Aquí tenéis la segunda entrega de mis fotos de Sant Isidre, junto a una
breve descripción del itinerario. Ya en la primera parte os dije que había
llegado hasta el Polideportivo, así que, viendo que me cortaban el paso las
carreteras y rotondas que bordean el Cauce Nuevo del Turia, desanduve un poco lo
andado y crucé el Camino Nuevo de Picanya, pasando a la parte norte y siguiendo
el Camino de la Alquería de Aiguamolls, con las vías elevadas del tren justo a
mi derecha. A la izquierda me encontré al principio un par de casas con
pequeñas parcelas de huerta, supervivientes seguramente de las expropiaciones
de los años 60 para construir el nuevo cauce,
y después dejé atrás el acceso al EcoParque,
el punto de reciclaje.
Un poco más adelante se podían ver las ruinas de una casa bastante grande
en la que la mayor parte de los tejados se habían venido abajo, y mi curiosidad
me hizo salirme del camino y acercarme más. El lugar se había convertido en un
vertedero, y he de reconocer que su aspecto consiguió asustarme a plena luz del
día; no porque pudiese haber allí algún espíritu o fantasma, sino por la
posibilidad de encontrarme un drogadicto o un homeless poco amigable detrás de una esquina en una zona relativamente aislada. Intentando hacer el
menor ruido posible y mirando bien a mi alrededor, fui avanzando entre trastos
y basura y haciendo algunas fotos. Había allí muebles rotos, retretes, butacas
destrozadas, señales de botellón, graffitis, colchones sucios con mantas raídas
y hasta los restos de un incendio, con vigas de madera carbonizadas cortando el
paso.
Después de un buen rato explorando el lugar seguí por el Camino de
Aiguamolls, dejando atrás más casas en ruinas y algunas chabolas (estas sí estaban
habitadas) hasta llegar a una pequeña zona industrial vallada en la que las
vías del tren y la V-30 se juntaban cerrando el paso. Había llegado
literalmente al final del camino.
Estos lugares tan solitarios en los límites de la urbe tienen algo que los hace
muy atractivos, tal vez por el contraste entre naturaleza y decadencia; es como
si nadie se hubiera preocupado de adecentar las fronteras de la ciudad moderna
y estuvieses contemplando las cicatrices que deja una operación de cirugía
estética en los lugares menos visibles.
Viendo que ya se me habían hecho las dos del mediodía volví por Aiguamolls
(recorred siempre los senderos interesantes en ambas direcciones: descubriréis
detalles que no habíais visto antes) y cogí el Camino Nuevo de Picanya en
dirección a mi barrio. Una desventaja de salir de casa a ciegas es que no
piensas en llevarte por ejemplo una gorra: ya de vuelta, mirándome al espejo,
me di cuenta de que tras tres o cuatro horas andando por descampados estaba
algo rojo por el sol. Y llegué bastante tarde a comer, es lo que tiene no
planificar los paseos y no madrugar algo más… ¿Cómo iba a saber yo que me
toparía con la zona más interesante a eso de las once? Como se suele decir, “No iba a salir y me lié”…
Voy concluyendo ya, no sin antes comentaros que la de Sant Isidre no ha sido la
última excursión a ciegas que ha resultado estéticamente productiva desde
entonces. Más adelante seguiremos hablando en el blog de estos paseos por los límites.
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