Hace pocos días fui al Centro del Carmen a la presentación de la reedición actualizada de un libro sobre la historia y arquitectura
del Convento del Carmen,
que aunque breve fue bastante interesante. La autora comentó que es uno de los
pocos conventos históricos supervivientes de la ciudad de Valencia y nos enseñó
fotos de cuando fue sede de la Academia de Bellas Artes (en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX), con el Claustro Gótico cubierto
por una enorme estructura metálica… También habló de las pésimas condiciones en
las que se encontraba hacia los años ochenta e instó a las autoridades
presentes a seguir con el proceso de restauración del complejo (todavía falta un
40% por arreglar) y su unión con el antiguo cauce del Turia. En la parte
positiva, ya se ha habilitado de nuevo la entrada del Museo más cercana a la Plaza
del Carmen (y a la casa de mi bisabuelo Ricardo)
y parece ser que dentro de poco se abrirán al público unas pocas salas más que
acaban de acondicionarse, una de ellas reconvertida en cafetería.
Esto ha sido lo que me ha llevado, a la hora de elegir tema para las fotografías de hoy, a decidirme por las que saqué el pasado siete de julio en la vecina Iglesia del Carmen aprovechando que la puerta estaba abierta, cosa no muy frecuente. Por dentro la iglesia no es ninguna maravilla: tiene algunos rincones y altares con encanto pero también está llena de desconchones y humedades en las paredes y techo (en la selección tenéis una muestra de ambos). Por fuera siempre me ha llamado la atención la enorme fachada de estilo manierista, que no se corresponde en absoluto con el tamaño del resto del edificio pero aun así es muy bonita. No seré yo el que entre ahora a hablar de sepulcros blanqueados y falsas apariencias… ¡Con la Iglesia hemos topado!
