martes, 14 de enero de 2020

Fronteras Invisibles (I)


En septiembre de 2014 hice un comentario en el blog de Carolina Otero (creo que tanto el comentario como la correspondiente entrada han desaparecido en una de las frecuentes remodelaciones) sobre el cementerio de Burjassot, pegado al edificio FEDER del campus de Ciencias de la Universidad de Valencia: “Son caprichosas e intrigantes las muchas barreras invisibles que nos rodean por doquier, y no sólo desde el punto de vista urbanístico: Dada la localización del cementerio y lo discreto de sus muros, estoy convencido de que la gran mayoría de esos jóvenes ignoran que lo tienen a solo unos pocos metros. Tan cerca, y a la vez tan lejos. Tan lejos, y a la vez tan cerca…” En este caso en realidad lo que es invisible no es la barrera física en sí, sino la función del recinto que encierra, ya que desde fuera no hay apenas señales de que sea un cementerio… La cuestión es que este comentario fue la semilla de una idea para una futura entrada en La Belleza y el Tiempo, y media década después me dispongo a ponerla en negro sobre blanco.

¿A qué me refiero cuando digo que voy a hablar de las fronteras invisibles dentro de la ciudad de Valencia? Se trata de barreras a la movilidad en principio franqueables que sin embargo en la práctica, por diversas razones, son más impenetrables de lo que parecía… y todo esto desde mi experiencia personal, desde el punto de vista de un peatón. No me voy a parar demasiado a hablar de las barreras que se encuentra uno al intentar salir andando de la ciudad: al noroeste, autopistas, intersecciones y pasos elevados con arcenes peligrosamente estrechos; al oeste y al sur, la inmensa mole del nuevo cauce del río Turia; al sureste, los terrenos de la ZAL, el circuito abandonado de Fórmula 1 y sobre todo las gigantescas instalaciones portuarias… Cuanto más te alejas del centro más pequeño te vuelves con respecto a tu entorno y más grandes se vuelven las distancias a recorrer hasta llegar al siguiente punto de referencia, distancias para ser cubiertas en coche y no a pie.


Dos transeúntes y una señal de tráfico frente a una pared muy alta de piedra


Hablemos de las barreras más evidentes dentro de la ciudad, las que tienen bien poco de invisibles y se pueden distinguir a vuelo de pájaro… Una de la que he hablado otras veces es la playa de vías de la estación ferroviaria del Norte y la franja de vías (futura avenida Federico García Lorca cuando se produzca el soterramiento) que parte la ciudad en dos hasta San Marcelino, separando Malilla de La Cruz Cubierta. La parte este de la playa de vías se ha transformado en la Fase I del Parque Central, lo que permite acortar algo de camino en algunos casos, al menos en las horas en que está abierto, pero las vías siguen siendo un obstáculo muy difícil de salvar. Descartado el Scalextric de Giorgeta, impracticable para peatones, las únicas opciones entre la Estación del Norte y el Bulevar Sur son el túnel subterráneo que conecta las Grandes Vías o el paso elevado de peatones cercano a Giorgeta, pero la gran cantidad de tiempo extra necesario para acceder a estos puntos y cruzarlos hace que psicológicamente la barrera sea más infranqueable de lo que parece, y que en la práctica las dos partes de la ciudad sigan estando separadas.

Otra barrera importante en esta misma zona en la que vivo es la avenida Ausiás March, con cinco carriles en cada sentido… Incluso la avenida Peris y Valero, bastante más pequeña, se convierte en un obstáculo cuando vas con prisa porque, comparada por ejemplo con la vecina y muy tranquila calle Centelles, el tráfico es bastante denso y los coches van muy rápido, lo que no te deja más remedio que esperar a que el semáforo se ponga verde… En lo que respecta al resto de la ciudad, también son barreras para los peatones los distintos cinturones destinados a los coches, las famosas capas de la cebolla de las que ya hemos hablado antes en el blog, como la ronda exterior o la ronda de Tránsitos. En menor medida, las Grandes Vías suponen un obstáculo, aunque algo más suave, y el viejo cauce del Turia al menos es una barrera verde y bastante más bonita que una avenida de diez carriles.


Autopista de varios carriles en ambos sentidos llena de un atasco de coches con las luces encendidas


Hay otro tipo más amable de fronteras invisibles que, más que actuar de barrera que te impide el paso, sirven de barrera protectora contra el mundo exterior cuando te encuentras dentro de sus límites. Un ejemplo sería la calle Vicent Zaragozá: una vez la atraviesas y avanzas un par de manzanas, entrando en el corazón de Benimaclet, tienes la sensación de estar en un pueblo, muy lejos de la ciudad… Esto pasa también en las partes más antiguas de algunos barrios como Campanar, que inicialmente eran un pueblo separado de Valencia hasta que la ciudad, en su crecimiento imparable, se las tragó. Esta sensación de sentirme transportado a otra dimensión la he tenido además en lugares como los Jardines de Monforte o el patio interior de San Juan del Hospital.

Otro tema que ya he tocado en el blog es el de mi curiosidad innata por recorrer hasta el más oculto de los rincones de Valencia… Si no tengo prisa, me desvío a veces de mi camino para pasar por calles más estrechas y desconocidas del casco antiguo, y no me da vergüenza que los vecinos me miren desde los balcones pensando que debo ser un turista atontao que se ha perdido buscando la Catedral o la Plaza del Ayuntamiento… Sin embargo, hay un caso en el que todavía hoy tengo que juntar bastantes ánimos para seguir caminando: el de callejones sin salida como los de las calles Cañete, Gutenberg o Náquera. Es como si hubiera a la entrada de estos un campo de fuerza invisible que me cuesta mucho traspasar; tal vez porque, a pesar de ser un espacio público, aquí la intrusión en la intimidad de los vecinos es más flagrante, o tal vez por el instinto más primario de evitar meterse en un cul de sac en el que un atracador puede cortarte la salida y acorralarte con facilidad, cosa bastante improbable por otra parte.


Final de la calle Cañete de Valencia, en cul de sac, con ventanas adornadas con flores


También aparecen barreras invisibles en las áreas de la ciudad que no conoces muy bien, de modo que prefieres no entrar para no perderte. Esto me pasaba hace muchos años con la zona de las calles Salinas, Mare Vella y Portal de Valldigna; pero ahora que me he familiarizado con ella la uso sin problemas para acortar camino entre la plaza del Tossal y las Torres de Serranos, y viceversa. Hablando de las puertas de Serranos, recuerdo que siendo más joven, cuando quería desplazarme desde ellas a la Plaza de la Virgen usaba la calle Navellos, hasta que descubrí que por la plaza Cisneros se llega mucho más rápido, siendo además una zona más tranquila y muy agradable para pasear… Otra parte del casco antiguo a la que todavía no me he acostumbrado del todo, y en la que a veces tengo que desandar unos metros y cambiar de ruta para evitar dar demasiado rodeo, es la de la calle Gobernador Viejo y alrededores, aunque supongo que poco a poco conseguiré dominar también esa zona.


Vista de los tejados de las casas de Valencia desde las Torres de Quart


Supongo que la razón por la que me cuesta orientarme (a mí y a más gente) en estas partes antiguas de la ciudad llenas de curvas y vericuetos es que mi mente cuadriculada tiende a pensar que las calles están dispuestas perpendicularmente, con manzanas rectangulares, cuando en realidad no es así. Incluso me lío cuando las calles son rectas pero no están a 90 grados, de manera que a veces vuelvo al punto de partida girando solo dos esquinas… En mi adolescencia me costó un poco aprender a orientarme en los alrededores de la Plaza Redonda hasta que entendí que las calles San Vicente y María Cristina forman un ángulo de unos 60 grados; como la zona es pequeña y además tiene bastantes puntos de referencia muy reconocibles, ahora me apaño perfectamente por allí.

Sin embargo Entrepins, un área más grande al sudoeste de la Plaza de España, con una retícula aproximadamente triangular, con edificios muy parecidos entre sí y sin muchas referencias reconocibles (al menos por mí), me confunde aún hoy y hace que me desoriente con frecuencia, con lo que a veces suelo dar un poco más de rodeo para asegurarme de que voy a llegar a mi destino. A esta zona por la que afortunadamente no necesito pasar (o tal vez no quiero pasar) muy a menudo, comprendida más o menos por las calles Albacete, Giorgeta-Pérez Galdós y San José de Calasanz-San Francisco de Borja, la tengo etiquetada en mis mapas mentales como El Triángulo de las Bermudas… Es verdad que ahora que tengo datos en el móvil siempre puedo tirar de Google Maps si me despisto con mis itinerarios, pero voy a intentar usarlo solo como último recurso, para no volverme perezoso y dependiente: es mucho mejor una persona inteligente con las calles en su cabeza que una persona estúpida con un teléfono inteligente en su mano… Lo dejo aquí por ahora; la semana que viene hablamos de fronteras invisibles a nivel social y de la secular lucha de clases a lo largo de la historia de España.


Ortofoto de la zona de Entrepins en Valencia, junto al Mercado de Abastos

No hay comentarios: