por esta rama poco más conocemos aparte de un par
de nombres sin datos adicionales, aunque sí sabemos que Salvador, padre de
Wenceslao y por tanto bisabuelo de mi bisabuela, nacido en El Sauzal en 1778,
tenía un negocio de destilación de licores… Llegados a este punto las fechas y
el número de generaciones ya
empiezan a dar un poco de vértigo, ¿verdad?
Buscando en Jable encontré varios artículos que hablaban de mi
trastatarabuelo Wenceslao, y entre ellos alguna referencia a que fue alcalde
del Puerto de la Cruz; pero el que más me gustó con diferencia, y el que lo
convirtió de pronto a mis ojos en alguien mucho más cercano y accesible, es
esta carta al director del periódico La Federación, publicada el 24 de agosto
de 1870, en la que hace una consulta acerca del servicio público de carruajes de caballos de
la isla, que os transcribo aquí en su integridad:
“Puerto de la Cruz, 20 de agosto
de 1870
Sr. Director de La Federación
Muy estimado Sr. mío: en el número 102 de su periódico correspondiente al 18 del corriente he visto un suelto en que la compañía de Ómnibus de Tenerife ofrece, variando el servicio, ponernos carruajes hasta este Puerto. Creo que será más cómodo que antes, y bastante barato, pues esto no admite duda; mas la empresa no puede arreglar las dificultades que se nos presentan llegando de aquí a las siete de la noche para, usando ahí las horas de oficina, estar de vuelta el mismo día siguiente a la tarde, por cuya razón siempre tendrán que emplearse los coches particulares. Además, observo en el anuncio que no se dice nada sobre equipaje, es decir, maletita o saco de noche que siempre acompaña al pasajero, ¿será o no valor entendido que se admite? Una aclaración.
Suyo afectísimo servidor y amigo, que besa su mano,
Wenceslao L. Delgado.”
Sr. Director de La Federación
Muy estimado Sr. mío: en el número 102 de su periódico correspondiente al 18 del corriente he visto un suelto en que la compañía de Ómnibus de Tenerife ofrece, variando el servicio, ponernos carruajes hasta este Puerto. Creo que será más cómodo que antes, y bastante barato, pues esto no admite duda; mas la empresa no puede arreglar las dificultades que se nos presentan llegando de aquí a las siete de la noche para, usando ahí las horas de oficina, estar de vuelta el mismo día siguiente a la tarde, por cuya razón siempre tendrán que emplearse los coches particulares. Además, observo en el anuncio que no se dice nada sobre equipaje, es decir, maletita o saco de noche que siempre acompaña al pasajero, ¿será o no valor entendido que se admite? Una aclaración.
Suyo afectísimo servidor y amigo, que besa su mano,
Wenceslao L. Delgado.”
Me resulta fascinante leer este texto de hace casi siglo y medio… No habla
sobre Wenceslao sino que está escrito directamente por él; es como si tu
antepasado te estuviera hablando a ti cuando lo lees. Y además trata un tema
tan trivial, tan del día a día… A pesar de los años transcurridos, no es muy
distinto de una queja sobre la EMT
que un jubilado de hoy podría mandar a la sección de Cartas del Levante o de
Las Provincias… Tan lejos y a la vez tan cerca. Por cierto, dejadme añadir,
para concluir esta historia, que el director de la compañía de Ómnibus publicó
seis días después otro anuncio en el mismo periódico accediendo a la petición
de Wenceslao y alterando los horarios para hacer el sistema más eficiente.
Hablemos ahora de la familia de Lorenzo Rodríguez Figueroa, padre de mi
abuela materna. Hasta yo mismo, que además soy buen fisonomista, tengo que
reconocer que guardo un parecido bastante razonable con Lorenzo, a la vista de
las fotos que he conseguido de él. Su padre Luis Rodríguez Padrón, tatarabuelo mío, nació en La Orotava, una localidad
cercana al Puerto de la Cruz, un poco más hacia el interior. Próspero
comerciante y hacendado, dueño de numerosas propiedades, Luis fue miembro de
varias logias masónicas
de la zona (lo cual le granjeó
algunas enemistades) y militó activamente en el republicanismo (ídem de ídem), siendo
regidor en varias ocasiones del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Siendo ya mayor perdió un ojo con un aro de una barrica
que estaba abriendo, que le saltó de golpe. No pude encontrar ninguna imagen de
Luis, ni antes ni después del accidente, pero sí conseguí una estupenda foto
familiar, seguramente tomada tras su muerte, en la que su mujer Emilia posa solemne
y orgullosa como la matriarca del clan, rodeada de sus hijos, hijas y nietos
(llegaron a ser un total de ocho hermanos).
Recordaréis que en la entrega anterior os hablé de la condecoración
recibida por mi bisabuelo Ricardo en la Pobla Llarga… pues no es la única que
ha habido en la familia. Aquí os copio una noticia breve que descubrí en La
Opinión de Tenerife, en la edición del 7 de diciembre de 1909, en la que se
habla de Emilio, hermano pequeño de mi bisabuelo Lorenzo: “La Real Sociedad Humanitaria de
Londres ha concedido diplomas de honor a los Sres. D. Felipe Machado Pérez y D.
Emilio Rodríguez Figueroa por los esforzados auxilios que prestaron, salvándolo
de perecer ahogado en el Puerto de la Cruz, al jefe de la casa Yeoward Brothers,
D. Francisco Artus. Dichos diplomas han sido ya recibidos en el Puerto de la
Cruz, siendo suscritos por el Príncipe de Gales. Nuestra enhorabuena.”
Otro hermano de mi bisabuelo, Luis, el primogénito varón, llegaría a
convertirse en un célebre escritor, abogado y político republicano, bastante conocido hoy en día en Canarias.
Luis no le fue a la zaga a su padre de igual nombre y tuvo un total de diez
hijos e hijas (primos de mi abuela), a los que puso nombres inspirados en la
antigüedad griega y romana: Ligia, Manlio, Layo, Elio, Arnaldo, Orlando… Varios
de los miembros de esta familia eran también republicanos y masones, y alguna vez llegaron a las manos con el mismísimo
Francisco Franco, con el que se cruzaban por la calle… Esto fue después de las
elecciones de febrero de 1936, cuando el presidente Azaña destinó al general a
Canarias por temor a que conspirase contra el gobierno legítimamente
constituido. Se contaba que Guetón, uno de los hermanos, le tiró en una ocasión
una de sus tarjetas de visita a la cara a Franco y le dijo que si tenía lo que hay que tener
se veían al alba para un duelo a muerte… Meses más tarde, con el alzamiento
nacional (que de glorioso no tuvo nada),
Guetón y su padre Luis fueron apresados y asesinados por los falangistas, en
circunstancias que aún no han sido del todo aclaradas.
¿Cómo acabó mi
abuela en Valencia? Mi bisabuelo Lorenzo falleció muy joven, cuando ella no
tenía ni un año, por complicaciones durante una operación de trepanación,
y su viuda Micaela se volvió a casar con un militar que fue destinado a la
Península. Mi abuela pasó por Bilbao y después por Madrid, y su vida acabó
estabilizándose en Valencia al terminar la Guerra Civil, durante la cual
conoció a (y se casó con) mi abuelo. Hostilio, otro primo de mi abuela por la rama de su tío Luis, fue fiscal
del ejército republicano y compartió piso con ella y con Micaela en Valencia durante
la contienda. Mi abuela me contó un montón de historias increíbles sobre sus
propias experiencias, las de sus hermanos y las de Hostilio durante la Guerra, y
sobre cómo no tuvieron más remedio que adaptarse al caos y al horror que les
rodeaba por todas partes… pero todo eso mejor lo dejamos para otra entrada, más adelante, porque aquí ya hay bastante tela que cortar.
Baste decir por ahora que al final de la Guerra Hostilio y dos de sus
hermanos acabaron exiliándose a Francia y después a Colombia. Al acabar la
dictadura de Franco volvió de visita a España algunas veces y yo pude conocerlo
personalmente (y hacerle preguntas sobre el árbol genealógico), y he de deciros que
era un hombre excepcional, sin duda hecho de otra pasta… Y no sólo por la
historia de su vida y las fascinantes anécdotas que contaba, sino por su
longevidad y su envidiable estado de salud: con casi
noventa años todavía se tiraba de cabeza a nadar entre las olas cuando venía a
visitarnos al apartamento de la playa del Perelló (estoy hablando de olas de
bandera amarilla, nada de olitas de chicha y nabo). Vivió hasta los noventa y
ocho, y en la época en que falleció tenía una novia treinta años más joven que
él (supongo que las mujeres de su edad no podían aguantar su ritmo).
Hasta el último momento estuvo bien de salud, viajando aquí y allá, y de pronto
un buen día se murió mientras dormía, tranquilamente y dando el mínimo de faena.
Aunque
Hostilio es el ejemplo más claro, hay otros miembros de esta rama familiar que
han sobrepasado holgadamente los noventa con buena salud: sin ir más lejos, mi
abuela y también uno de sus hermanos… Es lo que en la familia se conoce como
genes de los Rodríguez (en realidad el apellido es compuesto: Rodríguez de la Sierra).
Ya os dije en la primera entrega que una de las razones por las que me
interesaba la Genealogía era para intentar descubrir patrones de herencia genética a lo largo de varias generaciones,
y aquí sin duda tenemos un patrón muy interesante… Antes os comentaba que en
los rasgos de la cara me parezco bastante a mi bisabuelo Lorenzo (aunque precisamente
él no gozó de una vida demasiado larga), y comparto otras características con
Hostilio, mi abuela o su hermano: tengo la misma nariz aguileña que ellos y soy
también de complexión delgada, a pesar de que como bastante bien.
¿Quiere esto
decir que he heredado la buena genética
de mis antepasados? Es por ejemplo una buena señal el hecho de que, dejando de
lado ligeras alergias y constipados ocasionales, no recuerdo la última vez que me puse realmente enfermo;
de hecho, estoy seguro de que en los siete años que llevo en mi último trabajo
no he faltado ni un solo día (y sin embargo aún no me han subido el sueldo). Espero
que en este mismo paquete vengan incluidas, junto con la nariz y la esbelta
figura, también las otras ventajas de los genes Rodríguez de la Sierra y que,
teniendo en cuenta que intento llevar una vida sana, pueda llegar a los noventa
con una salud de hierro… ¡Me
quedan tantas cosas interesantes por aprender y por vivir…! Nos vemos en la próxima y última entrega, en la que al fin
descubriremos por qué el título de la entrada es Once Generaciones.
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