Ya hace tiempo
os comenté en el blog
que una de las cosas que valoro en mis posibles parejas sentimentales es que
sean ingeniosas y divertidas, que tengan un sentido del humor parecido al mío y
que sepan captar al vuelo mis ironías y seguirme las bromas. En esta tercera y
última parte de la entrada haremos un repaso, desde este punto de vista, de las
experiencias con mis parejas reales y con algunas amigas que me gustaban y que por
una razón o por otra se me escaparon… He de deciros que no han sido muchas las
mujeres realmente graciosas que se han cruzado en mi camino; no sé si vuestra experiencia será distinta,
pero yo he conocido más amigos que amigas dotados para la comedia y la
ironía. Por ejemplo, de mi época en el colegio no recuerdo ninguna chica que
fuese particularmente payasa.

También en su
día os hablé de aquella amiga de mi etapa de universitario que me dio mis
primeras calabazas y unos meses después, no contenta con ello, me las pisoteó con saña. Era una mujer con cierto atractivo físico pero no la típica guapa
de manual: tenía una frente demasiado amplia y prominente y estaba algo
rellenita, aunque bien proporcionada, eso sí… Lo que la hacía realmente
especial era su intelecto: como ya os dije, era lista como ella sola y muy
divertida, las conversaciones con ella siempre eran interesantes y su compañía
muy agradable. Tenía una fina ironía y una desvergüenza que la hacían muy sexy;
además, de vez en cuando le daba por poner una vocecita muy graciosa, como de
brujita de cuento, y para colmo cantaba como los ángeles… Pero de vez en cuando,
con una frase suelta, hiriente o amarga, dejada caer aquí o allá, dejaba
entrever sus demonios internos; había algo en esa cabeza que definitivamente no estaba bien.
Os dije en su
momento que no os daría detalles de la noche en que se me cayó definitivamente
del pedestal, y así seguirá la cosa, pero en aquella ocasión se comportó como
una bruja, y no precisamente de cuento… Su actitud fue frívola, caprichosa y egocéntrica, y dejó bien claro que o estaba muy confusa por aquella época o directamente era una mala persona.
Han pasado unas dos décadas desde entonces y durante mucho tiempo perdimos el
contacto; más o menos cuando empecé con el blog me la encontré un par de veces,
cantando por distintos locales de la ciudad con alguno de sus múltiples proyectos
musicales y con una plaza de profesora de secundaria… No sé qué tal le irá
ahora mismo.

La que me duró más tiempo de todas mis exnovias
era un encanto, pero no especialmente ingeniosa en el sentido que estamos
comentando. Era muy tímida, sobre todo al principio de la relación,
aunque con los años se fue soltando un poco, ganando confianza, sonriendo más y
hasta soltando alguna parida de vez en cuando. Quizás por la diferencia de
edad, muchas veces me daba cuenta de que no mamábamos de los mismos referentes,
no compartíamos los mismos códigos: yo soltaba en plan coña frases de películas
famosas de los ochenta y ella no pillaba la referencia, se me quedaba mirando
con cara de extrañeza y me tocaba explicarle la broma (que por tanto perdía
toda su gracia). Con ella siempre me entendí más en el terreno físico
que en el intelectual.
No me malinterpretéis: mi ex tenía (y tiene) muchas cualidades positivas:
es buena, lista, responsable y trabajadora, y en algunos otros aspectos sí era
bastante compatible conmigo, pero la de hacerme reír no era una de sus
virtudes… De hecho, estoy cayendo en la cuenta de que las cuatro mujeres con
las que he llegado a salir eran todas buenas personas e inteligentes, pero también
bastante tímidas, y ninguna era especialmente divertida en lo que respecta a
las bromas, las imitaciones o las payasadas.

Quiero hablaros ahora de dos mujeres que son protagonistas de una misma
anécdota. La primera es una amiga que conocí hace años, como a mi ex, en la Sociedad Tolkien: es muy simpática e
ingeniosa y tiene un sentido del humor culto y refinado, y gustos similares a
los míos. La segunda es una compañera de cuando trabajé un tiempo en la
Universidad, más o menos por la misma época: también es muy inteligente y muy
culta, pero mucho más seria (algunos podrían decir sosa) y menos dicharachera
que la primera. En una ocasión acudí con ambas a una representación de ópera (creo
recordar que era el taller fin de curso del Conservatorio de Valencia,
aunque se hacía en Ribarroja) a la que asistían también mis padres. Estaba
lloviendo y el suelo estaba mojado, y parece ser que al cruzar la calle para
entrar en el recinto mi padre se resbaló, cayendo hacia atrás, y al apoyarse se
hizo bastante daño en la muñeca.
Nosotros estábamos ya dentro, y cuando antes del comienzo un conocido nos
contó lo que había pasado mi amiga más graciosa de la Sociedad Tolkien se quedó
completamente bloqueada,
sin articular palabra, con la cara seria e inexpresiva y mirando hacia el
escenario, como si la cosa no fuese con ella y solo quisiera disfrutar de la
ópera sin molestas interrupciones de ese tipo; francamente no mostró ninguna
empatía. Mi compañera más seria de la Universidad sin embargo se mostró mucho
más amable, generosa y preocupada, ofreciéndose a llevar a mi padre al hospital
en su coche si hacía falta, aun a costa de perderse la representación… En estos
momentos de crisis es donde se pone de manifiesto de qué pasta está hecho cada
uno realmente. Desde aquel día aumentó mucho la consideración que le
tengo a mi compañera (ya la he nombrado alguna vez en el blog, se llama María
José). Por cierto: a mi padre se lo llevaron al Hospital de Manises y le arregló
la fractura de la muñeca el Doctor Cavadas,
pero esa es otra historia que ahora no procede contar (Solo os adelanto que afortunadamente
no hizo falta cambiarle la mano entera).

Otra amiga que me ha parecido siempre muy divertida es lectora habitual de
este blog… Actualmente es una fotógrafa profesional muy reputada
(ahí os dejo un fantástico autorretrato suyo), pero nos conocemos prácticamente desde la adolescencia. Aparte de ser una mujer
guapísima, con una preciosa sonrisa que le ilumina la cara casi en todo
momento, también es muy graciosa: su manera de hablar tierna e inocente y su
pelo siempre estiloso y teñido de rojo hacen que sea como un personaje de
dibujos animados, y su ingenio llega hasta el nivel de acuñar palabras nuevas como
“tremendusco”, que usamos habitualmente en nuestras conversaciones… Para colmo es
muy buena persona, lo que la convierte en un ser adorable; solo estar junto a
ella ya te da alegría de vivir. Y encima es de las pocas lectoras que sigue dejando comentarios en el blog de vez en cuando, ¿qué
más se puede pedir? ¡Un abrazo, Susana, guapa!

Esto me lleva directamente a hablar de otra de mis payasas favoritas de
todos los tiempos… La conocí precisamente en la fiesta de cumpleaños de Susana
en 2011, meses después de cortar con mi ex y meses antes de empezar a escribir
en La Belleza y el Tiempo. Celebramos la fiesta en un pub, y nos pasamos todos
la noche entera bailando, cantando y haciéndonos fotos hasta que nos
cerraron el local. Esta chica no era especialmente guapa pero tenía un
increíble sentido del humor, en perfecta sintonía con el mío: acabábamos el uno las bromas del otro con un timing perfecto,
y soltábamos chorradas cada una mejor que la anterior, como si nos conociéramos
de toda la Vida… el feeling era innegable. Recuerdo que una de las coñas a la que
le dimos más juego fue la de bailar juntos pero a la vez cada uno a su aire: “Tú
baila pa ti, que yo ya bailo pa mí”, me gritaba ella riéndose al oído, entre el
estruendo de la música… Me temblaban las piernas a su lado, cuando se me abrazaba por detrás al sacarnos las
fotos.
Con este grupo de amigas siempre me lo he pasado (y me lo sigo pasando) muy
bien, pero en aquella ocasión fue algo realmente salvaje, de los momentos que
más he disfrutado en muchos años. La impresión que me causó esta mujer en una
sola noche fue brutal, me dejó completamente enamorado. Acabamos unos cuantos contemplando el amanecer en la playa y desayunando después café con tostadas, y le
pedí su mail para seguir en contacto… Poco después nos vimos de pasada en la Plaza del 15-M, y lo que viene a continuación parece
haberse convertido últimamente en la historia de mi Vida: intercambiamos
algunos mensajes pero no se llegó a concretar ningún plan para quedar en
persona, y como ella no solía salir muy a menudo con mis amigas (y yo las veo
también de uvas a peras, menos de lo que me gustaría) al final dejamos de
escribirnos… Hace un par de años nos encontramos también fugazmente en un trivial
organizado por el Aula de Cine en la calle Hospital, pero con todo el lío casi
no nos dio tiempo a hablar, así que prácticamente se puede decir que nos
conocemos de una noche, una fantástica noche que no se me ha olvidado desde
entonces. Hace ya casi nueve años, así que tal vez dentro de poco vuelvan a
cruzarse nuestros caminos, como en una película de Richard Linklater… Os dejo aquí una de las fotos que saqué en la playa: ella es la que
le está tocando el culo a la amiga de su derecha, lo que os puede dar una idea
del nivel de cachondeo que se gastaba la tía…

Para ir terminando, os hablaré de mi lugar de trabajo actual (llevo en el
mismo sitio desde que empecé con el blog). Con el paso del tiempo ha habido
varias compañeras que me han gustado por ser especialmente divertidas, con un
sentido del humor descarado e irreverente, pero es curioso que la mayoría de
ellas se hayan ido ya; eran culos de mal asiento, como suele decirse. Quiero
centrarme en una de ellas, la que me ha dejado más marcado; la última en
marcharse, hace unos meses, para probar suerte en otros ámbitos laborales. Llegué
a conocerla bien porque durante varios años comimos juntos todos los días y pasábamos muy buenos ratos en la
sobremesa.
Como las anteriores, era una mujer muy inteligente (al menos por mi
experiencia me da la impresión de que ser inteligente es un requisito previo
imprescindible para ser graciosa, pero lo contrario no es necesariamente
cierto). Físicamente no estaba mal, pero lo que la hacía tremendamente atractiva a mis ojos era su forma de ser: era una payasa de las de verdad, de las que te partes de risa con
ellas a carcajada limpia. Recuerdo cómo recitábamos de memoria y al unísono
algunos sketches clásicos de Martes y Trece, o frases del Jovencito Frankenstein y otras comedias de nuestra infancia (ella es algo más joven que yo, pero tiene hermanas mayores
con las que compartió referentes audiovisuales siendo aún una renacuaja).

También era buena con las voces, y la recuerdo imitando a su sobrino
pequeño, o hablando con acento porteño (Me encantaba cada vez que decía con
deje argentino, poniendo los ojos en blanco: “¡Qué difícil es ser yo!”).
Cuando menos te lo esperabas se giraba hacia ti poniendo una mueca feísima sin razón aparente. Y también utilizaba
como atrezzo el material de las bandejas del comedor: por ejemplo se ponía un
plátano en la oreja y gritaba “¡Juaaaan!” como si te estuviera llamando por teléfono, o empuñaba la cuchara sopera y le decía “Probando,
probando” como si fuera un micrófono, o te arreaba un guantazo en la cara con
la servilleta de papel mientras te gritaba “¡Le desafío!”, totalmente
seria. Tenía un arsenal de chorradas inmenso y era muy rápida improvisando, no
te la veías venir… Igual que la amiga de la Universidad que me dio calabazas,
canta y baila muy bien (más de una vez me dejó anonadado con su show en alguno de los locales de karaoke de Russafa).
Esto tiene cierta lógica: el que tiene oído para imitar voces también lo tiene
para afinar al cantar (yo mismo soy bastante bueno en ambas cosas).
Pero del mismo modo en que su forma de ser tenía muchas luces, también
había alguna que otra sombra… Era un poco narcisista (puede que aquí haya otra
correlación, porque es el tercer caso de mujer divertida y un poco centrada en sí misma del
que hablo hoy). A veces me daba la impresión de que su propia inseguridad era
la que la hacía comportarse de esa manera tan cómica para ser el centro de
atención y así buscar la aceptación de los que la rodeaban… Además era en ocasiones un poco superficial, centrándose en el
aspecto externo de la gente: que si menganito es muy guapo, que si fulanito
está para comérselo… Comentarios como estos los puede hacer todo el mundo, pero
ella los hacía más a menudo de lo normal. Nunca salió mal en una foto, estaba perfectamente
entrenada para inclinar la cabeza el ángulo exacto, entrecerrar los ojos y poner morritos sexys. Y hablando de ser
superficial: durante los años que compartí con ella en el trabajo tuve que
soportar verla salir con dos o tres tíos que eran unos auténticos gilipollas; pero
claro, más atléticos que yo, más guapos y con más pelo…
¡Qué mal repartido está el Mundo! Por lo menos ahora está con uno algo más majo…

En las épocas en las que esta chica estaba sin novio no me
atreví a pedirle salir porque nunca me ha parecido buena idea mezclar las
relaciones sentimentales con el trabajo, pero de todos modos tampoco quedamos en
plan amigos tantas veces como a mí me habría gustado, con lo que no llegó a
conocerme de verdad en mi faceta más privada (y supongo que yo tampoco a ella).
Creo que de haber compartido algo más que esa hora de la comida y los breves
descansos en el trabajo hubiéramos descubierto que éramos poco compatibles: por
ejemplo a ella le encanta ir a tomar el sol a la playa (su caso raya en la tanorexia, en verano se pone negra como un tizón) y a mí sin embargo no
me gusta especialmente. Siempre que le proponía dar una vuelta por el centro el
fin de semana y hacerle una visita guiada sobre la Historia antigua de la ciudad ella prefería aprovechar que hacía sol e irse a
la Malvarrosa o al Saler (y eso que estaba muy puesta en cuanto a cultura grecolatina,
pero sin embargo no había ido nunca al museo de l’Almoina)… A
pesar de nuestros pequeños desencuentros, los aspectos positivos de conocerla superaban con creces a los negativos, y he de reconocer que desde que se fue
la echo mucho de menos; su compañía era para mí tan refrescante como el rocío de la mañana.

Llegamos a las conclusiones finales… Vuelve a ponerse de manifiesto que
nadie conoce realmente a nadie, que el significado del verbo “conocer” es muy
relativo y hay que matizarlo en cada caso. De lo hoy narrado se deduce que por
muy agradable y divertida que sea la compañía de todas estas mujeres como
amigas y para ratos sueltos, con la mayoría de ellas seguramente no acabaría de
conectar en el caso de una relación duradera a tiempo completo (exactamente
lo mismo que pasaría con las actrices y humoristas profesionales de las que
hablé las semanas anteriores). En su día llegué en el blog a la conclusión de
que los rasgos de personalidad más relevantes a la hora de elegir compañera sentimental eran en
mi opinión, ordenados de mayor a menor importancia: buena persona, inteligente,
de gustos compatibles, mentalmente estable y divertida. Como veis, el requisito
de ser algo payasa estaba el último, e incluso dije que aún podría poner por
delante de él algún otro rasgo de tipo físico, como ser atractiva o estar sana
y en buena forma.
Por tanto, queda claro que en los últimos años he rebajado mis expectativas
con respecto al nivel de ingenio de mis potenciales parejas. Si encuentro una mujer que lo tenga todo, pues estupendo, pero prefiero
que sea buena, responsable, inteligente y compatible conmigo, que para ver
payasadas ya tengo a Kristen Wiig, Alison Brie y Aubrey Plaza, y los vídeos de YouTube los puedo consumir a mi ritmo y en
cómodas pildoritas de cinco minutos. Y una última reflexión bastante
inquietante: teniendo en cuenta que en ocho años no he podido encontrar ni una
sola mujer buena, responsable, inteligente y compatible que quiera salir
conmigo, tal vez debería empezar a pensar que en realidad es la Vida la que me
está gastando una broma… Pues que alguien me la explique, porque yo no le veo la gracia.