Hará cosa de una década fui al Palau de la Música de Valencia con mi pareja
y otros amigos a un concierto de bandas sonoras de películas. Una de las piezas
era de Star Wars, e incluía el tema de la Fuerza, que se puede escuchar, entre
otras, en la escena en que un joven Luke Skywalker se plantea su futuro
mientras contempla la puesta de los soles gemelos en Tatooine.
Siempre me ha apasionado John Williams y su uso de los leitmotivs
para comunicar emociones por medio de la Música, y cuando llegó el crescendo en
que toda la sección de cuerdas interpretaba esta melodía la potencia de la
orquesta me conmovió y se me saltaron un par de lágrimas… Segundos después
saqué disimuladamente un pañuelo del bolsillo para limpiarme el moquillo y mi
novia, al verlo, me preguntó si estaba resfriado…
Todavía hoy ignoro si no supo o no
quiso darse cuenta de que estaba emocionado, pero aquella reacción suya (sobre
todo considerando que ella misma era por entonces intérprete de música barroca)
me supuso una pequeña decepción.
Este detalle por parte de mi ex no es nada, sin embargo, comparado con la
total falta de sensibilidad y de respeto que muestran algunas personas frente a
manifestaciones artísticas varias… El pasado sábado estuve en uno de los cinco
conciertos en Valencia de la séptima Gira Crucis del Dúo Caifás,
un conjunto formado por mis amigos Gilberto Aubán (más
conocido como Gilbertástico)
y Antonio Iglesias (miembro de grupos como Dwomo o Los Toreros Muertos).
Este dúo lleva varios años actuando solamente en los días de Semana Santa, interpretando
de forma casi íntegra Jesucristo Superstar, el musical de Tim Rice y Andrew
Lloyd Webber de principios de los setenta, pero en su versión española de 1975,
la de Camilo Sesto y Ángela Carrasco, usando para ello tan solo una minibatería,
un teclado y sus propias voces. Somos muchos los fieles que anualmente acudimos
en peregrinación a esta llamada, más por la calidad de la música y por la
nostalgia de aquella época que por fervor religioso.
Ya antes de
empezar Gilberto nos estaba contando que el comportamiento del público es peor cada año que pasa, y que desde el
jueves, en los conciertos celebrados en otros barrios de la ciudad, se habían
dado varios casos de asistentes que hablaban en voz alta durante las canciones.
De hecho, en este hubo también una mujer que no dejaba de hablar a escasos dos
metros del dúo (si bien claramente bajo los efectos de algún estupefaciente que
ya traía puesto de serie), hasta el punto de que Gilberto tuvo que usar el
micro entre canción y canción para pedir, ligeramente molesto, lo que debería
ser obvio: un mínimo de silencio durante las canciones, a no ser que se
estuviera coreando la letra. A este se unieron otros detalles también algo
feos: por ejemplo, parte del público apareció más de media hora tarde, estando
el show ya empezado, con las correspondientes molestias de ruido y movimiento
entre las sillas para los que ya estábamos allí. Y hay que añadir los móviles:
justo delante de mí había sentada una
chica que durante todo el concierto estuvo consultando las conversaciones de WhatsApp
en su pantalla cada diez minutos, a veces durante los aplausos y a veces
durante las canciones.
En general el concierto estuvo muy bien y la gente se divirtió mucho, pero este tipo de detalles y esta
falta de interés de la que he hablado a mí francamente me alucinan. Yo, incluso
cuando estoy solo en casa, no paro las buenas canciones a mitad por simple
respeto hacia los músicos que las compusieron o interpretaron; llamadme
romántico o directamente idiota, pero lo considero una manera de ser
consecuente conmigo mismo, de ser fiel hasta en los más pequeños detalles a mis
principios y a mi total respeto por la verdadera Belleza en cualquiera de sus
formas… Si me entreno para el respeto estando solo, con más razón lo practicaré
luego en compañía de otros. Mientras yo me comporto en privado como si
estuviera en público, hay gente que es
cada vez más egoísta y asiste a conciertos, películas o cualquier otro evento
cultural público como si estuviera en su casa, sin silenciar su móvil,
olvidándose de que a su lado hay otros que intentan disfrutar con tranquilidad
y sin intereferencias esa experiencia estética o intelectual… Ya os conté una
vez que incluso algunos vigilantes de museos se están volviendo bastante impertinentes y habladores
últimamente, lo cual es el colmo, teniendo en cuenta que ellos deberían ser los
primeros en dar ejemplo, controlando a los que alzaran demasiado la voz… Por
cierto: si todo va según lo previsto, volveremos a hablar de los museos de
Valencia muy pronto en el blog.
También os dije en otra ocasión que no suelo ir a muchas pelis de estreno
porque la gente es ruidosa y te arruina la experiencia, que barata desde luego
no es… Para evitar esto es mejor acudir a las salas de Versión Original
Subtitulada, en las que se les supone a los asistentes conocimiento de idiomas
y por tanto un poco más de nivel, pero ni por esas: a veces te tropiezas con
turistas que ya vienen maleducados de su país de origen, y otras con españoles
para los que el certificado de inglés y el de buenos modales claramente no
venían en el mismo pack. A unos de estos últimos lo tuve que sufrir hace pocos
días: se sentó casi delante de nosotros, plantó ambos zapatos encima de los
respaldos de la siguiente fila y, aunque después de un par de llamadas de
atención se calmó un poco, se tiró la primera media hora comentando la película en voz alta con su novia… Francamente,
en estos casos me da bastante rabia comprobar que hay por ahí muchos gilipollas
con pareja mientras yo llevo años sin encontrar a nadie, pero luego lo pienso
fríamente y comprendo lo que ocurre realmente: no es que tengan un nivel tan
alto como para poder elegir, es que en el Mundo también hay muchas tontas del
culo, y por tanto mucho más donde escoger.
En lo tocante al mundillo del Cine, hay otro grupo de gente que también me
saca de mis casillas en un sentido distinto: los frikis que en lugar de
disfrutar las películas y saborearlas con calma se dedican a verlas antes que
nadie y después tacharlas de su lista como si se tratase de una competición. No
entiendo por qué hay gente que prefiere descargarse en Internet un screening de
baja calidad o una filtración sin terminar de montar solo para poder
restregarle a sus amistades por la cara que lo ha visto antes que ellos. Nos hemos
vuelto adictos a la novedad más que a la calidad; hoy en día las películas
hacen la mayoría de su taquilla en el primer fin de semana,
y al siguiente la gente ya se ha olvidado de ellas y ha pasado a centrarse en el
siguiente gran estreno, el siguiente blockbuster, la siguiente diana a la que apuntar
en su interminable lista de experiencias superficiales pendientes… A mí me
encanta hablar sobre las películas que me han gustado, analizarlas y sacarles
todo el jugo, y muchas veces me ha ocurrido que he visto una buena peli semanas
o meses después de su estreno y al querer comentarla ciertas personas han
cambiado rápidamente a otros títulos más de actualidad, como si les molestara
que sacara a colación un tema que ya está pasado de moda.
Otro momento que me gusta saborear es el de los títulos de crédito, cuando
las luces de la sala ya se han encendido pero la película técnicamente no ha terminado
aún (Hace dos o tres décadas las luces permanecían apagadas hasta el final, ¿os
acordáis?); me gusta empezar a compartir mis primeras valoraciones con la gente
que me acompaña mientras disfruto de la banda sonora, o busco determinados
datos interesantes en los créditos, o compruebo si hay alguna escena extra…
Y me toca las narices cuando el personal de limpieza del cine me mete prisas,
de forma más o menos descarada según la ocasión, para que abandone la sala
cuanto antes (sobre todo teniendo en cuenta que nunca tomo refrescos o
palomitas y por tanto no ensucio mi sitio). Recuerdo aquella vez, tras uno de
mis varios visionados de Las Dos Torres
en los cines Kinépolis de Paterna, en que las encargadas de limpiar
prácticamente me estaban empujando hacia la puerta y se me ocurrió inventarme que
Jesús Díez, el actor de doblaje que interpretaba a Théoden
en la versión española, era mi tío, y que me hacía mucha ilusión ver su nombre
proyectado en la pantalla… así que pude quedarme hasta el final del todo, y las
limpiadoras encantadas de la vida conmigo, oye.
Estas prisas, esta impaciencia, estas ansias de zapping constante de las
que hablo, se notan sobre todo en la gente más joven. Sin decir nombres ni dar
detalles, os puedo hablar de una amiga mía relativamente reciente: andará
rondando la treintena, y es muy maja y muy inteligente, pero incluso ella ha
mostrado en un par de ocasiones detalles muy típicos de esa generación millennial de la que tanto se habla ahora. Por
ejemplo, hace poco otro amigo nos había invitado a su casa a ver una peli
clásica de los ochenta, y al empezar a pasar los títulos de crédito del final le
preguntó, muy ilusionado, qué le había parecido, a lo que ella contestó en un
murmullo con un escueto “está bien” sin apartar la mirada de la pantalla de su móvil; no había tardado ni medio
segundo en empezar a ponerse al día, como hipnotizada, con “sus cosas”.
Aunque esta chica en concreto esté muy lejos de ser un caso perdido, en
otros muchos jóvenes se puede ver claramente que los smartphones y las redes
sociales los están convirtiendo en una generación de atontados
encerrados en una burbuja de egocentrismo y superficialidad… El movimiento de sus
dedos sobre la pantalla táctil en la búsqueda incesante de nuevos estímulos vacíos
y fugaces se convierte en algo compulsivo, como el tabaco o el alcohol, y les
resulta imposible centrarse en una sola cosa y analizarla en profundidad… Si no
eres capaz de dedicarle una atención exclusiva a ningún tema concreto más de cinco
minutos seguidos entonces no te apasiona ningún tema en absoluto, lo cual es
bastante triste. En el caso del Arte, cinco minutos es lo que cuesta escuchar
una canción o contemplar en detalle un buen cuadro
o una buena fotografía,
así que no digamos ya las dos horas que dura una película…
Nuestra comprensión del Mundo no depende de la cantidad de estímulos aleatorios
y desconectados que podamos empujar a través de nuestros sentidos y embutir en
nuestra memoria, sino de la calidad y la profundidad del análisis que podamos
hacer después de una cuidadosa selección de estos estímulos, del poso que
puedan dejar en lo tocante a comprender mejor las relaciones y mecanismos elementales
que mantienen el Mundo en movimiento, a comprender lo que de verdad es
importante, aquello por lo que vale la pena luchar. Esto se aplica también al Arte,
que cuando es realmente bueno nos ayuda a reconectar con sentimentos que llevamos dentro
y que son difíciles de identificar, de explicar con palabras… pero para lograr
esa reconexión hay que aprender a ver, a observar con calma, y no solo mirar las
cosas por encima.
En este Mundo
en el que las prisas y la pereza intelectual hacen que se valoren más los factores
rápidos y fáciles de evaluar, como la apariencia externa, la ostentación del
lujo o la preferencia de la mayoría, relegándose a un segundo plano otros más
importantes a largo plazo como la lógica, la inteligencia o la sensibilidad, el Arte con mayúsculas
nos ayuda a ver el Mundo no como es sino como debería ser, y a reconciliarnos
con la verdadera Belleza, con la poesía de la realidad
que suele permanecer oculta bajo varias capas de polvo de vulgaridad… Yo le
paso el plumero a mi espíritu de manera regular, y sé que otros se esfuerzan
también en ello; no pierdo la esperanza en que el número de gente que lo hace siga
creciendo poco a poco… Es demasiado tarde para ser pesimista.
4 comentarios:
Has sabut expresar molt clarament aquelles percepcions que tantes vegades he experimentat. M'HA ENCANTAT
Moltíssimes grácies per la teua sensibilitat compartida
Un seguidor russafí
De res, Vicent, gràcies a tu per comentar!
Una abraçada
No todo está perdido. Recordemos que cada generación percibe a la siguiente como bárbarxs insensibles y el mundo continúa produciendo belleza. Gracias a gente como tú que expresan, comparten lo sensible la belleza continuará emocionando.
Me encantan la mayoría de tus entradas y hasta lo que no comprendo por ignorancia hace vibrar una determinada sensibilidad.
Hay que mantenerse fieles a nosotrxs mismxs, a pesar de la sensación de marcianismo general.
Quién es marcianx sería algo relativo, depende...como dice Pau .
¡Vaya, Julia, gracias por los halagos! :-)
Sé que el nivel general de cultura de la gente va aumentando poco a poco, lo que me fastidia es lo sumamente lento de esta mejoría: parece que cada vez que por fin hemos resuelto un problema aparece otro distinto, y a veces hasta pegamos bandazos hacia atrás antes de seguir mejorando... ¡Con la cantidad de herramientas que tenemos a mano actualmente a nivel divulgativo, educativo y pedagógico esto debería ir más rápido! Pero bueno, tengamos paciencia.
Y totalmente de acuerdo contigo en que cada uno debe sentirse orgulloso de lo que le hace diferente y mantenerse fiel a sí mismo. Lo que nos hace diferentes es precisamente lo que nos hace especiales.
¡Un fuerte abrazo, nos vemos!
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