martes, 25 de diciembre de 2012

Sin Aditivos ni Colorantes (I)


En un diálogo de la película Quiz Show, de Robert Redford, se citan unas palabras que me llamaron bastante la atención cuando la vi: La Belleza es Verdad, la Verdad es Belleza; no hace falta saber más que esto en la Tierra”. Son los versos finales de la Oda a una Urna Griega, escrita en 1819 por el poeta romántico inglés John Keats. Muchas veces he comentado en el blog que la Verdad posee una Belleza intrínseca: lo natural, lo auténtico, lo verdadero, es más hermoso. La gente que se acepta tal y como es y no trata de aparentar ser alguien distinto tiene un encanto especial. Sin embargo, vivimos en una época de prisas en la que poca gente se toma el tiempo y la molestia necesarios para conocer realmente a los demás, y la primera impresión es más importante de lo que debería, con lo que muchos se concentran en hacer que esos primeros segundos de contacto visual sean impactantes, olvidándose de todo lo que debería seguir después: se centran en el envoltorio y se olvidan del contenido, se convierten poco menos que en cáscaras vacías. Yo siempre me he preocupado más por resultar una persona interesante a largo plazo, así que he elegido dedicar una mayor parte de mi tiempo a cultivar mi mente antes que a cuidar mi aspecto externo; si bien me preocupo por mi salud y por mi higiene, no lo hago tanto por el tema de la estética, y nunca encuentro tiempo para afeitarme, o para ir a la peluquería, o para comprar ropa nueva, porque siempre creo tener cosas más importantes o interesantes que hacer.
 
 
Hace tiempo estuve hablando en una entrada doble de lo que más me llama la atención del físico de una mujer en el primer vistazo, y ya entonces os avisé de que eso no es lo único que valoro: para que una mujer me enamore de verdad tiene que ser también, y sobre todo, hermosa por dentro… De esto hablaremos en otra ocasión, pero hoy y la semana que viene me centraré en una serie de detalles que se pueden percibir también en la primera impresión y que me dicen si la Belleza física de una mujer es natural o tan sólo apariencia… Veremos también que la presencia o ausencia en una mujer de determinados aditivos o complementos ya nos va dando, en unos pocos segundos, información acerca de su posible Belleza Interior.
Empezaremos hablando de lo primero en lo que me fijo, que es la cara: me gusta la belleza de cara lavada, natural, sin maquillaje, ni pintalabios, ni sombra de ojos… Cuando una mujer va tan pintada como una dependienta de El Corte Inglés, nos está escamoteando una gran cantidad de información acerca de su estilo de vida y costumbres: tal vez debajo de esas dos manos de pintura se oculta una tez pálida y mortecina producto de una mala alimentación, o de muy pocas horas de sueño, o de un elevado nivel de stress, o (¿quién sabe?) del consumo abusivo y reiterado de drogas duras… cosas que me apetecería saber antes de intentar llevar una amistad al siguiente nivel, vamos. El maquillaje no sólo oculta las imperfecciones, sino que a la larga puede incluso provocarlas o aumentarlas, ya que al obstruirse los poros y no respirar bien la piel, el cutis se estropea, entrándose así en un círculo vicioso en el que el maquillaje se hace cada vez más necesario, y lo que parecía una solución se convierte en realidad en el problema.
 
 
Otra de las razones por las que no me gustan las chicas con maquillaje o con pintalabios es que si sales con ellas no puedes besarlas sin ponerte perdido… y reconozcámoslo: yo soy bastante besucón, y cuando quiero a una mujer necesito quererla con los cinco sentidos. Por eso mismo no me gustan los peinados que requieran visitas frecuentes a la peluquería o cantidades ingentes de laca, me gusta un pelo que pueda acariciar a gusto sin preocuparme por despeinarlo. En esta misma onda, tampoco me gustaría que mi pareja usara pendientes, ni piercings en el labio o en la lengua: ¿y si me pongo juguetón y quiero mordisquearle la oreja? ¿y si quiero darle un beso de tornillo? Estaría sufriendo todo el rato, por si le doy un tirón y le hago daño… Y no sólo padecería por ella, sino también por mí: si os habéis encontrado alguna vez una piedra en vuestras lentejas entonces sabréis de lo que estoy hablando… no entro en detalles, ya me entendéis. Todo esto me recuerda aquella escena de El Jovencito Frankenstein en la que el Doctor se está despidiendo de su prometida (una estupenda Madeline Kahn) en la estación de tren, pero no puede cogerle las manos por no estropear la manicura, ni besarla por el pintalabios, ni abrazarla porque el abrigo de piel es carísimo… en el último instante de la despedida él le tira un beso por el aire y ella, asustada, hace ademán de esquivarlo. Si os he de ser sincero, ante esta perspectiva yo también preferiría a la campesina que disfruta revolcándose entre la paja.
 
 
Hagamos un capítulo aparte para hablar de las cejas femeninas y el apasionante mundo de su depilación. Con algunas mujeres basta mirarles las cejas para ver enseguida que no saben dónde está el término medio, que no entienden que depilar más no significa necesariamente quedar mejor; en estos casos me salta enseguida una alarma silenciosa en mi cabeza que me dice que esta falta de percepción puede extenderse a otras facetas de la vida, que hay algo que tampoco anda del todo bien por detrás de esas cejas… mejor poner tierra de por medio. La depilación de las cejas en una mujer tiene que ser como los buenos efectos especiales en una película: el objetivo es que pasen desapercibidos. Lo ideal, por supuesto, sería que la Naturaleza hubiera sido generosa y hubiese concedido a la mujer en cuestión unas cejas bonitas que no necesitaran ningún retoque; pero si hiciera falta quitar algunos pelos, el truco está en saber quitarse el mínimo número de ellos para que el conjunto quede armónico. En este sentido, yo siempre he sido más partidario de la depilación en vertical que en horizontal. Me explico: a mí no me desagradan unas cejas de mujer anchas en las que se ha retocado un poco el entrecejo o un par de pelillos aquí y allá, pero sin embargo el pretender hacer que toda la ceja parezca más fina artificialmente, quitando pelos todo a lo largo, me parece una pérdida de tiempo que además, como ya decía antes, no suele quedar bien. El proceso de selección natural a lo largo de millones de años nos ha dado cejas para evitar que si nos cae agua sucia encima de la cabeza ésta se nos meta en los ojos… Millones de hombres y mujeres con cejas escasas han muerto sin descendencia a causa de una infección ocular para que podamos llegar hasta donde estamos, así que ¡cuidado! Tú podrías ser la siguiente; no tratemos de luchar contra la Evolución de las Especies. (Un último apunte: por esta misma regla de tres, también tenemos pelo encima de algunos otros orificios corporales; por ejemplo los hombres tenemos el bigote, y las mujeres… no entro en detalles, ya me entendéis.)
Hasta aquí la primera parte de esta entrada, en la que hemos visto lo que pasa de cuello para arriba; la semana que viene trataremos de diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira de cuello para abajo (os prometo emociones fuertes). Hay un tema que podría haberse incluido en la entrega de hoy y que sin embargo no he tocado: las gafas, y qué nos dice de una mujer que las necesita el hecho de que se las ponga o se las deje de poner. En este caso el razonamiento es distinto, porque éste es un complemento que considero necesario, mientras que los que hemos visto más arriba suelen ser superfluos. Por supuesto, ya podéis anticipar cuál es mi conclusión sobre este asunto: una mujer que necesite gafas y que se las ponga puede resultar igual de sexy que una mujer que no las necesite (y no se las ponga). Este tema da para hablar largo y tendido, así que le dedicaremos una entrada entera más adelante.

2 comentarios:

Héctor dijo...

Como siempre, pones en palabras lo que yo normalmente entiendo a través de sensaciones o intuiciones, así que es un gusto encontrar ese respaldo en tus textos.

Y si encima sacas a colación a Jennifer Connelly y nuestra querida Zooey Deschanel (a mí me gusta sin gafas, con gafas o hasta con gafas de bucear), cualquier elogio es poco :)

Sigue así y feliz año!!

Kalonauta dijo...


No sabes lo mucho que me alegro de que te resulten útiles mis entradas, Héctor... De hecho, ése es uno de los objetivos del Blog, así que es bonito saber que el trabajo que le dedico da sus frutos.

Y en cuanto a la Jenny y la Zooey, son dos ejemplos de mujeres que tuvieron suerte en la lotería genética y no necesitan ni aditivos ni colorantes para estar estupendas. Podría glosar su Belleza durante horas, pero a las fotos me remito... ¡Ay, Omá, qué ricas!

Pues nada, me alegro de verte comentando de nuevo (llevabas una temporada sin aparecer por aquí, pero ya sé que era porque tenías otras cosas importantes entre manos). Espero que te prodigues más en el futuro, a ver si le damos un poco de vidilla a los Comentarios, que están bastante muertos... ¡Un abrazo, Héctor!