La semana pasada hablábamos de Adrian Monk y su Trastorno
Obsesivo-Compulsivo, y también de Sheldon Cooper y su Síndrome de Asperger;
centrémonos hoy en mi caso (¿clínico?) y veamos qué manías tengo en común con
Monk o Sheldon y si dichas manías llegan o no a ser obsesiones. Una cosa está
clara, no me van los imprevistos ni la improvisación; soy muy perfeccionista y
cuando encuentro un sistema que me funciona para algo en concreto no me gusta
que me lo cambien. En mi vida diaria sigo ciertos rituales en algunos aspectos,
como por ejemplo a la hora de comer.
Y no sólo en lo que respecta a los platos a cocinar (que suelen ser sota,
caballo y rey), sino en detalles como las cantidades que tomo cada vez: de tres
en tres en el caso de los espárragos o de cinco en cinco cuando se trata de
aceitunas para acompañar (lo sé, a medida que lo escribía esto último me ha
parecido raro hasta a mí). Algo similar me pasa a la hora de vestirme: me pongo
las prendas de ropa que me resultan más cómodas porque me molesta que me rocen
o que estén muy ajustadas, y esto hace que mi vestuario habitual sea bastante
reducido. Además, no cambio de modelito cada día; mientras una prenda siga más
o menos limpia, ¿por qué echarla a la lavadora
a la primera de cambio?
Hablando de limpieza: no me gusta nada tener las manos sucias o pringosas,
y suelo lavármelas bastante a menudo, pero no de manera obsesiva. En autobuses
u otros lugares públicos intento no toquetear demasiado objetos como
agarraderas o picaportes para evitar resfriados;
y me dan mucha rabia las personas que se estornudan en la mano
delante de ti y luego pretenden estrecharte la tuya, los muy cochinos… De todas
formas mi relación con la limpieza es algo complicado de entender: soy sin duda
partidario de la higiene, pero no necesariamente de la estética. Es decir, toda
aquella suciedad que me pueda ocasionar alguna enfermedad o problemas de salud
la mantengo a raya, pero no me importa tener los rincones que no uso en mi piso
con una capa de polvo más gruesa de lo recomendable, o ir con la barba mal
afeitada. En resumen: que en unas cosas tal vez me paso y en otras me quedo
corto… Más adelante dedicaré una entrada exclusivamente a hablar de este tema.
Todas las peculiaridades y rutinas anteriores, tanto por exceso como por
defecto, de las cuales ya hemos hablado un poco en alguna otra ocasión,
me sirven para no estar constantemente tomando decisiones o sopesando pros y
contras, y optimizar el tiempo del que dispongo, que siempre me parece escaso teniendo
en cuenta todas las cosas maravillosas que me falta por descubrir en esta Vida…
En el terreno intelectual os aseguro que no tengo rutinas ni soy previsible, siempre
estoy intentando aprender cosas nuevas en relación con muy diversos campos del
Saber; al igual que Sheldon Cooper, empleo la mayor parte de mi tiempo libre en
leer, pensar, escribir o hablar sobre mis temas favoritos. Eso sí, nunca trato
de imponer mi tema de conversación si se está hablando de otra cosa; también me gusta escuchar.
En cuanto a mi tiempo de ocio con los amigos, intento siempre organizar mi
agenda con algo de antelación, y me fastidia que me cambien los planes a última
hora. La palma en este aspecto se la lleva una conocida con la que quedé una
vez para hacer una visita guiada por el casco antiguo, saliendo desde la Lonja,
y que me llamó para avisarme de que no venía cuando yo ya estaba a la altura de
la Plaza del Ayuntamiento; este tipo de cosas joden bastante cuando la noche
anterior te has pasado una hora documentándote… Creo que la posibilidad que la
gente tiene actualmente de comunicarse de forma casi instantánea por Whatsapp
se está usando como excusa para no comprometerse con nada ni con nadie, dando
lugar a agendas basadas en el constante zapping y cambio de opinión entre mil
ofertas distintas, acercándose a todas ellas de manera superficial pero sin
profundizar en ninguna ni sacar de ellas ninguna conclusión de utilidad… pero no
me enrollo, que esto también se sale del tema de hoy.
La semana anterior os comentaba lo de lavarme los dientes a razón de cuatro
bloques de ocho pasadas por zona, en cinco zonas con la dentadura cerrada más
cuatro zonas con la boca abierta, lo que hace un total de doscientas ochenta y
ocho pasadas… Lo de contar lo hago simplemente para que no estén
desequilibradas las distintas zonas, y tampoco necesito ser muy estricto en
esto: si voy con prisa me salto algunas series, y si pierdo la cuenta tampoco
me da un ataque. Y ahora que lo pienso, el número de veces que me cepillo la
lengua al final ni siquiera lo cuento (me gusta vivir peligrosamente… ¡estoy
muy loco!). Otras manías que tengo son las de comprobar la alarma del despertador
tres o cuatro veces
cuando trabajo al día siguiente, o revisar en igual número de ocasiones que la
puerta de casa está bien cerrada cuando salgo, a veces incluso subiendo unos
pocos escalones de nuevo para verificarlo y quedarme tranquilo. Son
precauciones que en mi humilde opinión tienen mucho sentido, aunque tal vez lo chocante sea el repetirlas más allá de un par de veces.
Esto se debe a que, como decía antes, soy bastante perfeccionista, y me gusta
tenerlo todo controlado y no correr riesgos. Prefiero hacer pocas cosas bien antes
que muchas mal, pero a menudo las circunstancias me hacen llevar en paralelo
más asuntos de los que me gustaría, razón por la cual a veces voy un poco estresado,
lo que da lugar a pequeñas manías como las de la puerta o el despertador, para
prevenir despistes ocasionados por las prisas.
A la hora de leer o de trabajar me distraigo fácilmente si hay ruidos alrededor;
necesito máxima tranquilidad y silencio cuando estoy concentrado en una tarea. Otra
peculiaridad que tengo cuando trabajo es que me gusta cuadricular los papeles,
libros, bolis y demás objetos sobre la mesa antes de ponerme a la faena. Ya os
dije que necesito ser ordenado porque soy una persona muy visual y tengo una mala memoria episódica,
con lo que colocar cada cosa en su sitio me ayuda a recordar los recados o a
poner las ideas en orden. Como yo mismo suelo decir: “Mesa ordenada, mente
ordenada”… Y ya sé, ya sé que eso no explica por qué de cuando en cuando pongo algún libro recto en los
expositores de la FNAC o El Corte Inglés aunque no me interese hojearlo, o por
qué cuando llego al portal de mi casa y encuentro levantada la pequeña aldaba de la puerta (es un edificio
antiguo) la empujo hacia abajo con la punta del dedo y la coloco apoyada contra
la madera, al más puro estilo Monk.
Tal vez esta obsesión por tenerlo todo controlado y esta alergia a los
riesgos de las que os hablo expliquen también por qué me siento más a gusto,
como Sheldon, con la Física o las Matemáticas que con la Psicología, la
Sociología, la Política o la Economía, y por qué con el paso de los años me he
vuelto más y más reticente a participar en proyectos colectivos, a no ser que
esté seguro de que los otros coparticipantes van a esforzarse tanto como yo y comprometerse
a seguir hasta el final… Eso es lo bueno que tiene el blog: que yo me lo guiso y yo me lo como,
y no tengo que discutir con nadie a no ser a través de los comentarios, cosa
que por fortuna no ha pasado aún.
No veo qué hay de malo en disfrutar de una cierta sensación de seguridad en
tus quehaceres diarios… No es que tenga miedo al fracaso, como podrían pensar
algunos; es simplemente que mis objetivos en la Vida son más asequibles que los
de la mayoría, que no me gusta construir castillos en el aire ni me siento mal
por no intentar construirlos. Tal vez la clave del asunto radica en comprender,
como yo lo he hecho, que la felicidad reside en las cosas sencillas…
Esta filosofía de Vida podría ser la razón por la que me resulta tan difícil
encontrar una pareja compatible en
este Mundo lleno de gente acelerada… Pero, como decía antes, no nos salgamos
del tema.
Respondamos por último a la pregunta del millón: ¿Qué me pasa, Doctor?
¿Cuál es mi diagnóstico? Teniendo en cuenta todo lo anterior y que mis
habilidades sociales, mi empatía y mi inteligencia emocional
son bastante buenas, yo diría que tiro más hacia un TOC que a un Asperger, pero
un TOC muy, muy leve en cualquier caso. Algunas de mis manías y mis miedos a
los cambios e imprevistos se han ido atenuando con el paso de los años, quizás
porque he decidido no estresarme tanto con algunas cosas; y las manías que me
quedan no son graves en absoluto, satisfacerlas no me ocasiona la más mínima
angustia (rasgo propio del TOC, si recordáis) y en muchos casos, más que
estorbarme, me resultan útiles para organizarme en mi día a día. En caso de no
poder seguir mis rutinas soy capaz de ser flexible, y aunque a veces no me
guste salirme de lo previsto, es raro que esto llegue a ocasionarme verdadera
angustia (más bien algo de cabreo, a lo sumo, cuando mi paciencia se ve puesta
a prueba por los descuidos de los demás). Como os he explicado antes, soy como
soy porque me gusta aprovechar bien mi tiempo y asegurarme de que hago las
cosas bien. Ya lo dice el refrán: hombre precavido vale por dos… y yo seguramente valgo por tres.
En otra ocasión ya comenté que nadie es completamente normal;
simplemente tenemos todos un mayor o menor grado de disfunción de uno u otro
tipo, y lo que en algunas personas se puede considerar una manía para otras
representa un auténtico problema, siendo las fronteras bastante difusas a veces.
Incluso a los que, después de haber leído esta entrega, piensen que estoy
rozando esa zona gris en la que la manía se convierte en algo más serio, les
diría que miren el lado positivo: Sheldon Cooper
es un científico eminente y Adrian Monk
un reputado detective. Ambos son un ejemplo a seguir para los casos reales de
estos trastornos en el sentido de que han sabido sacar partido a las
peculiaridades de sus cerebros, que aplicadas a las tareas apropiadas les
permiten vivir cómodamente y sentir que encajan en algún sitio, a pesar de las
dificultades que puedan experimentar en ocasiones… Tal vez mis peculiaridades, mi
perfeccionismo y mi obsesión por analizarlo, ordenarlo y entenderlo todo son lo
que, además de ayudarme en mi trabajo (preguntadme por mail si queréis saber
cuál es), me permite escribir en La Belleza y el Tiempo cada semana manteniendo
el nivel de calidad, cosa que no se me da nada mal… Sí, sí, tenéis razón, esta
falta absoluta de modestia ha
sonado un poco Asperger, pero no os equivoquéis: os repito que lo mío no es más
que un TOC de andar por casa.
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