lunes, 29 de julio de 2019

Río Abajo (II)


Continuamos esta crónica del Open Luci Tour, organizado por Guiding Architects en la noche del sábado 13 al domingo 14, en el mismo lugar donde nos quedamos, el Puente de la Peineta. Como os dije, a esas alturas llevábamos ya más de tres horas triscando por el antiguo cauce del Turia y se empezaba a notar cierto cansancio y cierto decaimiento en el entusiasmo de algunos de los presentes (ojo, no de todos, y por supuesto no del que esto escribe), y cuando Boris concluyó la explicación sobre la construcción de la parada de Metro a más de uno le costó levantar el culo de su asiento improvisado. Seguimos paseando en dirección sudeste, dejando atrás la noria de la feria (ya apagada a esas horas), el Puente de las Flores y el Puente del Mar. La noche estaba preciosa, con una Luna casi llena y Venus brillando muy cerca de ella… Me había llevado una camisa de manga larga pero no me hizo falta, la temperatura fue muy agradable toda la noche y ni siquiera al acercarnos al Mar la brisa fue molesta. También he de decir que los mosquitos me respetaron, aunque creo que otras personas no tuvieron tanta suerte.




Llegamos al Puente de Aragón, a uno de los primeros tramos que se acondicionaron a mediados de los 80, con planificación del arquitecto Ricardo Bofill. Aquí llaman la atención los dos escudos de la ciudad de Valencia formados por los setos, que solo se ven bien desde lo alto del puente. Creo que fue en este punto donde LUCE nos habló de los sintecho que acondicionan los rincones entre las vigas bajo el puente, distribuyendo sus escasas pertenencias e incluso pintándolos de otro color para hacerlos más suyos; mientras nos lo explicaba había a escasos diez metros algunas personas durmiendo en lo alto de las vigas, y tuvimos que ir con cuidado para no molestarlos con las linternas al pasar… Esta es una triste realidad que ignoran por completo muchos de los que corren o montan en bici por ahí a diario.




Caminando por el Tramo 11 (de un total de 18, recordemos) identifiqué un banco que tenía grabado en la memoria porque hace unos quince años nos sentamos en él mi novia y yo para besarnos y abrazarnos, y al comentarlo a un par de amigos estos respondieron con recuerdos similares asociados a distintos puntos del cauce; la memoria afectiva añade un estrato más a la percepción que cada uno tiene de los rincones de la ciudad… Hablando de esto llegamos a la explanada frente al Palau de la Música, dejando atrás el pequeño escenario que hay montado para las actividades de la Feria de Julio, y con gran sorpresa nos encontramos el estanque vacío de agua, así que ni cortos ni perezosos seguimos avanzando por dentro. Sentándonos en el borde del estanque hicimos otra parada para explicar un par de cosas sobre el Palau, cuya fachada asemeja dos grupos de corcheas con una ligadura encima. Se habló de los problemas que causó al principio su diseño, por el efecto invernadero que producían sus paredes de cristal, y yo recordé para mis adentros, sin tener tiempo de mencionarlo, que el edificio “dialoga” en cierto modo con las Naves de Ribes en el Parque Central, ya que los conecta una larga calle en línea recta.




Más allá del Puente del Ángel Custodio dejamos atrás, a nuestra derecha, el parque infantil Gulliver, y dos chicas extranjeras que se nos cruzaron montando en bici se refirieron a nosotros como “walking dead”. Llegamos al Puente del Reino de Valencia, con sus gárgolas a los lados; si no me equivoco este era el lugar por donde hace más de un siglo atravesaba el río el tren que iba al Puerto. En el Tramo 13 pasamos junto al Minigolf; a partir de aquí el cauce se ensancha bastante, desapareciendo el pretil del lado izquierdo. Recuerdo que en mi adolescencia, antes de que existiera la Ciudad de las Artes y las Ciencias, esta zona era para mí como la última frontera de la exploración: hacia el final de la calle Alcalde Reig el cauce dejaba de estar ajardinado y domesticado para convertirse en un territorio salvaje, misterioso y desconocido, con una senda de tierra que avanzaba entre densas matas de cañas muy altas, y una o dos barracas un poco más allá… La ciudad dejaba de ser ciudad y te metías en plena Huerta, lo que a esa edad daba un poco de miedo, sobre todo cuando el Sol se acercaba al horizonte.




Hoy en día esa última frontera, aparte de despertar curiosidad en vez de miedo, está un poco más hacia el este… Pero no adelantemos acontecimientos. Cruzamos un pequeño riachuelo ornamental que baja por el cauce a esta altura y nos dirigimos hacia el lado sur, hacia el Palau de les Arts. Yo iba delante, hablando con Boris, cuando de repente, junto a una estrecha rampa de bajada rodeada de setos de adelfas, sorprendimos a una pareja joven y bien trajeada haciendo el amor al amparo de la penumbra; él creo que negro, ella no sé porque estaba detrás, apoyada contra un murete. Los dos disimulamos como pudimos y pasamos rápido y en silencio mirando a otro lado, pero claro, detrás venía el resto de gente… No creo que a estos chicos, con los pantalones bajados y la falda levantada, les hiciera mucha gracia que pasaran por su lado treinta espectadores, pero es a lo que te arriesgas cuando haces estas cosas en el espacio público.




Bordeamos el estanque al nordeste del Palau e hicimos una parada bajo el Puente de Monteolivete para hablar del proyecto de Ciudad de las Ciencias que se inició en la época del PSOE con Santiago Calatrava y que después el propio arquitecto (¡Qué cuco!) propuso cambiar al PP, sustituyendo la inmensa torre de comunicaciones, cuyos cimientos ya estaban hechos, por el Palau de les Arts, también con tres puntos de anclaje, cambiando el nombre del proyecto por Ciudad de las Artes y las Ciencias para que pareciese suficientemente distinto y el PP pudiese considerarlo como propio (aunque l’Hemisfèric y el Museo de Ciencias ya estaban en el original). No tenía mucho sentido que hubiese dos Palacios dedicados a la Música, pero la intención del PP era que el nuevo edificio se asociara más a la Ópera y el del PSOE quedara para los conciertos de bandas, más como de “segunda fila”.




Boris nos enseño dos fotos de presentaciones de maquetas con políticos y arquitecto incluidos: una con el PSOE para el proyecto del Palau de la Música, con la presencia de los vecinos por detrás, y otra años después con el PP para la Ciutat de les Arts i les Ciències, con mucho fotógrafo pero de vecinos nada, todo espectáculo de cara a la galería… y ¿de espaldas a la gente? Lo mejor del asunto es que muchos ciudadanos han adoptado el lugar como suyo porque da muy bien para los selfies, sin saber que los 120 millones de euros de presupuesto inicial se transformaron en 1400 (más lo que falta para acondicionar el Ágora), con lo que hay otras muchas cosas que se han dejado de hacer… En ese punto de la explicación yo aporté un dato que muchos valencianos ignoran: en 2014, con los últimos coletazos de Rita Barberá y el PP, la deuda por habitante del Ayuntamiento de Valencia era de 1000€, y tras solo cuatro años de Joan Ribó con Compromís, el PSPV y València en Comú se ha reducido a la mitad; podéis buscarlo y comprobarlo vosotros mismos.




Seguimos avanzando, y a estas alturas de la ruta yo ya estaba con el modo poético On, como en trance, receptivo a cualquier pequeño detalle a nuestro alrededor, y me daba cuenta de que siempre están pasando cosas, por muy tarde que sea: gaviotas que nos sobrevolaban graznando, el paso de una ambulancia por el puente, una pareja sentada en la orilla del estanque mojándose los pies y haciendo ondas en el agua… Mientras nos acercábamos al Museo de Ciencias comenté que las estructuras de Calatrava serán todo lo vistosas que quieras, pero que por ejemplo dentro del Museo hay muchos salientes metálicos peligrosísimos para las cabezas que deberían estar prohibidos por la normativa. En la parte norte del edificio comprobé con otro de los asistentes lo bien que se transmite el sonido de una punta a otra de la fachada, sin necesidad de levantar la voz… Y hablando de volumen, nos íbamos acercando a las dos discotecas que hay en el Umbracle y debajo de él, y el ruido de la música y de la gente haciendo cola para entrar era cada vez más fuerte. Entramos un momento a los aseos del parking del Umbracle, junto a las discotecas, y los de seguridad se nos quedaron mirando, pensando que por nuestro aspecto no cuadrábamos ahí a esa hora…




Pasamos por el lado izquierdo del Ágora y visitamos una pequeña y encantadora edificación antigua, una casa de compuertas para la distribución del agua, que fue restaurada durante la breve alcaldía de Clementina Ródenas y que en comparación con las enormes estructuras circundantes pasaba prácticamente desapercibida. La idea que LUCE tenía era la de pirograbar los nombres de los valientes que aguantasen hasta el final en una tablilla de madera y colocarla de manera simbólica en algún rincón discreto de esta casita, más adelante… Desde aquí mismo Boris nos comentó algunos datos del Puente del Azud del Oro, la estructura más alta de la ciudad, con un mástil de 125 metros. También nos habló del Ágora, actualmente en rehabilitación para albergar el futuro espacio CaixaForum, comentando que las enormes espinas móviles que se iban a poner arriba para tapar los ventanales se van a quedar tiradas en un descampado muy cercano, más allá del Oceanográfic y el Centro de Investigación Príncipe Felipe, porque debido al viento y al actual estado de abandono de la estructura no solo serían caras de colocar sino que muy probablemente no funcionarían.




Justo a partir del Ágora se distinguen claramente tres franjas paralelas en el antiguo cauce. Por la izquierda sigue una estrecha zona de jardines bien cuidados, pegada al último tramo de la Alameda, que se acaba al llegar a las vías del tren que va al Cabanyal. En la franja derecha, que ocupa la mitad del ancho total, desaparece también la diferencia de alturas entre el cauce y su entorno y tenemos el Oceanográfic y el malogrado Príncipe Felipe. La franja central, también estrecha, es la nueva terra incógnita de la que hablaba antes, una zona poco urbanizada e incluso poco accesible, más parecida a como era el cauce todo a lo largo antes del Plan Sur… Digo poco accesible porque directamente está vallada con una malla metálica, no vaya a ser que se pierda algún turista; pero la experiencia nos enseña que toda verja tiene un punto donde alguien ha abierto un hueco.




En esta zona llena de maleza se ve una lengua de agua tranquila en la que de día nadan los patos y que en teoría no debería bajar del interior de la provincia… ¿Es agua que entra desde el Mar? Probablemente. Boris nos comentó que el trazado del antiguo cauce, al igual que el brazo sur desaparecido hace un milenio o las acequias principales, ha pasado a integrarse en el sistema de alcantarillado, constituyendo en este caso el Colector Norte. ¿Está esta lengua de agua conectada con el colector? La verdad es que lo ignoro… Igual que en Apocalypse Now, a medida que avanzamos las cosas se van tornando más extrañas, desconocidas y surrealistas, con la diferencia de que Ben Willard iba río arriba en busca del coronel Kurtz y nosotros nos dirigimos en dirección contraria, hacia la desembocadura del Turia.




En lugar de seguir la lengua de agua, menos transitable, dimos un pequeño rodeo por el sur del Oceanográfic, hablando de lo caro que es el restaurante con vistas al acuario (con el nombre, muy bien puesto, de Submarino) y de las malas condiciones de algunos de los animales más grandes. Para poder llegar al circuito de Fórmula 1, que era nuestra ruta de acceso al Mar, seguimos las vías de la jamás inaugurada línea 2 de MetroValencia a Nazaret (de la que ya os hablé cuando me di un paseo por La Punta), cruzando el paso sobre las vías del tren en el que con Boris y algunos otros de los presentes celebramos un Desayuno con Viandantes hace ya muchos años… Aquí la gente iba algo más desperdigada, charlando en tres grupúsculos separados por treinta metros unos de otros; yo en ese momento iba en el del medio. Dejamos el paso elevado y seguimos la calle de la Alquería del Favero hacia el norte, atravesando una zona bastante desangelada con un puñado de urbanizaciones desperdigadas y otras a medio construir, y llegando a la pequeña pasarela peatonal por la que se accede al circuito.




Esta parte de la ciudad no está apenas iluminada de noche, pero aun así me pude hacer una idea, mientras cruzaba la pasarela sobre la lengua de agua, de la pinta que tendría antiguamente el río Turia a su paso por Valencia. El circuito está en principio cerrado al público, pero entramos por una abertura de la reja y seguimos caminando por la pista. Hacia el oeste, no muy lejos, se veían los muros del Cementerio del Grao, y hacia el norte debían estar Las Naves… Poco a poco iba juntando las distintas piezas de mi mapa mental y haciéndome una mejor composición de lugar. El buen estado del asfalto contrastaba con la gran cantidad de muebles rotos y otros objetos tirados por el suelo aquí y allá. En aquel momento no me di cuenta, pero a unos veinte metros a nuestra izquierda había varias chabolas construidas con las vallas móviles del circuito, tal vez con gente dentro durmiendo.




A lo lejos, por delante, se veían las gigantescas grúas de los muelles y un par de cruceros anclados en el Puerto. El cielo iba clareando poco a poco. Los organizadores no pudieron llegar aquí el día que hicieron el recorrido de prueba, así que era todo un poco más improvisado, pero aun así iban saliendo datos y temas de conversación muy interesantes. Hablamos, mientras andábamos, del despilfarro que supuso este circuito urbano de Fórmula 1, de la nueva ampliación del Puerto y sus consecuencias medioambientales y del posible relanzamiento de la ZAL. Pasamos junto a un cuartel de la Guardia Civil y llegamos al Puente de Astilleros; recuerdo que hace muchos años, en una aventura similar a esta pero de día y en solitario, di un paseo desde Pont de Fusta hasta Pinedo y de vuelta, y crucé por este puente.




Salimos del recinto por otro hueco de la verja, giramos a la izquierda y en un par de minutos llegamos a los tinglados de la parte sur de la Dársena antigua. Después de doblar un par de esquinas fuimos a dar directamente a la orilla de la Marina, con una fabulosa vista de los yates atracados, el edificio Veles e Vents al otro extremo y, justo por detrás, un horizonte cada vez más rojizo pero con una línea de densas nubes bajas que nos impedía ver si el Sol había salido ya o no. Lo mejor de todo es que (no sé si los organizadores lo tenían preparado) había allí un par de bancos hermosísimos de hormigón en los que la mitad de nosotros nos sentamos exhaustos, tumbándose el resto en el suelo alrededor. Eran las seis y cuarto, habían pasado unas seis horas desde que salimos de la montañita del Parque de Cabecera. Aquí se daba por concluida la caminata pero no la actividad, y sentados, descansando, seguimos comentando más cosas sobre el Puerto y sobre exploración urbana en general. LUCE nos habló de otras rutas que se podrían hacer, como por ejemplo ir andando desde Valencia al Aeropuerto de Manises.




Nos fuimos pasando una hoja donde la gente que había conseguido acabar (27 de los 52 iniciales) escribía su nombre para la placa conmemorativa pirograbada y, si no estaban en la lista de distribución de Guiding Architects y deseaban recibir información, también su e-mail. Boris invitó a la gente a compartir sus fotos del evento y me animó a mí en concreto a escribir algún texto al respecto (misión cumplida). Algunos de los asistentes se iban yendo y otros se resistían a marcharse, por miedo a que se rompiera el hechizo que se había obrado aquella noche. Las gaviotas planeaban sobre nuestras cabezas, los peces saltaban de vez en cuando en el agua, el horizonte estaba cada vez más rojizo… Al final quedamos los organizadores, un par de personas más y yo, casi como de costumbre. Vimos un trocito de Sol asomando por entre las nubes y lo consideramos como una señal de que habíamos cumplido, que ya nos podíamos ir tranquilos, así que me despedí de Boris, Chema, LUCE y Lebrel.




Le eché un vistazo a la pantalla de la parada de buses junto a la Casa del Reloj, pero aún faltaban 26 minutos para que pasara el que me interesaba, de modo que anduve unas manzanas hasta la zona de Serrería, pero allí la otra posible combinación a mi casa también tardaría en pasar… Ni corto ni perezoso emprendí el camino de vuelta hacia Russafa a pie, así que calculo que en total hice casi veinte kilómetros más o menos del tirón (Aquel día no tuve demasiada suerte con los buses de la EMT: para la ida era demasiado tarde para usarlos y para la vuelta demasiado pronto). A pesar del cansancio, resultaba muy bonito pasear por la ciudad con esa luz de la primera hora, contemplando los reflejos del Sol naciente en el vidrio de los edificios de la Avenida de Francia y la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Todo se veía nítido y luminoso pero a la vez la temperatura era fresca y agradable, y mis ojos, que antes habían hecho un esfuerzo por percibir los pequeños detalles a la luz de las linternas, quedaban saturados de la Belleza de lo cotidiano que me rodeaba por todas partes… Lo primero que hice al llegar a casa, antes de meterme en la cama, fue desayunar y pegarme una ducha con agua fría que me supo a gloria bendita.




La ruta me gustó tanto que, para poder complementar esta crónica, la he repetido a la luz del día para sacar las fotos de los rincones más interesantes (en dos mañanas distintas, una para la zona oeste y otra para la este, saliendo prontito). Investigando en Internet a posteriori para estas entradas he tenido algunas sorpresas más; por ejemplo, he descubierto con Google Maps Satélite que la lengua de agua que aparece de la nada después del Ágora sigue un poco más desde el Puente de Astilleros pero no llega al Mar. ¿Conecta tal vez con él por medio de conductos subterráneos? Los misterios nunca cesan… Por mucho que conozcas una ciudad, por muchos años que te la hayas recorrido de arriba abajo, siempre quedan sitios por explorar y detalles que te habían pasado inadvertidos, es imposible agotarla por completo; basta con aguzar la vista y mirar sin prejuicios… Y cuando crees que no puedes afilar más la mirada es bueno ver las cosas a través de otros ojos para encontrar nueva Belleza en los lugares más inesperados. A mí me ha pasado con el cauce, ya no podré pasear por algunos de sus rincones sin esbozar una media sonrisa recordando aquella noche tan especial… Como reza la placa pirograbada por LUCE, para mí “ahora el Río es diferente”.



8 comentarios:

Daniel dijo...

#YoTeLeo #Gracias <3

Daniel dijo...

Por cierto,al ver la lista de nombres me acabo de dar cuenta de que no me acuerdo de tu nombre "real". Juan?

Kalonauta dijo...


¡Qué cabeza, Dani! ¡Pues claro que soy Juan!

Postdata 1: Gracias por los jascas

Postdata 2: (¿Quién es este tío?) :-P ;-)

Un abrazo

Daniel dijo...

Jajaja, así que las almohadillas se llaman jaskas!? Ahh, espera, por hashtag! Ostras, que lento soy, sí, la cabeza...

No entiendo la postdata 2, es que soy lento. Me explicas?

PD: Que haces tu despierto a estas horas?!

Susana Mar dijo...

Me lo he leído todo con avidez, he llegado a imaginarme que yo también asistí a este especial evento en aquella especial noche. Gracias!!

Kalonauta dijo...


Gracias de nuevo por tus amables palabras, Susana, ¡eres un Solete!

Me vas a perdonar si aprovecho estas líneas para hacer un par de observaciones que se han concretado en mi cabeza a posteriori... Cuantas más vueltas le doy a las cosas que comentamos y vimos aquella noche, más me convenzo de que podríamos clasificarlas en tres grupos: en dos polos opuestos, los edificios emblemáticos de Calatrava y los colchones y chabolas de la gente sin hogar; y equidistantes entre ambos, en el punto justo de equilibrio, los pequeños detalles que pueden pasar inadvertidos si no haces un esfuerzo por mirar a tu alrededor: el brillo de la Luna, el sonido de las gaviotas, el aroma de las plantas, mojarse los pies a la orilla del agua...

Los grandes eventos y los caros contenedores arquitectónicos no son malos de por sí, pero se convierten en algo perverso cuando al mismo tiempo que se celebran o construyen para beneficio o disfrute de unos pocos hay otros muchos que no tienen dinero para comer ni un lugar donde dormir sin pasar frío. Frente a la injusticia de estas profundas desigualdades, creo que la manera en que Boris, Chema y Lucas enfocaron el paseo por el cauce supuso una reivindicación de la Belleza de lo cotidiano, de la vuelta a la sencillez, del hecho de que no hacen falta lujos para ser feliz. Yo creo que la clave para ser feliz no radica en sentirse parte de un grupo exclusivo, por encima de los demás, separado del resto... La clave para estar en paz con uno mismo radica precisamente en ser consciente de que estamos íntimamente conectados a todos los demás y a todo lo que nos rodea, y eso es algo que la derecha política de este país nunca ha terminado de comprender.

¡Un abrazo! 😊

Daniel dijo...

Eres un poeta @Kalonauta

Kalonauta dijo...


Se hace lo que se puede, Dani. 😉 😊