lunes, 14 de enero de 2013

El Ombligo del Universo

Cuanto más aprendo sobre cómo funcionan las cosas, más me doy cuenta de que la raza humana representa poco menos que un grano de arena en las playas del Cosmos y un suspiro en la inmensidad del Tiempo… Sin embargo, esta humildad, que como especie nos vendría muy bien para no autodestruirnos en un futuro próximo, suele brillar por su ausencia hoy en día, campando a sus anchas en su lugar la prepotencia, la chulería y el narcisismo más absolutos. Esta actitud se acentúa en los países del sur de Europa, donde, en lugar de mirar el mundo que nos rodea con la mente abierta y seguir los dictados del sentido común, nos limitamos a contemplarnos en el espejo y a seguir ciegamente la máxima (equivocada) de que lo nuestro siempre mola más, con consecuencias desastrosas la mayoría de las veces. En la entrada de hoy, sin embargo, consideraremos la Tierra en su conjunto, veremos cómo ha ido cambiando a lo largo de la Historia la concepción de su lugar en el Universo y trataremos de analizar de manera objetiva y a distintos niveles hasta qué punto somos o no el ombligo del Universo.
 
 
En el año 450 antes de Cristo, Filolao de Crotona fue el primero en proponer que la Tierra no era el centro del Cosmos y que, junto con la Luna y los planetas, se movía alrededor de un fuego central llamado Hestia, del cual el Sol era un reflejo. También Aristarco defendió posteriormente la idea de que la Tierra no estaba quieta en el centro del Universo. Lamentablemente, tuvieron más éxito y mayor difusión las ideas de Aristóteles, que hubo de inventar complicadas explicaciones para que los movimientos observados en el cielo nocturno pudiesen cuadrar con su teoría de que la Tierra era el centro de todo, con los demás cuerpos celestes girando alrededor de ella. El geocentrismo de Aristóteles, defendido después por Ptolomeo, fue abrazado por la Iglesia Católica, que no se apeó del burro oficialmente hasta 1922.
Afortunadamente, siempre ha habido a lo largo de la Historia personas que no creen ciegamente en lo que cuentan los libros y que se plantean respuestas alternativas a las grandes preguntas de la Existencia: en 1543, Copérnico publicó un tratado afirmando que el Sol era el centro del Universo y que la Tierra giraba alrededor suyo. A principios del S.XVII, Galileo Galilei, fundador de la ciencia moderna, descubrió con su telescopio que había objetos en el cielo que no giraban alrededor de la Tierra (en concreto descubrió cuatro lunas orbitando alrededor de Júpiter) y respaldó la hipótesis de Copérnico de que la Tierra se movía en torno al Sol. Estas ideas heliocéntricas, revolucionarias y contrarias a la doctrina de la Iglesia, le trajeron muchos problemas a Galileo, que vio cómo el Papa Urbano VIII le retiraba su apoyo y tuvo que retractarse de sus afirmaciones ante la Inquisición en 1633, prohibiéndose la publicación de su “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, la obra origen del conflicto. La leyenda dice que justo después de retractarse murmuró para sí las palabras “Eppur si muove”: “Y sin embargo se mueve”. A pesar de que desde 1992 la Iglesia Católica ha tratado de reconciliarse de manera oficiosa con la figura de Galileo, a día de hoy todavía no se ha disculpado oficialmente por haber tenido al científico los últimos nueve años de su vida bajo arresto domiciliario. Hablando de chulería y prepotencia…
Para mayor humillación de la Iglesia, un tiempo después de que empezasen a ser aceptadas las ideas heliocéntricas de Galileo, Darwin destronó de nuevo al Hombre como rey de la creación y lo convirtió en un simple descendiente del mono. Y cuando parecía que el ser humano había perdido toda la seguridad que pudiera quedarle, llegó Einstein y demostró que casi todo es relativo, incluso el paso del Tiempo, y que ya no se podía confiar en nada. Resulta curioso que algunos de los más grandes científicos hayan pasado a la historia precisamente por bajarle los humos a la raza humana.
Ya que hablamos de relatividad: actualmente sabemos que el valor promedio de la velocidad relativa de la Tierra con respecto al Sol es de unos 30 kilómetros por segundo (es decir, 108.000 km/h). Por tanto, está más que demostrado que “sin embargo se mueve” y que no somos ni de lejos el cuerpo más importante del Sistema Solar. Pero ojo, que tampoco el Sol es el centro del Universo, ni mucho menos: el Sistema Solar se encuentra en lo que podríamos llamar las afueras de nuestra galaxia, la Vía Láctea, a unos 30.000 años luz del gigantesco agujero negro de su centro y a 20.000 años luz de su borde. El Sol se mueve en torno al centro de la Vía Láctea a unos 270 kilómetros por segundo y completa un giro alrededor del mismo cada 225 millones de años (esto quiere decir que no ha dado más que unas pocas decenas de vueltas desde que se formó el Sistema Solar).
 
 
Hemos visto pues que ni nuestro planeta ni nuestra estrella pintan mucho en su entorno más inmediato… ¿Y nuestra galaxia? La Vía Láctea, Andrómeda y el Sistema del Triángulo son las tres galaxias más importantes de las treinta que conforman el llamado Grupo Local, así que a este nivel sí que podemos estar satisfechos… y aún más lo estaremos dentro de 5.000 millones de años, cuando la Vía Láctea y Andrómeda colisionen formando una nueva galaxia más grande que se llamará Lactómeda. Esta colisión de galaxias será un proceso realmente lento y las estrellas no llegarán a tocarse, sólo se desviarán de sus trayectorias debido a la atracción gravitatoria, aunque de todos modos no necesitamos consolarnos pensando esto porque seguramente para entonces ya no estaremos aquí…
Pero volvamos al presente. ¿Qué pasa ahora mismo con El Grupo Local? Está siendo atraído hacia el Cúmulo de Virgo, que es mucho más grande y el más importante de los cien grupos y cúmulos que conforman el Supercúmulo de Virgo… Vamos, traduciendo al cristiano: dentro de nuestro supercúmulo volvemos a ser unos piltrafillas. El Supercúmulo de Virgo forma junto con el Supercúmulo Hidra-Centauro una cadena, una de las cinco partes que integran el Hipercúmulo o Filamento Galáctico de Piscis-Cetus, con sesenta supercúmulos en total. Por tanto, nuestro supercúmulo tampoco destaca demasiado dentro de su correspondiente filamento… una vez más nuestro orgullo por los suelos. A esta escala, el Universo empieza a parecerse bastante mires donde mires; todos los filamentos galácticos son similares en aspecto unos a otros, así que el nuestro tampoco es nada especial comparado con los demás… En el Universo conocido hay millones de supercúmulos agrupados en filamentos, con vastísimas zonas vacías entre ellos. ¿No empezáis a sentiros realmente pequeños?
 
 
Llegados a este punto se plantea una ironía terrible, una gigantesca broma cósmica originada por el hecho de que hasta ahora la Humanidad ha mirado en todas direcciones por igual buscando los límites del Universo, pero no los ha encontrado aún en ninguna de ellas… Por tanto, tal vez no estamos en el centro del Universo; o tal vez el Universo no tiene centro, así que no tiene sentido plantearse esta pregunta; pero mientras no se demuestre alguna de estas dos hipótesis, podemos decir que estamos en el centro del Universo conocido… ¡Arrrgh, paradoja cruel! Aquellos a los que les gusta mirarse el ombligo pueden seguir satisfechos recurriendo a este tecnicismo, agarrándose a este clavo ardiendo… por ahora. En otras palabras: el Scattergories es nuestro y si queremos nos lo llevamos a casa, así que habrá que aceptar pulpo como animal de compañía.
Como ya hemos engrasado bastante las neuronas hoy, dejadme aprovechar para plantearos una última pregunta difícil: ¿es esto que hemos hecho en los últimos párrafos un viaje por el Espacio? Yo diría que sí y no… Es difícil decirlo, porque aunque en todo momento hemos mantenido el centro de atención sobre nosotros mismos, también hemos necesitado dar un par de pasos hacia atrás para ver las cosas con perspectiva y sacar una imagen de conjunto, con gran angular, de nuestro lugar en el Universo… Es decir, que aunque hemos cambiado la escala de lo más pequeño (la Tierra) a lo más grande (el Universo conocido), siempre había en el centro del mapa un letrero que decía “Usted está aquí”… Digamos pues, simplemente, que hemos viajado sin movernos.