lunes, 1 de octubre de 2012

Amor a primera vista (II)

Hablaba en la primera parte de esta entrada de los factores que en mi opinión vuelven irresistible a una mujer desde el punto de vista del aspecto físico, y comentaba que me gustan las caras con carácter, con personalidad propia, que se salen un poco de lo habitual pero sin perder la simetría de los rasgos. En este sentido, es fácil entender por qué me gustan los rostros en los que se aprecia un cierto mestizaje, con elementos propios de otros lugares y otras razas, aunque sin alejarse excesivamente del modelo de belleza occidental. Los rasgos exóticos no sólo son atractivos porque suponen una novedad frente al estilo Barbie, sino que también nos parecen convenientes porque la diversidad genética es buena para prevenir problemas en la descendencia (cosas de los genes recesivos y dominantes).
La expresión de la cara también aporta mucha información sobre una persona: la posición de la boca, la manera de mover los ojos, el nivel de tensión de los músculos faciales, nos dicen si una persona es de natural tranquila o nerviosa, si es sincera o no… Como suele decirse, la cara es el espejo del alma. Muchas de mis amigas y conocidas tienen expresiones faciales características que las hacen únicas e irresistiblemente hermosas: puede ser la manera serena que tienen de sonreír, o cómo te aguantan la mirada mientras hablan contigo, o la expresión cómica que ponen cuando sueltan alguna parida, o cómo te guiñan el ojo al saludarte por la calle, o su carita de cachorrillo abandonado cuando su pensamiento se escapa a otra parte por unos segundos.
Justo después de fijarme en la cara observo el pelo: me gusta que tenga un aspecto sano y suave, y suelo preferirlo oscuro, pero la longitud y el tipo de peinado no son tan determinantes; me puede gustar largo y liso, con o sin coleta, o también ondulado, o corto a lo garçon (en este caso, una nuca a la vista con un nacimiento del cabello bonito me parece terriblemente atractiva).
De la cara y el pelo mi mirada pasa a los pechos: me gustan más bien grandes pero sin pasarse. ¿Cuál es la razón para que tantos hombres prefiramos pechos abundantes? ¿Tal vez un deseo subconsciente de volver a la época sin problemas de la lactancia, a la sencillez de cuando éramos bebés? Quizá es simplemente el sentido común de desear tener algo blandito, suave y calentito donde poder apoyar tu cabeza por las noches mientras ella te acaricia el pelo y notas los latidos de su corazón y su respiración subiendo y bajando... Siguiendo nuestro recorrido por el resto del cuerpo, me gustan las mujeres con curvas generosas. Hay una clasificación de los distintos tipos de silueta para las mujeres: está el tipo cilindro, el tipo campana o pera (con caderas más anchas), el tipo triángulo invertido (en este caso son más anchos los hombros y el pecho) y finalmente el que a mí más me gusta (a mí y a otros muchos, según los estudios): el tipo diábolo, con pechos y caderas grandes y una cintura pequeña… el famoso 90-60-90, vamos. Según los citados estudios, el que prefiramos a las tipo diábolo tiene al parecer una explicación científica: las caderas anchas facilitan el nacimiento de los bebés, la cintura estrecha indica ausencia de embarazo y las mujeres con pechos más abundantes suelen también segregar mayores niveles de hormonas como la progesterona, que están de nuevo relacionadas con la fertilidad. Otro día podemos hablar del apasionante mundo de las hormonas y las feromonas, y de si funciona o no nuestro órgano vomeronasal.


Hasta aquí los factores para mí más determinantes, pero hay otros detalles en los que también me fijo: me gustan las mujeres de cutis fino y de piel suave y sin manchas, tirando ligeramente a morena aunque eso es lo de menos. Me gustan las manos largas y esbeltas, con las uñas relativamente cortas y sin signos de haber sido mordidas. Me gusta que la manera de caminar sea decidida, enérgica, pero sin un contoneo excesivo. Y me gusta que la forma de vestir sea práctica y sencilla, pero a la vez con buen gusto y elegancia.
Aunque casi todas las observaciones hechas hasta ahora están relacionadas con el aspecto visual, hay otros sentidos involucrados en la primera impresión: para mí es importante que el timbre de voz sea agradable, y si puede ser tirando a grave y meloso, y valoro detalles como un aroma agradable, ya sea a perfume, a suavizante de la ropa o a pelo recién lavado (el poder evocador y el efecto subliminal de los olores da para toda otra entrada… quizá más adelante). Podría entrar en detalles sobre qué es lo que me gusta más a nivel del tacto, pero no lo voy a hacer por dos razones: primero, lo más que se llega a tocar durante la primera impresión es la mejilla o el brazo, y de eso ya hemos comentado algo, así que del resto no procede hablar en esta entrada; y segundo, a lo largo de mi vida he mirado a muchas mujeres, pero las que he acariciado a un nivel más íntimo se cuentan con los dedos de una mano, así que no quiero que ninguna de mis ex parejas pueda darse por aludida si alguna vez lee esto. En el limbo de las entradas que nunca serán se queda un recorrido por la geografía secreta del cuerpo femenino: un mapa lleno de inmensos océanos, continentes exóticos y mares ocultos, con zonas aún por descubrir y con dragones más allá de sus confines, repleto de incontables maravillas con nombres cargados de misterio y promesas, como la Escotadura Supraesternal (o Bósforo de Almásy).

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