Ya hemos comentado alguna vez en el blog que en los albores del desarrollo
del pensamiento racional, en la Grecia antigua allá por el siglo VI antes de
nuestra era, los científicos se llamaban a sí mismos filósofos
y no había una distinción clara entre ambos términos. Los primeros sabios se
esforzaban por explicar tanto el Mundo que los rodeaba como al Hombre en sí y
su manera de comportarse, sin recurrir para ello a los mitos ni a los dioses,
basándose sólo en la observación de lo que pasaba a su alrededor. Fueron los
primeros humanistas, pues intentaron comprender lo humano sin prestar atención
al difuso mundo de lo divino. Conocemos los nombres de muchos de aquellos
sabios nacidos en ciudades como Éfeso o Mileto, capaces de percibir la verdadera
naturaleza de las cosas: Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito… Sus obras,
sin embargo, nos son casi completamente desconocidas; han quedado sólo algunos
fragmentos transmitidos indirectamente por autores posteriores, que seguramente
en la mayoría de casos no son más que un triste reflejo de las maravillas que
contenían los escritos originales.
Dos de estos filósofos griegos en los que quiero detenerme con más calma
son Demócrito y Epicuro. De Demócrito,
nacido en Abdera en el S.V a.C., hemos heredado su visión atomista de la
Naturaleza: la noción de un Universo hecho de átomos, partículas minúsculas e
indivisibles que se mueven, agrupan y disgregan constantemente en el vacío. De Epicuro de Samos, discípulo del anterior en el S.IV
a.C., conocemos su negación de la intervención divina en el destino de los
Hombres y de la vida después de la muerte, así como su defensa del hedonismo
racional, es decir, la búsqueda de la felicidad y el placer sin caer en los
excesos. Como decíamos antes, la mayor parte de sus escritos se ha perdido, pero
en este caso conocemos sus ideas con detalle gracias a una obra del poeta y
filósofo romano Lucrecio, que fue pensada en cierto modo como un homenaje sobre
todo al filósofo de Samos.
Tito Lucrecio Caro vivió varios
siglos después que Epicuro, y lejos de Grecia, en la Roma que vio la ascensión
de Julio César al poder. Es muy poco lo que se conoce de su vida, aunque dado
su nivel de conocimientos se cree que era de familia adinerada.
Tradicionalmente se ha afirmado que sufría algún tipo de enfermedad mental,
como la epilepsia, y que acabó voluntariamente con su vida, pero no se sabe nada
a ciencia cierta. La obra de la que estamos hablando es De Rerum Natura, que se
podría traducir como Sobre la Naturaleza de las Cosas,
largo poema en seis partes escrito hacia el año 50 a.C. que a la vez es un
tratado científico y filosófico. Se lo considera el mejor exponente de la
poesía de Roma y una de las obras más importantes de la Antigüedad clásica, siendo
su ambicioso objetivo el de intentar comprender la Existencia, el Mundo y al
Hombre desde un punto de vista lo más amplio y general posible… Vamos, lo que
yo llamo aquí saberlo Todo acerca de Todo.
Más adelante hablaremos con detalle del contenido del poema; baste por
ahora decir que en él Lucrecio bebe, entre otras, de las ideas de Demócrito y
Epicuro, y las desarrolla, poniéndolas en forma de versos de gran fuerza y
Belleza. Afirma así, por ejemplo, que cuando uno muere los átomos del cuerpo y
los átomos del alma no cesan su existencia sino que pasan a formar parte de las
flores, las rocas, el agua… Su intención al escribir la obra era la de liberar
al Hombre de la principal causa de infelicidad, el miedo a los dioses y a la
muerte, y la gran efectividad con la que cumple este objetivo fue alabada por
algunos de sus contemporáneos, como Virgilio. Otros de los que elogiaron la
gran calidad del poema fueron Ovidio y Cicerón, que de hecho preparó la edición
del texto a la muerte del poeta.
Esta obra influyó de manera determinante en el desarrollo de la Europa moderna
desde el punto de vista intelectual, pero sobrevivió a la Edad Media casi de milagro…
Siglos después de su composición se tenía constancia de varias referencias
escritas al autor, pero no había copias conocidas del poema. Es aquí donde
entra en nuestra historia el humanista Gian Francesco Poggio Bracciolini,
funcionario papal afincado en Florencia. Poggio y sus amigos eran lectores
empedernidos y se dedicaban a la ardua tarea, iniciada un siglo atrás por
Petrarca, de inspeccionar los más escondidos recovecos de las bibliotecas
eclesiásticas en busca de obras maestras de la Antigüedad griega y latina. En
el curso de esta búsqueda, Poggio llegó hacia el año 1417 a un remoto
monasterio del sur de Alemania, probablemente el monasterio benedictino de
Fulda, y allí encontró un códice manuscrito del S.IX en el que se había
conservado un ejemplar del De Rerum Natura, que procedió a copiar
inmediatamente con la ayuda de un escriba que le acompañaba… Si este hallazgo
fortuito no se hubiera producido, muy probablemente el códice habría sido raspado
y reciclado tarde o temprano para escribir en él otra obra, y la Historia de
Occidente hubiera sido sin duda muy distinta de la que conocemos.
Los teólogos del Vaticano consideraron que la obra de Lucrecio era
terriblemente subversiva; al fin y al cabo, animaba al Hombre a vivir libre de
complejos y dueño de su propio destino, y esto ponía en peligro el control que a
través de los siglos habían conseguido ejercer sobre la población. Por tanto la
añadieron a la lista de libros prohibidos, pero aun así sobrevivió a la destrucción,
gracias en gran parte a la invención de la imprenta. Ya en el S.XVI, Giordano Bruno, científico, pensador y
sacerdote dominico, se inspiró en el poema para llegar a la conclusión de que
el Universo era mucho más grande de lo que se pensaba, lleno de otros soles y otros planetas habitados por
animales y seres inteligentes. Propagó sus ideas por distintos puntos de Europa
y al final fue encarcelado por la Inquisición Romana acusado de herejía, siendo
quemado vivo en la hoguera en el año 1600 sin proferir un solo grito.
De Rerum Natura también influyó a Galileo y a Newton, que junto con Giordano
Bruno y otros pocos de aquella época contribuyeron a sentar las bases de la
Ciencia moderna.
Y no acaba aquí la influencia de las ideas de Lucrecio, que llegan hasta Inglaterra,
con Francis Bacon, o hasta Francia, con Michel de Montaigne,
fundador del género del ensayo moderno: su obra clave, titulada precisamente
Ensayos, uno de los gérmenes indiscutibles de la Ilustración, contiene hasta
cien citas sacadas directamente del De Rerum Natura… Cabe incluso la
posibilidad de que el influjo de Lucrecio haya alcanzado a las obras de
Shakespeare, bien por la lectura del propio poema por parte del dramaturgo o
bien de forma indirecta a través de los Ensayos de Montaigne, traducidos al
inglés por un amigo de Shakespeare, John Florio, que además conoció a Giordano
Bruno. Esta conexión se hace bastante evidente, por poner un solo ejemplo, en determinados
pasajes de El Rey Lear… En España también han sido muchas las traducciones del
poema al castellano, pero eso sí, a partir de finales del S.XVIII, ya que antes
era peligroso hacerlo debido a su carácter marcadamente ateo.
Concluimos la entrega de hoy con otra de esas asombrosas casualidades del
destino, un hallazgo fortuito como el realizado por Gian Francesco Poggio en
1417, pero mucho más cercano a nuestro Presente. En 1989 el por entonces
bibliotecario del Eton College, Paul Quarrie, compró por doscientas cincuenta
libras una copia anotada de la edición impresa de 1563
del De Rerum Natura, editada por Denys Lambin. Después de analizar
cuidadosamente las múltiples notas manuscritas en latín y en francés, Quarrie
llegó a la conclusión de que uno de los antiguos propietarios del libro había
sido ilustre… En la tercera página de guarda este apasionado lector de Lucrecio
había escrito: “Puesto que los movimientos de los átomos son tan variados, no
resulta inconcebible que éstos se hayan juntado ya alguna vez de esta misma
manera, o que en el futuro se vuelvan a juntar así de nuevo, dando a luz a otro
Montaigne”.
Vemos pues que la gran fuerza de las ideas contenidas en el poema es capaz
de romper la barrera del Tiempo y establecer una auténtica conexión intelectual
y espiritual, a pesar de estar separados por más de mil quinientos años, entre
Michel de Montaigne y Tito Lucrecio Caro; y también, por extensión, de Paul
Quarrie con ambos y con Epicuro de Samos, a dos milenios y medio de distancia
hacia el Pasado… Queda claro por tanto que, cuando nos tomamos el tiempo
necesario para pensar en ellas, a todos nos preocupan las mismas grandes
cuestiones, sin importar nuestra época o nuestro lugar de procedencia; todos seguimos cantando la misma antigua canción…
Una vez explicada la historia de cómo este poema llegó hasta nosotros y de su
gran influencia en la Civilización Occidental, la próxima semana nos
centraremos en su contenido y comprobaremos la asombrosa vigencia de las ideas
de Lucrecio en el momento presente; y veremos cómo también en mi caso, y un par
de milenios después, las conexiones entre De Rerum Natura y La Belleza y el
Tiempo se hacen (salvando las distancias, claro está) más que evidentes.
4 comentarios:
Claro, pero lo de que su obra sobrevivió a la Edad Media casi de milagro, no deja de recordarme a cierto manuscrito de Aristóteles conocido por un viejo abate del monasterio de Melk, el cual fue destruido en un incendio de la biblioteca (muy importante en el s. XIV) de una abadía benedictina italiana....Iba sobre la risa....
Un saludo
Es un tema interesantísimo el de los libros y documentos antiguos, que ya he tocado antes, por ejemplo en las entradas de "Indeleble"... Cuando pienso en ello siento una mezcla de emociones: alegría por las obras maestras que se han conservado durante siglos hasta nuestros días, para que también nosotros podamos disfrutar y aprender de ellas; y por otro lado una inmensa tristeza por las que han desaparecido sin remedio y que no llegaremos a conocer jamás...
Pero lo mejor de todo es pensar en esos tesoros del Pensamiento escondidos en un sótano, un almacén, un baúl o un estante olvidado, y que serán redescubiertos de aquí a un siglo, o en un año, o mañana mismo, para alegría de muchos... Me viene a la memoria, por dar un ejemplo reciente, el caso de los planos del Palacio del Real de Valencia, tema que trataré más tarde o más temprano en el blog.
¡Un abrazo, Rojo!
Gracias a Tito Lucrecio Caro por enseñar el atomismo griego en la Época Moderna.
Y muchas gracias a ti por comentar en el blog.
Un saludo
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