En La Belleza y el Tiempo ya hemos explorado con anterioridad el tema de si
la condición humana es aplicable a robots,
inteligencias artificiales,
replicantes o clones,
llegando a la conclusión de que nos hace Humanos lo que hacemos, no lo que somos…
En esta especie de apéndice a la entrada sobre los Homínidos, después de haber
visto cómo los últimos doce mil años nos han traído un gran desarrollo pero también nuevos problemas, vamos a
comparar a los Sapiens con el resto de especies animales actuales y a explorar
qué es exactamente lo que nos hace Humanos. ¿Qué nos diferencia de chimpancés,
delfines o elefantes a nivel cualitativo y no solo cuantitativamente? Si
repasamos la lista de nuestras hazañas (bipedismo, herramientas, fuego, gran
cerebro, lenguaje, pensamiento abstracto, autoconsciencia, cooperación…), ¿hay
alguna de ellas de la que ninguna otra especie haya dado muestras a menor
escala?
Centrémonos primero en las cosas en las que no somos demasiado especiales.
Ya en su día el propio Darwin dijo que Hombre y animales solo difieren en
grado, no en cualidades… Por ejemplo, tenemos evidencias de que los chimpancés usan herramientas: con la ayuda
de pequeñas ramitas sacan a las termitas del termitero para comérselas, o usan
un palo largo para comprobar si las aguas turbias son muy profundas. Los
orangutanes usan hojas grandes como sombrero cuando llueve. Y otras especies
más sencillas (algunos expertos dicen que hasta el 1% del total), incluyendo
insectos, arañas, pulpos o peces, utilizan herramientas en mayor o menor
medida. Incluso hay bonobos en cautividad que entienden lo que es el fuego y
pueden manejarlo; eso sí, ayudados siempre por un humano.
Algunos simios superiores, entrenados adecuadamente, pueden comunicarse con
nosotros; no con sonidos complejos, porque carecen de un aparato fonador con la
laringe más baja como el nuestro, pero sí utilizando el lenguaje de signos
o seleccionando símbolos en una pantalla,
con un vocabulario que puede llegar a constar de varios cientos de palabras (Hablando
de pantallas, algunos chimpancés son incluso mejores que los humanos en determinadas
tareas de retentiva visual y memorización de números).
Y ni siquiera necesitan la ayuda de Sapiens para tener un lenguaje: los
chimpancés salvajes disponen de un amplio rango de gestos y expresiones faciales con los que se comunican
entre ellos y ponen de manifiesto sus emociones.
Especialmente reseñable es el caso de la gorila Koko,
nacida en el zoo de San Francisco en 1971 y fallecida el año pasado. La
psicóloga animal estadounidense Penny Patterson le enseñó a hablar lengua de signos
cuando tenía un año, y llegó a aprender y utilizar unos mil signos distintos.
Aparte de esto, entendía unas dos mil palabras del inglés hablado solo con
oírlas. Veía películas y hasta tenía sus escenas favoritas, y a lo largo de su
vida tuvo varios gatos como mascotas, expresando su pena en lengua de signos
cuando estos morían de viejos… Hasta qué grado Koko realmente dominaba el
lenguaje y se comunicaba ha sido motivo de controversia,
ya que a menudo era Patterson la que interpretaba sus signos y reacciones frente
a la cámara poniendo un poco de su cosecha y completando los razonamientos;
pero está claro que la gorila tenía un vocabulario propio de un niño humano de
tres años.
Algunos experimentos han mostrado que los simios tienen moralidad, sentido
de la equidad y la justicia: a veces reparten las recompensas en partes
iguales, ayudan a los demás y adoptan bebés huérfanos (Se ha visto que hasta las
ratas se ayudan unas a otras aunque esto las perjudique un poco… Así que tal
vez nuestros ancestros comunes los Purgatorius también lo hacían hace sesenta y
seis millones de años). Los chimpancés tienen una Cultura muy básica,
transmiten conocimientos y costumbres a la siguiente generación… Los macacos
japoneses aprendieron hacia 1963 a meterse en las piscinas termales
para combatir las bajas temperaturas del invierno nipón, y han ido
transmitiendo la costumbre a las nuevas generaciones desde entonces (hasta han
aprendido a cocer algunos alimentos en el agua caliente)… Volviendo a los chimpancés,
estos juegan igual que los humanos, y se ríen cuando les haces cosquillas,
algo de lo que ya se había percatado Darwin en su día. Y en cuanto a llorar, ¿somos
los únicos que lo hacemos? Pues no, parece que otros animales como los
elefantes o los gorilas lo hacen también.
Los simios superiores saben ponerse en la mente del otro, lo que significa
que tienen cierta autoconsciencia… Prueba de ello es que saben reconocerse en
un espejo, como la gorila Koko; esta prueba del espejo
fue ideada en 1970 por Gordon Gallup Jr. y consiste en colocar una pegatina o marca
en el cuerpo del animal y comprobar si al verla en el reflejo este se mueve
para observarla mejor o se toca a sí mismo para intentar quitársela…
Por ahora la han superado bonobos, orangutanes, delfines, orcas, elefantes, urracas
y tal vez palomas. Ahí no queda la cosa: algunos monos tienen una forma muy
sencilla y primitiva de comercio, y por otro lado los bonobos tienen sexo por
placer (aunque no continuamente,
como piensan algunos), y se han observado conductas masturbatorias en machos de
ochenta especies distintas y hembras de cincuenta, así como conductas
homosexuales en varios casos. Algunas de estas especies también se nos parecen
en lo malo: los chimpancés pueden ser manipuladores o mentirosos si les
conviene, e incluso asesinar o llevar a cabo guerras,
a menor escala que nosotros, eso sí… De acuerdo con todo esto, parece que no
somos tan diferentes de otros primates, quizá solo a nivel cuantitativo.
Veamos ahora qué tenemos de especial, empezando por nuestro cerebro…
Ya dijimos que en la actualidad pesa algo menos de kilo y medio, mientras que
los de los elefantes tienen unos cinco kilos y los de las ballenas unos nueve
kilos, así que no se trata de una cuestión de tamaño. Todos los grandes
primates tienen una gran densidad de neuronas comparados con otras especies, de
modo que tampoco en eso somos únicos. Lo que sí nos hace especiales es que
nuestro cerebro alcanzó un mayor tamaño porque Erectus y Sapiens empezaron a
cocinar la comida, consiguiendo la misma energía sin tener que dedicar tanto
tiempo a lo largo del día a tener que alimentarse… Un gorila, por ejemplo, es
tres veces más grande que un humano pero su cerebro es tres veces más pequeño.
Tenemos en promedio un total de 86.000 millones de neuronas, de las cuales
16.000 millones están localizadas en la corteza cerebral, más que en ninguna otra especie:
esta última cifra es la que realmente nos convierte en campeones indiscutibles.
Si nos referimos al ADN, los cambios y mutaciones que nos han hecho
diferentes y únicos
empezaron a ocurrir hace unos 70.000 u 80.000 años (Abro un breve paréntesis
para romper un mito: el porcentaje de genes que nos diferencia de los
chimpancés es bastante superior al 1% que se cita erróneamente en algunas
fuentes mal documentadas). Una de nuestras principales ventajas es la mayor capacidad
para procesar información abstracta y simbólica en nuestra cabeza, incluso
antes de que surgiera el lenguaje hablado: pensando podemos hacer referencia a
algo que no está ahí en ese momento, y hablando podemos compartirlo con los
demás para facilitar el trabajo en equipo. Gracias al pensamiento abstracto y
el habla podemos recordar el Pasado o tomar precauciones para el Futuro; por
tanto nos permiten “viajar en el Tiempo”,
ya sea de forma individual o colectiva, para sopesar las consecuencias de
nuestras acciones y tratar de tomar las decisiones adecuadas.
La habilidad de transmitir nuestros conocimientos a la siguiente generación
para que esta los acumule, complete y perfeccione es lo que constituye nuestra
Cultura, y el hecho de tener una
infancia inusualmente larga nos permite aprender una gran cantidad de cosas
antes de tener que valernos por nosotros mismos. No dependemos solo de nuestro genotipo
para sobrevivir y prosperar; la Cultura nos proporciona ese fenotipo extendido
del que ya hablamos en la primera entrega, ampliando nuestra gama de recursos.
Es la diferencia entre la selección natural y la selección cultural, entre que
el entorno nos cambie a nosotros o que nosotros cambiemos el entorno… Esta transmisión
de Conocimiento, primero oral y después escrita, nos permitió elaborar
herramientas y llevar a cabo técnicas que constaban de multitud de pasos
y por tanto presentaban una mayor complejidad, inalcanzable por cualquier otra
especie… Y el abanico de herramientas (tanto físicas como intelectuales) a
nuestra disposición se ampliará hasta límites insospechados cuando empecemos a
aplicar el método científico.
Hace dos semanas os hablé un poco de la forma de cooperar que tienen las
abejas y los chimpancés… Las abejas pueden colaborar en grandes números pero
cada una tiene asignadas unas tareas fijas que no pueden cambiar. Por otra
parte, los chimpancés pueden adaptarse a los cambios y realizar muy distintos
tipos de tareas en equipo, pero nunca con individuos a los que no conozcan
directamente, lo que limita el número de colaboradores a no más de cien… Cooperar flexiblemente y a la vez en masa,
con gente a la que no hemos visto nunca, es lo que nos hace a los Sapiens peculiares
como especie y nos ha permitido controlar el Planeta… De hecho, nuestro
altruismo incluso hacia desconocidos y nuestra capacidad para leer la mente del
otro son mucho mayores que las de otros primates.
Este tipo de cooperación es posible gracias a que podemos crear relatos
ficticios en nuestro cerebro, con conceptos abstractos como la religión, los derechos
humanos, las grandes corporaciones, las nacionalidades, el dinero… Hemos
superpuesto a nuestra realidad objetiva una segunda capa de realidad imaginaria,
hecha de convenciones, que solo está en nuestras mentes… Estas son las ideas defendidas
por el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, que aun teniendo sus
detractores se ha convertido en un auténtico best seller con su libro Sapiens
y la continuación, Homo Deus.
En resumen, lo que nos hace especiales
es que podemos contar historias y podemos pensar en el Pasado y en el Futuro,
preguntarnos a nosotros mismos de dónde venimos y a dónde vamos, e intentar
averiguarlo… Hay dos maneras complementarias, igualmente lícitas y a la vez
radicalmente opuestas,
de buscar estas respuestas: el Arte y la Ciencia. En cuanto al primero, puede
que los Neanderthales crearan sus propias representaciones artísticas, pero aún
no lo sabemos con seguridad y en cualquier caso eran bastante más simples que las
de Sapiens; desaparecidos nuestros primos evolutivos, actualmente somos los
únicos artistas sobre la faz de la Tierra.
Por otro lado, el Hombre es el único animal que hace Ciencia;
como ya he dicho en otras ocasiones, los Sapiens somos la manera que ha
encontrado el Universo de pensar acerca de sí mismo… Más adelante efectuaremos en
el blog otro salto temporal, más allá de la escritura, las bibliotecas y la imprenta,
pasando del sílex de las primeras herramientas al silicio de los microchips, y
hablaremos por orden cronológico de los avances científicos y tecnológicos
ocurridos en los últimos cuatro siglos, que nos han llevado un poco más cerca
de conocer nuestro lugar en el Mundo (como muestra, esta misma entrada) y de
intentar desentrañar, en caso de que lo tenga, el sentido de la Vida.
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