lunes, 19 de diciembre de 2016

TOC, TOC, TOC… ¡Penny! (II)


La semana pasada hablábamos de Adrian Monk y su Trastorno Obsesivo-Compulsivo, y también de Sheldon Cooper y su Síndrome de Asperger; centrémonos hoy en mi caso (¿clínico?) y veamos qué manías tengo en común con Monk o Sheldon y si dichas manías llegan o no a ser obsesiones. Una cosa está clara, no me van los imprevistos ni la improvisación; soy muy perfeccionista y cuando encuentro un sistema que me funciona para algo en concreto no me gusta que me lo cambien. En mi vida diaria sigo ciertos rituales en algunos aspectos, como por ejemplo a la hora de comer. Y no sólo en lo que respecta a los platos a cocinar (que suelen ser sota, caballo y rey), sino en detalles como las cantidades que tomo cada vez: de tres en tres en el caso de los espárragos o de cinco en cinco cuando se trata de aceitunas para acompañar (lo sé, a medida que lo escribía esto último me ha parecido raro hasta a mí). Algo similar me pasa a la hora de vestirme: me pongo las prendas de ropa que me resultan más cómodas porque me molesta que me rocen o que estén muy ajustadas, y esto hace que mi vestuario habitual sea bastante reducido. Además, no cambio de modelito cada día; mientras una prenda siga más o menos limpia, ¿por qué echarla a la lavadora a la primera de cambio?

Hablando de limpieza: no me gusta nada tener las manos sucias o pringosas, y suelo lavármelas bastante a menudo, pero no de manera obsesiva. En autobuses u otros lugares públicos intento no toquetear demasiado objetos como agarraderas o picaportes para evitar resfriados; y me dan mucha rabia las personas que se estornudan en la mano delante de ti y luego pretenden estrecharte la tuya, los muy cochinos… De todas formas mi relación con la limpieza es algo complicado de entender: soy sin duda partidario de la higiene, pero no necesariamente de la estética. Es decir, toda aquella suciedad que me pueda ocasionar alguna enfermedad o problemas de salud la mantengo a raya, pero no me importa tener los rincones que no uso en mi piso con una capa de polvo más gruesa de lo recomendable, o ir con la barba mal afeitada. En resumen: que en unas cosas tal vez me paso y en otras me quedo corto… Más adelante dedicaré una entrada exclusivamente a hablar de este tema.




Todas las peculiaridades y rutinas anteriores, tanto por exceso como por defecto, de las cuales ya hemos hablado un poco en alguna otra ocasión, me sirven para no estar constantemente tomando decisiones o sopesando pros y contras, y optimizar el tiempo del que dispongo, que siempre me parece escaso teniendo en cuenta todas las cosas maravillosas que me falta por descubrir en esta Vida… En el terreno intelectual os aseguro que no tengo rutinas ni soy previsible, siempre estoy intentando aprender cosas nuevas en relación con muy diversos campos del Saber; al igual que Sheldon Cooper, empleo la mayor parte de mi tiempo libre en leer, pensar, escribir o hablar sobre mis temas favoritos. Eso sí, nunca trato de imponer mi tema de conversación si se está hablando de otra cosa; también me gusta escuchar.

En cuanto a mi tiempo de ocio con los amigos, intento siempre organizar mi agenda con algo de antelación, y me fastidia que me cambien los planes a última hora. La palma en este aspecto se la lleva una conocida con la que quedé una vez para hacer una visita guiada por el casco antiguo, saliendo desde la Lonja, y que me llamó para avisarme de que no venía cuando yo ya estaba a la altura de la Plaza del Ayuntamiento; este tipo de cosas joden bastante cuando la noche anterior te has pasado una hora documentándote… Creo que la posibilidad que la gente tiene actualmente de comunicarse de forma casi instantánea por Whatsapp se está usando como excusa para no comprometerse con nada ni con nadie, dando lugar a agendas basadas en el constante zapping y cambio de opinión entre mil ofertas distintas, acercándose a todas ellas de manera superficial pero sin profundizar en ninguna ni sacar de ellas ninguna conclusión de utilidad… pero no me enrollo, que esto también se sale del tema de hoy.




La semana anterior os comentaba lo de lavarme los dientes a razón de cuatro bloques de ocho pasadas por zona, en cinco zonas con la dentadura cerrada más cuatro zonas con la boca abierta, lo que hace un total de doscientas ochenta y ocho pasadas… Lo de contar lo hago simplemente para que no estén desequilibradas las distintas zonas, y tampoco necesito ser muy estricto en esto: si voy con prisa me salto algunas series, y si pierdo la cuenta tampoco me da un ataque. Y ahora que lo pienso, el número de veces que me cepillo la lengua al final ni siquiera lo cuento (me gusta vivir peligrosamente… ¡estoy muy loco!). Otras manías que tengo son las de comprobar la alarma del despertador tres o cuatro veces cuando trabajo al día siguiente, o revisar en igual número de ocasiones que la puerta de casa está bien cerrada cuando salgo, a veces incluso subiendo unos pocos escalones de nuevo para verificarlo y quedarme tranquilo. Son precauciones que en mi humilde opinión tienen mucho sentido, aunque tal vez lo chocante sea el repetirlas más allá de un par de veces. Esto se debe a que, como decía antes, soy bastante perfeccionista, y me gusta tenerlo todo controlado y no correr riesgos. Prefiero hacer pocas cosas bien antes que muchas mal, pero a menudo las circunstancias me hacen llevar en paralelo más asuntos de los que me gustaría, razón por la cual a veces voy un poco estresado, lo que da lugar a pequeñas manías como las de la puerta o el despertador, para prevenir despistes ocasionados por las prisas.

A la hora de leer o de trabajar me distraigo fácilmente si hay ruidos alrededor; necesito máxima tranquilidad y silencio cuando estoy concentrado en una tarea. Otra peculiaridad que tengo cuando trabajo es que me gusta cuadricular los papeles, libros, bolis y demás objetos sobre la mesa antes de ponerme a la faena. Ya os dije que necesito ser ordenado porque soy una persona muy visual y tengo una mala memoria episódica, con lo que colocar cada cosa en su sitio me ayuda a recordar los recados o a poner las ideas en orden. Como yo mismo suelo decir: “Mesa ordenada, mente ordenada”… Y ya sé, ya sé que eso no explica por qué de cuando en cuando pongo algún libro recto en los expositores de la FNAC o El Corte Inglés aunque no me interese hojearlo, o por qué cuando llego al portal de mi casa y encuentro levantada la pequeña aldaba de la puerta (es un edificio antiguo) la empujo hacia abajo con la punta del dedo y la coloco apoyada contra la madera, al más puro estilo Monk.




Tal vez esta obsesión por tenerlo todo controlado y esta alergia a los riesgos de las que os hablo expliquen también por qué me siento más a gusto, como Sheldon, con la Física o las Matemáticas que con la Psicología, la Sociología, la Política o la Economía, y por qué con el paso de los años me he vuelto más y más reticente a participar en proyectos colectivos, a no ser que esté seguro de que los otros coparticipantes van a esforzarse tanto como yo y comprometerse a seguir hasta el final… Eso es lo bueno que tiene el blog: que yo me lo guiso y yo me lo como, y no tengo que discutir con nadie a no ser a través de los comentarios, cosa que por fortuna no ha pasado aún.

No veo qué hay de malo en disfrutar de una cierta sensación de seguridad en tus quehaceres diarios… No es que tenga miedo al fracaso, como podrían pensar algunos; es simplemente que mis objetivos en la Vida son más asequibles que los de la mayoría, que no me gusta construir castillos en el aire ni me siento mal por no intentar construirlos. Tal vez la clave del asunto radica en comprender, como yo lo he hecho, que la felicidad reside en las cosas sencillas… Esta filosofía de Vida podría ser la razón por la que me resulta tan difícil encontrar una pareja compatible en este Mundo lleno de gente acelerada… Pero, como decía antes, no nos salgamos del tema.




Respondamos por último a la pregunta del millón: ¿Qué me pasa, Doctor? ¿Cuál es mi diagnóstico? Teniendo en cuenta todo lo anterior y que mis habilidades sociales, mi empatía y mi inteligencia emocional son bastante buenas, yo diría que tiro más hacia un TOC que a un Asperger, pero un TOC muy, muy leve en cualquier caso. Algunas de mis manías y mis miedos a los cambios e imprevistos se han ido atenuando con el paso de los años, quizás porque he decidido no estresarme tanto con algunas cosas; y las manías que me quedan no son graves en absoluto, satisfacerlas no me ocasiona la más mínima angustia (rasgo propio del TOC, si recordáis) y en muchos casos, más que estorbarme, me resultan útiles para organizarme en mi día a día. En caso de no poder seguir mis rutinas soy capaz de ser flexible, y aunque a veces no me guste salirme de lo previsto, es raro que esto llegue a ocasionarme verdadera angustia (más bien algo de cabreo, a lo sumo, cuando mi paciencia se ve puesta a prueba por los descuidos de los demás). Como os he explicado antes, soy como soy porque me gusta aprovechar bien mi tiempo y asegurarme de que hago las cosas bien. Ya lo dice el refrán: hombre precavido vale por dos… y yo seguramente valgo por tres.

En otra ocasión ya comenté que nadie es completamente normal; simplemente tenemos todos un mayor o menor grado de disfunción de uno u otro tipo, y lo que en algunas personas se puede considerar una manía para otras representa un auténtico problema, siendo las fronteras bastante difusas a veces. Incluso a los que, después de haber leído esta entrega, piensen que estoy rozando esa zona gris en la que la manía se convierte en algo más serio, les diría que miren el lado positivo: Sheldon Cooper es un científico eminente y Adrian Monk un reputado detective. Ambos son un ejemplo a seguir para los casos reales de estos trastornos en el sentido de que han sabido sacar partido a las peculiaridades de sus cerebros, que aplicadas a las tareas apropiadas les permiten vivir cómodamente y sentir que encajan en algún sitio, a pesar de las dificultades que puedan experimentar en ocasiones… Tal vez mis peculiaridades, mi perfeccionismo y mi obsesión por analizarlo, ordenarlo y entenderlo todo son lo que, además de ayudarme en mi trabajo (preguntadme por mail si queréis saber cuál es), me permite escribir en La Belleza y el Tiempo cada semana manteniendo el nivel de calidad, cosa que no se me da nada mal… Sí, sí, tenéis razón, esta falta absoluta de modestia ha sonado un poco Asperger, pero no os equivoquéis: os repito que lo mío no es más que un TOC de andar por casa.



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