Hace un par de meses os hice una relación de mis canales favoritos de
YouTube sobre divulgación científica,
y esta semana he pensado hacer lo mismo con los de humor y entretenimiento.
Igual que la otra vez, incluiré aquí sin distinción tanto los españoles como
los de lengua inglesa. Ya hemos hablado en el blog de La Vida Moderna y La Resistencia,
y con anterioridad nos centramos en Late Motiv y Andreu Buenafuente,
así que no me voy a extender glosando de nuevo sus bondades; a las entradas
correspondientes me remito.
El pasado verano en mi tiempo libre estuve viendo algunos capítulos de Nadie Sabe Nada, con Berto Romero y
Buenafuente… Es un formato de radio totalmente improvisado que otros muchos
(Bob Pop y Jorge Ponce, Silvia Abril y Toni Acosta…) han querido
imitar, aunque estos últimos ya no he tenido tiempo de escucharlos. Y no me
pierdo los miniepisodios que van sacando semanalmente los Pantomima Full,
que son bastante graciosos (de vez en cuando se siente uno totalmente retratado,
la verdad). De Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla me pongo a veces los vídeos que
van saliendo de Capítulo 0 y Creadores del Absurder, lo cual tiene
bastante delito porque en YouTube se cuelgan solo fragmentos; los episodios
completos se pueden ver en el canal #0 de Movistar+, que yo no tengo… Menos mal
que los sketches clásicos de La Hora Chanante
que va colgando Comedy Central España sí son autoconclusivos, si es que este
adjetivo se puede aplicar al surrealista universo de los manchegos…
En inglés tenemos los sketches de Saturday Night Live, con cómicos de la
talla de Kristen Wiig, Kate McKinnon o Bill Hader, y también los de College Humor,
con especial mención a los de Batman,
que eran bastante cachondos. También podemos citar los canales dedicados al
DeepFake, del que ya hablamos en el blog,
como Ctrl Shift Face, sin duda el
mejor que conozco, y otro en español llamado FaceToFake que no es tan bueno en
general pero tiene algún vídeo concreto muy conseguido.
Enumero a continuación los late nights americanos de los que suelo ver
vídeos a menudo… Está por ejemplo el de Graham Norton, que no es estadounidense sino
británico, y que por la peculiaridad de tener a varias celebridades charlando juntas
(y consumiendo bebidas alcohólicas, detalle importante) suele generar
situaciones bastante divertidas. También está el de Jimmy Kimmel,
aunque este lo veo con menos frecuencia. Conan O’Brien
es otro de mis favoritos, me gusta su manera de interactuar con los invitados;
ya os he hablado del gran juego que dan sus entrevistas con Aubrey Plaza, y en estos
últimos meses he descubierto a otra de las asiduas a su programa, la humorista Nikki Glaser, cuyos monólogos sobre
sexo, si bien no aptos para puritanos, a mí me parecen desternillantes.
Para ir terminando voy a comentar un par de cosas del late night de Stephen
Colbert, el que más veo con diferencia por YouTube, prácticamente a diario de
martes a viernes (los dos o tres vídeos que cuelgan y los programas de La Vida
Moderna suelen ser lo que me pongo cada noche mientras ceno). Estrenado hace
unos cinco años, el show lleva ya dos o tres siendo el más visto con un amplio
margen frente a sus competidores (Kimmel, Fallon…). Las secciones son las
típicas de un late night, con monólogo inicial, entrevistas,
pequeños sketches animados…
El presentador es como un Gran Wyoming a la americana: el programa tiene un marcado contenido político, inclinándose
claramente hacia la izquierda (en la onda socialista de Bernie Sanders), y abiertamente
enfrentado a la gestión de Donald Trump
como presidente de los USA, con especial virulencia en estos últimos meses de impeachment.
La verdad es que Colbert me cae muy bien: es un hombre inteligente y con una
gran vis cómica, muy versado en la obra de Tolkien,
adalid del escepticismo y azote de las seudociencias, y para colmo también lleva a Aubrey Plaza de vez en cuando al
programa… ¿Qué más se puede pedir? Con esto acabo; ya me decís en los
comentarios si coincidimos en gustos o si tenéis alguna otra sugerencia en cuanto
a entretenimiento que pueda resultarme de interés.
Aquí tenéis la segunda parte de mi selección de piezas musicales
especialmente hermosas o interesantes extraídas de bandas sonoras.
Tal vez habréis notado ya que en algunos de los títulos de las películas he
añadido enlaces a entradas del blog relacionadas… Pues nada, poneos si queréis
los auriculares para una mayor calidad de sonido y ¡a disfrutar!
Seguimos esta semana con Música compuesta para el Cine… En una ocasión
hablamos en La Belleza y el Tiempo de piezas de música clásica que a pesar de
tener uno o dos siglos de antigüedad parecen hechas ayer mismo para cualquier
banda sonora de película, de tan modernas que son…
Hoy le daremos la vuelta al asunto y nos centraremos en piezas de música
incidental actuales que de tan bonitas parecen compuestas por los antiguos
maestros que aparecen en los libros de Historia. Desde pequeño he sido
aficionado a las bandas sonoras: primero en cassette (comprándolas o
grabándolas de amigos o de la fonoteca de la Universidad), después en formato
CD, más adelante en mp3 y por último a través de YouTube. De hecho suelo
escuchar música de este tipo, a un volumen no muy alto, mientras escribo las
entradas del blog.
He hecho un repaso mental (y visual) de las bandas sonoras de mi colección
en soporte físico y de las que he escuchado más veces en Internet y he
realizado una selección de veinte de mis piezas preferidas… No pretende ser una
lista exhaustiva ni objetiva de las mejores obras del género,
se trata simplemente de algunas de mis favoritas a nivel personal, o bien temas
que me traen buenos recuerdos de la juventud. Dejo todos los nombres en inglés
por la dificultad en la traducción de los títulos de ciertas piezas y también
para que os resulten más fáciles las búsquedas en YouTube si os interesa la
banda sonora completa de alguna de las películas. He dividido la selección en
dos partes; aquí tenéis la primera.
Enlazando con el tema de la entrada anterior, hoy hablaré de nuevo de la
extraña Belleza de las casas en ruinas, pero con un enfoque completamente distinto…
Hace un par de semanas fui con unos amigos a ver una película que me encantó, 1917 de Sam Mendes.
Los filmes de este director siempre tienen garantía de calidad, desde su ópera
prima American Beauty,
pasando por Camino a la Perdición hasta llegar a Skyfall,
mi entrega favorita de James Bond junto a Casino Royale; pero en mi opinión con
esta última película se ha superado a sí mismo.
La acción comienza el día 6 de abril de 1917, durante la Gran Guerra, en
algún lugar del frente francés, cuando los soldados británicos Blake y Schofield
son escogidos para una peligrosa misión. Los alemanes aparentemente han
abandonado sus trincheras y se han retirado unos kilómetros, con lo que el
ejército inglés tiene el plan de avanzar y ganar terreno, pero un
reconocimiento aéreo ha descubierto el día anterior a la operación que se trata
de una trampa, así que los destacamentos que atacarán por la mañana han de ser
avisados para abortar la misión; el problema radica en que hay que acceder a
ellos a pie, ya que el enemigo ha cortado las líneas telefónicas. Los dos
soldados tendrán tan solo ocho horas para atravesar la tierra de nadie,
adentrarse en terreno enemigo y llegar a su destino a tiempo para poder salvar a mil seiscientos hombres, entre
los que se encuentra el hermano mayor de Blake.
Desde muy temprano en la gestación del filme Mendes, director y
coguionista, decidió que la acción se mostraría aparentemente en un solo plano-secuencia, formado en
realidad por múltiples tomas de entre cinco y diez minutos unidas imperceptiblemente
con la ayuda de efectos digitales. Este truco ya lo había utilizado hace
décadas Alfred Hitchcock en La Soga, o más recientemente Alejandro González
Iñárritu en Birdman, pero en este caso el formato de una sola toma resulta
mucho más efectivo para mantener la tensión, haciendo que te sumerjas en la
historia como si estuvieras junto a los protagonistas, corriendo sus mismos
riesgos en tiempo real.
Para poderse rodar con éxito las distintas escenas tuvieron que ser
coreografiadas meticulosamente y ensayadas hasta la extenuación, y los decorados (reales al 99%, con
solo unos pocos retoques digitales) se construyeron con la longitud exacta que
requerían los diálogos y la planificación. A pesar de mostrar con toda crudeza la
tragedia y el sinsentido de la guerra, la película nos regala a menudo imágenes
bellísimas de gran carga poética, gracias a la gran labor del director de
fotografía Roger Deakins, que ya
había trabajado en otros filmes de Mendes y también de los hermanos Coen o Denis Villeneuve; de veras os
recomiendo que la veais en pantalla grande, ahora que todavía está en
cartelera… De todos modos, las proezas del equipo técnico o lo bonito de las
imágenes no son en este caso un truco de prestidigitación para distraer la
atención de una historia floja, sino que todas las partes suman para conseguir
una verdadera obra de arte en todos los sentidos.
Mi propósito para la presente entrada (como introducción a la de la semana
que viene, sobre bandas sonoras y de carácter ya más general) era centrarme en una parte de la película
en la que la música de Thomas Newman,
colaborador frecuente de Mendes y autor por ejemplo de las bandas sonoras de WALL-E,
Cadena Perpetua o La Milla Verde, se combina a la perfección con la fotografía
de Deakins para crear un momento casi insuperable desde el punto de vista
estético. Es el pasaje inmediatamente posterior a la única elipsis narrativa
de la peli, en el que Schofield, tras haber recibido un golpe en la cabeza en el
interior de una casa abandonada, se despierta muy mareado y descubre que ya es
de noche y que han transcurrido varias horas desde que perdió el conocimiento,
con lo que la breve ventana de oportunidad de la que disponían para cumplir su
misión se ha hecho todavía más pequeña… Aturdido, se acerca a una ventana (esta
de las de verdad, de las que tienen marco y cristales) y contempla cómo las
ruinas de los edificios de enfrente, algunos de ellos en llamas, quedan
iluminadas por brillantes bengalas de magnesio
que al subir y bajar hacen que las sombras proyectadas adquieran vida propia en
una escena que parece sacada de un sueño; sueño que para Schofield se convierte
instantes después en pesadilla, ya que debe apresurarse y salir del pueblo,
esquivando los disparos de los enemigos, si quiere avisar a sus compañeros
antes de que partan a una muerte segura.
La pieza musical que acompaña este hipnótico momento, de la que os pongo el
enlace al final de la entrada para que podáis escucharla, se llama The Night
Window (se podría traducir como La Ventana Nocturna) y dura algo menos de
cuatro minutos. A continuación intentaré describir las sensaciones que tuve al
ver la escena en combinación con la música, aunque resulta difícil traducir en
palabras la mezcla de emociones primarias que experimenté. Hay unos primeros
compases más calmados, como de canción de cuna, mientras Schofield despierta y
se acerca a la ventana. Después se produce poco a poco un crescendo de la
sección de cuerda y empiezan a sonar unos arpegios ascendentes y descendentes
que nos recuerdan a la trayectoria de las bengalas, o al vaivén de las sombras entre las ruinas, cual olas
embravecidas en un mar de piedra y polvo.
Llega entonces la parte más intensa de la pieza, con una orquestación
majestuosa que incluye a la sección de viento y que nada tiene que envidiar a los grandes compositores románticos
del siglo XIX… Recordemos que la extraña Belleza de la danza de luces y sombras
contrasta con la decadencia de las ruinas, el esqueleto de un pueblo destrozado
por la guerra. También hay un conflicto entre el asombro de Schofield ante los
fuegos artificiales, su necesidad de recuperar la alegría de la niñez aunque
sea tan solo por un instante, y por otra parte el terror por el retraso sufrido
y la posibilidad de fracasar en su misión, con las fronteras entre estas emociones
muy borrosas a causa del cansancio y el golpe en la cabeza… Posiblemente en
esos dos o tres minutos después de despertar el soldado ni siquiera sabe si
sigue dormido o no; tal vez incluso esté ya muerto y haya descendido a los
infiernos.
Esta sensación de confusión y contradicción y el carácter surrealista y
onírico de la escena son perfectamente amplificados por la secuencia de acordes escogida por Newman… Estos acordes
son ya de por sí ambiguos si los consideramos individualmente, pero es que
además su progresión se ve interrumpida una y otra vez, dando siempre marcha
atrás hasta un acorde aumentado, trágico y hermoso, moviéndose después a otro
acorde menor con la misma base y regresando, sin dejar resolver la melodía, al mismo
acorde aumentado, celestial pero inquietante, poderoso e ineludible, como si
representase a la mismísima Muerte de la que no se puede escapar.
En la sala en versión original de los cines Yelmo estábamos muy bien
situados, centrados y a la distancia justa de la pantalla para sentirnos
inmersos en la acción, y además la calidad de imagen y sonido era perfecta, así
que a los pocos segundos de llegar la música a su clímax la sobrecarga
sensorial y emocional hizo efecto y me descubrí a mí mismo con los ojos como
platos y la boca entreabierta, casi al borde de las lágrimas…
Fue una experiencia realmente catártica. Os recomiendo que no abráis el vídeo con lás imágenes de este fragmento
a no ser que hayáis visto ya 1917, para que así el impacto en la sala de cine
no pierda nada de su fuerza original… A lo largo de la película hay otros momentos que muestran
también este contraste entre poesía y tragedia, pero la escena nocturna de las
bengalas es sin duda mi favorita; resulta increíble cómo algo aparentemente tan
sencillo como una secuencia de unos pocos acordes puede evocar tan bien el
claroscuro entre la Belleza del Mundo y el Horror del Tiempo
que se nos escurre entre los dedos.