Hay cosas que
nos hacen felices que son sencillas y otras que no lo son. Centrémonos en las
primeras, lo que muchas veces hemos dado en llamar “placeres sencillos”. A
medida que crecemos, por pura repetición,
estos placeres van perdiendo su componente de novedad y producen menos
satisfacción, con lo que se hace necesario un esfuerzo consciente, un cierto
grado de concentración, para volver a valorarlos en su justa medida. Me da la
impresión de que volver a ver las cosas con los ojos de un niño no consiste en
repetir exactamente las mismas experiencias sensoriales que tenías cuando eras
pequeño… Creo que es algo distinto, y además mejor; a ver si me explico. Cuando
eras niño, rascar la superficie de las cosas ya suponía una novedad, así que no
necesitabas profundizar mucho para experimentar el placer de descubrir algo
nuevo. Cuando creces, no te basta con volver a arañar la superficie, necesitas
percibir más capas de la misma experiencia, disfrutarla a varios niveles de complejidad cada vez mayor…
Por ejemplo,
yo ahora mismo miro a la Luna y no solo veo la Luna y punto: pienso en la decena larga de hombres que estuvieron allí
a finales de los 60 y principios de los 70, en cómo se formó hace miles de
millones de años a partir de la colisión de la Tierra con Tea,
en cuánto tiempo tarda la luz en recorrer la distancia entre ella y mis ojos…
Aprender todas estas cosas desde luego no es fácil, cuesta mucho trabajo;
pero una vez las has interiorizado, las asociaciones salen casi solas, y
resulta muy sencillo experimentar felicidad a partir de estímulos bastante
simples. Es cuestión de saber ver la complejidad que subyace detrás de esos
estímulos, de “entrenar la mirada”, de afilarla, en el sentido de aguzar no solo la vista
sino también el entendimiento…
Por tanto, al
menos en mi caso, además de la atención a los pequeños detalles también el
Conocimiento de cómo funciona el Universo y de cómo todo está relacionado entre sí
es muy importante a la hora de ser feliz. Por eso uno de mis objetivos vitales
es intentar aprender algo nuevo cada día para ser capaz de detectar toda la
Belleza que hay a mi alrededor. La Ciencia
nos abre las puertas a nuevos estratos de Belleza de la Existencia, a muy
distintas escalas en el Espacio y en el Tiempo, más allá de lo que perciben
nuestros sentidos. Nuestro cerebro, nuestra inteligencia, nos permite “ver”, en
el sentido de comprender, las cosas más pequeñas y las más grandes, las muy
rápidas o muy lentas, las invisibles, o muy lejanas, o del futuro, o del pasado remoto.
Os pongo otro ejemplo. Imaginad una comida con amigos en el restaurante Racó
del Mar, en la plaza de San Vicente Ferrer de Valencia. Puede ser que la camarera no esté muy simpática ese día
o que el café sepa un poco a quemado;
detalles como estos bastarían para amargarle la experiencia a alguien que no
sepa ver más allá, pero hay que intentar considerar la parte positiva del
asunto. Si uno conoce los detalles sobre la situación del restaurante y elige
la mesa apropiada, estará sentado junto a los restos arqueológicos de la pared
este o encima de la lámina de metacrilato que protege otros importantes
hallazgos… Donde la mayoría de gente vería solo unas piedras yo, como buen entendido en la(s) materia(s),
soy capaz de intuir una serie de apasionantes conexiones con el pasado reciente
y lejano.
Mi mente retrocede primero hasta 1990, año en que se realizaron las
excavaciones arqueológicas que dieron lugar a estos descubrimientos, y me
contagio de la emoción que debieron sentir los técnicos del Ayuntamiento al ser
conscientes del hallazgo que tenían entre manos… Porque estas piedras
corresponden en parte a la muralla árabe del S.XII,
pero también a las gradas orientales del circo romano,
que habían actuado hasta entonces como línea defensiva de la ciudad y después,
ligeramente modificadas, sirvieron como cimientos y base para la muralla. Mi
mente retrocede más allá de la época visigoda, llegando a la etapa de mayor
esplendor de la ciudad romana imperial: hasta el S.V se celebraron aquí las
carreras de cuadrigas, con los equipos rojo, azul, blanco y verde compitiendo
por la victoria y levantando pasiones y rivalidades entre los seguidores que
dejan en pañales al fútbol de hoy en día.
Pero mi imaginación no se detiene donde acaban los registros escritos de
nuestra Historia… Los bloques de piedra caliza usados por los romanos proceden seguramente
de las canteras de Godella
y se formaron por la sedimentación y compactación durante millones de años de
las conchas de pequeños animales marinos, cuando los terrenos en los que
vivimos ahora estaban sumergidos en aguas poco profundas…
Y yendo aún más allá, los átomos de carbono, oxígeno o calcio que forman los cristales
de estos minerales se generaron por fusión nuclear en el interior de una supernova distante, antes de la
formación de nuestro sistema estelar hace cuatro mil quinientos millones de
años. En resumen, lo que a ojos de un profano parecería tan solo una piedra decorativa
en un restaurante encierra, para el que sabe leer entre líneas, infinidad de
historias maravillosas que le conectan con el Cosmos
a muy distintos niveles… Pensándolo detenidamente uno se pregunta: ¿No es maravilloso el mero hecho de estar vivo en un Mundo tan complejo y a la vez tan
comprensible tras realizar un mínimo esfuerzo intelectual? Por supuesto, se trata
de una pregunta retórica: la respuesta es obviamente afirmativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario