En la primera entrega de esta entrada múltiple estuvimos hablando sobre
todo de Geología, y a partir de aquí nos centraremos en la Astronomía y la Cosmología.
Buscaremos ahora patrones cíclicos relativos a los cambios de posición de la Tierra
dentro de nuestro sistema estelar y de nuestra galaxia. La semana pasada ya
comentamos que el eje de rotación terrestre está inclinado, lo que da lugar a
las cuatro estaciones a lo largo del año, pero ahí no acaba la cosa… El
astrónomo griego Hiparco de Nicea
dedujo un fenómeno curioso hacia el año 130 antes de Cristo. Comparando sus
propias colecciones de datos con otras griegas y babilonias de siglos atrás
detectó pequeñas diferencias en la posición de los equinoccios, deduciendo que
el eje de rotación va cambiando muy lentamente de orientación con el paso de
los años.
Hoy en día sabemos que cada 26.000 años se completa un ciclo completo de precesión, similar al de una peonza, en el que el eje de rotación terrestre va girando a
lo largo de un cono con veintitrés grados y medio entre su propio eje y la
generatriz. Este efecto de precesión se debe a la acción gravitatoria de la
Luna y el Sol sobre el exceso de masa del ecuador por la forma achatada del
planeta, que a su vez es debida a su propia rotación y a la inercia de dicha masa.
También hay un efecto menor y más complicado de explicar
debido a los otros planetas de nuestro sistema, pero no nos detendremos en ello
aquí.
Esto hace que la referencia que menos se mueve al pasar las horas en el
cielo nocturno vaya cambiando con el paso de los siglos, al girar el eje de
rotación: hace cinco mil años no era Polaris, la actual Estrella Polar de la
Osa Menor (que alcanzó en 2017 su máximo de cercanía al eje de rotación), sino
Thuban, en la constelación del Dragón (usada por los egipcios), y dentro de 12.000 años será Vega, en la
constelación de Lira. Otra consecuencia bastante chocante es que a día de hoy los
trópicos se están acercando al ecuador a razón de catorce metros por año, y los
círculos polares se están acercando también a los polos. El Sáhara de hace
5.000 años estaba lleno de vegetación y de agua, y dentro de unos 20.000 en
teoría debería volver a estarlo; ahora mismo los cocodrilos del Nilo
aguantan como pueden en los oasis, esperando que vuelvan los buenos tiempos.
Hay otros ciclos de periodo más largo que también influyen en el clima,
estudiados en los años 20 y 30 del siglo pasado por el geofísico y astrónomo
serbio Milutin Milankovich.
Aparte de la inclinación del eje y la precesión se puede añadir otro factor relacionado
con el movimiento terrestre: la excentricidad de la órbita, que debido a
interacciones gravitatorias complejas en el Sistema Solar (principalmente por
Venus, Júpiter y Saturno) va cambiando de ser casi circular a un 5% elíptica en
un ciclo de unos 413.000 años
de duración. Hay otra componente cíclica en la evolución de la excentricidad,
con un periodo de unos 100.000 años, que se combina con el de 413.000 y que permite
explicar bastante bien las cuatro glaciaciones del último medio millón de años.
Estos ciclos largos hacen que los efectos de otros ciclos más cortos se
agudicen más (en la fase elíptica) o menos (en la fase circular, que es donde
estamos ahora), pero son estos ciclos cortos (como el de 26.000 años, por ejemplo) los
que se hacen notar de forma más palpable.
Se puede intentar confirmar las teorías de Milankovich estudiando los
diferentes estratos en la roca o en los hielos perpetuos de los polos, que nos
dan pistas acerca de cómo era el clima en el Pasado remoto. Por ejemplo, la
cantidad relativa de oxígeno y nitrógeno en las burbujas de aire atrapadas en el hielo nos informa de la
cantidad de radiación solar recibida en cada época. También es importante saber
si esta radiación incide sobre el agua o sobre los continentes, y tener en
cuenta que la mayor parte de las tierras emergidas se concentran en el
hemisferio norte… El problema es complicado porque el número de factores a considerar es grande; la órbita terrestre tanto pasada como futura se
puede predecir bastante bien, pero el clima del Planeta ya es harina de otro
costal. Además, las enormes cantidades de dióxido de carbono
que hemos soltado a la atmósfera en el último par de siglos se hacen notar más que
cualquiera de los ciclos antes citados; el calientamiento sufrido podría hacer
que no volvamos a experimentar otra glaciación de las que suelen darse cada cien mil años.
Hay otros ciclos lentos relacionados con la Tierra, como los intercambios de
los polos norte y sur magnéticos del Planeta, conocidos como inversión geomagnética. Estos
cambios del Pasado remoto pueden rastrearse porque las rocas volcánicas de los
correspondientes estratos, al enfriarse, quedan magnetizadas en la dirección
del campo magnético terrestre en esa época, y algo similar pasa con los
sedimentos de los fondos marinos. Los científicos intentaron averiguar si estas
inversiones, durante las cuales el campo se debilita pero no se anula, se
producían de forma cíclica, pero parece que son bastante aleatorias, pudiendo
durar una fase (también llamada cron de polaridad) desde solo doscientos años
hasta varias decenas de millones. Ha habido 183 inversiones en los últimos 83 Ma,
siendo la más reciente de hace 780.000 años. Como nota a pie de página, decir
que también se han observado inversiones magnéticas en el Sol.
Recordemos por qué la Tierra tiene un campo magnético: las corrientes convectivas de hierro fundido en
el interior del Planeta generan corrientes eléctricas, y estas a su vez dan
lugar al campo por efecto dinamo.
Al parecer, el campo magnético de Marte desapareció por solidificarse su núcleo
al ser más pequeño y disipar calor más rápidamente; esto hizo que la radiación
solar eliminara su atmósfera y se evaporase el agua que hubo allí en el Pasado…
En cuanto a las alteraciones en el campo magnético terrestre, podrían ser
debidas a eventos ajenos al propio magma, como el impacto de un asteroide en el
exterior o la subducción de una placa tectónica, que alteran los flujos
convectivos y desajustan el campo, que poco a poco puede volver a estabilizarse
con la misma polaridad o con la contraria, de forma aleatoria. Se han hecho
estudios para tratar de averiguar si las extinciones masivas están relacionadas
con estas inversiones, pero aún no hay conclusiones claras al respecto, así que
no tiene sentido preocuparnos demasiado por la próxima,
que llegará más tarde o más temprano.
Pasemos al último fenómeno natural de velocidad superlenta del que
hablaremos hoy. Hace exactamente trescientos años el astrónomo británico Edmond
Halley fue el primero en darse cuenta de que comparando las constelaciones
de entonces con las registradas por los griegos mil seiscientos años atrás (tal
y como hizo Hiparco en su día) se observaban pequeñas diferencias en la
posición de algunas estrellas (también el color y el brillo de los astros
experimentan cambios, pero no nos metamos en detalles). Por tanto, las
constelaciones han ido cambiando de forma
con el paso del Tiempo. La explicación radica en que las estrellas que forman cada
constelación están a muy distintas distancias de la Tierra y se mueven en varias
direcciones a distintas velocidades, aunque tardan mucho en cambiar de posición
aparente por estar tan lejos de nosotros y a lo largo de una vida humana no se
nota la diferencia.
En cuanto a las constelaciones del zodiaco, son aquellas por las que pasa a
lo largo del año la línea imaginaria que une la Tierra y el Sol. Los
babilonios llevaron a cabo hace tres milenios la asignación entre las
constelaciones del zodiaco y los doce meses del año, ignorando ya desde
entonces la constelación de Ofiuco y
algunas otras más pequeñas para que les cuadrase todo mejor. No todas estas
constelaciones tienen el mismo tamaño; por ejemplo, la línea imaginaria apunta
a Virgo durante cuarenta y cinco días y a Escorpio solo durante siete,
pero se escogió a Escorpio antes que a Ofiuco por tener estrellas más
brillantes y una forma más reconocible… En la actualidad el cambio en el eje de
rotación de la Tierra ha hecho que cambien las fechas del año correspondientes a cada constelación,
y por tanto a cada signo del zodiaco. No hace falta decir que este hecho no
afecta para nada a la efectividad de los horóscopos: siempre ha sido nula
y lo seguirá siendo.
Por tanto, podemos concluir que lo que nos cuentan los libros de texto del
colegio sobre cosas aparentemente inmutables como las constelaciones, la
estrella polar, las estaciones, el clima, los polos magnéticos o la forma de
los continentes describe tan solo cómo están ahora mismo; es como una
instantánea del Presente en la evolución de un Mundo siempre cambiante,
aunque no nos demos cuenta a primera vista por ser nuestras vidas demasiado
cortas comparadas con la duración de estos procesos o ciclos.
Con el paso de los siglos el alineamiento de algunas pirámides egipcias
o mayas y de
ciertos monumentos megalíticos,
que señalaban con precisión y de forma a veces muy poética
la llegada de los solsticios o equinoccios, ha perdido en parte su sentido porque
tomaban como referencia las estrellas, la Luna y el Sol tal y como se
comportaban en aquel momento… Estos monumentos, prueba de la destreza de estas antiguas civilizaciones para
predecir el movimiento de los astros a lo largo del año, se quedan obsoletos
tras el paso de varios milenios… Al menos hasta que se complete un ciclo de
larga duración y vuelvan a “dar la hora”
correctamente. Como todavía queda bastante que contar, lo dejamos para la
tercera (y supongo que última) parte de esta entrada. La semana que viene
hablaremos de otros procesos cosmológicos periódicos o casi periódicos de
duración tan grande que incluso los cuatrocientos mil años del ciclo de
Milankovich se quedan minúsculos en comparación.
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