Mi piso tiene
un par de balcones que se asoman a la calle y, por el lado opuesto, una galería
con un gran ventanal que da al patio interior de mi manzana, formado en su
mayor parte por los tejados de uralita de antiguos talleres y almacenes en
desuso, sobre los que caminan despreocupados varios gatos a manchas negras y
blancas. Aunque no tan grande como otros espacios interiores de la zona del
ensanche, es un patio bastante amplio que permite a los habitantes de los
distintos edificios pasar algo de tiempo en los balcones y terrazas sin tener
demasiado cerca a los vecinos de enfrente. Aun así, esto no impide que
tendiendo la ropa, ventilando, echando un vistazo al cielo en busca de nubes de
lluvia, corriendo y descorriendo las cortinas o simplemente asomándote para
desconectar un rato de tus quehaceres diarios tengas ligeros atisbos de la vida cotidiana de tus vecinos, de
manera que en estos últimos años he llegado a hacerme una composición de lugar
de quiénes viven al otro extremo.
Como ya digo, se
pueden ver desde mi piso un par de terracitas interiores en las que a menudo
hay niños jugando a la pelota, pero la gran mayoría de vecinos aparecen
enmarcados por ventanas y son los menos los que disponen de un pequeño balcón,
bien porque venía de serie o bien porque se hicieron reformas. Está por ejemplo
la mujer de cincuenta y tantos, bien vestida y maquillada, que suele desayunar
igual de pronto que yo; o la señora rolliza de mofletes sonrosados y sonrisa
permanente, con un marido raquítico y tres o cuatro hijos pequeños, que tiene siempre
tendidos un montón de pantalones y camisetas; o la vecina de las piernas
estupendas que, cuando llega el verano, suele salir de vez en cuando al balcón
con un pantaloncito muy corto y se sienta en una tumbona a que se le pongan
morenos los muslos mientras lee un libro…
Sé que en este
tipo de casos está feo quedarse mirando demasiado rato, y os aseguro que yo
intento controlar mis instintos de voyeur,
pero he de reconocer que hubo una ocasión en la que fui incapaz de apartar la
mirada: se trataba de otra vecina, algo regordeta pero con cierto atractivo,
que vive con su pareja un piso por encima de mi altura, justo enfrente de mi
edificio. El día al que me refiero esta chica había tendido algo de ropa y, ya
sea porque tenía prisa, o calor, o ambas cosas, salió a recogerla desnuda de
cintura para arriba, inclinándose varias veces sobre las cuerdas con sus
grandes pechos bamboleándose hacia delante y hacia atrás… Fueron apenas diez
segundos en total, pero durante ese tiempo no pude apartar mis ojos de ella; no
tanto por lujuria, sino más bien por el shock absoluto del momento… Era una
situación tan inesperada que no podía creer que estuviera sucediendo de verdad.
Habréis notado
que la mayoría de mis comentarios se refieren a mujeres, pero no es porque me
fije sólo en ellas; es porque tengo comprobado que o enfrente de mi ventana
viven más mujeres o, por la razón que sea, suelen salir más al balcón que los
hombres… Pero también hay infinidad de detalles en la fachada opuesta que
llaman la atención sin que haya personas de por medio. Por ejemplo, uno de los
pisos está de reformas desde hace unas semanas y las ventanas están
completamente picadas y abiertas, con unos marcos de aluminio apoyados contra
las aberturas desde hace ya muchos días. Supongo que en este caso es una
situación temporal, pero hay otra vivienda que me genera bastante desasosiego
cada vez que la miro: no cabe duda de que está deshabitada desde hace al menos
dos o tres años, y al parecer el último ocupante tuvo un despiste y olvidó
cerrar una de las ventanas antes de irse, lo que ha dado lugar a un continuo
flujo de palomas entrando y saliendo, con la consiguiente acumulación de
excrementos en los marcos y en el alféizar… No quiero ni imaginarme cómo estará el piso por dentro a estas
alturas.
Y ya que
hablamos de animales: más que desasosiego, fue directamente una sensación de
alarma la que experimenté hace unos meses al descubrir que un montón de abejas
se habían congregado en torno a una grieta de la fachada, junto a otro piso
también aparentemente vacío. A día de hoy sigue habiendo un continuo entrar y
salir de abejas por la grieta; deben haber construido su colmena en el hueco de
la pared, o peor aún, dentro del piso. Sé que debe haber algún número del
Ayuntamiento al que poder dar parte en estos casos, pero francamente yo voy
siempre liadísimo de faena, así que lo he ido posponiendo semana tras semana;
supongo que si no han llamado ya los vecinos del otro lado es porque las abejas
no les dan muchos problemas… o eso espero.
Otro de los
detalles de los que eres consciente sólo al cabo de unos años es que en este
barrio hay bastante rotación en cuanto a inquilinos y propietarios; esto lo he
comprobado de primera mano con los vecinos de mi propia escalera, pero también
lo he notado mirando por la ventana. Había por ejemplo una chica joven, que por los rasgos de la cara
debía ser de Europa del Este, que compartía piso con un compañero y una
compañera; muchas noches podía ver a través de una de sus ventanas su perfil
iluminado mientras se preparaba la cena, cortando verduras y manejando sartenes
y cacerolas… Se convirtió en una imagen tan cotidiana, tan familiar, que el
mero hecho de dar un vistazo rápido desde mi cocina y saber que ella estaba
allí me resultaba muy agradable, me transmitía una extraña sensación de paz y
tranquilidad. También se me hizo extraño, aunque esta vez en el mal sentido de
la palabra, dejar de ver su cara en la ventana hace cosa de un año y suponer que
se había mudado a otro sitio. Es raro echar de menos a alguien a quien
prácticamente no conoces y con quien no has hablado nunca.
Otro de los
apartamentos de enfrente, un poco más hacia la derecha y hacia arriba, en el
último piso, lo ocupó durante un tiempo una conocida mía con su novio, y
también desaparecieron los dos de un día para otro, aunque todavía no me la he
vuelto a encontrar y por tanto no he descubierto cuál fue el motivo de la
mudanza (es conocida pero no amiga íntima, así que no hay tanta confianza como
para pedir su número o mail a alguno de nuestros amigos comunes y preguntárselo
directamente). Luego está el caso de los que yo llamaba “la pareja de cursis”,
esta vez algo más hacia la izquierda, que tuvieron colgada durante un par de
años en la pared del distribuidor, claramente visible desde nuestro lado, una
foto del día de su boda lo suficientemente grande como para poder decir sin
lugar a dudas que uno de los dos era realmente hortera… Hace varios meses que
sólo lo veo a él pasando por delante de la puerta del balcón; ni rastro de ella
o de la fotografía a tamaño natural.
Quiero
detenerme con un poco más de detalle en el último ejemplo de lo volubles y
cambiantes que son las cosas en esta zona de la ciudad… Se trata de un piso
casi, casi delante del mío, bastante más reformado que los demás de su finca y
también bastante más bonito de aspecto. Alguien decidió, antes de que yo me
mudara aquí, tirar la pared que daba al patio interior y convertir una de las
ventanas en un balcón abierto en el que cabían, si bien algo apretadas, una
mesita y unas pocas sillas para sentarse a la fresca. Desde que vivo aquí, si
no recuerdo mal, han pasado por ese piso tres parejas, todas con
características bastante similares y me atrevería a decir que también con historias
bastante similares. Os resumiré el caso de los últimos ocupantes, aunque podéis
haceros a la idea de que las otras historias son prácticamente iguales salvo
pequeños cambios…
Se trataba de
una pareja relativamente joven, de unos treinta y tantos, de aspecto
estudiadamente descuidado, algo bohemio pero sin pasarse. Ella era atractiva y
sexy sin llegar al nivel de top model:
lo que en algunos casos se suele llamar (y a nosotros aquí nos viene al pelo)
la vecinita de enfrente. Ambos tenían pinta de ser gente agradable; seguro que
me habrían caído bien si hubiera llegado a conocerlos. Tenían la costumbre de
pasar mucho tiempo en el balcón, fumando los dos sentados a la mesa, incluso en
los meses de más frío; no sé si para rentabilizar el dinero que habían pagado, porque
a su casero no le gustaba el olor a humo dentro o porque realmente les apetecía
hacerlo. De vez en cuando celebraban alguna fiesta multitudinaria que duraba
hasta altas horas de la madrugada, y por la pinta de los asistentes me
atrevería a decir que alguno de los dos pertenecía al mundo del arte, tal vez
del teatro o de la pintura. Muy a menudo se les veía realizando pequeños
cambios en la decoración del balcón: pintando las paredes de otro color,
colgando farolillos y guirnaldas de colores o espejos con marcos muy
historiados, cambiando el diseño de la barandilla, añadiendo macetas nuevas o enredaderas
en el techo…
Desde hace
unas pocas semanas era sólo él el que salía a fumar un pitillo de vez en
cuando, con una expresión neutra en la cara que no dejaba entrever exactamente
qué es lo que había sucedido. Yo me preguntaba si habrían roto o si eran otras
las razones por las que ella estaba ausente de la casa a la que había dedicado
tanto tiempo y esfuerzo. Pensé que tal vez se había ido por compromisos
laborales en otro lugar, pero descarté esa opción cuando la vi, una sola tarde,
de vuelta a la mesita del balcón, cigarro en mano, conversando con él bastante
seria. La verdad es que me ha dado más pena que con los cursis, porque
hasta hace bien poco daba la impresión de que eran una pareja realmente feliz… Estos
últimos tres o cuatro días ya no he visto a nadie en el balcón, y las luces
permanecen apagadas al anochecer. Mirando a través de mi ventana, a la
oscuridad donde antes había luz de farolillos reflejada en varios espejos, mi
mente empieza a divagar, y caigo en la cuenta de que una vez, hace
tiempo, mis vecinos también pudieron ver a una mujer joven y guapa andando por la
galería de mi piso durante unos meses… Me pregunto cómo me describirían ahora
mismo, cómo resumirían mi historia en un par de frases mis vecinos de enfrente.
2 comentarios:
ACTUALIZACIÓN:
Tengo que daros una buena noticia respecto a la pareja bohemia de enfrente: estos últimos días los he vuelto a ver a los dos varias veces, charlando tranquilamente sentados en el balcón. Parece ser, por tanto, que siguen juntos y que mis conclusiones eran algo apresuradas... Ya sé que este final feliz le resta fuerza dramática a mi relato, pero yo siempre he intentado ser fiel a este lema: nunca dejes que una buena historia te estropee la verdad. Me alegro por ellos.
¡Saludos desde este lado del patio interior!
Y MÁS ACTUALIZACIONES:
Esta mañana al descorrer las cortinas me he quedado de piedra, me he tenido que frotar los ojos para asegurarme de que mis legañas no me estaban engañando: en lugar del agujerito por donde salían las abejas hay ahora un agujerazo de casi medio metro de diámetro... Me quedo más aliviado sabiendo que ya no hay peligro, pero me pregunto cómo habrán podido hacerlo, porque ese punto de la fachada no es fácilmente accesible. ¿Se habrán descolgado desde la azotea? Debe haber sido todo un espectáculo...
¿Seguiremos informando? Si la cosa sigue tan interesante como hasta ahora, quién sabe...
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