Seguimos hablando de disparar nuestra flecha hacia la diana y de la disyuntiva
entre mirar hacia delante o hacia detrás en el discurrir de nuestra Vida, tanto
a nivel de los grandes proyectos como de las pequeñas rutinas. Como vimos en la
primera parte de la entrada, hay gente que mira más hacia delante debido a la
mediocridad de sus anteriores logros, o a su incapacidad para percibir la
importancia de éstos y valorarlos en su justa medida; y por otro lado están los
que se centran obsesivamente en su próximo objetivo, retrasando incluso su
consecución de forma deliberada, porque tienen la convicción de que será un
hito a nivel personal difícil de superar durante el resto de su Vida. Por una
razón o por otra, en general preferimos regodearnos en esa sensación de
anticipación de lo que está por
venir, más que en la conclusión
de los proyectos en sí.
La semana pasada vimos algunos ejemplos de obras inconclusas en el arte o
la literatura y hoy, aunque no abandonemos del todo el terreno de la ficción,
trataremos el tema desde el punto de vista de las relaciones personales. Las
distintas etapas de nuestra relación con otra persona pueden considerarse también
como dianas a las que apuntar, y es posible tanto acertar como errar el tiro, o
incluso posponer conscientemente la llegada de la flecha y el cierre de la
correspondiente etapa. Tenemos por ejemplo el caso de los archienemigos que han
dedicado toda su vida a luchar el uno contra el otro y que sin embargo dudan al
llegar el momento en que pueden acabar de una vez por todas con su rival. ¿Qué
pasaría si Batman eliminase al Joker,
o viceversa? ¿o si Sherlock Holmes derrotase al Profesor Moriarty,
o al contrario? Al que sobreviviese todo le resultaría muy aburrido a partir de
ese momento; tal vez se daría cuenta de que ha hecho desaparecer su razón de
ser, de que ya no hay otros contrincantes que estén a su altura, de que ha
perdido su principal motivación para seguir existiendo… Los villanos no
tendrían reparo en expresar estas ideas en voz alta; a nuestros héroes les
costaría reconocerlo, pero tal vez lo estarían pensando también… Quizás
comprenderían que están destinados a seguir luchando
hasta morir ambos; y por tanto decidirían perdonarse la vida, irse cada cual
por su lado y dejarlo para otra ocasión… o por el contrario caer juntos catarata abajo, abrazados y
forcejeando, hacia una muerte segura.
Dicen que del amor al odio hay un paso, así que los ejemplos anteriores
podrían no ser tan distintos del que veremos a continuación, aunque parezca que
están en polos opuestos del espectro… Supongo que habéis oído hablar de la tensión sexual no resuelta
en una serie de televisión. Se trata de un recurso usado por los guionistas
para mantener la atención de los espectadores durante varias temporadas y
consiste en desarrollar una fuerte atracción entre la pareja protagonista (lo
que se suele llamar “química”) que queda sugerida sin llegar a consumarse. A
veces la falta de ideas o la intención de conducir la historia en la dirección
más lógica llevan a aliviar esta tensión haciendo que los personajes comiencen
una relación, recurso que puede insuflar nueva vida a la serie o por el
contrario suponer para ella el principio del fin…
El caso más claro que recuerdo de una tensión resuelta que acabase con una
serie es el de Luz de Luna, que
yo veía todas las semanas, los lunes a las nueve si no recuerdo mal, antes de
ser siquiera un adolescente. Me encantaba la frescura de los diálogos entre el
sinvergüenza de David y la estirada de Maddie, y disfrutaba también con esa atracción
latente entre ambos, a medio camino entre el amor y el odio.
Recuerdo como un gran acontecimiento el episodio en el que por fin descargaron
toda la tensión acumulada y se pegaron un buen revolcón
(rompiendo de paso la mitad de los muebles del apartamento), y también recuerdo
que a partir de ese momento la serie perdió gran parte de su gracia y fue
decayendo poco a poco hasta su conclusión en la quinta temporada. Está claro
que a esto contribuyeron también otros factores, como las continuas peleas
entre Bruce Willis y Cybill Shepherd al otro lado de la cámara, pero no cabe
duda de que el declive de la serie se aceleró el día que David y Maddie
decidieron tirarse a la piscina… Ésta
es una flecha que quizás no debería haber llegado nunca a la diana.
Y hablemos por fin de Penélope, uno de los personajes de la Odisea de
Homero. Su esposo Ulises abandonó la isla de Ítaca y luchó durante diez años en
la Guerra de Troya,
pasando después varios años más sin que retornara y dándole casi todos por
muerto. Mientras Ulises erraba de isla en isla, intentando volver y viviendo
alguna que otra aventura amorosa por el camino, Penélope, siempre fiel a su
marido, rechazó múltiples propuestas de matrimonio. Para dar largas a sus codiciosos
pretendientes, les dijo que aceptaría la muerte de Ulises y se casaría de nuevo
cuando terminase de tejer un sudario para el rey Laertes, pero cada noche
deshacía a escondidas lo que había tejido durante el día, posponiendo de ese
modo el momento de elegir… Al final, tras veinte años de separación, Ulises regresó a Ítaca
disfrazado de mendigo y fue capaz de tensar su propio arco, cosa que ninguno de
los pretendientes había conseguido, matándolos a todos con él y reuniéndose con
Penélope.
Este relato ha servido para acuñar el llamado complejo o síndrome de Penélope,
que en psicología es aquel en el que la espera se transforma en una constante
existencial. Puede hacer referencia a las mujeres que esperan el regreso de su
marido desaparecido en una catástrofe o en un conflicto bélico y dado por
muerto, pero también a las mujeres que salieron una sola vez con un hombre que
no las volvió a llamar, o que se liaron con un casado que juró que se separaría
de su mujer, o que fueron abandonadas por un marido que no volvió nunca más
pidiendo perdón… Estas mujeres se hacen ilusiones en vano, siguen esperando que
ocurra lo imposible y acaban viviendo en un mundo de fantasía creado por ellas
mismas; están enamoradas de un fantasma, y esta obsesión les impide olvidar y
seguir adelante con su Vida. Son Penélopes que se dedican a tejer y destejer
sueños e ilusiones día tras día, son flechas que vuelan y vuelan hacia una
diana que no existe.
¿Y qué hay de La Belleza y el Tiempo como proyecto? ¿Llegará un momento en
que la flecha alcance la diana y el blog sea una obra concluida, o por el
contrario se mantendrá como un continuo “work in progress”? En la primera entrada
os expliqué que el escribir estos textos tiene un doble objetivo: por un lado
conocerme mejor a mí mismo y al Mundo que me rodea, y por otro contactar con
personas que conecten intelectualmente y tengan una cierta química conmigo,
personas entre las cuales podría estar también la mujer de mis sueños… En lo
que respecta al primer objetivo, dudo mucho que mi investigación concluya algún
día: el Universo contiene demasiadas maravillas como para conocerlas todas en
una Vida. Como ya he comentado muchas veces, es imposible aprenderlo todo
acerca de todo; siempre hay nuevas preguntas por responder,
nuevas puertas por abrir, nuevos rincones del Mundo por descubrir…
En cuanto a la búsqueda de la mujer perfecta para mí, francamente espero
que este proyecto sí llegue a buen puerto algún día. Después de unos añitos sin
pareja, la verdad es que noto ya una cierta tensión sexual no resuelta (si es
que tal cosa puede darse en una historia con un solo personaje) y voy teniendo
ganas de que esta flecha se clave por fin en la diana (perdonadme el doble sentido).
Todavía me quedan unas cuantas entradas medio escritas acerca de mi búsqueda y
del poco éxito obtenido hasta ahora, entradas que iré racionando y publicando
poco a poco bajo la etiqueta de “Afecto”. Lógicamente, ya no podré utilizarlas
si me echo novia, porque entonces estaría mintiendo… Pero comérmelas con
patatas es un riesgo que tendré que correr; no os preocupéis, que no soy tan
idiota como para no buscar pareja sólo por tener entradas sin publicar (Tal vez
pase a limpio y cuelgue rápidamente un par de ellas cuando vea que el tan
esperado momento se acerca de forma inminente,
y así todos contentos). Me parece que la razón por la que avanzo tan despacio
en este terreno se basa en que aspiro a metas muy elevadas, y por tanto apenas
encuentro dianas hacia las que desee lanzar la flecha… Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Para ir terminando ya, creo que las conclusiones finales podrían ser éstas:
tratemos de elegir bien las dianas hacia las que apuntamos el arco y soltamos
la flecha. Que no se pueda decir que miramos más hacia la siguiente diana porque
fallamos la anterior, o porque era ridículamente fácil de acertar; que sea
porque la diana anterior era difícil y digna de elogio pero la siguiente es un
reto aún mayor. No tratemos de retrasar el momento de hacer una diana por miedo
a descubrir que no valía la pena y que deberíamos apuntar en otra dirección;
retrasemos el momento por nuestra convicción de que la diana hecha será tan perfecta que nos resultará
difícil superarnos en la siguiente. Reflexionemos bien para escoger la
dirección correcta, apuntemos cada vez más y más alto y encadenemos diana tras
diana, de manera que volar hacia la siguiente sea sólo posible gracias a haber
acertado en las anteriores; de ese modo, cuando notemos cómo la flecha corta el aire en dirección hacia su
próximo objetivo sabremos que es gracias a los logros previamente conseguidos,
y estaremos mirando a la vez hacia delante y hacia atrás, que es la mejor
manera de vivir el momento presente.
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