martes, 21 de enero de 2020

Fronteras Invisibles (II)


Seguimos con mis reflexiones acerca de los distintos tipos de barreras a la movilidad que nos podemos encontrar en Valencia, algunas reales y otras más bien psicológicas, y comenzamos esta segunda entrega en la antigua Barón de Cárcer, que desde hace un par de años vuelve a ser la avenida del Oeste. No es que pase por allí con mucha frecuencia, pero siempre me ha llamado la atención la gran diferencia de ambiente que se respira en ambas aceras, sobre todo al caer la noche y en el tramo más cercano a la trasera del Mercado Central y la plaza de Brujas. Mientras la acera que da hacia la Plaza del Ayuntamiento parece más segura para pasear, en la que da a Velluters te sueles tropezar con prostitutas y travelos, e incluso algún que otro tipo con pinta de yonki.

Hace unos años una amiga mía vivía alquilada en un piso de la calle Viana, en pleno corazón de Velluters, en el cruce con la calle Torno del Hospital, y en un par de ocasiones en que fui a visitarla quedé horrorizado por el jaleo que había a todas horas a escasos veinte metros de su portal, en la entrada a un par de bares que sin duda funcionaban como prostíbulos, con una multitud de chicas y de clientes esperando que de vez en cuando se gritaban y se peleaban en mitad de la acera, tal vez bajo los efectos del alcohol, con frecuentes visitas de la policía cuando la cosa se iba de madre… Es sin duda el mayor nivel de inseguridad que he podido experimentar en la ciudad en toda mi vida, y sin embargo no acabo de explicarme cómo los efectos de este foco de vicio y miseria no se dejan notar en absoluto al otro lado de la avenida del Oeste… ¿Es porque los drogadictos y las prostitutas se sienten más cómodos dentro de los límites de “su zona”, o porque los agentes del orden les llaman la atención en cuanto cruzan la avenida? Esta frontera invisible de carácter social siempre me ha impactado mucho por lo claramente visible que resulta, paradójicamente.


Prostitutas y sus clientes en la calle Viana de Valencia


Otra de las escasas zonas en Valencia que da un poco de respeto, aunque hace bastante que no paso por allí, es el entorno de la calle San Pedro en el Cabanyal. Hace un tiempo estuve toda una mañana fotografiando los graffitis del barrio, y en esta zona me tropecé, uno detrás de otro, con un par de jóvenes gitanos de pinta sospechosa, de esos que se te acercan e inician una jovial conversación como si te conocieran de toda la vida, y que si te descuidas y te paras a seguirles la corriente pasan a pedirte dinero por las buenas y al final por las malas… Lógicamente, después de dar esquinazo al segundo di por revisada esa calle y me fui a hacer fotos a otra parte del barrio, por aquello de no tentar a la suerte (dicen que no hay dos sin tres).

Aunque en ese caso conseguí salir del apuro con la cartera intacta, recuerdo que hace muchos más años, cuando era adolescente, me atracó un punki drogadicto en una de las estrechas callejuelas que hay cerca del Parterre, y desde entonces esa zona limitada por las calles Pintor Sorolla, Universidad-Comedias, Paz y el Parterre me trajo malos recuerdos y no solía adentrarme en ella, aunque estaba seguro de que no me pasaría nada… Hace un tiempo, en uno de mis paseos por la ciudad, decidí entrar de nuevo y quedé gratamente sorprendido al recorrer esas calles misteriosas, siempre en penumbra por ser tan estrechas, y muy tranquilas, prácticamente vacías de gente, por no haber comercios o bares y por no estar de camino a ningún sitio. Por tanto me he reconciliado con este remanso de paz, oculto a plena vista en medio de una zona que por contraste bulle de actividad… Con el que no me he reconciliado es con el punki en cuestión, al que me he cruzado un par de veces por el centro y que, a pesar de estar muy hecho polvo, ha conseguido sobrevivir a sus adicciones desde principios de los noventa.


Ortofoto de Valencia mostrando las diferencias entre el ensanche noble de Gran Vía y el popular de Russafa


Si hasta ahora hemos hablado de los estratos más bajos de la sociedad, vayámonos a continuación al otro extremo y centrémonos en los más privilegiados… Hay en la ciudad algunas zonas de alto standing cuyos límites están claramente delimitados: por ejemplo, la avenida Antic Regne de València separa los barrios de Gran Vía y Russafa, siendo el primero el ensanche más noble y el segundo un ensanche algo más popular, con el núcleo antiguo de manzanas irregulares, y con los bloques con patio interior de menos alturas que al otro lado de la avenida… Lo que me lleva a preguntarme: ¿Por qué se llama clase turista a la zona barata de un avión si son precisamente los turistas los que han hecho que Russafa sea más cara, más “de primera clase”?

Pero el caso en el que voy a centrarme con más detalle es el del tercer barrio del distrito de Eixample: El Pla del Remei, vertebrado por la calle Cirilo Amorós. Este ensanche más antiguo, de finales del XIX, es una zona muy agradable para pasear, con poco tráfico y algunos edificios modernistas bastante bonitos, pero cuando empiezas a fijarte en los pequeños detalles (y yo he podido hacerlo porque paso por allí con frecuencia) te das cuenta de que hay algo en este barrio que da un poco de grima… Los comercios, tanto dentro como fuera del Mercado de Colón, son todos de gama alta, y la gente que te cruzas por la acera son o bien mujeres arregladísimas comprando compulsivamente, con varias bolsas cuquis de papel colgando del codo y el móvil en la mano, o padres de familia con gomina y fachaleco llevando a misa a sus tres niños, todos guapísimos de anuncio y vestidos a juego… En resumen, es el barrio pijo por excelencia del centro de la ciudad.


Inicio de la calle Cirilo Amorós de Valencia


También esta zona está rodeada de una barrera invisible, y parece gozar de una protección mágica contra la pobreza que se deja ver por otras áreas bastante cercanas; en términos de tranquilidad es como una urbanización de las afueras pero situada en pleno centro. Nunca he visto por allí a un sintecho o a alguien pidiendo limosna, nunca he percibido el más mínimo atisbo de conflicto, ni siquiera la aglomeración de gente en las aceras de la cercana calle Colón… Es como esos pueblos estadounidenses de los cincuenta que salen en las películas, que de tan perfectos que son te hacen sospechar que debe haber algo podrido de puertas para adentro…

¿Y cuál es la naturaleza de este hechizo protector, cómo consiguen aislarse los vecinos de los problemas del mundo exterior? ¿Tienen acaso contactos en las altas esferas, de modo que la policía se esmera especialmente en el cumplimiento de su tarea en esta zona? La de las influencias me parece la explicación más razonable; no sé si os he contado alguna vez que hace unos años los fondos destinados a la preservación de los restos de la Muralla Árabe acabaron desviándose a la renovación de las aceras de esta zona, gracias a un chanchullo del Ayuntamiento del PP.


Detalle de la maqueta de Valencia del MuVIM con los alrededores de la Catedral en torno al año 1700


La última frontera invisible de la que quiero hablaros es una que ha permanecido inalterada durante exactamente siglo y medio… El pasado 9 de mayo asistí a una charla de Josep Vicent Boira en el ciclo de conferencias “Historia de la Ciudad VIII”, celebrado en el Museo de Historia de Valencia. Se trataba de una conferencia sobre la revuelta ocurrida del 8 al 16 de octubre de 1869, una insurrección republicana federal en contra de los monárquicos, por entonces en el poder, que fue consecuencia de la tensión social causada por las grandes desigualdades entre clases y por el paro generado en la industria de la seda… Durante estos nueve días los republicanos siguieron una táctica de guerrilla urbana, levantando hasta novecientas barricadas en las zonas del Carmen y Velluters, barrios obreros de gran densidad de población.

La revuelta se originó en la plaza del Mercado (el edificio modernista que hoy llamamos Mercado Central todavía no existía, su lugar lo ocupaba el por entonces llamado Mercado Nuevo), y el ejército desplegó efectivos por la zona de Tetuán y Barcas, instalándose cañones que disparaban directamente sobre las barricadas. Hacia el final de este episodio, contando las incorporaciones a la revuelta y los refuerzos recibidos por los monárquicos, había un total de unos 6.000 milicianos luchando contra 20.000 soldados. Con el paso de los días murieron algunos de los oficiales que comandaban las tropas del ejército, y el frente fue avanzando hacia el este, conquistando los republicanos la parte de la tierra de nadie en torno a la calle Caballeros y los alrededores de la Catedral. El 16 de octubre, después de un ultimátum, se dispararon unos mil quinientos proyectiles, algunos de hasta cincuenta kilos de peso, a razón de tres o cuatro por minuto durante siete horas, sobre la zona insurrecta. Después de esto fue fácil conseguir la rendición de los republicanos, muchos de los cuales fueron hechos prisioneros. Aunque las cifras no están del todo claras, los muertos en el conflicto se contaron por decenas y los heridos por centenares.


Muestra de las espadas, escopetas y pistolas utilizadas en la insurreccion de 1869 en Valencia


Esta revuelta fue una de las causas que aceleraron la posterior planificación de los ensanches en forma de retículas cuadradas, con calles rectas y más anchas, y la haussmanización del casco antiguo, con operaciones de sventramento como la de la calle de la Paz o la avenida del Oeste y proyectos de reforma como el del barrio de Pescadores, en los que se demolieron manzanas enteras y se cambió por completo la fisonomía de la ciudad… Esta política urbanística respondía a motivos no solo higienistas, que los había, sino también sociales, para dificultar en el futuro esta guerra de guerrillas con levantamiento de barricadas, y por tanto cualquier posible insurrección y las protestas sociales, y facilitar así la entrada de Valencia en el sistema capitalista que se desarrollaba en toda Europa por aquella época…

Pero lo más curioso del asunto viene a continuación: Josep Vicent Boira nos comentó hacia el final de la conferencia que los resultados por calles de los votos a la izquierda o la derecha en las por entonces recientes elecciones del 28 de abril de 2019, consultados por ejemplo en la herramienta de elpais.es, reproducían casi a la perfección las fronteras de la contienda acaecida ciento cincuenta años atrás entre republicanos y monárquicos… Exceptuando la zona entre la avenida del Oeste y la calle San Vicente, que se volvió más conservadora tras el proyecto de reforma interior y la expulsión de los antiguos inquilinos. Parece mentira que algunas cosas nunca cambien, y que las desigualdades se mantengan e incluso aumenten con el paso de los años: a un lado de la avenida la gente bien cenando en un restaurante de lujo, y al otro los yonkis metiéndose un chute… Luego no me extraña que algunos se pongan a temblar cuando nuestro nuevo y flamante GCP (Gobierno de Coalición Progresista) se propone hacer cumplir el Artículo 14 de la Constitución Española y echar abajo estas barreras invisibles, garantizando que todo el mundo reciba el mismo trato y tenga las mismas oportunidades independientemente de su raza, procedencia o estrato social.


Mapa con la posición por fechas de las barricadas en la insurrección de Valencia de 1869

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