Para la entrada de hoy he pensado que puede resultar interesante compartir
con vosotros detalles acerca de mis sueños y mi forma de experimentarlos, pero
antes que nada expliquemos algunas generalidades al respecto. Aunque todavía
desconocemos muchas cosas acerca del tema, sí sabemos que los sueños
consisten en una reelaboración de experiencias e informaciones almacenadas en
la memoria, algunas veces con más sentido y otras de manera totalmente
surrealista. Soñar ayuda a poner las ideas en orden, como la defragmentación
del disco de un ordenador; forma parte de las tareas de mantenimiento del
cerebro durante la noche.
Los sueños son más elaborados y más fáciles de recordar cuando se dan en la
fase cinco de cada ciclo de descanso, la llamada fase REM, en la que (además de
otros signos tal vez no tan conocidos entre el público femenino)
los ojos bailan rápidamente bajo los párpados (de ahí el nombre de esta fase: Rapid Eye Movement) y la actividad
cerebral es bastante alta, similar a cuando estamos despiertos. Aunque la cosa
varía con la edad, en promedio la fase REM dura unos veinte minutos y se repite
en intervalos de hora y media, con lo que cada noche tenemos cuatro o cinco de
estos ciclos, siendo mayor la duración de los sueños a medida que avanzan las horas.
Pasemos a hablar de cómo recuerdo yo mis propios sueños. Una de las cosas
que más me llama la atención es que, en la mayoría de casos, no sabría decir si
sueño en blanco y negro o en color,
porque de lo que me acuerdo más intensamente es de las imágenes y del
movimiento, pero no de la parte cromática del asunto. Por otro lado, el
recuerdo de las palabras del sueño es también bastante vago; me queda claro lo
que ha ocurrido, pero no sabría decir si he oído en mi mente el diálogo tal
cual o la voz de un narrador que va contando lo que pasa. Curiosamente, sí me
consta haber escuchado en sueños, en ocasiones, algunas de mis canciones
favoritas, y además recuerdo que suelen ir asociadas a momentos particularmente
emotivos del relato imaginado.
En cuanto a los escenarios, son muy variados, y las historias pueden
transcurrir tanto de día como de noche, y tanto en exteriores como en interiores:
las calles de la ciudad, un apartamento, el campo, una mansión, unos túneles
subterráneos, un edificio público… Muchas veces son lugares conocidos como mi
piso, el de mis padres, mi trabajo, el campus universitario o incluso las aulas
de mi antiguo colegio, que no he pisado en el mundo real desde hace muchos,
muchos años. En otras ocasiones me invento un lugar completamente nuevo tomando piezas de aquí y de allá… Esto no
tiene nada de raro, pero sí es más sorprendente que vuelva a visitar, otro día
y en otro sueño distinto, uno de estos lugares creados por mi imaginación: hace
poco me sorprendí al recordar que el centro comercial inexistente en el que
acababa de correr aventuras ya había sido escenario de otro de mis sueños,
hacía varias semanas.
A veces se produce una mezcla curiosa entre los elementos reales y los
imaginarios, y puede pasar que mi piso tenga el mobiliario distribuido de otra
forma, o incluso habitaciones nuevas que el piso real no tiene. Otras veces (y
esto sí que es verdaderamente extraño) tengo la impresión, o más bien la
certeza, de que estoy en un lugar real conocido, a pesar de que lo que veo a mi
alrededor no se parece en nada a ese lugar; es como si el aspecto físico de lo
que me rodea fuese irrelevante y lo que importase fuera un letrero pintado en el suelo con el nombre del sitio que
sólo yo puedo ver… Y lo mismo me pasa en ocasiones con la gente: aparecen en el
sueño personas cuya cara no se corresponde con su identidad, y puede ocurrir
que a alguien con los rasgos de un desconocido yo le hable en todo momento como
si fuera mi primo, porque de alguna forma sé que es mi primo, cual si llevara
en la solapa una tarjeta con su nombre escrito. Igual que ocurría con los
decorados, los actores y actrices de mis sueños pueden ser familiares, amigos,
compañeros del trabajo, universidad o colegio, o perfectos desconocidos,
interpretando unas veces sus propios roles y otras papeles que no les
corresponden en la vida real.
He intentado hacer memoria de los sueños que he tenido de manera recurrente
a lo largo de mi vida, y los hay tanto desagradables como gratificantes. En mi
juventud soñaba a menudo que tenía que llegar a algún sitio lo más rápido
posible, o que trataba de huir de alguien o algo que me perseguía, pero me
pesaban mucho las piernas, como si las tuviera metidas en agua o barro hasta las rodillas, y avanzaba muy
despacio. La sensación de impotencia era terrible… Afortunadamente hoy en día
me pasa mucho menos, aunque sigue habiendo algún día suelto, muy de vez en
cuando, que vuelvo a soñar con ello. En el extremo opuesto, aunque casi nunca
sueño que vuelo, sí puedo correr a menudo a toda velocidad, tanto que el impulso
me permite saltar muy alto y muy lejos, como el increíble Hulk.
En uno de los sueños que se me han quedado grabados de mi adolescencia me ponía
a correr en el patio de mi colegio y lo hacía tan rápido que tenía que
inclinarme en las curvas como si fuera una moto de carreras,
con uno de mis codos rozando el suelo… Esta sensación de velocidad
(que dentro del sueño parece completamente real) es muy emocionante, de las más
agradables que recuerdo en los últimos años.
Y hablando de cosas agradables… Las mujeres que me gustan
también aparecen en mis sueños, pero (al menos que yo recuerde) no lo hacen en tórridas
escenas de sexo. Las muestras de afecto que me dan (cuando me las dan, que no
siempre) suelen ser bastante inocentes, como por ejemplo un fuerte abrazo o un
recatado beso en los labios… No sé por qué ocurrirá esto; tal vez porque las
respeto demasiado en la vida real como para obligarlas a hacer algo más fuerte
que eso, ni aunque sea en mi subconsciente. A pesar de su carácter ingenuo y
pudoroso, me gustan mucho estos detallitos románticos de mis sueños, y suelen
estar entre los fragmentos que recuerdo con más fuerza al despertarme por la
mañana.
A veces se supone que en el sueño tengo que desempeñar un cometido para el
que no estoy preparado, como despachar un tipo de comercio del que no tengo ni
idea, y lo paso bastante mal. Otras veces conduzco un coche; en la vida real no
tengo ni carnet, y en el sueño eso se nota, porque voy chocando constantemente
con los semáforos y con otros coches… Tampoco es una experiencia muy agradable.
Esto me lleva a los trenes, autobuses y tranvías que aparecen muy a menudo en
mis ensoñaciones nocturnas. Normalmente estoy en una estación o en una parada y
tengo que localizar mi número, llegar a mi andén o hacer un transbordo, con lo
que me pego bastantes carreras, y dependiendo del día consigo hacerlo a tiempo o
no. No sé si tengo estos sueños porque uso el transporte público en la vida
real o porque representan simbólicamente ciertas metas que quiero alcanzar…
Tal vez se trate de las dos cosas.
Los anteriores son ejemplos de malos sueños, pero yo no llegaría a
llamarlos pesadillas; hace muchísimos
años que no me despierto gritando en mitad de la noche con la frente perlada de
sudor, tantos que ni siquiera me acuerdo de si me ha pasado alguna vez… Sí
tuve, cuando era muy pequeñito, algunos episodios de terrores nocturnos,
pero se trata de una alteración del sueño totalmente distinta: las pesadillas
se producen en la fase REM y sobre todo en las últimas horas de descanso, casi
por la mañana, mientras que los terrores nocturnos se dan al principio de la noche
y fuera de la fase REM, no llevan asociada ninguna imagen mental y consisten en
intervalos de unos diez minutos en los que se experimenta un miedo irracional e
incontrolable que poco a poco se te va pasando. A pesar de que tenía muy pocos
años, todavía recuerdo vívidamente la angustiosa experiencia de gemir y temblar
sin saber por qué, mientras mi madre intentaba consolarme y averiguar qué me
pasaba… Pero no nos vayamos del tema que nos ocupa, que son los sueños.
No hay mal que por bien no venga, y un mal sueño siempre tiene una parte
positiva: que cuando te despiertas eres consciente de que sólo era un sueño.
Recuerdo que de joven soñaba a veces que tenía que hacer un examen y no había estudiado, y es estupendo ese
momento en el que te despiertas y te das cuenta de que en realidad todavía
quedan tres o cuatro días para el examen de verdad. En otros casos no esperas a
que el mal sueño acabe por sí solo sino que, al tomar consciencia de que estás durmiendo,
eres capaz de detenerlo despertándote de forma voluntaria, lo cual tampoco está
mal… Y aunque me gusta cómo está quedando esta entrega y seguiría con ella un
buen rato más, voy a detenerme aquí por ahora y continuaré la próxima semana. En
la segunda parte de esta entrada doble os resumiré algunos fragmentos concretos
de sueños que he tenido últimamente, para que veáis lo relocos que pueden llegar
a ser, y os describiré de forma más detallada uno en particular en el que recuerdo
inequívocamente haber soñado en color.
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