Es curioso cómo a veces una misma idea puede asaltarte de distintas formas
y desde distintos entornos en muy poco tiempo… Este viernes por la tarde,
tomando algo
con unos amigos ingleses, hablábamos de las diferencias entre ambos pueblos en
lo que respecta al beber y surgió en la conversación una de las posibles
razones por las que los hijos de la Gran Bretaña tienen fama de pillar unas
borracheras tan grandes: desde principios del siglo XX, y sobre todo durante la Primera Guerra Mundial,
se limitó el horario de apertura de los pubs para intentar evitar el absentismo
laboral, de manera que poco antes de las once se tocaba tres veces una campana
para avisar del cierre inminente. Al parecer esta medida tuvo un efecto
contrario al deseado, porque la gente bebía todo lo que podía antes del cierre,
ingiriendo más alcohol de golpe. Desde 2005 los horarios son más flexibles,
habiendo una o dos horas más para poder dosificarse, aunque mis amigos no
supieron aclararme si esto ha hecho disminuir o no el número de borracheras y
comas etílicos.
El mismo viernes, al llegar a casa, me puse en YouTube el programa del día
anterior de La Vida Moderna, y una de las noticias que comentaba David Broncano
(aproximadamente en el minuto 11)
era la de que Twitter iba a probar a aumentar para algunos usuarios el número
de caracteres permitidos por mensaje de 140 a 280, para hacer la medida
extensiva al resto más adelante si la cosa funcionaba bien. Al parecer hacían
esto para que los usuarios ingleses, españoles o alemanes no estuviesen en
desventaja respecto a los chinos, japoneses o coreanos,
que con sus pictogramas pueden expresar ideas bastante más complejas en un mensaje de la
misma extensión. La reflexión que hizo Ignatius Farray al respecto me pareció
bastante acertada: pensaba que es una mala idea porque según él
es la brevedad impuesta lo que te mueve a aguzar el ingenio para sintetizar al
máximo, consiguiendo así un estilo más poético y original.
Llevando este concepto aún más allá, Ignatius sostenía que en la Vida en
general el tener límites es lo que nos impulsa a empujar en alguna dirección; el
espíritu libertario no tendría sentido si no hubiera muros que derribar.
Y hablando de muros, justamente el viernes por la noche programaron en la
tele, en una de sus habituales redifusiones periódicas, la película Cadena
Perpetua, que hemos mencionado en un par de ocasiones últimamente en La Belleza
y el Tiempo. Mientras la veía (una vez más), y enlazando con todo lo anterior,
me venía a la cabeza la idea del recluso que, encerrado durante años entre
cuatro paredes, aprende a prestar atención y disfrutar al máximo de esos pequeños detalles que en la calle le pasarían desapercibidos, como un rayo de
sol, un soplo de aire fresco o una bonita canción.
Del mismo modo que el recluso dispone de un espacio limitado para moverse, todos
nosotros, seres mortales, disponemos de un Tiempo limitado sobre la faz de la
Tierra, y es precisamente la fugacidad de nuestra Vida la que nos impulsa a
sacarle todo el partido posible y disfrutar de toda la Belleza que nos rodea
mientras aún seguimos aquí… Esta idea fundamental, que es la que da título al
blog, ya la hemos comentado alguna
otra
vez
antes,
pero no está de más repetirla de vez en cuando para no olvidarnos de ello.
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