El domingo de la semana pasada me dejé caer por el Almudín y le eché un
vistazo a la exposición “Parques de Barrio, una Constelación de Vida Urbana”,
que estará allí hasta el cuatro de enero. Su contenido es bastante técnico,
pero me resultó útil para comprender la diferencia entre parques de barrio
o de proximidad (más de doscientos en Valencia, sobre todo en la periferia, pequeños
pero con una superficie combinada de casi 100 hectáreas) y parques de distrito
(unos quince, más grandes, los que la gente de toda la ciudad suele conocer por su nombre). Entre los de mayor extensión están
los Viveros, con 18 ha, y el Parque de Cabecera, con 17 ha (unas 30 contando el
Bioparc y La Canaleta), aunque ambos se quedan lejos del antiguo cauce del río
Turia, que con sus dieciséis tramos comprende una superficie total de 110 ha.
El Parque Central tendrá cuando esté completo 23 ha, aunque la zona
inaugurada por ahora son 11 ha. Los vecinos de Russafa realmente lo necesitaban,
porque lo más parecido a un parque que había por aquí era la plaza Manuel
Granero, de 0.7 ha, con una arboleda muy frondosa pero unas dotaciones muy
descuidadas; y si quieres ir al cauce del río tardas quince minutos andando a
paso ligero. Yo pensaba que en Malilla estaban igual, pero resulta que no es
así: en diciembre de 2017 se inauguró al sur de este barrio el Parque Urbano de Malilla,
con un total de 7 ha que incluyen zonas verdes, huertos urbanos, un área para
los niños y tres alquerías restauradas… Hasta hace un par de días no me había
enterado de que existía, pero pienso visitarlo en cuanto tenga la oportunidad.
Recorriendo los rincones del Parque Central
se da uno cuenta de la enorme diversidad de sus visitantes: sencillos paseantes,
runners con ropa de color fosforito, niños jugando, padres o madres con carritos de bebé, gente con perros,
bicicletas, skates, patinetes, ancianos, personas en silla de ruedas,
estudiantes repasando apuntes, parejas de novios tumbadas en el césped,
familias de picnic, grupos de amigos celebrando cumpleaños… En mi opinión las
primeras semanas son importantes a la hora de sentar precedentes tanto para lo
bueno como para lo malo: respecto a recoger las cacas de los perros, por
ejemplo. Otra posible fuente de conflicto es la del civismo y área de actuación
de los skaters y scooters, aunque no debería haber problema porque el Parque
tiene infinidad de bancos, repisas y bordillos,
más que suficiente para todos… En previsión de problemas de botellón y
vandalismo se está analizando la posibilidad de situar el nuevo retén de la
Policía Local de Russafa dentro o al lado del recinto, para mayor seguridad.
En mis visitas al Parque he sido testigo de varias escenas de roces entre
grupos de distinta edad o extracción social afeándose las conductas los unos a
los otros, pero también de casos de colaboración y armonía: la Belleza de las
plantas y flores y la novedad de la situación facilitan que los senderos y
explanadas actúen como lugar de comunicación, como espacio verdaderamente
público, papel que las calles tal y como están diseñadas ahora no cumplen… Decía
la filósofa Hannah Arendt que no
hay ciudad sin pluralidad, sin diferencias. La clave para el bienestar de los
ciudadanos radica en encontrar un punto de entendimiento común sin eliminar las
diferencias; estamos unidos a los otros precisamente por lo que nos distingue.
Los conflictos son aceptables si son civilizados, no hay que esconderlos o
cerrarlos en falso. Frente a la uniformización de los individuos hay que
promover y proteger los espacios de convivencia en la diversidad… Diferencias
aparte, preguntes a quien preguntes, a todo el mundo le parece estupendo que se
haya abierto el Parque. Espero que con el paso del Tiempo
la zona se ponga tan bonita y tenga tanta actividad cultural y de ocio como
otros jardines diseñados por Gustafson.
En teoría tendría que cambiar de tema hoy, pero el recién inaugurado Parque Central ha
acaparado bastante mi atención estos días… Me he pasado por allí un par de
veces más a distintas horas, y este sábado, con un sol radiante, cielos despejados
y una temperatura muy agradable, saqué más fotografías (esta vez con calma) de
las que he hecho una selección de otras veinte, que procedo a publicar en el
blog en dos entregas adicionales. Para que no os quejéis de que tiro
exclusivamente de imágenes con el fin de trabajar menos, acompañaré las fotos
con algunas otras reflexiones sobre el Parque.
La hora de apertura son las ocho de la mañana, y se cierra a las siete en
invierno y a las nueve en verano. Hay varias puertas de acceso por el barrio de
Russafa al este y por el de Malilla al sur. En la parte oeste se pueden ver
desde ciertos puntos elevados, tras un discreto y sencillo muro, los materiales
sobrantes de las obras y las cercanas vías del tren, recuerdo del 60% de zona
verde que falta por hacer realidad todavía. A continuación describiré los
distintos sectores de esta primera fase del proyecto diseñado por Kathryn Gustafson
moviéndome en sentido horario, desde Russafa hacia Malilla.
Al norte, cerca de las vías y paralela a ellas, tenemos la gran zona
transitable con surtidores de agua intermitentes en el suelo para que jueguen
los niños (el sábado a mediodía, aunque hacía bastante sol, escuché a varias madres
advirtiendo a sus hijos que no se mojaran la ropa para no pillar un resfriado).
Junto a la fuente están las cuatro Naves diseñadas en su día por Demetrio Ribes, que se dedicarán a usos
deportivos, sociales, culturales y educativos
(Es un detalle bonito que estas Naves estén unidas prácticamente en línea recta,
a través de la calle Literato Azorín, con el Palau de la Música en el antiguo cauce
del río). Este sector acaba en su zona más cercana a Russafa con una placita,
con bancos y un estanque, que cae fuera de las verjas del Parque y por tanto sigue
siendo accesible de noche para los jóvenes y los vecinos.
Moviéndonos hacia el sur tenemos un sector de jardín inspirado en la Huerta valenciana,
con multitud de especies y algunas plantas aromáticas de olor muy agradable (incluyendo
romero y tomillo, que en un principio y estando más acostumbrado a la ciudad
que a la Huerta me parecieron otra cosa).
Dando a la calle Filipinas está el Muelle de Russafa, edificio alargado que por
ahora solo contiene los lavabos públicos y unas láminas informativas sobre el
proceso de construcción del Parque. Aproximadamente en el eje de simetría de
esta primera fase está el llamado jardín romántico, un paseo algo más elevado
con un largo estanque lineal que conduce, en dirección a la parte interior, a
los jardines de flores con las mesas para picnic. El paseo romántico está
flanqueado por dos preciosos jardines verticales que acaban en la esquina del
Parque donde está prevista la construcción de dos bloques triangulares de
viviendas.
En el sector más cercano a Malilla hay dos grandes explanadas de césped,
una de las cuales incluye el rocódromo,
y en la zona más exterior el área de juegos para niños, las mesas de ping-pong,
el área para perros y el Muelle de Malilla. Por lo que he leído en prensa, parece
que este Muelle y su gemelo de Russafa se utilizarán en el futuro para tiendas,
cafeterías y locales de restauración… El jardín vertical de la parte sur tiene
un trozo de muro aún sin terminar, en la zona más cercana al Muelle y al paso
elevado de Giorgeta, retraso ocasionado por conflictos con el parking del concesionario de coches
que había en ese punto.
Mientras hacía las fotos las explanadas de césped me parecían lugares muy
tranquilos y agradables para pasear, pero al bajar las escaleras de vuelta
hacia la zona de la Huerta me di cuenta de que había un mayor silencio, y no
solo por la algarabía de los niños en el área de juegos: los jardines
verticales y el paseo elevado sirven de barrera acústica para el rumor
constante de los coches en el “scalextric” de Giorgeta…
En otras palabras: no nos libraremos completamente del ruido del tráfico hasta
que no se soterren las vías del tren (esperemos sentados,
vuelvo a recordar) y los coches puedan moverse a nivel de calle. En cualquier
caso, alegrémonos de lo que hemos conseguido por ahora: es realmente estupendo
tener tanta Belleza al lado de casa para poder darse una vueltecita, recargar las
pilas, olvidar por un momento los problemas del día a día y pasar una tarde perfecta.
Esta mañana a las nueve se ha inaugurado por fin la primera fase del Parque Central de Valencia,
en su zona este, la más próxima a Russafa. No he querido esperar ni un solo día
para visitarlo, ya que es un proyecto largamente esperado
del que se llevaba hablando en prensa más de medio siglo, desde la época de mis
abuelos… Algunas de las naves de Demetrio Ribes incluidas en esta fase siguen
clausuradas y se abrirán al público en unos pocos meses, cuando estén listas
las dotaciones para usos sociales, culturales y deportivos. Las vías del tren aún
son un gran obstáculo para pasar a la zona de Patraix (y más vale que
esperemos sentados para la ejecución de la segunda fase, que incluye su soterramiento),
pero al menos algunos trayectos entre los barrios de Russafa y Malilla serán a
partir de ahora más cortos y agradables.
En cuanto a la parte ya inaugurada, hay que tener en cuenta que los árboles
y algunas plantas trepadoras apenas están empezando a crecer, y que faltan
pocos días para que empiece el invierno, con lo que la vegetación está todavía un
tanto desangelada, pero hay que darle un poco de tiempo; tiene pinta de que
puede llegar a ser un sitio realmente precioso. Además de los paseos arbolados,
los bancos y las explanadas de césped hay también un área de rocódromo, un
parque para perros y una zona bastante amplia con chorros de agua que se apagan
y se encienden y que al parecer por la noche tienen una iluminación de colores muy vistosa.
Hoy solo he tenido tiempo de estar allí veinte minutos, pero me he llevado la
cámara y he echado unas cuantas fotos aprisa y corriendo… No es que su
calidad sea tremenda, pero me hacía ilusión compartirlas con vosotros en el
mismo día de la inauguración para que también podáis disfrutar del lugar, aunque
sea a distancia. Seguro que más adelante haré fotografías mucho mejores que colgaré
también en el blog, ya que tengo el Parque a un tiro de piedra de casa, con lo
que voy a pasear por él a menudo, ya sea solo o acompañado.
Hace ya tiempo que tenía pendiente escribir una entrada cuyo título
provisional era El Fin de las Leyendas. La idea me surgió tras ver la magnífica
escena final de Excalibur, de John Boorman, en la que la Dama del Lago recupera
la espada arrojada por Perceval mientras suena la música de la Marcha Fúnebre de Sigfrido, perteneciente al Ocaso de los Dioses de Richard Wagner.
Me di cuenta de que la película, estrenada en 1981, es especialmente
poética y críptica en sus partes inicial y final, y eso me hizo relacionarla
con las historias que John Ronald Tolkien narra en El Silmarilion y El Señor de
los Anillos (Como nota al margen, decir que Boorman utilizó para plasmar su
visión de las leyendas artúricas muchas de las localizaciones de un intento previo
de adaptar la novela de Tolkien que se quedó en agua de borrajas).
La cronología de Valinor y la Tierra Media
empieza en un tono más mítico, con los hechos narrados en el Silmarilion, en el
que el propio Universo es creado a partir de una Canción y las batallas,
libradas por dioses y semidioses, son tan tremendas que originan el hundimiento de regiones enteras en el Mar.
Con el paso de los siglos y los milenios todo se va volviendo un poco más
prosaico, y aunque todavía existen elfos y enanos en la Tierra Media hacia el
final de la Tercera Edad, la mayoría de los hombres han perdido el contacto con
ellos. Con la Guerra del Anillo se
recupera parte de la épica de la narración, siendo ejemplos las victorias en
los Campos del Pelennor y la Puerta Negra de Mordor, y también se restaura la
nobleza del Pasado mediante el reinado de Aragorn y Arwen.
Tanto en El Señor de los Anillos como en Excalibur, después
de un último estallido de leyenda, del último brillo del Sol en el crepúsculo,
comienza con el final de la obra una nueva era menos mítica, más desprovista de
magia: la Edad de los Hombres. Ambos finales son muy tristes y melancólicos por
la sensación de grandeza perdida, de Belleza que ya no volverá. Los últimos
barcos élficos abandonan la Tierra Media mientras Sam, Merry y Pippin se quedan
en el embarcadero de los Puertos Grises;
los caballeros de la Tabla Redonda desaparecen y solo queda Perceval, mirando también hacia Poniente y contemplando
cómo una barca se lleva el cuerpo del moribundo Arturo hacia la isla de Avalon…
Lloramos por la pérdida de un Mundo en el que era más fácil distinguir el Bien
del Mal, en el que todo estaba más claro y era o blanco o negro, sin tonos de
gris.
Hace un par de días estaba viendo en la televisión Las Locuras de Don Quijote,
un interesante documental sobre la obra y vida de Miguel de Cervantes con muchos
fragmentos dramatizados, y me puse a pensar que hasta en esta famosa novela se
puede apreciar el mismo patrón: se basa en los relatos de caballería de dos
siglos atrás (cuentos artúricos incluidos) y los desprovee de toda épica,
creando algo completamente nuevo, la que algunos llaman la primera novela moderna;
pero a la vez se puede apreciar que la segunda parte del libro tiene una escala
mayor a la de la primera, en una mezcla extraña de parodia y homenaje a los
relatos caballerescos… ¡Diablos, si este patrón se detecta hasta en la Biblia!
El Antiguo Testamento es mucho más espectacular mientras que en los libros
escritos por los Apóstoles, a modo de conexión gradual con la época Presente,
la escala de lo narrado se va reduciendo, con un repunte final en el libro del
Apocalipsis para acabar por todo lo alto.
¿Qué conexión tiene todo esto con nuestras vidas? ¿Por
qué estas historias destiladas a partir de corpus legendarios resuenan tanto en
el alma humana, y nos apena tanto que terminen? ¿Por qué hay tantos
espectadores que lloran (yo incluido) al final de El Retorno del Rey o de Excalibur,
o con la muerte de Don Quijote? ¿Es tal vez que añoramos nuestra infancia, una
época en la que todo era más espectacular (por ser nuevo) y a la vez más sencillo?
¿O tal vez añoramos un Mundo mejor que nunca ha existido más que en nuestros corazones,
el Mundo como realmente debería ser?
¿Se puede sentir nostalgia de algo que todavía no ha ocurrido y tal vez no llegue
a ocurrir?
Muchas veces nuestra memoria es caprichosamente selectiva y nos fijamos más
en las cosas malas del Presente y en las buenas del Pasado,
diciéndonos a nosotros mismos que todo tiempo pretérito fue mejor. Se ha
llegado a acuñar el término de retrotopía
para referirse a la búsqueda de la utopía en un falso Pasado idealizado, búsqueda
similar a la de Alonso Quijano tras quedar embotada su cabeza por la continua lectura
de libros de caballería… Una excesiva idealización del
Pasado es a veces peligrosa, porque puede ser utilizada por algunos de forma
consciente como excusa para volver a las injusticias y desigualdades del Ayer
(desigualdades que les favorecen a ellos, por supuesto). Baste como ejemplo
de ello el tramposo eslogan "Hagamos América grande otra vez"con el que Trump se ha metido en el bolsillo a todos los paletos
de Estados Unidos…
En otra
ocasión veremos en el blog con múltiples ejemplos que, aunque queden muchas
cosas por mejorar en el Mundo, también hay otras tantas en las que estamos
ahora mejor que nunca, y que lo importante es saber distiguir unas de otras y
luchar las batallas aún pendientes celebrando a la vez las victorias ya
conseguidas, moviéndonos hacia delante y nunca hacia atrás; pero por hoy ya es
suficiente con esto, así que pensemos en los problemas que nos quedan por resolver
y regodeémonos un poco en la nostalgia del Futuro.