El momento que algunos nos temíamos desde hace
tiempo ha llegado, al fin: nos vemos todos afectados por una terrible epidemia…
Y no, no me estoy refiriendo a la gripe. No sé si tiene
otro nombre más técnico, pero podríamos llamarla discriminación estética.
Ya hemos hablado otras veces de las prisas
que muchos tienen para decidir ante las múltiples disyuntivas que nos presenta
la Vida, y de su pereza a la hora de informarse y pensar en las distintas
opciones disponibles; prisa y pereza que llevan a una simplificación excesiva de
los problemas en muy distintos ámbitos, reduciéndose todo erróneamente a
factores fáciles de evaluar como la edad,
el valor monetario
o el aspecto físico, del que hablaremos hoy.
Resulta bastante obvio que la gente guapa recibe un trato más favorable en
muchos aspectos de la Vida, y que lo tienen todo un poco más fácil, al menos a
corto plazo. Sus probabilidades de librarse de una multa,
o de recibir ayuda si tienen un percance, o de que les voten en caso de ser políticos,
son siempre algo más altas que las de los demás. Yo frecuento bastante las
paradas de autobús de Valencia y he visto muchas chicas corriendo por la acera,
intentando parar a su autobús que acababa de arrancar: os aseguro que una chica esbelta y bien arreglada tiene más
probabilidades de que el conductor se compadezca de ella que una regordeta y
desgarbada.
El culto exagerado a la belleza física ha sido en
gran parte alimentado por los medios de comunicación del siglo XX: la
publicidad en sus distintas vertientes, las revistas, las películas de cine y las
series y programas de televisión. Los publicistas, productores o ejecutivos de
turno, en sus prisas por vender su producto, impulsados por el miedo a que la
competencia se les adelante y queriendo transmitir su mensaje y convencer en el
menor tiempo posible, recurren muchas veces a los instintos más básicos,
los de reproducción, para llegar a un mayor número de espectadores (al fin y al
cabo todos tenemos hormonas) aunque el producto en cuestión no tenga nada que
ver con el sexo. Esto ha hecho que en la tele y en Internet haya cada vez más anuncios
en los que se nos muestra a hombres y mujeres de belleza imposible
en situaciones completamente alejadas de la realidad… y mucha gente va y se los
traga. Cada vez que veo uno de esos irritantes anuncios de cremitas
para reducir los signos de la edad me da por pensar que uno de estos signos es
el desarrollo de la inteligencia, así que me digo a mí mismo: ¡Ánimo, chicos,
estáis consiguiendo vuestro objetivo cada vez que alguien la compra, aunque no
se la ponga!
Es bien fácil ver que los actores y actrices de
cine y televisión son cada vez más jóvenes y más guapos, aunque no necesariamente mejores actores o actrices.
Y este fenómeno se extiende también al resto de programas… ¿Por qué por ejemplo
en La Sexta (una cadena que yo veo bastante, por cierto) la gran mayoría de
reporteros, presentadores y copresentadores
en telediarios, debates y programas de investigación son mujeres jóvenes y
atractivas? Además son casi todas morenas, de ojos grandes y labios carnosos, y
con pinta de inteligentes, precisamente como a mí me gustan, pero ¿seguro que
eran las mejor preparadas de todos los que se presentaron al puesto de trabajo?
Lo dudo mucho: debe haber docenas de chicos y chicas (y también señores y
señoras) que eran mejores periodistas o profesionales, o al menos igual de
buenos, y que ahora mismo están en casa, en el paro y comiéndose los mocos… Y
eso es algo que me da bastante rabia.
Que conste que esto pasa en todos los canales,
pero ¿por qué incluso La Sexta, supuestamente moderna y progresista, nos vende esta
imagen? ¿Significa que para ser moderno hay que ser guapo, y que los que no
damos la talla no podemos subirnos al carro del progreso? Si ésta es la idea
que está calando en el subconsciente de los espectadores sin que se den cuenta,
me daría bastante pena, o indignación, o miedo, o una mezcla de las tres. Yo
creía que una de las ventajas del progreso se basaba en liberarse de estúpidos
prejuicios como éste, y resulta que a lo mejor estamos pasando del Patriarcado
al “Guapiarcado”… ¡Ver para creer!
En la evolución de los distintos modelos de
belleza influye el fenómeno de retroalimentación
del que ya hemos hablado antes en el blog: poco a poco se pierden las
referencias ajustadas a la realidad cotidiana y se amplifica el efecto de lo
percibido a través de los medios, de manera que lo que hace apenas unos años
era considerado una belleza extraordinaria ahora pasa a verse (erróneamente)
como algo normal… Cada anuncio, cada película y cada personaje de ficción
intentan superar en belleza al anterior, el listón se pone más y más alto y la
gente es cada vez más infeliz por no poder alcanzar este ideal, o por tener que
renunciar a parte de ellos mismos y vaciarse por dentro para poder alcanzarlo
por fuera… Hacia el final de esta entrega os hablaré de la rana y la olla de
agua.
Esta alteración en el orden de prioridades de la
sociedad hace que las personas atractivas tengan más posibilidades a la hora de
encontrar trabajo y cobrar mejores sueldos
(no me tiréis de la lengua, pero en mi vida profesional he visto algunos
ejemplos de esto), e incluso en el
tiempo de ocio se produce una cierta segregación y muchas personas, tanto de un
lado como del otro, aceptan como borregos unas absurdas reglas sociales no
escritas que dictan que los guapos se juntan con los guapos y los del montón
con los del montón (A veces es aún peor y los del montón se quedan en su casa,
por miedo al rechazo o porque no se consideran dignos). Y esto ocurre no sólo
con los adultos o los adolescentes sino también, y cada vez más, en los grupos
de amigos que forman los niños.
La exposición continua a este tipo de estímulos
que reciben los pequeños desde la publicidad, la TV, los videojuegos e Internet, unida a la falta de tiempo de
los padres para controlar o seleccionar (y mucho menos explicarles) lo que ven,
da lugar a que algunos niños de tan sólo tres o cuatro años tomen prestadas de
los mayores algunas respuestas y actitudes muy poco deseables, hablando de las
muchas novias (o novios) que tienen o refiriéndose a las mamás de sus
compañeros con apelativos como “la rubia” o “la de las tetas gordas” (No me lo
invento, son ejemplos reales). Comportamientos como estos sólo se comprenden si
se piensa que a medida que avanzan las generaciones están siendo reforzados no
sólo por la tele y demás medios, sino también por los propios padres,
que se (mal)criaron con esa misma tele. Incluso no me extrañaría que el
continuo bombardeo recibido por las niñas desde su entorno en general tuviese
algo que ver con la disminución de la edad promedio de la primera menstruación que se ha
observado en estos últimos años. En resumen, estamos criando una generación de
niños y niñas cada vez más guapos (el porqué de esto lo entenderéis muy bien la
semana que viene) pero también más presumidos, más superficiales, más groseros
y probablemente más salidos… Parece que la enfermedad de la que hablaba al
principio es hereditaria.
Por tanto, aunque la discriminación estética es
más difusa y difícil de detectar en el ámbito de las relaciones sociales, por
estar basadas éstas en criterios más subjetivos, en los últimos tiempos se está
acentuando hasta el punto de ser claramente perceptible, al menos para los que
sabemos fijarnos en estas cosas. Y todavía no hemos hablado del terreno
sentimental, en el que más que casos aislados o focos de infección tenemos una
auténtica epidemia en este sentido: si no eres guapo no ligas ni a la de tres.
Últimamente estoy más calentito que de costumbre con este tema, y tenía que liberar
presión y desahogarme de alguna manera
(Aclaración: calentito en el sentido de cabreado)… Ésa es la razón por la que
me he puesto a escribir esta entrada.
Hablando de estar calentito… ¿Os sabéis esa
historia de la rana a la que le vas subiendo la temperatura del agua poco a
poco, de manera que no se da cuenta y no salta fuera de la olla?
La historia acaba con un plato de deliciosas ancas de rana al ajillo. Sólo
a la larga se descubre que tal vez el más guapo no era la mejor elección, pero
para entonces ya suele ser demasiado tarde, y así va el Mundo como va; la retroalimentación sigue su curso y llegará un día
en el que ya no habrá vuelta atrás y estaremos todos perdidos. Si todavía creéis
que estoy exagerando, la próxima semana os cuento algunas de mis experiencias
con las mujeres en el último par de años, a ver si así os convenzo.
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