lunes, 13 de febrero de 2023

Un Paseo por Sant Isidre (II)

 

Aquí tenéis la segunda entrega de mis fotos de Sant Isidre, junto a una breve descripción del itinerario. Ya en la primera parte os dije que había llegado hasta el Polideportivo, así que, viendo que me cortaban el paso las carreteras y rotondas que bordean el Cauce Nuevo del Turia, desanduve un poco lo andado y crucé el Camino Nuevo de Picanya, pasando a la parte norte y siguiendo el Camino de la Alquería de Aiguamolls, con las vías elevadas del tren justo a mi derecha. A la izquierda me encontré al principio un par de casas con pequeñas parcelas de huerta, supervivientes seguramente de las expropiaciones de los años 60 para construir el nuevo cauce, y después dejé atrás el acceso al EcoParque, el punto de reciclaje.

Un poco más adelante se podían ver las ruinas de una casa bastante grande en la que la mayor parte de los tejados se habían venido abajo, y mi curiosidad me hizo salirme del camino y acercarme más. El lugar se había convertido en un vertedero, y he de reconocer que su aspecto consiguió asustarme a plena luz del día; no porque pudiese haber allí algún espíritu o fantasma, sino por la posibilidad de encontrarme un drogadicto o un homeless poco amigable detrás de una esquina en una zona relativamente aislada. Intentando hacer el menor ruido posible y mirando bien a mi alrededor, fui avanzando entre trastos y basura y haciendo algunas fotos. Había allí muebles rotos, retretes, butacas destrozadas, señales de botellón, graffitis, colchones sucios con mantas raídas y hasta los restos de un incendio, con vigas de madera carbonizadas cortando el paso.

Después de un buen rato explorando el lugar seguí por el Camino de Aiguamolls, dejando atrás más casas en ruinas y algunas chabolas (estas sí estaban habitadas) hasta llegar a una pequeña zona industrial vallada en la que las vías del tren y la V-30 se juntaban cerrando el paso. Había llegado literalmente al final del camino. Estos lugares tan solitarios en los límites de la urbe tienen algo que los hace muy atractivos, tal vez por el contraste entre naturaleza y decadencia; es como si nadie se hubiera preocupado de adecentar las fronteras de la ciudad moderna y estuvieses contemplando las cicatrices que deja una operación de cirugía estética en los lugares menos visibles.

Viendo que ya se me habían hecho las dos del mediodía volví por Aiguamolls (recorred siempre los senderos interesantes en ambas direcciones: descubriréis detalles que no habíais visto antes) y cogí el Camino Nuevo de Picanya en dirección a mi barrio. Una desventaja de salir de casa a ciegas es que no piensas en llevarte por ejemplo una gorra: ya de vuelta, mirándome al espejo, me di cuenta de que tras tres o cuatro horas andando por descampados estaba algo rojo por el sol. Y llegué bastante tarde a comer, es lo que tiene no planificar los paseos y no madrugar algo más… ¿Cómo iba a saber yo que me toparía con la zona más interesante a eso de las once? Como se suele decir, “No iba a salir y me lié”… Voy concluyendo ya, no sin antes comentaros que la de Sant Isidre no ha sido la última excursión a ciegas que ha resultado estéticamente productiva desde entonces. Más adelante seguiremos hablando en el blog de estos paseos por los límites.



























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