Llegamos hoy a la conclusión de la trilogía sobre la Belleza real
y aparente de las mujeres (intentaré que en cuanto a nivel de calidad en
comparación con las entregas anteriores se acerque más a El Señor de los
Anillos que a The Matrix, por ejemplo). Tras haber hablado de maquillaje,
depilación, tatuajes e implantes mamarios, nos centraremos ahora en lo
relacionado con la ropa y el calzado. No entraré a hablar de la obsesión de
algunas mujeres (y también, no es la primera vez que lo digo, de cada vez más hombres) por comprar ropa de manera compulsiva
para intentar llenar (sin éxito, por supuesto) el vacío existencial que sienten
en su vida; otro día hablaremos un poco más
del consumismo desmedido, sus posibles causas y sus terribles consecuencias.
En coherencia con la línea de las dos entregas anteriores, soy
partidario ante todo de una forma de vestir cómoda y práctica (no desees para
los demás lo que no quieras para ti mismo). Permitidme dejar bien clara una
cosa: esto no significa que me atraigan las mujeres que van por ahí vestidas
como un adefesio… vestir de manera
práctica y sin perder mucho tiempo no está reñido con tener estilo; una vez
más, todo es cuestión de alcanzar el equilibrio justo. Este punto de la funcionalidad
enlaza directamente con la disyuntiva entre pantalón y falda:
aunque las dos opciones me parecen bien, a mí personalmente me parece más
cómodo para ellas el pantalón. Hay quien piensa que puede resultar poco
femenino, pero yo creo que, bien utilizado, aporta un toque de personalidad
que puede ser muy atractivo.
Uno de los looks que personalmente más me gustan es el de pantalones vaqueros
combinados con blusa blanca, cazadora y botas de tacón bajo (¿Os he hablado
alguna vez de aquella compañera mía de clase de cuando tenía trece años?).
En cuanto a la falda, algunas amigas comentan que es más fresquita para los meses de verano, pero yo
sigo opinando que tiene desventajas: tienes que depilarte las piernas más a
menudo (a la entrega anterior me remito) y sobre todo has de tener más cuidado
con cómo te sientas, o con esas
ráfagas de viento traicioneras… Por ejemplo, un look faldero que me gusta
bastante es el look 15M (pero 15M de gama alta, en equilibrio a medio camino
entre lo hippijo y lo perroflauta), aunque la verdad es que las compañeras con
falda tienen que estar muy atentas para sentarse en el suelo sin que se les
vean las braguitas (si tienes un bolso para tapar estratégicamente la zona no
hay problema, pero si no lo tienes estás perdida).
Hablemos ahora de las tallas de la ropa en general: una chica
inteligente elegirá prendas ligeramente holgadas, o de la talla justa para
realzar su figura sin dejar de ser cómodas, pero no ropa demasiado ajustada que
pueda incluso resultar dolorosa y cortar la circulación (a la larga aparecerán
varices y otras complicaciones;
éste es un ejemplo más en el que lo que parecía una solución se convierte en
parte del problema). Volviendo una vez más al tema de las mujeres que no tienen
ni idea y creen que más apretado siempre es mejor, alguien que las quisiera
bien debería decirles que a veces en vez de realzar su figura lo que hace esta
ropa es generar en su cuerpo dos (y a veces incluso tres) cinturas
artificiales, asemejándolas más bien a una ristra de morcillas. Y, por último,
pocas cosas me parecen más chabacanas y poligoneras que unos pantalones demasiado
ajustados que prácticamente no dejan lugar a la imaginación en según qué zonas:
es lo que mis amigos del grupete de música llaman “pantalones de sordomuda”… no
entro en detalles, ya me entendéis. Muy en sintonía con lo anterior, soy también
partidario de un calzado cómodo y con poco tacón, y nunca he podido entender a
las mujeres que estrenan zapatos para ir a una fiesta y se pasan la noche
quejándose de lo que les duelen los pies
o de haberse torcido un tobillo
en lugar de bailar y divertirse. En mi opinión, las personas que están más
pendientes de lo que los demás piensen de ellas que de vivir sin duda han
perdido el rumbo; la falta de sentido común no es sexy.
Para acabar, un ejemplo bastante ilustrativo (aunque,
afortunadamente, ya casi parte del pasado) de las tonterías que se pueden
llegar a hacer por seguir las modas es el corsé:
muchas mujeres lo utilizaron entre los siglos XVII y XX para lucir una cintura
de avispa, sin importarles el hecho de que empujaba los pulmones hacia arriba y los intestinos hacia abajo,
produciendo a la larga problemas de salud para ellas… y en algunos casos
consecuencias incluso peores.
Podréis pensar que es un ejemplo un poco extremo, pero estoy seguro de que hoy
en día se hacen cosas más estúpidas que ésta. Como cierre al tema de los
corsés, quisiera citar el inicio de la peli Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, en la que una
Alicia ya de 19 años y con dos dedos de frente trata de explicarle a su madre
por qué no se ha puesto el corsé ni las medias: “¿Quién dicta lo que es
apropiado? ¿Si se pusiera de moda colocarse un besugo en la cabeza te lo
pondrías? Para mí un corsé es como un besugo”.
Creo que con esto ya tenemos información suficiente para ir
directos a las conclusiones finales de esta entrada triple. Ya sabéis que a mí
me gusta fijarme en los detalles, hallar correlaciones y buscar patrones que me
permitan sacar conclusiones fiables acerca del Mundo: pues bien, he notado que
las mujeres que van muy arregladas por regla general también suelen fumar…
y la verdad es que no me extraña, aunque todavía no sé cuál es la causa
principal del stress que necesitan eliminar. Podría ser por los moscones que
tienen que quitarse de encima con frecuencia, pero también por la
responsabilidad adquirida de tener que estar siempre perfectas, o porque el
tiempo perdido en estar bien arregladas hace que luego tengan que correr más
para hacer otras cosas necesarias en el día a día. Me da pena que tal vez la
obsesión por un exterior atractivo, alimentada por una publicidad, televisión y
cine irresponsables que no
ofrecen modelos cercanos a la realidad, sea culpable de esos pulmones negros,
por no hablar de otros desórdenes de tipo digestivo relacionados con las
dietas: tenemos por tanto cada vez más mujeres hermosas por fuera y feas por dentro.
Y no sólo feas por dentro desde el punto de vista fisiológico, de la salud,
sino también en lo que respecta a la mente y al espíritu, ya que muchas veces
el tiempo empleado en acicalarse se le roba a otras actividades más productivas
a la larga como leer un libro, ver una buena película o cualquier otra que nos
permita ampliar nuestros conocimientos o afianzar nuestra escala de valores y,
en definitiva, hacernos personas más felices y seguras de nosotras mismas.
En resumen, tenemos que saber aceptarnos tal y como somos, tenemos
que entender que el aspecto, la apariencia, no es lo único que importa, que la
Belleza de una persona no sólo radica en lo visual sino que depende también de
otros muchos factores. No está mal cuidarse y usar con moderación alguno de los
trucos mencionados estas tres semanas, siempre y cuando sea para realzar los
rasgos naturales y no para disfrazarlos… pero teniendo siempre claras las
prioridades: la Belleza interior es lo que realmente importa. Si tienes una
combinación de Belleza física natural y Belleza interior, pues miel sobre
hojuelas; pero si no eres físicamente muy agraciada, no te obsesiones tratando
de aparentar externamente ser lo que no eres, porque la belleza fingida
no es auténtica Belleza… trata de potenciar tu atractivo interior y a la larga
eso se reflejará también en cómo los demás perciben tu exterior. No es algo que
funcione de manera instantánea, pero como en la mayoría de las cosas
importantes en la vida, tenemos que ir despacio si queremos llegar lejos.
Muchas veces me ha pasado que una mujer que inicialmente no me parecía nada del
otro mundo me ha ido resultando físicamente más y más atractiva conforme la iba
conociendo mejor, simplemente por su forma de ser, de actuar y de pensar… pero
ésta ya es otra historia: de los pequeños (y no tan pequeños) detalles que le
confieren Belleza interior a una mujer hablaremos en otra ocasión.
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