martes, 15 de marzo de 2016

Desde El Otro Lado (I)


Jamás en la vida me he emborrachado. Creo recordar que cuando era muy joven probé un par de sorbos de cerveza y otro par de vino y no me gustaron, me supieron amargos, así que me aficioné a no tomar bebidas con alcohol. Sé que si se bebe con moderación no pasa nada, pero también sé que a la larga no es bueno para la salud si se hace en exceso, aparte de que al hecho de emborracharme, como veremos más adelante, no le encuentro más que inconvenientes. Sí me gustan las bebidas espirituosas cuando son dulces, pero en cualquier caso en cantidades pequeñas: un chupito al final de una cena con amigos, o un dedito de mistela muy de vez en cuando. De hecho, la semana pasada sin ir más lejos estuve compartiendo unos sorbitos de limoncello con una buena amiga mía y me supieron a gloria bendita.

Suelen preguntarme a menudo por qué no bebo alcohol, y tengo preparadas en la recámara un par de respuestas graciosas que utilizo en esos casos: a veces bromeo diciendo que me basta una coca-cola sin desventar para que el gas se me suba a la cabeza (Por cierto, que no es que se me suba, pero tampoco me gusta el gas; cuando no hay refrescos como nestea o trinaranjus disponibles, y si estoy entre amigos, opto por revolver un poco de coca-cola con una cuchara para quitarle las burbujas). En otras ocasiones juego al despiste, confundiendo a propósito las palabras “abstemio” y “amnésico”, y le explico a la gente que si bebo alcohol luego no me acuerdo de nada (Y aunque lo comento siempre en plan de broma, la última afirmación es una verdad como una casa: igual que hay gente que bebe para olvidar, yo elijo no beber porque quiero estar siempre bien despierto… La semana que viene hablamos más de ello).




Otro tema relacionado con éste es el de mi elección personal de no pedir normalmente nada de beber cuando salgo con amigos no para comer o cenar, sino simplemente para charlar un rato a media tarde. No acabo de entender por qué es necesario ir a una terraza o a un bar (que a veces puede ser bastante incómodo por el ruido) habiendo muchos otros sitios agradables para hacerlo, como plazas, parques o el cauce del río, pero es lo socialmente aceptado y se da por sentado, hasta el punto de que ya no se habla de quedar a charlar, sino de quedar “a tomar algo”. La verdad, no me extraña que sólo en Andalucía haya más bares que en Irlanda, Dinamarca, Finlandia y Noruega juntas. Estoy seguro de que mucha gente se acostumbra a beber sin tener realmente ganas sólo por imitación, por no sentirse diferente, o por tener las manos ocupadas mientras habla. A mí lo que me interesa es la compañía, la conversación; lo que quiero beber es sabiduría de mis amigos… Además, tengo la costumbre de no gastar por gastar si no es necesario, de no sentar precedentes aquí y allá aunque las cantidades sean pequeñas, ya que cuanto más te acostumbras a gastar más dependiente eres del dinero, y eso te quita Tiempo y por tanto Libertad (más adelante trataremos este tema con calma en el blog).

En estos casos en los que se sale “a tomar algo”, los que no queremos dejarnos llevar por la corriente tenemos que superar más de un obstáculo: no sólo está el trámite de decir amablemente al camarero “yo no quiero nada, gracias”, sino que después, en algunas ocasiones, se produce el inesperado momento del brindis en el que te toca coger un servilletero de metal o un cuenco lleno de cacahuetes para poder participar, o bien quedarte discretamente al margen… Son pequeños detalles, sí, pero a veces te hacen tener la sensación de que existe una barrera invisible que te separa de los demás.




No sé si os he comentado alguna vez que durante mis últimos años de colegio toqué en un grupo de hard rock… Bueno, en aquella época aún no era demasiado hard, y además yo tocaba los teclados, así que era el menos hard del grupo. Al entrar en la Universidad, y por falta de tiempo para ensayar, dejé la formación, pero seguía saliendo con ellos muchos fines de semana (Esto no viene a cuento aquí, pero con el tiempo llegaron a ser muy buenos, verdaderamente hard, y a tocar varias veces de teloneros de Extremoduro… otro día podemos hablar de ello, si queréis). Solíamos frecuentar un pub junto al estadio de Mestalla, muy cerca del bar de Manolo el del Bombo, que se llamaba Errol Flynn, y yo bailaba como el que más al ritmo de Rage Against the Machine o de Metallica sin necesidad de tomar alcohol, hasta el punto de que el dueño del local me conocía como “el que más bebe y el que menos baila”. Siempre he sabido ir a tope sin drogas; debe ser que me caí en la marmita de la juerga cuando era pequeño y ya no necesito poción mágica para pasármelo bien.

Más de una vez mis compañeros del grupo intentaron convencerme para que bebiera alcohol con ellos, sin conseguirlo, y a veces incluso tuve que enfadarme un poco ante la insistencia, pero al final se acostumbraron a que yo era diferente y creo que me gané su respeto por ser fiel a mis principios, aunque no fuesen los mismos que los suyos. Yo estaba allí porque compartía con ellos mi pasión por la buena música, y no quería aceptar el resto del paquete que venía incorporado con el cliché de rockero: ni el peinado, ni la ropa, ni la bebida. Con el transcurrir de los años seguí pasándomelo muy bien con ellos en distintos locales nocturnos, como el Welcome, en la zona de Na Jordana, y más adelante La Marcha, muy cerca de la Calle Caballeros…




Los fines de semana durante mi etapa universitaria compaginé las salidas con los del grupo y las quedadas con mis amigos de la facultad, que al tema bebida le daban bastante menos. Después me estuve moviendo bastante tiempo en los círculos de la Sociedad Tolkien, que tampoco es muy dada al consumo de alcohol, así que durante años no volví a ver a ningún amigo mío emborrachándose de verdad… hasta hace relativamente poco. La semana que viene hablaremos de mis experiencias más recientes con amigos bebedores y explicaremos el porqué del título de la entrada.

2 comentarios:

Ernesto dijo...

Jajaja... Yo se el porque del título de la entrada.
Por cierto, me he sentido un poco culpable por lo del brindis ;). Por otra parte esta entrada va que ni pintada con nuestra última juntada el Viernes ¿acaso tienes poderes?
Nada kalonauta, tu sé como eres, que nos encanta.
un abrazo

Kalonauta dijo...


¡Hola, Ernesto! :-)

Es verdad que ayer viernes quedamos "a tomar algo" y se repitió casi punto por punto lo que explico aquí sobre el brindis, etc... Pero no es que tenga poderes, es simplemente que casi siempre pasa así. Sí que fue casualidad, sí... :-)

En cuanto a la segunda parte de la entrada, en la que hablaré sobre El Otro Lado, ya sé que tú tienes información privilegiada al respecto... Por cierto, que precisamente hoy, día de la Cremá, me ha ocurrido un desastre horrible: el archivo de Word en el que tenía ya totalmente lista la segunda parte para el lunes se ha estropeado y no se deja abrir, así que me temo que tendré que empezar a redactar la entrada desde cero a partir de mi (escasa) memoria, cual artista fallero que junto a las mismas cenizas de la Cremá se pone a pensar en la falla del año siguiente, volviendo a empezar desde el punto de partida... Aunque esta comparación suene muy poética, lo cierto es que es una gran putada. Espero acordarme de todos los detalles, porque me había quedado muy bien... Está visto que entre los escasos comentarios y esto, últimamente tengo la negra con el blog.

Menos mal que hay buena gente como tú, Ernesto, que me alegráis de vez en cuando con un par de líneas por aquí... En recompensa a tu comentario, te doy una pista más sobre los "Easter Eggs" que he escondido por las entradas antiguas: el siguiente lo encontrarás si buscas en los archivos del blog por septiembre de 2014... Y no te lo vas a creer, pero también tiene que ver con algo que comentamos ayer mientras nos tomábamos (perdón, os tomábais) algo; más exactamente está relacionado con la taza de regalo. ¡Es increíble, todas las piezas encajan como en un gigantesco puzzle sideral! Por cierto, lectores en general, animaos a participar y conseguir pistas, que todavía quedan tres comentarios más ocultos por ahí...

Me alegro mucho de que me aprecies tal y como soy, Ernesto, y añadiré que el sentimiento es mutuo, faltaría más... ¡Eres muy grande, tanto en el sentido literal como en el figurado! :-)

¡Un abrazo, nos vemos por las calles!