Hace casi siglo y medio, doce años después de El Origen de las Especies,
Charles Darwin publicó su libro El Origen del Hombre,
en el que exponía la polémica teoría de que no somos seres especiales en la
Naturaleza sino simplemente una versión modificada del mono… Hoy en día es de
sobra conocido que las muy ocasionales mutaciones accidentales del ADN que
resultan beneficiosas para un individuo concreto hacen que este tenga más
descendencia, transmitiendo la correspondiente mutación, hasta que ese rasgo es
prácticamente general para todos los individuos del entorno al cabo de muchas
generaciones; de ese modo se produce la lenta evolución de las especies. La
especiación se suele dar con grupos de individuos del mismo tipo que quedan
separados geográficamente y sometidos a distintas condiciones climatológicas, o
en general del entorno, pudiendo resultar al cabo de muchos miles de años dos
especies diferenciadas.
Ya relatamos en su día en La Belleza y el Tiempo la secuencia de
acontecimientos más importantes desde la formación del Universo
hasta la aparición de la primera Vida en la Tierra, y posteriormente explicamos
la evolución y diversificación de las formas de Vida terrestres,
pero estaba pendiente todavía hablar del tercer gran hito de nuestra Gran
Historia después del Universo y la Vida: el Cerebro humano y las habilidades únicas
que nos han permitido adaptarnos a muy distintos hábitats, expandirnos por todo
el Planeta y llegar a ser casi ocho mil millones.
Por tanto, durante las próximas semanas hablaré de la Prehistoria y de la
evolución de los Homínidos (u Homíninos; la verdad es que no tengo muy clara la
nomenclatura científica correcta de cada rama y subrama, y además esta difiere
según autores) desde nuestro ancestro común con el chimpancé, hace unos 6 ó 7 millones
de años (Ma), pasando por la aparición y expansión geográfica del Homo Sapiens,
y hasta el inicio de la Historia,
con la Escritura cuneiforme en Mesopotamia (Oriente Medio) hace unos seis mil
años. Ya hemos hablado brevemente de la Prehistoria en alguna otra entrada del blog,
y vimos también un resumen cuando hicimos una cronología logarítmica de la Gran Historia,
pero mi objetivo a partir de hoy es confeccionar una cronología mucho más detallada
de toda esta etapa.
Durante el S.XIX se hicieron varios descubrimientos de huesos fosilizados
de humanos primitivos en Europa, pero no fue hasta mediados del S.XX que los paleoantropólogos aceptaron la gran importancia de África en cuanto a
evolución del Hombre se refiere. Todavía hoy quedan muchos misterios por
resolver en lo que respecta a los eslabones perdidos entre nuestro antepasado
común con los chimpancés y el Hombre actual, así que algunas de las
afirmaciones que haré aquí no están confirmadas al 100% (intentaré indicarlo
siempre que pueda), y las fechas que aporte también pueden variar un poco según
la fuente porque en primer lugar se siguen realizando continuamente descubrimientos
que pueden modificar las teorías aceptadas (o incluso dar lugar a controversias),
y en segundo lugar los procesos evolutivos son muy lentos y los cambios muy
graduales (las distintas especies que llevan hacia nosotros no son compartimentos
estancos que digievolucionen de la noche al día),
con lo que es difícil trazar una frontera bien delimitada entre una etapa y la
siguiente. Si este conjunto de procesos era ya difícil de describir, algunos de
los últimos descubrimientos han complicado la situación en vez de
simplificarla; es como tratar de resolver un puzzle de cien mil piezas del que
nos faltan la mitad.
Antes de empezar con la cronología propiamente dicha, me parece interesante
dar algunos detalles sobre los diversos métodos de datación
que permiten respaldar con datos las teorías de las que vamos a hablar. Tenemos
por ejemplo la datación mediante elementos radioactivos como el Argón (para los
Homínidos más antiguos), el Uranio o el Carbono-14 (para fechas más recientes,
de decenas de miles de años, relativas al Homo Sapiens). También están la termoluminiscencia
o la resonancia electrónica, para rocas o dientes. Y el paleomagnetismo, que
asigna a cada estrato del suelo una edad concreta de acuerdo con la orientación
magnética de las partículas que hay en él. Otros estratos pueden ser datados y
usados como referencia gracias a propiedades específicas como la composición,
color, presencia de material volcánico, etc.
La biocronología permite datar huesos o rocas desenterrados de un
determinado estrato (las partes blandas no suelen conservarse) comparándolos
con otros restos animales presentes en el mismo estrato y que ya hayan sido
datados de forma fiable por otros métodos. Y por último la genética
está arrojando también mucha luz sobre el tema en estos últimos años; no hacen
falta muchos restos óseos, basta con una pequeña falange que contenga ADN en un
estado mínimamente aceptable para averiguar muchos datos. Esta última condición
no siempre se da, así que también se puede comparar el ADN de dos especies
actuales (por ejemplo humanos y chimpancés) y deducir, conociendo cuál es la
tasa de mutaciones genéticas, cuándo empezaron a separarse a partir de su
ancestro común; es lo que se conoce como el método del reloj molecular.
Precisamente el ADN nos dice que nuestra rama del Árbol de la Vida
se separó de la del chimpancé común y el bonobo hace unos 7 Ma en los bosques
tropicales de África (Anteriormente ya nos habíamos separado de los gorilas
hace 10 Ma y de los orangutanes hace 13 Ma). Los cambios evolutivos suelen ir
ligados a procesos geológicos, y este caso no es una excepción. Hace 10 Ma (unas
500.000 generaciones) la elevación de la falla del Rift
al este de África separa a los primates del bosque de los de la sabana, que
tienen peores condiciones de vida, ya que las montañas no dejan pasar las
lluvias y por tanto hay menos árboles. Al cabo del tiempo estos primates de la
sabana necesitan bajar a menudo de los árboles para alimentarse, y para poder
ver sobre las hierbas altas se yerguen sobre dos patas, aprendiendo a avanzar
de pie distancias cada vez más largas; con el bipedismo aparecen los primeros
homínidos. Como ya hemos dicho, todos estos cambios se producen muy lentamente,
los primates tardan miles de años y muchas generaciones en adaptarse a la nueva
postura.
Uno de estos primeros homínidos es el Sahelanthropus,
del cual se han descubierto restos en el Chad de 6 Ma de antigüedad. Aparte de
las primeras muestras de bipedismo en los huesos de la cadera se aprecia que
los caninos son más pequeños, lo que nos diferencia de los chimpancés. También
de esta época datan los restos de la especie conocida como Orrorin.
De hace 4,4 Ma es el Ardipithecus Ramidus,
de Etiopía, posiblemente nuestro ancestro directo por entonces: presenta una
mezcla de características, está adaptado a los dos tipos de entornos. Por una
parte la pelvis va cambiando de forma hacia la correspondiente a un bípedo, pero
por otra los dedos gordos de los pies están muy separados de los otros, como en
los demás primates, para agarrarse a las ramas de los árboles y trepar mejor
(seguramente andaba apoyándose en la parte externa de los pies). Ardipithecus
(que significa “Mono del Suelo”) come frutos, plantas e insectos, tiene un cerebro
pequeño, de 350 cm3, y su esperanza de vida es de 20 años.
Nuestro siguiente ancestro, el siguiente eslabón de la cadena, es muy
probablemente el Australopithecus (“Mono del Sur”), del cual aparecerán distintas
subespecies a lo largo del Tiempo. Ocupaban varias zonas de África: Etiopía,
Kenia, Tanzania… La más famosa es una Australopithecus Afarensis
bautizada como Lucy, de un metro de altura, cuyos restos de 3,2 Ma fueron desenterrados
en Etiopía. En Kenia se encontraron las huellas
de tres individuos fosilizadas en una capa de ceniza volcánica de la época y
enterradas por otros sedimentos, prueba clara de bipedismo. De acuerdo con los
hallazgos realizados, los Afarensis existieron al menos entre hace 4 y 3 Ma. De
otras variantes de Australopithecus, incluyendo a nuestro tío abuelo evolutivo el
Paranthropus
(con su característica cresta ósea en el cráneo para la inserción de los
potentes músculos de la mandíbula), se han encontrado restos de hasta hace 2 Ma.
La principal novedad del Australopithecus es la forma de la pelvis, ya
típica de un bípedo: es cóncava para servir de anclaje a la musculatura necesaria
para guardar equilibrio a dos patas. La parte superior de la tibia es más gruesa,
con unas rodillas resistentes para poder aguantar el peso en una sola pierna
cada vez. Sus pies ya no están hechos para trepar, aunque todavía no puede correr demasiado rápido. El
cambio gradual en la estructura de la pelvis, junto con el posterior crecimiento
en el tamaño de la cabeza del bebé, harán que las hembras de Sapiens actuales sufran
más dolor y necesiten más ayuda durante el parto, al salir el niño mirando hacia el otro lado
y no hacia la cara de la madre, lo que por ejemplo en chimpancés le facilita a
esta el sacarlo y limpiarle las vías respiratorias. Los molares del Australopithecus
siguen siendo grandes y sus mandíbulas potentes, para poder masticar alimentos duros
como ramas, granos y semillas. Por otro lado no es más inteligente que un
chimpancé, con un cerebro de 500 cm3: no usa herramientas y no tiene
conciencia de la muerte de sus semejantes, simplemente se olvida al cabo de
poco tiempo.
Hace 3 Ma hay en África una época de gran sequía que modifica nuestro
aparato respiratorio, y de esta mejora en la capacidad para respirar se deriva
también el potencial para desarrollar un lenguaje más articulado. Homo Habilis (“Hombre
Hábil”), muy probablemente nuestro ancestro y primero del género Homo,
habita en África del este y del sur entre hace 2,4 y 1,4 Ma (Un descubrimiento
importante de restos óseos se produjo a principios de los años 60 en la Garganta
de Olduvai, en Tanzania). Todavía peludo y algo más alto que Australopithecus,
por aquel entonces aún no era cazador, sino presa. Gracias a que tiene las
manos libres por caminar erguido, Habilis puede hacer uso de las primeras herramientas de piedra tallada,
golpeando para fabricarlas una con otra y desprendiendo lascas.
Poco a poco (los primeros hallazgos son de hace unos 3 Ma, solo algo anteriores
a los restos más antiguos de Habilis) empieza a usar estas herramientas para
partir los huesos de un animal muerto y comerse el tuétano cuando los demás
carroñeros han terminado con él, o para separar en otros casos la carne del
hueso (se han encontrado huesos de cebra de la época con marcas de filos de
piedra). De hecho, Habilis presenciará la desaparición de
los Australopithecus, menos omnívoros y oportunistas que él.
Nuestra dieta más variada, con fuentes de energía de origen animal, más
concentradas y fáciles de asimilar, hace que nuestro sistema digestivo no necesite ser tan largo,
utilizándose por entonces esos recursos biológicos ahorrados para agrandar poco
a poco el cerebro, a medida que se van aflojando los músculos de la mandíbula,
insertados en el cráneo, con los que machacábamos los alimentos más duros de
origen vegetal. Habilis tiene un cerebro un 50% más grande que Australopithecus,
y por tanto ideas más elaboradas. Hace uso de un lenguaje aún muy primitivo y
sencillo, y forma clanes. También son de esta época los primeros campamentos
rudimentarios, lugares de reunión a los que llevar la comida y las
herramientas.
El hecho de usar utensilios de piedra y la transmisión del Conocimiento
sobre su fabricación suponen una primera forma primitiva de Cultura, lo que
constituye un salto cualitativo
en la evolución de la especie. En oposición al genotipo de un individuo, es
decir, el conjunto de sus genes, se define su fenotipo
como todo el conjunto de características observables en él, algunas heredadas
genéticamente y otras adquiridas por la interacción con el entorno (anatomía,
fisiología, conducta)… Pues bien: con la aparición de las herramientas
ampliamos nuestro fenotipo, pasamos a tener lo que se llama un fenotipo
extendido, ya que su uso y fabricación nos vienen transmitidos no por los genes
sino por la Cultura; de ese modo ampliamos nuestra gama de recursos para luchar
contra las adversidades. Con este cambio de hábitos alimentarios conseguimos salirnos
de nuestro nicho ecológico habitual, y esta diversificación garantiza nuestra
supervivencia como especie.
Aunque aún tienen que pasar muchas cosas para que estos seres primitivos se conviertan en Hombres modernos, lo dejamos aquí por ahora. Como aperitivo de
la siguiente entrega, os voy adelantando que los descendientes del Habilis
saldrán no solo de la selva o de su nicho ecológico, sino de la propia África…
La semana que viene hablaremos, entre otras cosas, del Homo Erectus y de
nuestros primos a nivel evolutivo, los Neanderthales, Denisovanos y
Floresiensis, y nos quedaremos a las puertas de explicar la aparición de Sapiens.
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