lunes, 21 de julio de 2014

El Experimento de los Marshmallows

La semana pasada, escribiendo acerca de lo rápido que se me habían pasado las primeras cien entregas del blog, creí que un buen título para la entrada podía ser “Ciento Volando”, ya que utilizaba el refrán que todos conocemos pero cambiando el significado de las palabras… Esto me hizo recordar que hacía ya tiempo que tenía en fase de borrador una entrada que habla sobre el sentido literal del refrán, de modo que me puse a darle forma y aquí la tenéis; perfectamente podría haberse llamado también “Ciento Volando”, o “Pájaro en Mano”, pero he optado por el título más descriptivo. Para los que no sepáis lo que es un marshmallow, os diré que se le conoce con otros muchos nombres, siendo los más habituales (al menos para mí) dulce de malvavisco, jamón o nube.
 
 
¿En qué consiste el experimento en cuestión? El primero lo inició hace más de cuarenta años el psicólogo Walter Mischel en la Universidad de Stanford, y los sujetos eran niños y niñas pequeños, de unos cuatro o cinco años. Se les hacía pasar a un despacho sin muebles ni decoración, con una mesa y una silla (algunas de las versiones del experimento incluyen una cámara oculta instalada justo enfrente), y se les planteaba la siguiente disyuntiva: “Voy a dejar aquí este marshmallow, y ahora tengo que salir un momento… Vamos a hacer un trato: si esperas hasta que yo vuelva, podrás comerte éste y otro más, pero si quieres que venga antes, toca esa campanilla y podrás comer sólo éste”. Las reacciones de los niños eran muy variadas durante los quince minutos que duraba la espera (a esas edades, un cuarto de hora sin otras distracciones a tu alrededor es una eternidad): Para alejar la tentación, algunos daban puntapiés a las patas de la mesa; otros se metían debajo, miraban hacia otro lado o acariciaban el marshmallow como si fuera un animalito. Sólo un porcentaje minoritario se comieron la nube inmediatamente, y de los demás, un tercio consiguieron aguantar los quince minutos.
De este estudio se sacaron diversas conclusiones, pero la parte realmente interesante viene ahora. Varios de los niños que participaron eran amigos de las hijas del Profesor Mischell, y charlando casualmente sobre algunos de ellos, años después, se dieron cuenta de que había ciertas correlaciones, de modo que decidieron hacer un seguimiento posterior de todos los sujetos. Tras realizar una serie de cuestionarios acerca de distintos temas diez, veinte e incluso cuarenta años después del experimento original, se llegó a la conclusión de que, por lo general, los niños y niñas que supieron esperar para comer dos nubes sacaron posteriormente mejores notas de acceso a la Universidad, consiguieron mejores trabajos y tuvieron matrimonios más felices, así como menos problemas de drogas y sobrepeso. En otras palabras: los que controlaban sus impulsos y preferían pensar a largo plazo antes que obtener una gratificación instantánea tuvieron después una vida mejor. Al igual que la de comer el primer marshmallow, supieron resistir otras tentaciones y elegir el camino correcto en lugar del más rápido.
 
 
Hasta aquí parece que está todo muy claro, y que con un poco de autocontrol se puede alcanzar la felicidad en la vida, pero las cosas no son tan fáciles como parece… En estudios posteriores se ha visto que los resultados del experimento dependen mucho de si el niño confía o no en el experimentador. Por ejemplo, se pueden usar dos grupos de chicos con distintas experiencias previas a la parte de los marshmallows: en uno de estos estudios, a todos se les hizo antes una promesa de otro tipo, promesa que se cumplió con los del primer grupo y se incumplió con los del segundo… Pues bien, los niños a los que ya se les había fallado antes prefirieron pájaro en mano a ciento volando y esperaron tres minutos en promedio, mientras que los que no habían sufrido una decepción previa cuadruplicaron este tiempo. Se observó que por lo general eran más impulsivos y aguantaban menos los chicos procedentes de entornos más inestables, como por ejemplo los hijos de padres separados o los niños de baja extracción social. Por tanto, y en resumen, para que funcionen las técnicas de motivación basadas en la gratificación aplazada y en la cultura del esfuerzo primero hemos de proporcionar a los chavales confianza en el futuro y en la sociedad: tenemos que colaborar entre todos para que crezcan en un mundo justo donde las cosas funcionen como debe ser y donde se cumplan las promesas que nosotros les hicimos de pequeños.
 
 
Para finalizar, me gustaría hacer un par de reflexiones sobre todo esto arrimando el ascua a mi sardina y centrándome en la faceta de las relaciones de pareja. Ya en otras ocasiones os he comentado que en esta sociedad de las prisas, en la que se valora más lo superficial porque es lo más rápido de evaluar, una gran cantidad de gente opta por comerse el primer marshmallow que pasa por delante sin darle muchas vueltas, y al final resulta que se quedan con hambre de algo más. También os he explicado que yo voy despacio porque voy lejos, y que hasta que no encuentre a alguien realmente especial y compatible conmigo prefiero estar solo, aunque tenga que esperar esos metafóricos quince minutos… que en este caso, y al paso que vamos, bien podrían ser quince años (los cuatro que llevo desde el fin de mi última relación ya se me están haciendo eternos).
Esta espera, por larga que fuese, valdría la pena si tuviera la certeza de que más tarde o más temprano conseguiré mi objetivo, pero… ¿quién me lo asegura? El destino es a veces bastante cabrón y te quita incluso tu primer marshmallow antes de que puedas catarlo; por pasarte la vida esperando a la mujer ideal puedes perder varias oportunidades con mujeres que “sólo” estaban bastante bien… oportunidades que a veces no vuelven nunca más. La pregunta clave es: ¿Confío en la Vida? La respuesta: Por ahora sí. Espero que mi fidelidad a mis propios principios se vea premiada en el futuro con un poco de suerte; espero que llegue ese día en que encuentre a mi Papagena, a La Mujer con mayúsculas, a la compañera de viaje que me abra puertas a otros mundos de infinita Belleza que aún no puedo ni siquiera imaginar… Mientras llega ese día, prefiero tener a mi Papagena volando en mis pensamientos antes que a cualquier otra pájara posada en mi mano.
 
 
¡Habéis aguantado hasta el final de la entrada! Enhorabuena. Ya os he puesto antes un enlace a una canción, igual que de costumbre, pero hoy voy a tirar la casa por la ventana y os voy a poner otra, como premio por haber tenido un poco de paciencia.

2 comentarios:

chinachola dijo...

Qué identificada me siento con esta entrada, con tu sentir y tus palabras. Enhorabuena por la conexión que generas.

Kalonauta dijo...


Gracias a ti por visitar el blog, Chinachola, me alegro de que te resulte útil. :-)

Un abrazo