La semana pasada, escribiendo acerca de lo rápido que se me habían
pasado las primeras cien entregas del blog, creí que un buen título para la
entrada podía ser “Ciento Volando”, ya que utilizaba el refrán que todos conocemos
pero cambiando el significado de las palabras… Esto me hizo recordar que hacía
ya tiempo que tenía en fase de borrador una entrada que habla sobre el sentido
literal del refrán, de modo que me puse a darle forma y aquí la tenéis; perfectamente
podría haberse llamado también “Ciento Volando”, o “Pájaro en Mano”, pero he
optado por el título más descriptivo. Para los que no sepáis lo que es un marshmallow, os diré que se le
conoce con otros muchos nombres, siendo los más habituales (al menos para mí)
dulce de malvavisco, jamón o nube.
¿En qué consiste el experimento en cuestión?
El primero lo inició hace más de cuarenta años el psicólogo Walter Mischel en
la Universidad de Stanford, y los sujetos eran niños y niñas pequeños, de unos
cuatro o cinco años. Se les hacía pasar a un despacho sin muebles ni
decoración, con una mesa y una silla (algunas de las versiones del experimento
incluyen una cámara oculta instalada justo enfrente), y se les planteaba la
siguiente disyuntiva: “Voy a dejar aquí este marshmallow, y ahora tengo que
salir un momento… Vamos a hacer un trato: si esperas hasta que yo vuelva,
podrás comerte éste y otro más, pero si quieres que venga antes, toca esa campanilla
y podrás comer sólo éste”. Las reacciones de los niños
eran muy variadas durante los quince minutos que duraba la espera (a esas
edades, un cuarto de hora sin otras distracciones a tu alrededor es una
eternidad): Para alejar la tentación, algunos daban puntapiés a las patas de la
mesa; otros se metían debajo, miraban hacia otro lado o acariciaban el
marshmallow como si fuera un animalito. Sólo un porcentaje minoritario se
comieron la nube inmediatamente, y de los demás, un tercio consiguieron
aguantar los quince minutos.
De este estudio se sacaron diversas conclusiones, pero la parte
realmente interesante viene ahora. Varios de los niños que participaron eran
amigos de las hijas del Profesor Mischell, y charlando casualmente sobre
algunos de ellos, años después, se dieron cuenta de que había ciertas
correlaciones, de modo que decidieron hacer un seguimiento posterior de todos
los sujetos. Tras realizar una serie de cuestionarios acerca de distintos temas
diez, veinte e incluso cuarenta años después del experimento original, se llegó
a la conclusión de que, por lo general, los niños y niñas que supieron esperar
para comer dos nubes sacaron posteriormente mejores notas de acceso a la Universidad,
consiguieron mejores trabajos y tuvieron matrimonios más felices, así como menos
problemas de drogas y sobrepeso. En otras palabras: los que controlaban sus
impulsos y preferían pensar a largo plazo antes que obtener una gratificación
instantánea tuvieron después una vida mejor. Al igual que la de comer el primer
marshmallow, supieron resistir otras tentaciones y
elegir el camino correcto en lugar del más rápido.
Hasta aquí parece que está todo muy claro, y que con un poco de
autocontrol se puede alcanzar la felicidad en la vida, pero las cosas no son
tan fáciles como parece… En estudios posteriores
se ha visto que los resultados del experimento dependen mucho de si el niño
confía o no en el experimentador. Por ejemplo, se pueden usar dos grupos de
chicos con distintas experiencias previas a la parte de los marshmallows: en
uno de estos estudios, a todos se les hizo antes una promesa de otro tipo, promesa
que se cumplió con los del primer grupo y se incumplió con los del segundo…
Pues bien, los niños a los que ya se les había fallado antes prefirieron pájaro en mano a ciento volando y
esperaron tres minutos en promedio, mientras que los que no habían sufrido una
decepción previa cuadruplicaron este tiempo. Se observó que por lo general eran
más impulsivos y aguantaban menos los chicos procedentes de entornos más
inestables, como por ejemplo los hijos de padres separados o los niños de baja
extracción social. Por tanto, y en resumen, para que funcionen las técnicas de
motivación basadas en la gratificación aplazada
y en la cultura del esfuerzo
primero hemos de proporcionar a los chavales confianza en el futuro y en la
sociedad: tenemos que colaborar entre todos para que crezcan en un mundo justo
donde las cosas funcionen como debe ser y donde se cumplan las promesas que nosotros
les hicimos de pequeños.
Para finalizar, me gustaría hacer un par de reflexiones sobre todo
esto arrimando el ascua a mi sardina y centrándome en la faceta de las
relaciones de pareja. Ya en otras ocasiones os he comentado que en esta
sociedad de las prisas, en la que se valora más lo superficial porque es lo más
rápido de evaluar, una gran cantidad de gente opta por comerse el primer
marshmallow que pasa por delante sin darle muchas vueltas, y al final resulta
que se quedan con hambre de algo más.
También os he explicado que yo voy despacio porque voy lejos,
y que hasta que no encuentre a alguien realmente especial y compatible conmigo
prefiero estar solo, aunque tenga que esperar esos metafóricos quince minutos… que
en este caso, y al paso que vamos, bien podrían ser quince años (los cuatro que
llevo desde el fin de mi última relación ya se me están haciendo eternos).
Esta espera, por larga que fuese, valdría la pena si tuviera la
certeza de que más tarde o más temprano conseguiré mi objetivo, pero… ¿quién me
lo asegura? El destino es a veces bastante cabrón y te quita incluso tu primer
marshmallow antes de que puedas catarlo; por pasarte la vida esperando a la
mujer ideal puedes perder varias oportunidades con mujeres que “sólo” estaban
bastante bien… oportunidades que a veces no vuelven nunca más. La pregunta
clave es: ¿Confío en la Vida? La respuesta: Por ahora sí. Espero que mi
fidelidad a mis propios principios se vea premiada en el futuro con un poco de
suerte; espero que llegue ese día en que encuentre a mi Papagena, a La Mujer
con mayúsculas, a la compañera de viaje que me abra puertas a otros mundos de
infinita Belleza que aún no puedo ni siquiera imaginar… Mientras llega ese día,
prefiero tener a mi Papagena volando en mis pensamientos antes que a cualquier
otra pájara posada en mi mano.
¡Habéis aguantado hasta el final de la entrada! Enhorabuena. Ya os
he puesto antes un enlace a una canción, igual que de costumbre, pero hoy voy a
tirar la casa por la ventana y os voy a poner otra, como premio por haber
tenido un poco de paciencia.
2 comentarios:
Qué identificada me siento con esta entrada, con tu sentir y tus palabras. Enhorabuena por la conexión que generas.
Gracias a ti por visitar el blog, Chinachola, me alegro de que te resulte útil. :-)
Un abrazo
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