Seguimos con mis reflexiones acerca de los distintos tipos de barreras a la
movilidad que nos podemos encontrar en Valencia, algunas reales y otras más
bien psicológicas, y comenzamos esta segunda entrega en la antigua Barón de Cárcer,
que desde hace un par de años vuelve a ser la avenida del Oeste. No es que pase
por allí con mucha frecuencia, pero siempre me ha llamado la atención la gran
diferencia de ambiente que se respira en ambas aceras, sobre todo al caer la
noche y en el tramo más cercano a la trasera del Mercado Central y la plaza de
Brujas. Mientras la acera que da hacia la Plaza del Ayuntamiento parece más
segura para pasear, en la que da a Velluters te sueles tropezar con prostitutas
y travelos, e
incluso algún que otro tipo con pinta de yonki.
Hace unos años
una amiga mía vivía alquilada en un piso de la calle Viana, en pleno corazón de
Velluters, en el cruce con la calle Torno del Hospital, y en un par de ocasiones
en que fui a visitarla quedé horrorizado por el jaleo que había a todas horas a
escasos veinte metros de su portal, en la entrada a un par de bares que sin duda funcionaban como prostíbulos,
con una multitud de chicas y de clientes esperando que de vez en cuando se
gritaban y se peleaban en mitad de la acera, tal vez bajo los efectos del
alcohol, con frecuentes visitas de la policía cuando la cosa se iba de madre… Es
sin duda el mayor nivel de inseguridad que he podido experimentar en la ciudad
en toda mi vida, y sin embargo no acabo de explicarme cómo los efectos de este
foco de vicio y miseria no se dejan notar en absoluto al otro lado de la
avenida del Oeste…
¿Es porque los drogadictos y las prostitutas se sienten más cómodos dentro de
los límites de “su zona”, o porque los agentes del orden les llaman la atención
en cuanto cruzan la avenida? Esta frontera invisible de carácter social siempre
me ha impactado mucho por lo claramente visible que resulta, paradójicamente.
Otra de las
escasas zonas en Valencia que da un poco de respeto, aunque hace bastante que
no paso por allí, es el entorno de la calle San Pedro en el Cabanyal.
Hace un tiempo estuve toda una mañana fotografiando los graffitis del barrio, y
en esta zona me tropecé, uno detrás de otro, con un par de jóvenes gitanos de pinta
sospechosa, de esos que se te acercan e inician una jovial conversación como si
te conocieran de toda la vida, y que si te descuidas y te paras a seguirles la
corriente pasan a pedirte dinero por las buenas y al final por las malas… Lógicamente,
después de dar esquinazo al segundo di por revisada esa calle y me fui a hacer
fotos a otra parte del barrio, por aquello de no tentar a la suerte (dicen que
no hay dos sin tres).
Aunque en ese
caso conseguí salir del apuro con la cartera intacta, recuerdo que hace muchos
más años, cuando era adolescente, me atracó un punki drogadicto en una de las
estrechas callejuelas que hay cerca del Parterre, y desde entonces esa zona limitada
por las calles Pintor Sorolla, Universidad-Comedias, Paz y el Parterre me trajo
malos recuerdos y no solía adentrarme en ella, aunque estaba seguro de que no
me pasaría nada… Hace un tiempo, en uno de mis paseos por la ciudad, decidí
entrar de nuevo y quedé gratamente sorprendido al recorrer esas calles
misteriosas, siempre en penumbra por ser tan estrechas, y muy tranquilas,
prácticamente vacías de gente,
por no haber comercios o bares y por no estar de camino a ningún
sitio. Por tanto me he reconciliado con este remanso de paz, oculto a plena
vista en medio de una zona que por contraste bulle de actividad… Con el que no
me he reconciliado es con el punki en cuestión, al que me he cruzado un par de
veces por el centro y que, a pesar de estar muy hecho polvo, ha conseguido
sobrevivir a sus adicciones desde principios de los noventa.
Si hasta ahora
hemos hablado de los estratos más bajos de la sociedad, vayámonos a
continuación al otro extremo y centrémonos en los más privilegiados… Hay en la
ciudad algunas zonas de alto standing cuyos límites están claramente
delimitados: por ejemplo, la avenida Antic Regne de València separa los barrios
de Gran Vía y Russafa, siendo el primero el ensanche más noble y el segundo un
ensanche algo más popular, con el núcleo antiguo de manzanas irregulares, y con
los bloques con patio interior de menos alturas que al otro lado de la avenida…
Lo que me lleva a preguntarme: ¿Por qué se llama clase turista a la zona barata
de un avión si son precisamente los turistas
los que han hecho que Russafa sea más cara, más “de primera clase”?
Pero el caso
en el que voy a centrarme con más detalle es el del tercer barrio del distrito
de Eixample: El Pla del Remei, vertebrado por la calle Cirilo Amorós. Este
ensanche más antiguo, de finales del XIX, es una zona muy agradable para
pasear, con poco tráfico y algunos edificios modernistas bastante bonitos, pero
cuando empiezas a fijarte en los pequeños detalles (y yo he podido hacerlo
porque paso por allí con frecuencia)
te das cuenta de que hay algo en este barrio que da un poco de grima… Los
comercios, tanto dentro como fuera del Mercado de Colón, son todos de gama alta,
y la gente que te cruzas por la acera son o bien mujeres arregladísimas
comprando compulsivamente, con varias bolsas cuquis de papel colgando del codo
y el móvil en la mano, o padres de familia con gomina y fachaleco
llevando a misa a sus tres niños, todos guapísimos de anuncio y vestidos a
juego… En resumen, es el barrio pijo por excelencia del centro de la ciudad.
También esta zona
está rodeada de una barrera invisible, y parece gozar de una protección mágica
contra la pobreza que se deja ver por otras áreas bastante cercanas; en
términos de tranquilidad es como una urbanización de las afueras pero situada en
pleno centro. Nunca he visto por allí a un sintecho o a alguien pidiendo
limosna, nunca he percibido el más mínimo atisbo de conflicto, ni siquiera la
aglomeración de gente en las aceras de la cercana calle Colón… Es como esos pueblos estadounidenses de los cincuenta que salen en las películas, que de tan
perfectos que son te hacen sospechar que debe haber algo podrido de puertas
para adentro…
¿Y cuál es la
naturaleza de este hechizo protector, cómo consiguen aislarse los vecinos de
los problemas del mundo exterior? ¿Tienen acaso contactos en las altas esferas,
de modo que la policía se esmera especialmente en el cumplimiento de su tarea
en esta zona? La de las influencias me parece la explicación más razonable; no
sé si os he contado alguna vez que hace unos años los fondos destinados a la
preservación de los restos de la Muralla Árabe acabaron desviándose a la
renovación de las aceras de esta zona, gracias a un chanchullo del Ayuntamiento
del PP.
La última
frontera invisible de la que quiero hablaros es una que ha permanecido
inalterada durante exactamente siglo y medio… El pasado 9
de mayo asistí a una charla de Josep Vicent Boira en el ciclo de conferencias
“Historia de la Ciudad VIII”, celebrado en el Museo de Historia de Valencia. Se
trataba de una conferencia sobre la revuelta ocurrida del 8 al 16 de octubre de
1869, una insurrección republicana federal en contra de los monárquicos, por
entonces en el poder, que fue consecuencia de la tensión social causada por las
grandes desigualdades entre clases y por el paro generado en la industria de la
seda… Durante estos nueve días los republicanos siguieron una táctica de guerrilla
urbana, levantando hasta novecientas barricadas en las zonas del Carmen y
Velluters, barrios obreros de gran densidad de población.
La revuelta se
originó en la plaza del Mercado (el edificio modernista que hoy llamamos
Mercado Central todavía no existía, su lugar lo ocupaba el por entonces llamado
Mercado Nuevo), y el ejército desplegó efectivos por la zona de Tetuán y Barcas,
instalándose cañones que disparaban directamente sobre las barricadas. Hacia el
final de este episodio, contando las incorporaciones a la revuelta y los
refuerzos recibidos por los monárquicos, había un total de unos 6.000
milicianos luchando contra 20.000 soldados. Con el paso de los días murieron
algunos de los oficiales que comandaban las tropas del ejército, y el frente fue
avanzando hacia el este, conquistando los republicanos la parte de la tierra de nadie en torno a la calle Caballeros y los alrededores de la
Catedral. El 16 de octubre, después de un ultimátum, se dispararon unos mil quinientos proyectiles, algunos de hasta cincuenta kilos de peso, a razón de tres
o cuatro por minuto durante siete horas, sobre la zona insurrecta. Después de
esto fue fácil conseguir la rendición de los republicanos, muchos de los cuales
fueron hechos prisioneros. Aunque las cifras no están del todo claras, los
muertos en el conflicto se contaron por decenas y los heridos por centenares.
Esta revuelta fue
una de las causas que aceleraron la posterior planificación de los ensanches en
forma de retículas cuadradas, con calles rectas y más anchas, y la haussmanización del casco antiguo,
con operaciones de sventramento como la de la calle de la Paz o la avenida del
Oeste y proyectos de reforma como el del barrio de Pescadores, en los que se
demolieron manzanas enteras y se cambió por completo la fisonomía de la ciudad…
Esta política urbanística respondía a motivos no solo higienistas, que los
había, sino también sociales, para dificultar en el futuro esta guerra de
guerrillas con levantamiento de barricadas, y por tanto cualquier posible insurrección y las protestas sociales, y facilitar así la entrada de Valencia
en el sistema capitalista que se desarrollaba en toda Europa por aquella época…
Pero lo más curioso
del asunto viene a continuación: Josep Vicent Boira nos comentó hacia el final
de la conferencia que los resultados por calles de los votos a la
izquierda o la derecha en las por entonces recientes elecciones del 28 de abril
de 2019, consultados por ejemplo en la herramienta de elpais.es,
reproducían casi a la perfección las fronteras de la contienda acaecida ciento
cincuenta años atrás entre republicanos y monárquicos… Exceptuando la zona entre
la avenida del Oeste y la calle San Vicente, que se volvió más conservadora tras
el proyecto de reforma interior y la expulsión de los antiguos inquilinos.
Parece mentira que algunas cosas nunca cambien, y que las desigualdades se
mantengan e incluso aumenten con el paso de los años: a un lado de la avenida
la gente bien cenando en un restaurante de lujo, y al otro los yonkis
metiéndose un chute… Luego no me extraña que algunos se pongan a temblar cuando
nuestro nuevo y flamante GCP (Gobierno de Coalición Progresista) se propone hacer cumplir el
Artículo 14 de la Constitución Española y echar abajo estas barreras invisibles, garantizando que todo el mundo
reciba el mismo trato y tenga las mismas oportunidades independientemente de su
raza, procedencia o estrato social.
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