En un diálogo
de la película Quiz Show,
de Robert Redford, se citan unas palabras que me llamaron bastante la atención
cuando la vi: “La Belleza es Verdad, la Verdad
es Belleza; no hace falta saber más que esto en la Tierra”. Son los versos finales de la Oda a una Urna Griega,
escrita en 1819 por el poeta romántico inglés John Keats. Muchas veces he comentado en el blog que la
Verdad posee una Belleza intrínseca: lo natural, lo auténtico, lo verdadero, es
más hermoso. La gente que se acepta tal y como es y no trata de aparentar ser alguien
distinto tiene un encanto especial. Sin embargo, vivimos en una época de prisas
en la que poca gente se toma el tiempo y la molestia necesarios para conocer
realmente a los demás, y la primera impresión
es más importante de lo que debería, con lo que muchos se concentran en hacer
que esos primeros segundos de contacto visual sean impactantes, olvidándose de
todo lo que debería seguir después: se centran en el envoltorio y se olvidan
del contenido, se convierten poco menos que en cáscaras vacías. Yo siempre me
he preocupado más por resultar una persona interesante a largo plazo, así que
he elegido dedicar una mayor parte de mi tiempo a cultivar mi mente antes que a
cuidar mi aspecto externo; si bien me preocupo por mi salud y por mi higiene,
no lo hago tanto por el tema de la estética, y nunca encuentro tiempo para
afeitarme, o para ir a la peluquería, o para comprar ropa nueva, porque siempre
creo tener cosas más importantes o interesantes que hacer.
Hace tiempo
estuve hablando en una entrada doble
de lo que más me llama la atención del físico de una mujer en el primer
vistazo, y ya entonces os avisé de que eso no es lo único que valoro: para que
una mujer me enamore de verdad tiene que ser también, y sobre todo, hermosa por
dentro… De esto hablaremos en otra ocasión, pero hoy y la semana que viene me
centraré en una serie de detalles que se pueden percibir también en la primera
impresión y que me dicen si la Belleza física de una mujer es natural o tan
sólo apariencia… Veremos también que la presencia o ausencia en una mujer de
determinados aditivos
o complementos ya nos va dando, en unos pocos segundos, información acerca de
su posible Belleza Interior.
Empezaremos
hablando de lo primero en lo que me fijo, que es la cara: me gusta la belleza de cara lavada, natural, sin maquillaje,
ni pintalabios, ni sombra de ojos…
Cuando una mujer va tan pintada como una dependienta de El Corte Inglés, nos
está escamoteando una gran cantidad de información acerca de su estilo de vida
y costumbres: tal vez debajo de esas dos manos de pintura se oculta una tez
pálida y mortecina producto de una mala alimentación, o de muy pocas horas de
sueño, o de un elevado nivel de stress, o (¿quién sabe?) del consumo abusivo y
reiterado de drogas duras… cosas que me apetecería saber antes de intentar llevar
una amistad al siguiente nivel, vamos. El maquillaje no sólo oculta las imperfecciones,
sino que a la larga puede incluso provocarlas o aumentarlas, ya que al
obstruirse los poros y no respirar bien la piel, el cutis se estropea, entrándose
así en un círculo vicioso en el que el maquillaje se hace cada vez más
necesario, y lo que parecía una solución se convierte en realidad en el
problema.
Otra de las
razones por las que no me gustan las chicas con maquillaje o con pintalabios es
que si sales con ellas no puedes besarlas sin ponerte perdido…
y reconozcámoslo: yo soy bastante besucón, y cuando quiero a una mujer necesito
quererla con los cinco sentidos. Por eso mismo no me gustan los peinados que
requieran visitas frecuentes a la peluquería o cantidades ingentes de laca,
me gusta un pelo que pueda acariciar a gusto sin preocuparme por despeinarlo.
En esta misma onda, tampoco me gustaría que mi pareja usara pendientes, ni piercings
en el labio o en la lengua: ¿y si me pongo juguetón y quiero mordisquearle la
oreja? ¿y si quiero darle un beso de tornillo? Estaría sufriendo todo el rato,
por si le doy un tirón y le hago daño… Y no sólo padecería por ella, sino
también por mí: si os habéis encontrado alguna vez una piedra en vuestras
lentejas entonces sabréis de lo que estoy hablando… no entro en detalles, ya me
entendéis. Todo esto me recuerda aquella escena de El Jovencito Frankenstein
en la que el Doctor se está despidiendo de su prometida (una estupenda Madeline
Kahn) en la estación de tren, pero no puede cogerle las manos por no estropear
la manicura, ni besarla por el pintalabios, ni abrazarla porque el abrigo de
piel es carísimo… en el último instante de la despedida él le tira un beso por
el aire y ella, asustada, hace ademán de esquivarlo. Si os he de ser sincero,
ante esta perspectiva yo también preferiría a la campesina que disfruta
revolcándose entre la paja.
Hagamos un
capítulo aparte para hablar de las cejas femeninas y el apasionante mundo de su
depilación. Con algunas mujeres basta mirarles las cejas para ver enseguida que
no saben dónde está el término medio, que no entienden que depilar más
no significa necesariamente quedar mejor; en estos casos me salta enseguida una
alarma silenciosa en mi cabeza que me dice que esta falta de percepción puede
extenderse a otras facetas de la vida, que hay algo que tampoco anda del todo bien
por detrás de esas cejas… mejor poner tierra de por medio. La depilación de las
cejas en una mujer tiene que ser como los buenos efectos especiales en una
película: el objetivo es que pasen desapercibidos. Lo ideal, por supuesto,
sería que la Naturaleza hubiera sido generosa y hubiese concedido a la mujer en
cuestión unas cejas bonitas que no necesitaran ningún retoque; pero si hiciera
falta quitar algunos pelos, el truco está en saber quitarse el mínimo número de
ellos para que el conjunto quede armónico. En este sentido, yo siempre he sido
más partidario de la depilación en vertical que en horizontal. Me explico: a mí
no me desagradan unas cejas de mujer anchas
en las que se ha retocado un poco el entrecejo o un par de pelillos aquí y allá,
pero sin embargo el pretender hacer que toda la ceja parezca más fina
artificialmente, quitando pelos todo a lo largo, me parece una pérdida de
tiempo que además, como ya decía antes, no suele quedar bien. El proceso de
selección natural a lo largo de millones de años nos ha dado cejas para evitar
que si nos cae agua sucia encima de la cabeza ésta se nos meta en los ojos…
Millones de hombres y mujeres con cejas escasas han muerto sin descendencia a
causa de una infección ocular para que podamos llegar hasta donde estamos, así
que ¡cuidado! Tú podrías ser la siguiente; no tratemos de luchar contra la
Evolución de las Especies. (Un último apunte: por esta misma regla de tres,
también tenemos pelo encima de algunos otros orificios corporales; por ejemplo
los hombres tenemos el bigote, y las mujeres… no entro en detalles, ya me
entendéis.)
Hasta aquí la
primera parte de esta entrada, en la que hemos visto lo que pasa de cuello para
arriba; la semana que viene trataremos de diferenciar lo que es verdad de lo
que es mentira de cuello para abajo (os prometo emociones fuertes). Hay un tema
que podría haberse incluido en la entrega de hoy y que sin embargo no he
tocado: las gafas, y qué nos dice de una mujer que las necesita el hecho de que
se las ponga o se las deje de poner. En este caso el razonamiento es distinto,
porque éste es un complemento que considero necesario, mientras que los que
hemos visto más arriba suelen ser superfluos. Por supuesto, ya podéis anticipar
cuál es mi conclusión sobre este asunto: una mujer que necesite gafas y que se
las ponga puede resultar igual de sexy que una mujer que no las necesite (y no
se las ponga). Este tema da para hablar largo y tendido, así que le dedicaremos
una entrada entera más adelante.
2 comentarios:
Como siempre, pones en palabras lo que yo normalmente entiendo a través de sensaciones o intuiciones, así que es un gusto encontrar ese respaldo en tus textos.
Y si encima sacas a colación a Jennifer Connelly y nuestra querida Zooey Deschanel (a mí me gusta sin gafas, con gafas o hasta con gafas de bucear), cualquier elogio es poco :)
Sigue así y feliz año!!
No sabes lo mucho que me alegro de que te resulten útiles mis entradas, Héctor... De hecho, ése es uno de los objetivos del Blog, así que es bonito saber que el trabajo que le dedico da sus frutos.
Y en cuanto a la Jenny y la Zooey, son dos ejemplos de mujeres que tuvieron suerte en la lotería genética y no necesitan ni aditivos ni colorantes para estar estupendas. Podría glosar su Belleza durante horas, pero a las fotos me remito... ¡Ay, Omá, qué ricas!
Pues nada, me alegro de verte comentando de nuevo (llevabas una temporada sin aparecer por aquí, pero ya sé que era porque tenías otras cosas importantes entre manos). Espero que te prodigues más en el futuro, a ver si le damos un poco de vidilla a los Comentarios, que están bastante muertos... ¡Un abrazo, Héctor!
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