Ya os conté en una ocasión que mi memoria es un tanto peculiar,
bastante buena para las cosas importantes (lo semántico) pero horrible para los
pequeños detalles (lo episódico). Para la entrada múltiple que comienza hoy he
hecho un esfuerzo por redactar una lista de mis recuerdos más vívidos del
pasado lejano, imágenes mentales marcadas a fuego
en mi memoria que no se han borrado con el paso del Tiempo, como ha sucedido
con la mayoría… Estos recuerdos, aun estando fijados en mi cerebro, no se
parecen a una escena de una película con un diálogo normal; son más bien fotografías,
imágenes estáticas sobre todo del lugar exacto en que me encontraba y la
persona con la que estaba, y en algún caso también de una o dos frases que esa
persona me dijo.
El lugar de donde guardo mi primer recuerdo está a apenas veinte o treinta
metros de la habitación en la que escribo ahora mismo. Es de cuando mis padres
estaban esperando a que se terminara de construir el piso que habían comprado y
alquilaron otro en la misma calle donde vivía mi abuela, en el portal de al
lado. Yo era un bebé que no había llegado al año de edad (fue poco después cuando
mis padres se mudaron), pero recuerdo perfectamente el estar tumbado en una cama,
sobre una colcha bordada negra con cuadrados de colores vivos que todavía
conservo aquí conmigo. Ya sé que era muy pequeño, pero no debo habérmelo
inventado porque he dado detalles acerca de la distribución de las puertas,
muebles y ventanas de la habitación que nadie me había comentado antes y que
mis padres me han confirmado.
Otro de los primeros recuerdos fijados en mi memoria es del chalet de
Ribarroja donde veraneamos algunos años. Había una pequeña piscina y yo tenía
la manía de dar vueltas por el borde mientras mi madre me esperaba paciente en
una esquina y me daba una cucharadita de papilla por cada vuelta. Un día me
resbalé y me caí al agua; era muy pequeño y no sabía nadar, pero por suerte mi
padre vino corriendo y me sacó cogiéndome de los pelos. No recuerdo muy
claramente su mano entrando en el agua, pero sí conservo una instantánea mental
de mi punto de vista en aquel preciso instante, mirando hacia arriba desde el
fondo, con un agua de un azul muy claro y muy intenso, y montones de pequeñas burbujas que seguramente salían
de mi boca… Menos mal que mi padre fue rápido, porque de lo contrario no
estaríais leyendo hoy este blog.
Otro flash de mi infancia es del día en que fui consciente de que podía leer
frases largas de corrido, a los cuatro o cinco años. Creo que el libro en
cuestión se titulaba El Pequeño Panda, aunque no he logrado localizarlo en casa
de mis padres; otra de mis primeras lecturas fue una colección de relatos de
animales publicada por Disney, pero yo diría que es el del Panda el que va
asociado a mi imagen mental. Lo que sí recuerdo con seguridad es estar sentado
en el sofá del comedor (y exactamente en qué parte del sofá) con el libro entre
mis manos, mi gran alegría al conseguirlo y que enseguida se lo conté
emocionado a mi madre, que estaba preparando la comida en la cocina, a pocos
metros de mí.
El siguiente recuerdo por orden cronológico data de unos años después; tal
vez tendría unos siete u ocho, aunque no estoy seguro en absoluto. Mis padres
invitaron a cenar a un matrimonio amigo que vino con su hija, más o menos de mi
edad, y nos tumbaron a los dos a dormir en su cama mientras ellos comían y
charlaban, y recuerdo que nosotros, bien despiertos debajo de las sábanas, nos
pusimos a jugar a papás y mamás, simulando que yo me iba al trabajo por la
mañana y que ella me daba un piquito en los labios como despedida… Fueron solo
dos o tres besos completamente tiernos e inocentes, pero se podría decir que
esa fue mi primera experiencia con las mujeres.
Poniendo la mente en blanco y dejando surgir mis recuerdos me he dado
cuenta de que la mayoría de los que brotan solos (o al menos los que brotan
primero) a partir de este punto de mi vida están relacionados con mis ex o con otras
chicas que me han gustado. Algunas salieron conmigo durante un tiempo, a otras
no me atreví a pedírselo, otras tantas me dieron calabazas y un par de ellas me
crearon una buena primera impresión que luego se desinfló un poco, haciéndome
cambiar de idea antes de decidirme a dar el primer paso. Lo que viene a continuación
y el texto de las próximas semanas he intentado redactarlo con mucho tacto y
respeto, para que quede interesante y comprensible para los lectores pero no
demasiado explícito o indiscreto para las implicadas, ya que un par de ellas
leen las entradas del blog de vez en cuando y alguna otra podría llegar a
leerlas en el futuro… Espero haber encontrado ese difícil punto de equilibrio.
Tal vez recordaréis que mi primer amor fue una niña de mi clase, cuando yo
tenía trece años. Ya en una ocasión os hablé de aquel día que estuve tan cerca de ella,
mientras los alumnos nos arremolinábamos en torno a la mesa del profesor para
ver la lista de aprobados de un examen, así que no repetiré aquí la descripción
de la escena, que sin duda fue una de las que se me quedaron grabadas con ella
como protagonista. Durante tres o cuatro años esta chica me gustó a rabiar,
pero por entonces yo estaba todavía bastante atontado y hubo otros que me tomaron
la delantera, así que aquel deseo tan intenso y primario (y algo irracional,
vistas las cosas con perspectiva) quedó no correspondido.
Mi primera pareja fue una compañera del segundo curso de la Universidad, y
recuerdo perfectamente muchos detalles del momento en que, tras haber salido
varias veces en plan amigos, me decidí a pedirle que fuese mi novia. Estaba
anocheciendo y paseábamos por la Plaza del Ayuntamiento, en la esquina con la calle Correos,
y le pedí que cruzáramos el paso de cebra hasta los bancos en la zona central de la plaza,
porque quería decirle “una cosa” (palabras textuales). Me acuerdo de la sonrisa
en nuestras caras, ya que los dos sabíamos lo que iba a suceder, y de la
extraña mezcla de silencio incómodo y agradable sensación de anticipación
mientras esperábamos a que cambiara un semáforo en rojo que a mí se me hizo
larguísimo. Ese paso de cebra fue el momento que se me quedó grabado; era como tener
el contrato ya redactado, solo faltaba firmarlo.
De las palabras que le dije cuando finalmente nos sentamos en un banco y
cogí sus manos entre las mías, sin embargo, ya no me acuerdo bien, pero sí
recuerdo que fueron bastante torpes y cursis, que parecían sacadas de una mala
película romántica y que no podría repetirlas a día de hoy sin ponerme rojo de
vergüenza… Otra de las fotos mentales que guardo de esta chica es la del dolor
y la confusión de la ruptura, tan solo unas pocas semanas después; me sabe mal
decirlo, pero aunque era bastante atractiva y buena persona no era demasiado
interesante en el aspecto intelectual, o al menos no lo suficientemente
compatible conmigo.
El siguiente momento transcurre en el Errol Flynn, un pub de hard rock
al lado del bar regentado por Manolo el del Bombo, cerca del estadio de
Mestalla, al que solía ir con mis amigos músicos los fines de semana. Allí
coincidíamos con un grupo de chicas bastante guapas, simpáticas y con
personalidad, y una de ellas me causó una buena primera impresión. Recuerdo que
a las pocas semanas de conocerla estábamos todos y todas apretados en torno a
una mesa pasándolo bien, charlando, disfrutando de la música y bebiendo (todos
menos yo; recordad que el dueño del local me identificaba con guasa como “el que más bebe y el que menos baila”).
De pronto me di cuenta de que casi sin pensarlo había colocado mi mano sobre la
pierna de esta chica, y podía sentir la agradable calidez de su muslo a través
de sus pantalones vaqueros. Estuvimos así un buen rato mientras seguíamos
hablando y riendo, y ella disimulaba, me miraba y parecía muy contenta, como si
no le molestara el contacto de mi mano…
Sin embargo en esta ocasión el semáforo no se puso en verde y no llegamos a
cruzar el paso de cebra: no pasamos de ahí aquella noche, y ni ella ni yo lo
comentamos nunca después. Yo pensé que sería mejor tomarse las cosas con calma
y hacerlo todo despacito y bien, pero con el paso de las semanas la fui
conociendo más a fondo y una serie de pequeños detalles me hicieron darme
cuenta de que, a pesar de ser una chica estupenda, no había esa química, ese
no-sé-qué que te indica que la cosa podría funcionar… Después de aquello hemos
sido buenos amigos durante muchos años y me alegro mucho de ello, pero a veces
me pregunto qué habría ocurrido si hubiéramos dado el paso y probado a salir juntos; tal vez
nuestras vidas ahora serían totalmente distintas… Y lo dejamos aquí por hoy. La
semana que viene seguiré con este ejercicio de escritura automática que
empezó como una lista cortita de mis recuerdos esenciales y se ha ido convirtiendo
poco a poco en una larga entrada múltiple sobre mi historia sentimental.
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