Ya en su día hablamos de la cultura del esfuerzo y de gratificación
aplazada cuando explicamos el Experimento de los Marshmallows,
así que empecemos hoy hablando también de chucherías. La comida basura puede
saciar tu apetito momentáneamente, pero la grasa o el azúcar que pasan durante un
segundo por tus papilas gustativas se quedarán en tus arterias o en tus lorzas
para el resto de tu vida. Hagamos este razonamiento un poco más general: comida
basura, telebasura, ciberbasura…
todas pueden parecer una buena opción a ojos inexpertos, pero sólo lo son a
corto plazo. Los contenidos que para algunos resultan en un momento dado entretenidos
de ver pueden no dejar poso intelectual a la larga, e incluso ser
contraproducentes… Son muchos los que se rinden a la primera de cambio ante la
complejidad de la Vida, y prefieren centrarse en lo fácil pero anecdótico antes
que en lo difícil pero importante. Sin embargo, los que sabemos pensar a largo
plazo podemos reconocer la basura en cuanto la vemos.
La educación es la clave para saber elegir, y se adquiere básicamente en
casa y en el colegio. Los que intentan ser buenos padres o buenos profesores
tienen que luchar diariamente con la televisión, con Internet y con las vallas
publicitarias, que ofrecen a los niños y adolescentes gratificaciones
inmediatas a cambio de comprar tal o cual producto. A las grandes compañías que
diseñan esta publicidad no les importa retorcer la Verdad a su antojo y
presentar modelos de vida totalmente irreales
porque sólo les interesan los beneficios monetarios a corto plazo; que estos
adolescentes se conviertan después en adultos estúpidos o amargados no es más
que un daño colateral. Sin embargo, los buenos padres y profesores tienen una mejor
visión de conjunto, se preocupan por los chicos en lugar de por los beneficios
y por tanto saben lo que les conviene a más largo plazo… Pero incluso para
aquellos que tienen la teoría clara, ponerla luego en práctica cuesta sangre,
sudor y lágrimas, porque se encuentran en inferioridad de condiciones respecto
a las grandes multinacionales, que tienen más tiempo, medios y dinero para hacer llegar sus erróneos mensajes.
Hace un par de días volví a ver La Versión Browning,
una película de Mike Figgis
de 1994, segunda adaptación para la gran pantalla de la obra de teatro de
Terence Rattigan, estrenada originalmente en 1948. El protagonista,
interpretado por un estupendo Albert Finney, es Andrew Crocker-Harris, estricto
profesor de lenguas y literatura clásica en un prestigioso colegio inglés en
régimen de internado. Después de casi veinte años en su puesto el griego y el
latín ya no están en boga, percibiéndose como algo inútil, y, para poder
reestructurar el departamento de lenguas y con la excusa de una dolencia
cardiaca que padece, la dirección del colegio le obliga a retirarse anticipadamente sin
poder cobrar una pensión decente. Además su esposa Laura, bastante más joven
que él y cansada de sus escrúpulos a la hora de medrar, se siente insatisfecha
en el matrimonio y le engaña con otro profesor.
Para colmo, no sólo la inmensa mayoría de los alumnos sino también gran parte
de la junta directiva están obsesionados con los partidos de cricket
que se juegan en los campos del colegio, partidos muy vistosos de cara a las
visitas de los padres que, no lo olvidemos, son los que pagan las elevadas cuotas
mensuales. Hay en la película un joven profesor de educación física que también
abandonará el colegio al final del curso para dedicarse profesionalmente al
cricket, y que despierta muchas más simpatías entre el alumnado, con lo que el
director le pide a Crocker-Harris que le ceda el puesto que le corresponde por antigüedad, para que sea el ídolo
de masas el que dé el último discurso de despedida.
El protagonista se nos presenta como un profesor de la vieja escuela,
basada en una férrea disciplina y un riguroso cumplimiento de las normas. Aunque
este personaje me sirve para hablar en el blog de los buenos profesores, lo que
vemos en la película no nos hace pensar que su método de enseñanza sea precisamente
modélico. No se nos cuenta si ha sido siempre así o si tal vez antes era más idealista;
quizás con el paso de los años se ha ido desencantando poco a poco, y se desquita
de las injusticias recibidas por parte de sus superiores y de su mujer siendo
excesivamente estricto con los alumnos. Lo que sí nos queda claro en varios
momentos es que, por muy duro y frío que sea su exterior, el profesor es una
persona justa y con principios que alberga en su interior, sin dejar que se
manifieste, un gran cariño por sus alumnos.
Hay una escena muy interesante de la peli en la cual se nos muestra lo
difícil que es educar correctamente: en ella Crocker-Harris está declamando un
pasaje del Agamenón de Esquilo
ante los alumnos, y por unos instantes aflora claramente al exterior la pasión que siente
por los grandes clásicos. Los chavales escuchan atentos, sus ojos más y más abiertos,
como platos, aguardando al clímax del pasaje… cuando de repente suena el timbre:
la última clase del curso ha terminado
y la magia del momento se ha roto. El Mundo es complicado y hace falta tiempo
para transmitir tus conocimientos a otras personas de manera adecuada, tiempo
del que muchas veces no disponemos en esta época de prisas y poca paciencia.
El ser humano es intelectualmente perezoso por naturaleza y, por poner un ejemplo, las reglas de
un deporte son siempre más fáciles de entender que las grandes cuestiones
filosóficas, razón por la cual las primeras levantan más pasiones, aunque sean
pasiones muy superficiales… La presión social tampoco ayuda mucho a los amantes
del pensamiento, que siempre estarán en clara minoría numérica respecto a las
masas de fans del cricket.
Al final de la película (¡Ojo! Spoilers en el resto de este párrafo) el
viejo profesor se da cuenta de que no merece ser tratado de esa manera, pone
las cartas sobre la mesa con su mujer pidiéndole la separación y reclama ante
el director su legítimo derecho a pronunciar el último discurso, en el cual tiene el
valor de reconocer ante todos que ha fracasado en su misión como docente
y pide perdón a sus alumnos por ello, aunque reconoce que no sabe si él mismo
podrá perdonarse algún día… La gran ovación recibida al finalizar el discurso da
a entender sin lugar a dudas que Andrew no ha fracasado del todo.
Hasta aquí, lo relacionado más directamente con la película… Como me quedan
bastantes otras cosas por comentar, he decidido partir esta entrada en dos, para
que no resulte demasiado larga, y hacer un paréntesis. La próxima semana hablaremos de la diferencia
entre buenos profesores y “profes colegas”, y veremos que los personajes
anónimos que trabajan duro sin esperar ningún reconocimiento a cambio son sin
duda los mayores héroes.
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