Cuando la vi por primera vez hace años, me llamaron
mucho la atención los minutos finales de Regreso al
Futuro II, en los que Marty McFly está quemando el Almanaque Deportivo mientras
Doc Brown lo sobrevuela con el DeLorean, rodeado de la famosa tormenta
eléctrica del 12 de noviembre de 1955. De pronto, un segundo rayo (segundo narrativamente
hablando, pero cronológicamente anterior) alcanza la Máquina del Tiempo por
accidente y Doc se desvanece, dejando a Marty atrapado en el pasado… Casi a
continuación, un misterioso coche aparece entre la lluvia y de él sale un
hombre con un paraguas que le entrega a Marty una carta.
Ésta resulta ser un mensaje escrito por Doc en la época del Salvaje Oeste
(a la que le mandó el rayo) y depositado en la compañía de telégrafos Western Union el 1 de
septiembre de 1885 con instrucciones precisas para su
entrega setenta años después. El empleado responsable del encargo había
apostado con sus compañeros de oficina a que el tal Marty no se presentaría y,
para su sorpresa, perdió la apuesta.
Siempre me ha fascinado de esta escena la facilidad con la que
Emmett Brown, pensando en cuatro dimensiones y encontrando un puente sin
brechas que una ambos puntos a través del Tiempo, consigue comunicarse con
Marty de manera instantánea para explicarle lo que ha pasado y lo que tiene que
hacer. La Western Union se fundó en 1851 y sigue funcionando hoy en día como compañía de
servicios financieros y de comunicación, de modo que nos permitiría mandar desde
esa fecha un mensaje por lo menos siglo y medio hacia el futuro… Pero ¿qué
haces cuando eres un viajero del Tiempo atrapado en la Europa del S.V y quieres
mandar cierta información hacia el futuro remoto, digamos por ejemplo milenio y medio hasta nuestro presente?
Como dijo en su día Cayo Tito en un discurso ante
el senado romano: “Verba volant, scripta manent”, es decir, las palabras se las
lleva el viento pero lo escrito permanece.
El problema es que a largo plazo un amplio abanico de causas tales como
incendios, inundaciones, erupciones volcánicas, terremotos, guerras,
rivalidades políticas y religiosas o simple codicia pueden hacer que incluso a
las palabras escritas se las lleve el viento. Durante los siglos de la Edad
Media se añaden a esta lista la ignorancia y la negligencia en la conservación
de las bibliotecas, lo que supone no sólo un frenazo sino un paso hacia atrás
en el progreso de la Civilización Occidental. Y aunque la institución de la Iglesia Cristiana ha sido a veces responsable,
en su fanatismo, de destruir el legado de las generaciones pasadas,
hay que reconocer que en otros casos, sobre todo durante la Edad Media, favoreció
la preservación de la Ciencia y la Literatura clásicas y en general del
Conocimiento. De esto se encargaron los Archivos Vaticanos y otros Archivos Catedralicios
como los de Verona, York o Durham, pero también, y sobre todo, los monasterios.
De igual forma que con la entrada en la era
cristiana hace dos mil años el formato del códice había empezado a sustituir al
del rollo, a partir del S.VII deja de usarse el papiro y la gran mayoría de los
libros se escriben sobre pergamino. Un siglo antes se había fundado la orden de San Benito de Nursia
con el monasterio de Montecasino, en Italia, que llegó a albergar un gran
número de obras; los benedictinos tenían prescritas tres horas de lectura
diarias y la de un libro completo en Cuaresma. El
Escritorio era la habitación del monasterio donde se copiaban o traducían las
obras, y los copistas, también llamados amanuenses, aprovechaban para ello
las horas de más sol (lo de escribir
a la luz de las velas es un invento de las películas, ya que había que tener cuidado con los incendios). Por lo general podían escribir unas tres o cuatro páginas al día, con lo que copiar una obra
entera suponía meses de trabajo; y había una especialización en las tareas, de
manera que además del copista estaba el rubricator, encargado de las letras de
inicio de capítulo, o el ligator, responsable de la encuadernación. Muchos de los
libros contenían bellas ilustraciones, llamadas también miniaturas porque a menudo se hacían con minio,
una tinta de color rojo.
La biblioteca de un monasterio podía llegar a
tener unos pocos centenares de volúmenes, que normalmente se guardaban en un
armario. Algunos monjes llegaban a hacer largos viajes sólo para poder comprar
o copiar determinados libros. La mayoría de estas obras eran religiosas, pero
también se transcribían de vez en cuando textos de autores latinos y griegos
para preservar las lenguas clásicas… De todos modos, hubo muchas obras de la
época helenística que, por considerarse paganas, no se copiaron al nuevo
formato de códice, y al no haber pasado esta especie de Plan Renove
se perdieron con los años de una u otra forma.
Volvamos con ese viajero del Tiempo que quiere mandar un mensaje
desde el S.V hasta el presente: Aunque la verdad es que lo tiene bastante
difícil, yo diría que la mejor opción es entregarlo a la Iglesia de Roma. La Biblioteca Vaticana
ha cambiado de sede varias veces (pasando una temporada por Aviñón) antes de su
última etapa estable, que empieza con su fundación oficial como institución en
1475, y en este trasiego se han perdido gran cantidad de obras que sin duda
harían las delicias de muchos estudiosos hoy en día… Aun así, alberga una gran
cantidad de códices antiguos, sobre todo religiosos pero también paganos, que
se remontan al S.I. Su colección de obras griegas y latinas fue determinante
para la recuperación de la cultura clásica en el Renacimiento italiano. Si no
nos hace falta que sea exactamente milenio y medio, tal vez otra buena opción
para enviar un mensaje a través del océano del Tiempo sería el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí,
en Egipto, construido en el S.VI y aún en uso. Su antigua biblioteca contiene
una colección de valiosos manuscritos con unos tres mil quinientos volúmenes,
sobre todo de literatura religiosa.
Aparte de la Iglesia de Roma, ha habido otros responsables
de la custodia del Saber a lo largo de la Edad Media: el Imperio Bizantino,
surgido a partir del Imperio Romano de Oriente y con un marcado carácter
helénico a partir del S.VII, actuó de nexo de unión con la cultura clásica de
la antigüedad, transmitiéndola a la atrasada Europa occidental después de los
años oscuros. El Islam también cultivó e hizo avanzar ciencias olvidadas en
otros lugares, como las matemáticas, la astronomía, la química o la medicina, y
tuvo grandes bibliotecas en ciudades como Bagdad o Córdoba. Ya en la Baja Edad
Media, en los siglos XII y XIII, aparecieron las primeras Universidades, muchas
de las cuales se desarrollaron a partir de las Escuelas Catedralicias y
Monásticas existentes desde el S.VI; de este modo surgen nuevas bibliotecas en
Bolonia, Oxford, La Sorbona, Toulouse, Padua…
En España destaca la Universidad de Salamanca,
cuya biblioteca se crea en torno al 1250, durante el reinado de Alfonso X el
Sabio, poseedor a su vez de la biblioteca privada más importante de Europa en
su tiempo. El Rey Alfonso tuvo fama de ser muy culto y un erudito en múltiples
disciplinas, rodeándose de estudiosos, promoviendo su labor investigadora y
siendo autor o coordinador de libros de poesía, música, leyes, astronomía, historia…
Formó la llamada Escuela de Traductores de Toledo,
en la que cristianos, judíos y musulmanes en colaboración desarrollaron una
importante labor de preservación del Conocimiento rescatando textos de la
antigüedad y traduciendo obras del árabe y el hebreo al latín o al castellano. Toda
su labor contribuirá a la normalización del castellano como lengua culta en los
ámbitos científico y literario, sustituyendo a partir de su reinado al latín
como lengua oficial de la cancillería real de Castilla.
En una línea paralela de acontecimientos, tenemos
noticias de la invención en China, hacia el año 960, de una prensa con planchas
de madera talladas, de una sola pieza, que permite hacer muchas copias a base
de la plancha original, tinta y papel. Del 1150 es la referencia al primer
molino de papel de Europa, en Xàtiva: lo introdujeron en la península los musulmanes,
que a su vez lo habían aprendido de los chinos en el S.VIII (¡Los chinos!
¡Qué haríamos nosotros sin ellos!). Todo esto conducirá al próximo gran salto
cualitativo en nuestro relato, a un invento que podrá copiar libros cien veces
más rápido que cualquier amanuense y que hará mucho más difícil que una obra concreta
se pierda en los abismos del olvido, garantizando su supervivencia incluso en las épocas más oscuras. Lo
veremos la semana que viene en la cuarta entrega (cuarta y supongo que última,
aunque nunca se sabe).
No hay comentarios:
Publicar un comentario