Hace unos
meses leí acerca de un estudio según el cual las personas sin pareja suelen
ducharse más frecuentemente, durante más tiempo y con agua más caliente, porque
de esa manera suplen la sensación del calor humano de alguien que les abrace. Parece
ser que, también con este fin, toman más a menudo bebidas calientes
como té u otras infusiones… En lo que a mí respecta, intento no alargar
demasiado las duchas para no malgastar agua, y siempre estoy demasiado liado con
otras cosas como para prepararme una infusión por gusto: las cajas de
manzanilla del Mercadona se me hacen viejas y se me llenan de pequeños gorgojos
antes de que haya podido usar más de tres o cuatro bolsitas…
…Y no son lo
único que se me queda viejo. Hace ya años que terminó mi última relación seria, y dio la casualidad de que cuando cortamos yo acababa de
comprar una caja de preservativos, que desde entonces se ha quedado muerta de
risa guardada en el cajón de la mesita de noche, y que hace ya un tiempo que
caducó. Por aquel entonces los preservativos estaban incluidos en la lista que
repaso cada vez que voy al supermercado para ver lo que falta, y por alguna
extraña razón decidí no quitarlos, a pesar de que me recordaban semana tras
semana, al llegar a ese punto de la lista, que ya no tenía a alguien especial
en mi vida; tal vez decidí dejarlos para mantener la esperanza de encontrar pronto otra compañera y tener
que comprar más cajas de nuevo.
Han pasado varios años y sigo echando de menos no
sólo el sexo con ella, que era estupendo, sino también muchos otros pequeños
detalles del aspecto físico de nuestra relación: bailar juntos, besarnos dulcemente,
hacer la cuchara
tumbados en la cama antes de dormir… Recuerdo por ejemplo, como si hubieran ocurrido
ayer, los momentos de intimidad, en casa o durante nuestros paseos por la ciudad,
en los que nos abrazábamos mientras conversábamos sobre cualquier tema: yo me pegaba
a su cuerpo, pasando mi brazo derecho por debajo de su axila izquierda y por
detrás de su espalda, sujetándola por debajo de su otra axila, mientras mi mano
izquierda se posaba sobre su cadera, acariciando con el pulgar la suave y
cálida franja de piel que asomaba entre su blusa y su pantalón. Nos abrazábamos
un poco de lado, de manera que yo podía sentir su pecho izquierdo, grande y
firme, en el hueco entre mi costado y mi brazo derecho, y su otro pecho
apretado contra mi esternón. Ella colocaba sus brazos sobre los míos, apoyaba
sus manos en mis hombros y me miraba con sus ojazos verdes mientras hablábamos,
su precioso pelo ondulado y con aroma a champú de flores muy cerca de mi cara,
meciéndonos el uno al otro en un lento movimiento de vaivén, rotando en torno
al eje vertical de nuestros dos cuerpos fundidos en uno… Desde que lo dejamos
me he quedado más delgadito de los brazos y los pectorales simplemente por no
poder abrazar a nadie; es uno de los síntomas de la anemia de cariño
que sufro de un tiempo a esta parte.
Sé
perfectamente que los que están en pareja también tienen sus problemas y en
ocasiones se sienten infelices (yo mismo tenía problemas cuando estaba con mi
ex; si no, no habríamos roto), pero a veces me olvido de ello, o simplemente me
cuesta racionalizarlo… No puedo evitar sentir cierta envidia al ver a la gente
pasear por la calle cogidos de la mano, porque sé que, aunque se sientan
también confusos o incluso perdidos, ellos al menos hacen el amor de vez en
cuando, reciben un achuchón, un beso, una caricia o una mirada cómplice de vez
en cuando… Tener a alguien que te abrace no te soluciona la vida, pero te la
hace más llevadera; el sexo y el cariño no dan la felicidad, pero ayudan.
Ya he hablado
en varias ocasiones de lo difícil que me está resultando encontrar una mujer
con la que sienta que hay una verdadera conexión, con la que pueda compartir mi
tiempo sin necesidad de traicionar mis principios o renunciar al estilo de vida
que he escogido… Tal vez algún día, cuando la nostalgia del cariño sea ya
insoportable, algo hará click dentro de mi cabeza,
se me endurecerá el carácter y aprenderé a mentirme a mí mismo, convenciéndome
de que es mejor vivir mal acompañado que hacerlo solo; así me comeré alguna rosca
de vez en cuando… Pero ¿realmente es eso lo que quiero? Por fortuna,
todavía no he llegado a ese punto. De hecho, hace cosa de un año conocí a una
mujer muy agradable y salimos varias veces durante unas semanas, pero poco a
poco ambos nos fuimos dando cuenta de que no éramos compatibles en algunos
aspectos; así que, antes que fingir que éramos personas distintas para intentar
amoldarnos el uno al otro, preferimos dejarlo y seguir siendo sólo buenos
amigos… Y yo me quedé con una segunda caja de preservativos, recién comprada y
también apenas estrenada, haciéndole compañía a la otra en el cajón de la
mesita de noche.
Me da la
impresión de que aunque actualmente mi nivel de satisfacción en el terreno sexual
y afectivo deja bastante que desear, mi nivel de satisfacción en términos generales
está por encima de la media. Viviendo solo me encuentro bastante a gusto,
aunque sepa que mi vida no es perfecta, así que ¿me estoy engañando a mí mismo al pensar que encontraré a alguien con
quien pueda estar todavía mejor que solo? ¿Vale la pena que me obsesione con la
búsqueda del amor verdadero, que emplee tiempo y esfuerzo en intentar resolver
un enigma que quizás no tiene solución? ¿O llegará un
día en el que decida rendirme, plantarme en este caprichoso juego de azar y
conformarme con lo que ya tengo de bueno en mi vida en solitario? Tal vez
llegue ese día, pero hoy por hoy tengo una cosa muy clara: aún no pienso tachar
los preservativos de mi lista de
la compra.
2 comentarios:
Me alegraste el día con lo de los preservativos!!
Te parecerá bonito disfrutar así de la desgracia ajena, Gabriela... ;-)
Es broma, me alegro de que te haya gustado. :-)
Un abrazo
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