Hoy quiero detenerme a relatar un episodio de la Guerra Civil Española que
tal vez muchos de vosotros desconozcáis: se trata del salvamento del tesoro artístico nacional por parte de la República. Pocos
días después del alzamiento nacional en julio de 1936, y tras varios incidentes
en los que resultaron destruidas obras de arte religiosas en distintas iglesias
y palacetes, el legítimo gobierno republicano, y más concretamente la Alianza
de Intelectuales Antifascistas, creó la Junta de Protección del Patrimonio para
evitar que se produjeran más incendios y actos de saqueo que afectasen al
patrimonio artístico y cultural del país.
Con el paso
del tiempo el frente de batalla se fue acercando a Madrid, y el
gobierno republicano empezó a plantearse la posibilidad de evacuar el tesoro
artístico de los principales museos madrileños y poner
los cuadros y esculturas más importantes a salvo de los bombardeos de las
aviaciones alemana e italiana, que tenían como objetivo, entre otros, el Hotel
Savoy, justo enfrente del museo de El Prado. El cartelista valenciano Josep
Renau era por entonces el Director General de Bellas Artes y se encargó de las
tareas de coordinación. De este modo se produjo a lo
largo de varios meses, a partir de noviembre de 1936, el traslado
de las obras de arte a Valencia,
una zona más alejada del combate.
Fueron
un total de casi dos mil cajas, cuidadosamente embaladas para proteger los
cuadros de los golpes, la lluvia o la humedad, transportadas por unos veinte
convoyes de camiones militares (recurso, por cierto, muy necesario en aquella
época en Madrid para otros menesteres). Cada viaje de trescientos cincuenta
kilómetros entre ambas ciudades se hizo a una velocidad media de 15 km/h, con
una duración total de veinticuatro horas. Aparte de los innumerables controles
en el camino, los convoyes tuvieron que superar multitud de dificultades:
se intentaba viajar de noche y con las luces apagadas, para evitar ser objetivo
de los aviones que sobrevolaban la zona, y en algunos túneles y puentes
cubiertos como el de Arganda hubo que descargar los cuadros grandes, que no
pasaban por altura, y transportarlos con rodillos o a pulso.
Las
cajas estuvieron un tiempo en Valencia, por entonces sede del gobierno
republicano, almacenadas en la planta baja de las Torres de Serranos
y en la Iglesia del Patriarca. El arquitecto de El Prado, José Lino Vaamonde,
se encargó de acondicionar los edificios, convirtiéndolos en dos auténticos
bunkers, con distintas capas de hormigón armado, cáscara de arroz, tierra suelta
y sacos terreros, aparte de las propias bóvedas de los edificios, para proteger
la obras de cualquier bombardeo. El tesoro artístico estuvo aquí hasta finales
de 1937, y posteriormente, huyendo de la destrucción que se acercaba a nuestra
ciudad por el avance de las tropas de Franco, pasó primero a Barcelona y luego a
los castillos de Perelada y San Fernando en Figueres y a la mina de talco de La
Vajol, a doscientos cincuenta metros de profundidad.
En
este periplo hacia el norte las cajas acompañaron en todo momento al gobierno
de la república, que se vio cada vez más acorralado hasta su práctica
disolución al llegar a la frontera con Francia. En aquel momento el pintor Timoteo Pérez Rubio era el
responsable del tesoro artístico, y a pesar del caos reinante, y aun sabiendo
que habían perdido la guerra, se esforzó al máximo para que las obras salieran
de España a salvo. Las famosas Cajas Españolas de las que todo el mundo hablaba
ya, patrimonio no sólo de España sino del Mundo entero, pasaron en febrero de
1939 a Perpiñán, y desde allí viajaron en tren a Ginebra. Cuando Suiza
reconoció oficialmente al gobierno de Franco los republicanos no tuvieron más
remedio que ceder la custodia de las obras a los nacionales. En agradecimiento
por su labor, a Pérez Rubio y a su equipo se les ofreció el perdón a cambio de
jurar lealtad a los vencedores y compartir con ellos sus amplios conocimientos
en la materia, perdón que él rechazó, junto con algunos compañeros que prefirieron
también el exilio antes que agachar la cabeza.
El
nuevo régimen de Franco acordó con Suiza que los cuadros se exhibieran en
Ginebra, en una exitosa exposición que duró tres meses, y justo entonces, en
verano del 39, Hitler invadió Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial. Ante
el riesgo de que el caos se extendiera desde el norte, se aceleraron las
gestiones para traer las obras de vuelta a España. En este caso fue el muralista
catalán Josep Maria Sert, enviado por el gobierno franquista, el que con sus
esfuerzos consiguió que, tres años después de su salida, las cajas retornasen a
Madrid en tren. Gracias a la gran labor realizada por los especialistas del
gobierno republicano volvieron todas las obras sin faltar una sola, y además en
muy buen estado de conservación. Los estudiosos a nivel internacional
consideran que éste es el tesoro artístico más grande y valioso
que se haya transportado jamás de una sola tacada.
Hasta aquel
momento la recomendación en cuanto al patrimonio pictórico y escultórico en
caso de conflicto bélico era la de mantener las obras en su lugar y tratar de
protegerlas in situ, pero lo acertado de las decisiones tomadas en el caso español
hizo que se cambiaran los protocolos de actuación en otros países europeos, y
que se dieran casos similares de evacuación de arte, a menor escala, durante la
Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en el seno del régimen franquista este
episodio fue inicialmente silenciado, y hubo quien incluso acusó a los republicanos
protagonistas de haber intentado sacar un beneficio personal con las obras, cuando
lo cierto es que Timoteo Pérez Rubio y sus compañeros se quedaron tirados en
Ginebra sin patria a la que volver y sin un duro en el bolsillo… No fue hasta muchos años después que
se reivindicó la labor de estas personas, auténticos héroes que comprendieron
que salvar el Arte, la Belleza, era una prioridad aun a riesgo de perder sus
propias vidas.
Si
queréis conocer más detalles de toda esta historia os recomiendo que veáis Las Cajas Españolas,
un documental dramatizado muy interesante rodado en 2004 por Alberto Porlan. La
semana que viene seguiremos hablando de Arte en tiempos de guerra, pero dejaremos
atrás Madrid y Valencia y la contienda española y nos trasladaremos al norte, a
ciudades como Berlín y París, bajo el dominio de Adolf Hitler.
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