Seguimos por tercera y última semana con Que se
Mueran los Guapos, una de esas terapéuticas entradas sobre Inconformismo que
escribo de vez en cuando, y con las que me quedo tan a gusto. En la entrega anterior
os estuve explicando lo difícil que me resulta conocer mejor a las chicas que
me llaman la atención, y hacer que ellas me conozcan también a mí… Si estuviéramos
en el supermercado, yo sería como esa manzana natural, dulce y jugosa, pero un
poco asimétrica, de color más apagado y con alguna que otra manchita, rodeada
de otras manzanas rojas, grandes y lustrosas, que entran por los ojos pero sin
ningún sabor y llenas de conservantes artificiales. Las clientas sólo tienen
que alargar la mano cuando les apetece y coger una manzana… que nunca soy yo,
claro. Y el caso es que la que me prueba, repite… el problema es que hasta
ahora muy pocas han querido probarme.
Os ruego que perdonéis el tono algo agresivo de estas entregas, pero
después de cuatro años de búsqueda infructuosa, y también de oír y ver
bastantes estupideces a mi alrededor, se me empieza a agotar la paciencia;
permitidme pues que me desahogue un poco por esta vía. Un par de desilusiones que
he tenido en las últimas semanas han sido sólo la gota que colma el vaso, el
detonante de que me pusiera a escribir sobre esto, pero el que me sienta así no
se debe a una mujer en particular, ni a un suceso en particular, sino a una
acumulación de muchos pequeños detalles, de mil dolores pequeños, a lo largo del
Tiempo… Por muy a gusto que estés
contigo mismo, al final te tocan la moral tantas bofetadas metafóricas
y tantas negativas que a pesar de venir envueltas en buenas maneras no dejan de
ser cortantes, ya que recibes la respuesta casi antes de terminar la pregunta.
Os voy a contar una anécdota de aquella maravillosa y convulsa época en
la que tenía trece años e iba al colegio. Recuerdo que una vez nos habían
mandado hacer un trabajo bastante complicado para clase y que me había pasado
todo el fin de semana encerrado en casa, documentándome y redactándolo. El
lunes por la mañana, subiendo al aula por las escaleras con mis compañeros, una
de las chicas más guapas de la clase (no era aquella otra que me gustaba tanto,
pero tampoco estaba nada mal) se me acercó y, después de darme algo de palique,
me preguntó si podía echarle un vistazo a mi trabajo para “coger algunas ideas”
antes de que hubiese que entregarlo… Yo sabía que en lugar de haber estado
trabajando, ella y sus amigas habían ido al Arena Auditorium a bailar y a ligar
con los malotes guapos de los cursos superiores, lo cual me parecía bien
siempre y cuando luego no pretendiese copiar mi trabajo; así que, ya por
entonces un poquito harto de este tipo de cosas, me armé de valor y le dije
directamente que no me parecía bien. Ella no debía estar muy acostumbrada a recibir
un no por respuesta, porque durante dos o tres segundos su cara fue un
auténtico poema, pasando de la sorpresa al odio y por último a un desprecio muy
mal disimulado… La dejé totalmente descolocada.
Que quede bien claro desde el principio que no se debe
generalizar, pero quiero dejar constancia de ciertas correlaciones que se dan
en nuestra sociedad: En primer lugar, al tener desde la adolescencia constantes
ofertas de actividades sociales en grupo o en pareja, los guapos no pasan tanto
tiempo en casa, y muchas veces el que pasan lo pierden arreglándose para salir
(algunos lo emplearán también en el futuro en ir al gimnasio o a la peluquería),
con lo que no leen tantos libros ni terminan sus deberes; por consiguiente, es
probable que no cultiven tanto su mente ni tengan tantas luces
como la gente físicamente más normalita, que goza de más tiempo libre para
pensar. En este sentido, los prejuicios de la mayoría constituyen a largo plazo
una ventaja para los menos guapos (aunque también hay gente del montón que
pierden el tiempo intentando parecer atractivos y acaban siendo igualmente unos
atontaos). Esto me recuerda una frase de Woody Allen que
viene muy al caso: “Las mujeres más guapas resultan ser casi siempre las más
aburridas, y ésa es la razón de que ciertas personas no crean en Dios”.
En segundo lugar, aunque en menor medida, el atractivo físico de
una persona puede acabar afectando a su sistema de principios, a su integridad como individuo. Algunos guapos están acostumbrados a ganar más fácilmente, saben
que tienen cierta ventaja y no les importa usarla, aunque no sea justo; de modo
que le cogen el gustillo y a veces hacen lo que sea, incluso trampas, para
seguir ganando. En consecuencia su nivel de empatía disminuye, y aunque tienen
bien pulidas sus habilidades sociales a nivel superficial, en el fondo suelen
ser más prepotentes y egoístas… Me viene a la cabeza otra
frase de Woody Allen: “Soy lo suficientemente feo y lo suficientemente bajo
como para triunfar por mí mismo”. Vuelvo a repetir que, igual que no hay que
prejuzgar a los guapos positivamente, tampoco hay que hacerlo en sentido
negativo: yo tengo amigos y amigas
guapos y a la vez inteligentes y/o buenas personas… Pero sobre todo en lo
tocante a la inteligencia, aunque no ocurra siempre ni mucho menos, sí es más
probable que una cosa lleve a la otra. Si todavía creéis que mis argumentos
están cogidos con pinzas y queréis un ejemplo similar, pensad en los políticos
en lo más alto del poder: también es verdad que no todos son corruptos, pero con
el tiempo se está viendo que tienen muchas papeletas para serlo.
Por
otro lado, el hecho de que una chica se eche un novio guapo sin pensárselo
mucho entraña otro riesgo, aparte de la posibilidad de que sea un poco tonto o
un borde: puede que, cegada por su belleza física, no tenga en cuenta que sus
gustos y aficiones no son compatibles con los de ella, y que a la larga, cuando
cese la tormenta de hormonas del enamoramiento,
no tendrá de qué hablar con él. En conclusión, acabamos teniendo a mucha gente maja metida en casa,
sufriendo por estar solos, mientras en la calle muchas personas sufren en
pareja porque no han sabido elegir bien a su compañero, aunque ni siquiera son
conscientes de lo que han hecho mal; por culpa de las prisas a la hora de
emparejarse, sufren tanto los feos como los guapos… Sí,
por supuesto: también hay guapos que sufren, y que son inseguros, y que cortan
con sus parejas… pero por lo menos ellos reciben más besos y abrazos por el camino,
y echan un polvete de vez en cuando.
De esta forma hemos ido creando una sociedad que no funciona, una
sociedad hedonista, enferma, doliente, perdida… Qué pena que por culpa de esta obsesión con la apariencia externa
se vea perjudicado el crecimiento intelectual y espiritual de las personas y mucha
gente muy válida se esté (nos estemos) quedando sin las oportunidades y sin el
cariño que nos merecemos… Y lo peor
es que ésos que se dejan llevar por los prejuicios y por las engañosas apariencias no
se dan cuenta de que ellos mismos y ellas mismas se están negando así también, de
forma inconsciente, su propia felicidad…
Como decía la semana pasada, en el pecado llevan la penitencia.
Lo malo de esto, como ya he comentado
anteriormente, es que se trata de un problema sistémico, bastante difuso, y
mucha gente no quiere aceptar que realmente exista, pero así es. La
responsabilidad está tan repartida entre todos nosotros que nadie parece hacer
el más mínimo esfuerzo por cambiar la situación (yo ya estoy poniendo mi
granito de arena, entre otras cosas con esta entrada). Varias veces he visto a
amigas mías negándose a ver esas pequeñas señales, esas lucecitas rojas de
alarma, ante la perspectiva de ligar con un guaperas;
o reconociendo esas señales pero engañándose a sí mismas con la tan conocida
frase: “Yo le haré cambiar”.
Francamente, en ocasiones me siento
como uno de esos predicadores locos de las películas americanas que auguran el
fin del Mundo por las aceras mientras la gente pasa de largo sin hacerles caso…
Pero a pesar de esa sensación de soledad, me da la
impresión de que yo estoy solo en el lado correcto y todos los que me rodean
están juntos en el lado equivocado; por eso soy tan vehemente en mis
razonamientos y exagero un poco
acerca de la gravedad del asunto, para compensar esta
desventaja… ¿O acaso podría Jimmy
Olsen, el joven fotógrafo del Daily Planet, competir sin ayuda contra un Hombre de Acero como Superman? A veces
me gustaría tener un poco de kriptonita que me permitiera inclinar la balanza
de mi lado y quitar de en medio a los “superhombres” de músculos
hipertrofiados, cara bonita y cerebro vacío.
Resumiendo, el problema de nuestra sociedad no es
que haya gente guapa, el problema es que haya tanta gente que se deje llevar
por estereotipos y prejuicios, y que se premie la belleza física en sí misma,
sin un respaldo de otras cualidades. Como ya dije una vez hace tiempo,
no pasa nada por cuidar tu cuerpo si además cuidas tu mente y tu alma; y del
mismo modo no pasa nada por ligarte a un guapo o a una guapa si además es
inteligente y buena persona. Sintetizando al máximo el motivo de mis quejas,
creo que también en el terreno sentimental debería haber más personas que
tomaran las decisiones sin tanta prisa, que es precisamente lo que decíamos al principio
de esta entrada triple: elegir al compañero con el que te gustaría pasar el
resto de tu Vida bien vale que te tomes tu tiempo y rasques más allá de la
superficie.
Volviendo a mi caso particular… Si a una mujer en
concreto la saludo normalmente llamándola Guapa
no es tanto porque me parezca guapa de cara (que a lo mejor también), sino
porque tiene algo más, algo que no se ve, que me resulta atractivo. Y que la
llame Guapa tampoco significa que se me haya pasado por la cabeza la idea de
llegar a algo más, sino sencillamente que me lo pide el cuerpo, que creo que se
lo merece; por ejemplo, a las chicas con pareja que considero realmente
especiales también las saludo así. La pasada semana os hablé de las mujeres que
me atraen de verdad, y de cómo intento pasar todo el tiempo posible en su
compañía, dándoles conversación, preocupándome por sus cosas, echándoles
piropos y tratándolas como a Reinas.
En muchos de estos casos ha llegado un momento en que, al acumularse varios
desplantes o tras aguantar varias tonterías seguidas, se me ha caído la venda,
me han bajado de golpe los niveles de hormonas y he sido capaz de escuchar
claramente a mis neuronas, tras lo cual, sin armar escándalo, simplemente me he
ido con los piropos a otra parte. Y seguimos siendo amigos, por supuesto, pero
a ésas poco a poco dejo de decirles “¡Hola, Guapa!” cuando las saludo, porque la
Magia se ha ido y ya no me parecen tan guapas por dentro… De todos modos, mi
vida social es actualmente bastante activa, y suele suceder que al cabo de unas
semanas o unos meses hay otra mujer que me va pareciendo
cada vez más guapa conforme la voy conociendo, y se convierte en la nueva Reina de mi corazón…
y así voy: de oca en oca y (por ahora) de desilusión en desilusión.
Lo que tiene más gracia del asunto es que ninguno
de estos distanciamientos por mi parte (en el último par de años recuerdo haber
tenido como tres o cuatro) me ha resultado demasiado traumático, porque pensándolo
fríamente ninguna de ellas me parecía “la elegida” ni siquiera antes de que la
cagaran… y cuando la cagaron, pues todavía menos. Creo que es estúpido seguir
colgado de una tía que no sabe valorar mis cualidades positivas, y a la que ni
siquiera le apetece tener la oportunidad de conocerme mejor, independientemente
de que tenga un físico más o menos atractivo (y os aseguro que me han gustado
chicas desde lo más guapo hasta lo más normalillo). Una mujer aparentemente
interesante que rechaza a un tío inteligente, simpático, gracioso, amable y
tierno como yo, y sólo por el físico o por una pequeña diferencia de edad,
automáticamente deja de resultar interesante para mí. A posteriori, tratando de
racionalizar la situación, me digo siempre a mí mismo que Fulanita o Menganita
no eran para tanto, y me consuelo pensando que dentro
de treinta años todos esos guaperas con los que salen o con los que sueñan seguirán
siendo unos memos y además estarán viejos y arrugados, mientras que yo, con un
poco de suerte, conservaré todas mis cualidades intactas… Afortunadamente, en ese sentido tengo las ideas
bastante claras: Mi inteligencia es mi kriptonita.
Esta historia que os cuento me ha pasado ya tantas
veces que, sinceramente, estoy empezando a dudar que quede por ahí alguna mujer
sin compromiso que valga la pena. ¿Estaré realmente predicando en el desierto? Como
ya he dicho en otras ocasiones, prefiero seguir solo
a estar mal acompañado, pero no pierdo del todo la esperanza; espero que llegue
el día en que conozca a una chica que detenga el Tiempo
y rompa este círculo vicioso. Tengo la impresión de que cuando aparezca la
mujer adecuada será todo muy sencillo, todo encajará en su sitio sin esfuerzo y
de forma natural: habrá un par de detalles en el otro que nos llamarán la
atención, empezaremos a hablar y nos saldrán en seguida temas de conversación
interesantes para ambos; enseguida querremos intercambiarnos los teléfonos y
los mails, y encontraremos fácilmente huecos en nuestras agendas para quedar,
conocernos mejor y descubrir poco a poco que estamos hechos el uno para el otro… Por otra parte, entiendo que esa
Mujer ha de ser algo fuera de lo normal para que esto ocurra, y que puede pasar
mucho tiempo hasta que aparezca. ¡Son tantos los indicios de Belleza interior
que me gustaría encontrar en ella, tantas las características que tendría que
reunir para ser perfecta a mis ojos…! ¿Podría ser que dicha Mujer estuviera
leyendo esta entrada del blog ahora mismo? Otro día, más adelante, enumeraré
esas características una por una y saldremos de dudas.
3 comentarios:
no hay mujeres ni hombres feos sino copas de menos. Descorcha una botella de jaggermeister y la noche es tuya. Abrazos!
¡Otro abrazo muy fuerte para ti, Guapísima! ;-) :-)
Hola de nuevo, lectores.
Aún a día de hoy, bien entrado el 2016, sigo pensando que es mejor estar solo que mal acompañado. Creo que las personas que están sin pareja se pueden clasificar en dos tipos: los que no pueden conseguir una y los que pueden aguantar sin ella porque no les convence nada de lo que ven a su alrededor... Esto me recuerda un diálogo muy bueno de la primera temporada de True Detective (si no la habéis visto os la recomiendo, en serio); creo que era una conversación entre los personajes de Rust y Maggie en la que él le dice: "No tengo pareja porque sé lo que quiero y no tengo miedo a estar solo"... ¡Cuánta sabiduría concentrada en tan pocas palabras!
¡Saludos nihilistas! ;-)
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