En la primera
parte de esta entrada doble voy a relataros algunas de mis desventuras con los dispositivos
electrónicos y el software que utilizan… Empecemos hablando de mi ordenador
portátil. Lo cuido bastante bien, tiene ocho años y aun así está prácticamente
nuevo. Hoy en día lo uso básicamente para las mismas tareas que hace casi una
década, por lo que en teoría no debería haber ningún problema con él; sin
embargo, las nuevas versiones del software son cada vez más pesadas
y requieren equipos más potentes… Hace ya casi un año, después de ejecutar una
actualización de Firefox, noté que YouTube me funcionaba muy lento y hacía que
se colgase el ordenador. No era la primera ni la segunda vez que tenía un susto
de este tipo así que, ya un poco harto, tomé la drástica decisión de restaurar la versión anterior
e impedir las actualizaciones de Firefox a partir de ese momento.
El
funcionamiento del portátil volvió a la normalidad, a excepción de los
insistentes mensajes diarios diciéndome que Firefox estaba muy desactualizado, mensajes
que yo ignoraba sistemáticamente. Así seguí durante varios meses, y el único
contratiempo que tuve fue que una de las actualizaciones de Windows disponibles
(a final de mes ejecuto solamente las que son imprescindibles) no se instalaba
correctamente, tal vez por culpa del Firefox o por cualquier otra razón, vete
tú a saber. Consulté mi situación con algunos amigos que controlan de informática y me dijeron que esto
era un poco peligroso a la hora de defenderse contra posibles virus informáticos,
pero lo único que pasó fue que en un par de ocasiones el antivirus se activó al
detectar erróneamente al Flash Player como una amenaza, lo que se solucionó
simplemente reiniciando el portátil.
Cuando la cosa
se puso algo más fea no fue por mi culpa, sino de los programadores de Mozilla:
el pasado 3 de mayo, debido a un bug con la caducidad de un certificado, dejaron de funcionar los complementos en Firefox,
entre ellos el AdBlock Plus
que elimina la molesta publicidad de las webs por las que vas navegando. En la
semana y pico o dos semanas que pasaron hasta que encontré la solución más sencilla
tuve que estar soportando con una paciencia de santo los anuncios intercalados en
los vídeos de YouTube (Creo que os hablé de ello hace poco en el blog… Lo de la
publicidad en Internet daría para escribir otra entrada entera. Hace dos o tres
semanas El País me obligó a desactivar el AdBlock Plus en
su página, pero en este caso se trata de un problema menor; basta con no mirar
a los márgenes, nadie te interrumpe mientras estás leyendo los artículos de
prensa, cosa que sí ocurre en los vídeos).
Finalmente,
después de este pequeño impasse, instalé la nueva actualización de Firefox que
incluía el parche para poder activar de nuevo los complementos (incluido el
AdBlock Plus), pero librarme de los anuncios me llevaba de vuelta al problema
inicial: durante unas semanas estuve al loro, a ver si el portátil funcionaba
lento en ocasiones… Las actualizaciones de Windows se instalaban ya
correctamente pero, como me temía, Firefox se volvió a colgar varias veces,
sobre todo cuando tenía abiertas muchas pestañas simultáneamente. Así que hace
muy poco me descargué el complemento que permite restaurar la versión clásica de YouTube,
que no lleva Polymer y por tanto (supuestamente) no va tan lenta en Firefox y
Edge (la versión nueva funciona perfectamente en Chrome;
hay quien dice que esto es una artimaña de Google para que los usuarios se pasen
a su software). Llevo unos pocos días con el YouTube Clásico y por ahora no
estoy teniendo problemas, pero veremos cuánto dura la cosa…
Hablemos ahora
de otra de mis pantallas, esta de menor tamaño: si el portátil lo uso más para
consultar información, el móvil lo utilizo exclusivamente para la otra mitad
del acrónimo TIC,
es decir, para la comunicación. Mi primer móvil era de los de tapita,
de los que se abrían en plan bisagra
para hablar. Me duró más de una década pero al final la batería empezó a hacer
cosas raras, así que heredé de mi padre otro más moderno que funcionaba bien
pero que a él se le había quedado corto de prestaciones (o sea, de memoria para
las fotos, etc). Calculo, por tanto, que este segundo aparato no llegará a la
década de antigüedad desde que lo compró mi padre, pero debe andar cerca, más o
menos como el portátil…
Lo tengo sin
datos contratados, con una tarjeta prepago, y cada seis meses la compañía me
obliga, para no dar de baja la tarjeta, a recargar un mínimo de diez euros, saldo
que no llego a agotar en el siguiente semestre porque, al no ser una persona
que decida sus planes en el último momento, en lugar de depender de los SMS o
las llamadas suelo comunicarme más por e-mail… o al menos lo intentaba hasta
hace poco. Para acceder a Internet me basta con mi conexión de casa, de fibra
óptica de 20 megas; el técnico que me la instaló, que parecía bastante
competente, me dijo que su conexión era de 5 megas y que le sobraba para
funcionar ya que, como yo, no jugaba a videojuegos ni necesitaba demasiada rapidez. Al
no disponer de datos en el móvil, lógicamente no tengo WhatsApp; estuve a punto de
instalármelo en 2017 para la búsqueda del nuevo piso
y la mudanza, pero al final no me hizo ninguna falta.
Como os decía,
para estar en contacto con mis amigos y conocidos utilizo sobre todo los
e-mails o en su defecto los SMS, pero en el último par de años se está
volviendo cada vez más difícil estar al día de los planes interesantes solo por
estos medios… Recuerdo que a principios del milenio las listas de correo electrónico
bullían de actividad, a veces con contenidos interesantes y otras con
chorradas. Poco a poco las listas se fueron utilizando menos,
a medida que surgían otros foros con formatos más ágiles y atractivos para
intercambiar información (y también en algunos casos para no sentirse solo, no nos engañemos), como los muros de Facebook,
los hilos de Twitter o las stories de Instagram…
Por estos lares a mí ya no se me vio, no estoy en las redes sociales; prefiero filtrar mejor el tipo de personas que tienen
acceso a mi intimidad (por eso este blog es anónimo).
No me gusta la interacción meramente digital con la gente, ya he comentado
muchas veces en La Belleza y el Tiempo que prefiero utilizar Internet para
quedar con los amigos en persona, es decir, como un medio y no como un fin en
sí mismo.
Hoy en día,
frente al estancamiento de Facebook,
los nuevos corrillos digitales son los grupos de WhatsApp,
y por falta de tiempo hay mucha gente que ya no da abasto a la hora de revisar todos
los formatos anteriores… Hay quien te responde a tu e-mail una semana o incluso
un mes después, y gente que ya ni siquiera te responde (no sé si porque ya no
los leen o porque ya no se dignan contestar por un medio tan anticuado
y con tan poco glamour, a no ser que se trate de una notificación de Hacienda).
En algunos de estos casos ya ni siquiera los SMS reciben respuesta, hasta el
punto de hacerse necesaria la llamada normal o el WhatsApp. Realizar una llamada
no me supone ningún problema cuando se trata de una interacción de individuo a
individuo, pero hay veces que la propuesta de quedar para hacer algo no parte
de mí, sino que la idea surge vagamente en un grupo de WhatsApp y no llega a
perfilarse y tomar forma hasta el último momento, con lo que no me da tiempo a
enterarme del plan.
Y llegamos así
a la pregunta del millón: todo esto me está haciendo pensar si no sería una
buena idea instalarme el WhatsApp en el móvil… Pero entonces me surge la
siguiente duda: ¿lo uso sin datos, revisándolo cada tarde con el wifi de casa,
o ya puestos me pongo conexión en el móvil, como me recomienda mi hermano?
Hasta ahora me he apañado perfectamente sin ella; ya os he dicho antes que soy
una persona organizada y por ejemplo cuando salgo de casa sé perfectamente cómo llegar a mi destino
sin necesitar Google Maps… Lo de ponerme o no datos no es cuestión de dinero,
porque seguramente la cuota mensual que pagaría si cambiara de tarifa de fibra óptica incluyendo la conexión del
móvil sería más o menos la misma, incluso puede que un par de euros más barata,
y con 100 megas de wifi en lugar de 20… Tampoco creo que haya problema en que
móvil e Internet los tenga actualmente en dos compañías distintas; seguro que mi permanencia
terminó hace años y se podría arreglar. Ni siquiera sería un problema la
cantidad de chorradas, chistes malos, memes y fotos de negros del wassup
que sé que me llegarían, por mucho que seleccionase en qué grupos entro;
supongo que tarde o temprano me acostumbraría a detectarlos y leerlos en
diagonal sin necesidad de prestar mucha atención.
El verdadero
problema está en que a lo mejor la última versión de WhatsApp le queda grande
al móvil heredado de mi padre, que un modelo tan antiguo tal vez ya no la soporta…
O que para sacar el máximo partido a esos 100 megas, si me los cambiara, tal
vez tendría que comprarme un nuevo portátil (con una tarjeta de red mejor, con
más memoria RAM o vete tú a saber con qué otras prestaciones), a pesar de que el mío todavía está
en perfectas condiciones. ¿Y por qué sería un problema, sobre todo teniendo en
cuenta que con un portátil nuevo solucionaría además las pequeñas dificultades
experimentadas con Firefox y YouTube de las que hablaba antes? No lo sería
tanto por el dinero que cuestan el móvil o el portátil (que también) o por el
tiempo que requiere comparar y escoger los modelos más apropiados para mi caso
(que también… ¡Decisiones, decisiones!)…
La principal
razón para pensárselo dos veces no está relacionada conmigo, mi tiempo o mi
dinero, sino con la conservación del Planeta y el bienestar de personas que no
conozco, en países muy lejanos… La semana que viene lo explicaré en detalle.
Espero que esta primera entrega no os haya resultado demasiado aburrida, pero
me interesaba poner de manifiesto (y creo que lo he conseguido) que mantenerse
al día con estas máquinas infernales es
complicado y requiere echarle muchas horas y neuronas (que seguramente deberíamos
estar dedicando a cosas más importantes). En la segunda entrega hablaremos de
obsolescencia programada y percibida y de la diferencia entre cómo se usan las
redes sociales y cómo deberían usarse… Y sobre todo os diré cuál ha sido mi
decisión respecto a ponerme o no WhatsApp, y si eso conlleva comprarme algún
aparato nuevo; estos datos no los omito aquí para generar un emocionante
cliffhanger, sino porque todavía yo mismo estoy en proceso de investigarlo y decidirlo…
Se aceptan sugerencias en los comentarios.
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