Como os decía al
final de mi doble entrega sobre los años 60,
todas las cosas hermosas, emocionantes y novedosas de las que os hablaba, la
conquista de la Luna, el estreno de todas esas películas maravillosas, la
publicación de los cómics y la salida a la venta de todos esos discos
fantásticos… todo esto, decía, ocurrió antes de que yo hubiese siquiera nacido.
¿Acaso eso me impide disfrutar de todo ello hoy en día? Por supuesto que no.
Para mí, el que algo valga o no la pena depende de su calidad intrínseca, no de
que sea más o menos reciente. ¿Por qué entonces hay tanta gente con prejuicios
hacia todo aquello que sea anterior a su época? ¿Por qué hay gente que se niega
a darle una oportunidad a un buen libro sólo porque no es el último
best-seller, o a un buen disco sólo porque tiene veinte años, o a una buena
película sólo porque es en blanco y negro? ¿Realmente era necesario hacer un
remake en color de
Psicosis, o un reboot de Spider-Man tan
sólo diez años después de que empezara la anterior serie de películas sobre el
superhéroe arácnido? ¿No nos damos cuenta de que, mientras algunas películas o
canciones de los 60 siguen siendo modernas hoy en día, hay otras de hace un par
de años que ya tienen un tufillo a rancio que tira de espaldas?
Esto pasa no sólo con
las distintas manifestaciones artísticas, sino también con los objetos de
consumo: ropa, tecnología, vivienda… ¿Por qué hay gente tan perezosa y corta de
miras que prefiere no esforzarse en estimar el verdadero valor y utilidad de
las cosas y se deja guiar por el sencillo (y erróneo) criterio de “si es nuevo
y caro, entonces es bueno, y si es viejo o barato, entonces es malo”? Esta
obsesión en la época actual con el precio y la novedad de las cosas, este
empecinamiento en reducirlo todo a un solo número (de euros o de años), cuando
en realidad se trata de algo mucho más complejo que eso, no nos está trayendo
más que disgustos, aunque algunos no se den cuenta; otro día hablaremos de la
diferencia entre valor y precio.
Sólo hay algo peor
que cerrarse en banda y juzgar las películas, canciones u objetos
exclusivamente en función de su edad: aplicar esto también a las personas. A lo
largo de mi vida he conocido a gente anticuada y carca de veinticinco años de
edad, y también a jóvenes de espíritu de más de setenta (“¡Y no se te ocurra
quitarme ni uno solo!”, suele decir ella
con la inteligencia que la caracteriza). Igual que no se puede juzgar un libro
sólo por la cubierta, tampoco se puede juzgar a una persona sólo por su año de
nacimiento, y sin embargo hoy en día se hace más que nunca: hay una auténtica
obsesión con la edad (la propia y la de las personas con las que uno se
relaciona), y muchas mujeres (y algunos hombres) mienten acerca del tema, como
si les diera vergüenza cumplir años, como si se tratase de una enfermedad.
Fijaos en la edad
promedio de los protagonistas de películas y series de televisión actuales,
y comparad con la de hace cuarenta, veinte o incluso
diez años: ha bajado de manera espectacular, hasta el punto de producirse
situaciones ridículas en las que los generales del ejército y los expertos
mundiales en física cuántica aparentan tener veintipocos (¿Qué será lo
siguiente? ¿Un presidente del gobierno menor de edad? ¿Un Papa de Roma con
acné?). Los Mass Media orientan sus esfuerzos a un público joven, y les
proporcionan personajes jóvenes y guapos con los que puedan (o quieran)
identificarse. El problema es que se olvidan otras cualidades más importantes y
muchos chavales se quedan sin un modelo de conducta apropiado… Y lo peor es que
en la vida real ya no se tiene en cuenta la opinión de las personas mayores,
que a veces son las que tienen más experiencia acerca de las cosas: ya no se valora
la sabiduría… y así nos luce el pelo.
Me viene a la memoria
esa escena de En Busca del Arca Perdida
en la que Indiana Jones es arrastrado a lo largo de medio kilómetro por un
terreno pedregoso, agarrado a los bajos de una camioneta nazi
que transporta
el Arca en cuestión… Poco después Marion Ravenwood le está curando las heridas
y, ante sus continuas quejas y lamentos, le comenta: “No eres el hombre que
conocí diez años atrás”; a lo que Indy responde: “No son los años, cariño, es
el rodaje”. He querido emplear para el título de la entrada esta fabulosa
réplica pero cambiando un poco su significado, considerando el rodaje, el
kilometraje, como algo positivo: no es que tener más años sea malo, sino que
más bien al contrario es mejor estar más rodado, tener más experiencia en la
vida.
Podemos concluir, por
tanto, que la auténtica juventud, la espontaneidad y la frescura de una persona
no pueden deducirse tan sólo de su edad, de una sola cifra… La Belleza interior
de las personas, y también la Belleza de las distintas manifestaciones del Arte
(que al fin y al cabo son un reflejo de la Belleza del autor o autores), es
deliciosamente compleja y multidimensional y no se puede simplificar, no se
puede evaluar con un solo número, ni siquiera con la combinación de dos números en una gráfica, sino que depende
de múltiples factores cuyo análisis y comprensión no son sencillos y requieren
un esfuerzo intelectual que muchos no pueden o no quieren realizar, ocupados
como están en otros asuntos aparentemente más urgentes pero realmente mucho
menos importantes… Así nos luce el pelo, como decía más arriba. La falsa
belleza basada sólo en el criterio de la novedad acaba desapareciendo, por pura
lógica, con el paso de los años, mientras que la auténtica Belleza perdura en
el Tiempo… siempre y cuando, claro está, no seamos tan estúpidos como para
dejar que nos pase desapercibida y desaparezca así en los negros abismos del Olvido.
2 comentarios:
"y también a jóvenes de espíritu de más de setenta (“¡Y no se te ocurra quitarme ni uno solo!”, suele decir ella con la inteligencia que la caracteriza)"
jajaja ;) ¿ya le has enviado el enlace? un abrazo
Espero que lo haya visto ya... Para los que no sabéis de quién estamos hablando, su apodo internáutico es Jenny Melocactus, pero yo la llamo cariñosamente Jenny Dinamita... No os digo más. ¡Es tremenda!
Para los que la conocéis, si leéis la descripción del cactus que viene en el enlace os daréis cuenta de que también la describe a ella bastante bien: es perenne y por fuera tiene pinchos pero por dentro es tierna y carnosa, y de vez en cuando deja asomar alguna florecilla...
¡Un abrazo, Ernesto! ¡Y un abrazo, Jenny! :-)
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