Seguimos hablando de preservación del Arte en tiempos de guerra, pero esta
vez avanzamos unos pocos años, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En
su día os comenté en el blog que los nazis no sólo se dedicaron a realizar una
limpieza étnica, sino también una limpieza de las bibliotecas
para eliminar cualquier posible recuerdo de las personas a las que mataban o
querían matar… A la quema de cadáveres y de libros se añadía además la de
cuadros, de la que hablaremos hoy. Tenemos constancia de que Adolf Hitler y sus
lugartenientes eran ávidos coleccionistas de obras de arte, y de que allá donde
llegaban en su conquista de Europa se dedicaban a buscarlas y recopilarlas. Por
ejemplo, en París, el Museo del Jeu de Paume, en
el Jardín de las Tullerías, se utilizó para almacenar y catalogar todas las
obras de las colecciones privadas saqueadas (las de los museos importantes se
habían puesto a salvo a tiempo), y Hermann Goering
hacía frecuentes visitas para elegir las que se trasladarían a Alemania.
También conocemos el proyecto (que no se llegó a realizar) del Museo del Führer
en Linz, muy cerca del pueblo natal de Hitler en Austria, con cincuenta kilómetros
de galerías que estarían repletas del mejor Arte…
La primera impresión que podemos tener al leer esto es la de que Hitler sí
amaba el Arte, pero su apreciación del mismo era bastante obtusa y estrecha de
miras. En primer lugar, se consideraba como buenas las piezas representativas
del arte germánico europeo, y se seleccionaban según este criterio,
eliminándose las obras de las razas “inferiores” como la judía o la eslava,
indignas de la cultura aria. A los pintores abstractos, cubistas o modernistas
como Picasso también los consideraban degenerados,
destruyendo sus cuadros. En segundo lugar, las obras se requisaban por la
fuerza a sus legítimos dueños sin importar quiénes fuesen, con especial saña en
el caso de coleccionistas judíos como la familia Rothschild. Y en tercer lugar,
como veremos luego, llegó un punto en el que Hitler decidió que incluso las
obras seleccionadas no serían de nadie si no podía conservarlas en su poder…
Pero no adelantemos acontecimientos.
En julio de 1944 se crea en el
bando aliado el grupo de los Monuments Men, compuesto inicialmente por unas diez personas, principalmente
historiadores, directores de museos y
especialistas en Arte. Entraron por Normandía y se separaron, viajando a distintos
puntos de Europa que iban siendo recuperados por los ejércitos aliados, algunos
de ellos peligrosamente cerca del frente. Sus objetivos eran evitar en la
medida de lo posible que se bombardearan o destruyeran lugares de interés
histórico o artístico, e impedir el expolio cultural nazi averiguando el paradero de las obras robadas para restituirlas a
sus legítimos dueños, ya fueran museos, iglesias o particulares. Su
participación en la Guerra fue el germen de libros como el de Robert M. Edsel, escrito
hace pocos años, en el cual se basó a su vez George Clooney para dirigir una película.
Con el tiempo
llegarían a colaborar con los Monuments
Men un total de trescientas cincuenta
personas de trece nacionalidades diferentes: estadounidenses, ingleses,
franceses, judíos alemanes… Gracias a una ardua labor de investigación y
también a algún que otro golpe de suerte, fueron encontrando una gran cantidad
de las obras requisadas, que habían sido escondidas por los nazis en minas de sal o de cobre, en castillos, o en lugares
más insospechados, como una simple granja… Al acabar la Guerra dos de los Monuments
Men del equipo original habían muerto en acto de servicio, pero a cambio miles
de cuadros y esculturas habían sido recuperadas. Aunque la mayoría de piezas
volvieron a su lugar de origen, otras muchas aún no han sido devueltas a los legítimos herederos
hoy en día, a pesar de conocerse perfectamente su paradero, y han sido causa de
procesos judiciales… Otras doscientas mil obras siguen desaparecidas, sin saberse a ciencia cierta si están ocultas o si fueron
destruidas en la Guerra.
Que los Monuments Men hicieran su trabajo bien y sobre todo deprisa empezó
a ser realmente importante a partir del 19 de marzo
de 1945. Ese día, y consciente de que la derrota alemana era cada vez más
probable, Hitler firmó la Orden sobre Demoliciones, posteriormente conocida
como Orden Nerón, según la
cual, en caso de retirada, debía destruirse todo recurso aprovechable antes que
dejar que cayera en manos de los aliados, lo que incluía los edificios
estratégicos y por tanto, de forma implícita, los monumentos y museos y las
obras de arte que contuvieran. Esta política de tierra quemada ponía claramente
de manifiesto la locura de Hitler: si Europa no podía ser suya, entonces no
sería de nadie. De todos modos, para muchas ciudades del continente ya era tarde,
porque habían sido sometidas a intensos bombardeos durante el conflicto.
El caso de París es bien distinto: se había rendido relativamente pronto,
en 1940, por lo que sus bellos edificios y museos seguían intactos cuando Dietrich von Choltitz fue nombrado
gobernador militar de la ciudad el 20 de julio de 1944. Faltaban varios meses
para la firma de la Orden Nerón, pero ya el día de su nombramiento Hitler le
dio personalmente a Choltitz instrucciones de no entregar París sin arrasarla
primero, volando los puentes sobre el río Sena y otros palacios y monumentos
como la Ópera, los Inválidos, la Torre Eiffel, Notre-Dame… A finales de agosto
de 1944, el avance de la Segunda División Blindada Francesa sobre la ciudad
forzó a Choltitz a aceptar la rendición, siendo detenido por los exiliados
republicanos españoles de la Compañía Nueve
y llevado ante el general Philippe Leclerc el día 25. En el momento de su
detención ya se habían colocado explosivos en varios de los puntos acordados,
pero la cuestión es que al final no se hicieron detonar, a pesar de que hubo
tiempo de sobra para ello en la noche del 24 al 25.
No están claras las razones por las que Choltitz desobedeció las órdenes de
Hitler; hay quien piensa que, viéndose perdido de todas formas, decidió no
activar los explosivos para poder atribuirse el mérito y así evitar posibles
represalias por parte de la Resistencia Francesa… Pero también es posible que
sencillamente se diese cuenta de que Hitler no estaba en sus cabales, y de que
era absurdo obedecer y destruir sin motivo (más allá del puro odio irracional)
una de las ciudades más bellas de la Historia. Cuenta la leyenda que Hitler, al
conocer la entrada de las tropas aliadas, preguntó: ¿Arde París?
No quiero ni pensar cuál fue su reacción al enterarse
de que Choltitz había ignorado sus instrucciones.
La destrucción de patrimonio en conflictos bélicos no acabó con el fin de
la Segunda Guerra Mundial, y se sigue produciendo incluso hoy en día…
También se habían dado muchos otros casos con anterioridad,
y de hecho durante la guerra contra las tropas de Napoleón sucedió en Valencia
algo que recuerda bastante a la Orden Nerón (otro día os cuento con calma la
historia del Palacio Real)… Pero al menos podemos alegrarnos de que el destino
de París no fuera el mismo que el de otras muchas ciudades a lo largo de la
Historia. Desenlaces felices como el del 25 de agosto de 1944 ocurren de vez en
cuando gracias a individuos con sentido común que, más allá de bandos y de
obediencias ciegas, saben reconocer la auténtica Belleza
cuando la ven, y además saben que es auténtica porque nos pertenece a todos, no
sólo a unos pocos.
La Belleza con mayúsculas se percibe de verdad cuando se llega a la
convicción de que la idea que representa es mucho más grande e importante que
uno mismo, y de que vale la pena arriesgarse por ella aunque uno mismo no pueda
llegar a disfrutarla; esto lo entendieron muy bien Timoteo Pérez Rubio y los
demás republicanos que escoltaron el tesoro artístico español hasta Ginebra en
1939… Defender la Belleza es un acto desinteresado y altruista, incompatible
con obsesiones enfermizas como la de Hitler por poseerlo todo. Este mismo
razonamiento podría trasladarse al terreno de los afectos personales: si
realmente amas a una persona, lo único que quieres es que sea feliz incluso
aunque tú no lo seas, aun estando ella con otro que le convenga más; el
bienestar de la otra persona compensa tu sacrificio personal
porque tus sentimientos hacia ella son auténticos… Y luego en el otro extremo
está la gente egoísta, celosa y posesiva, capaz hasta de matar a su pareja para
que no pueda estar con nadie más; esa gente no ha aprendido nada en absoluto
sobre la Belleza, y nunca han
amado a nadie que no fuesen ellos mismos.
Respondamos una última pregunta: ¿Hay una verdadera distinción entre arte
degenerado y verdadero Arte? Desde luego, no tal y como la comprendían los
nazis. El Arte refleja la esencia de lo mejor que hay dentro de nosotros en
cada grupo humano, en cada lugar y en cada época, de una punta a otra del
Mundo, desde las pinturas rupestres de hace treinta mil años hasta las obras
más recientes… Es un reflejo de nuestra Historia como especie, y la Belleza de
nuestra especie radica precisamente en su complejidad, así que debemos aceptar
y valorar la maravillosa diversidad de nuestro Arte
aunque no coincida con los gustos personales de cada uno. La herencia artística
recibida de las generaciones anteriores nos ayuda a elevar nuestros espíritus todavía más alto y es, en su gran
complejidad, patrimonio de todos. Tenemos que darnos cuenta de que somos todos hermanos,
y de que nuestra diversidad cultural no debería ser motivo de luchas entre nosotros,
sino algo de lo que sentirnos todos muy orgullosos.
3 comentarios:
No conocía esa historia Kalonauta.
La verdad hubiese sido terrible que destruyeran París cumpliendo la dichosa "orden Nerón",efectivamente demuestra el poco aprecio que tenía por la belleza el imbécil de Hitler . Me apunto también a ver la película del Clooney (tampoco conocía la historia de los Monuments Men). Y con respecto al arte, ya hablaremos e intercambiaremos puntos de vista cuando nos veamos. UN abrazo amigo
Hola, Ernesto :-)
Yo vi la película de los Monuments Men justo antes de escribir esta entrada, para documentarme... Cinematográficamente hablando tampoco es nada del otro mundo, pero para enterarse de lo que pasó está bien... Entretenidilla, vamos. En el guión cambiaron un par de detalles de la historia real, pero en general es bastante fidedigna respecto a la información disponible.
En los propios enlaces de estas dos entradas puedes acceder a dos documentales que están colgados completos en YouTube: el de las Cajas Españolas y el de los Monuments Men. Y además hay al menos otras dos películas relacionadas con este tema, que no he visto todavía: "¿Arde París?", de René Clément, de 1966, y "Diplomacia", de Volker Schlöndorff, de hace un par de años... Las dos tienen buena pinta, no me importaría verlas en cuanto tenga algún rato libre.
¡Un abrazo, Ernesto, gracias por comentar! ¡Nos vemos por las calles!
¡Se me olvidaba! El comentario de Ernesto le da derecho a la penúltima de las pistas sobre mis comentarios ocultos... Éste podéis buscarlo en diciembre de 2013. ¡Qué despiste! :-)
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