Cada vez que
vuelco en el disco duro de mi ordenador las fotos que acabo de hacer en mis paseos por la ciudad
selecciono las que me parecen especialmente bonitas o las que transmiten un
mensaje interesante y guardo duplicados en la carpeta de archivos de La Belleza
y el Tiempo, clasificándolos en subcarpetas con los nombres de las etiquetas
del blog. Hace poco me di cuenta de una cosa muy curiosa: ojeando las fotos que
me reservo para entradas sobre Belleza, vi que casualmente la mayoría de
motivos seleccionados tenían en común (además de ser especialmente hermosos y
transmitir una sensación de paz y tranquilidad) una paleta cromática muy
concreta, con abundancia de púrpuras,
violetas, lavandas, lilas, malvas, fucsias, morados, rosas, magentas… No me
pidáis que os explique la diferencia entre los distintos nombres de esta lista, porque no sabría hacerlo;
la nomenclatura no es mi fuerte, aunque sí sé algo sobre la Ciencia de los
colores. A lo mejor lo que me resulta atractivo de esos tonos es que la mayoría
de ellos no pertenecen al espectro visible,
y por tanto no aparecen en el arco iris; se generan al mezclarse los dos
extremos del espectro, el rojo y el violeta, y son las proporciones entre estos
dos, así como las anchuras de los intervalos de longitud de onda que contribuyen
a la mezcla, las que determinan la tonalidad y el colorido resultantes.
Muchas de estas fotos, como podréis ver en la selección de diez que he
preparado para la entrada de hoy, son de las flores que les salen a los árboles
del cauce del río y de la Alameda, o de flores terrestres de la playa de la
Malvarrosa… Por cierto: malva y rosa, ¡ni hecho adrede para la entrada! Me ha
picado la curiosidad y he investigado un poco, descubriendo que este lugar debe
su nombre a un jardinero del siglo XIX.
En cuanto a las distintas especies de las flores, tampoco me preguntéis sobre
ello; de Botánica y nombres de plantas sé aún menos que de nombres de colores…
Lo que más me gusta de estas flores cuando me las encuentro en mis paseos es
que, debido a su intenso colorido y por algún extraño mecanismo de nuestro
sistema visual, parece que brillen más que su entorno, como si tuvieran luz
propia, lo cual se nota sobre todo en los días nublados.
Dándole
vueltas en mi cabeza a esta idea he llegado a la conclusión de que algunas de
las personas que nos encontramos en nuestro camino son como esas flores: positivas
y llenas de energía, por mal que vaya la cosa cogen siempre lo que hay de bueno
a su alrededor y lo potencian al máximo,
contagiando su alegría hasta el punto que parece que brillen con luz propia, iluminando también a los que les rodean. A veces dar con una de estas
personas es casi tan difícil como encontrar el magenta en el arco iris, y si
tenemos esa suerte deberíamos cuidar de esta amistad, mimarla y regarla como si
fuera una planta muy delicada; sin duda necesitamos tener gente así en nuestra
Vida, y siempre resulta agradable disfrutar de su compañía, del mismo modo que
nos sienta bien y nos alegra el corazón contemplar, en medio de una tarde
nublada y gris, el brillante colorido de esas pequeñas flores magenta.
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